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With Kennedy: el peligro de gobernar

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Por ALEJANDRO MARTÍNEZ UBIEDA

El testimonio de Pierre Salinger (1925-2004), en el que describe su visión de la Casa Blanca bajo el mandato de John Fitzgerald Kennedy (1917-1963), es una verdadera joya para quien se interese por la política, por la historia y por el mundo. Escrito en 1966, su libro With Kennedy cautiva en tanto relato detallado y profundo de una época definitoria de la humanidad, en la que, entre otros sucesos, se produjo la coyuntura de Bahía de Cochinos, la Crisis de los Misiles y finalmente, el asesinato de John Fitzgerald Kennedy. Todo esto, obviamente, en el contexto de la guerra fría y el mundo bipolar.

Salinger, periodista californiano, escribe su testimonio desde un mirador claramente privilegiado: participó en la campaña electoral que llevó a Kennedy a la presidencia de los Estados Unidos, para posteriormente ejercer como secretario de prensa de la Casa Blanca. Su mirada, por tanto, es la mirada de un insider, y al mismo tiempo es una mirada inteligente, siempre atenta a la comprensión amplia de sucesos aparentemente menores, a poner en contexto lo propio y lo ajeno sin que su ubicación en el plano de los acontecimientos le impida comprender las motivaciones de otros actores que, en uno u otro momento, le han adversado a él o a su facción.

Así, With Kennedy exhibe algunas condiciones poco comunes que hacen de este libro una pieza muy relevante. Salinger toma nota escrita de opiniones, reuniones y comentarios que permiten al lector una ventana excepcional al desarrollo de acontecimientos que, en varios casos, pusieron en juego el destino del mundo. De esta manera Salinger, que al momento estaba en sus treintas, evidencia un elevado sentido de la historia: sabe que está viviendo acontecimientos que pueden abrir puertas a un mundo mejor, y que también pueden acabar con el planeta, y por ello entiende la importancia de dejar rastros de las cosas. 

Leyéndolo, es inevitable contrastar la noción ideal y abstracta que se tiene de un equipo de gobierno, de una administración que llega al poder y debe enfrentar los retos de gobernar. En la visión más común, se asume que hay una gente entrenada para el ejercicio del gobierno y que, una vez allí, ejecutan con profesionalismo su labor, con claro sentido de lo que se debe hacer y de los más pequeños detalles que acompañarán cada decisión y cada ejecutoria. Esto es cierto sólo de manera extremadamente parcial. Nadie, con o sin experiencia, con o sin formación, tiene todos los elementos que le garanticen un ejercicio cabal y exitoso del poder, dado que éste depende de una multiplicidad de factores propios de cada coyuntura en particular y que son imposibles de predecir. Ciertamente, hay quienes están mejor dotados para la comprensión y el ejercicio del poder, pero aun esas personas siempre están improvisando y aprendiendo frente a los numerosos sucesos sobrevenidos que afrontarán cotidianamente, y su destino estará constantemente expuesto a la derrota y al fracaso.

Desastre en Cuba

En el capítulo IX del libro en cuestión, Salinger señala que recibió una llamada del presidente: “Quiero que estés cerca de casa esta noche. Puedes recibir solicitudes de información de la prensa sobre un tema militar en el Caribe. Di que sólo sabes lo que se ha publicado…”. A partir de esa críptica llamada de JFK los acontecimientos se desataron: estaba en marcha la operación de Bahía de Cochinos. Hasta entonces, aun siendo el jefe de prensa de la Casa Blanca, y quizá por eso justamente, Salinger no tenía ningún tipo de información oficial ni oficiosa sobre el asunto. Se trataba de una operación encubierta que había comenzado tres meses antes de la asunción de Kennedy. Las filtraciones de información a la prensa comenzaron a ser frecuentes, y los periodistas iban afanosamente tras refugiados cubanos que, al tener familiares y amigos en la operación, irresponsablemente ofrecían detalles delicados. Sólo nueve días antes del desembarco en la isla, el presidente de una organización de cubanos en Miami declaró que era “inminente” una insurgencia contra Castro. Al día siguiente, añadió, despejando dudas, un llamamiento a que los cubanos en la isla ejecutaran acciones armadas contra el dictador. Así, Castro, Moscú y el mundo, tenían todo el detalle de una operación supuestamente encubierta.

Adlai Stevenson, embajador ante las Naciones Unidas, estaba igualmente al margen de los sucesos. Este posteriormente diría a Salinger que la situación, al evidenciarse que ignoraba lo que estaba por suceder, fue “… la más humillante experiencia…” en sus años de servicio público.

Así, en la Casa Blanca “…el desastre flotaba en el aire…” al decir de Salinger. En efecto, tomó tres días a Castro aplastar la insurrección. El mayor fracaso de la administración Kennedy se había producido, y era difícil recoger los platos rotos.

A los pocos días, la reacción de la prensa exigiendo conocer detalles sobre cómo se desarrolló la operación fue in crescendo, y los límites entre la seguridad del estado y el deber de informar sobre las decisiones de la administración se planteó con mayor fuerza. La tesis de la Casa Blanca era la de que los medios debían comprender cuándo la difusión de información podía dar elementos útiles a los adversarios de los Estados Unidos y la necesidad de discreción en ciertos temas, sin asumir que al hacerlo estaban acatando alguna forma de censura.

Caracas

La planificación de los viajes presidenciales es notablemente compleja. Usualmente viaja una “avanzada” que acuerda los aspectos logísticos, de seguridad y protocolares con el país anfitrión. Entre otros aspectos, se instala un sistema de comunicaciones en el que los miembros relevantes de la comitiva pueden recibir llamadas telefónicas directas desde Washington. Esto, sin embargo, implicó un esfuerzo mayor en Venezuela, cuando en diciembre de 1961 JFK visitó el país, siendo recibido por el Presidente Betancourt. Caracas entonces no disponía de la cantidad de líneas telefónicas ni telegráficas que pudiesen transmitir los miles de mensajes que la comitiva y la prensa habría de enviar, y fue necesario ubicar un barco de comunicaciones de la armada norteamericana a seis millas de la costa para solventar la situación.

Los Kennedy se alojaron en Los Núñez, la residencia del Presidente Betancourt en la urbanización Altamira, en Caracas, durante los dos días de la visita. Al llegar a Venezuela, Kennedy, expresó que éste era el principal país amigo de los Estados Unidos en la región. Efectivamente, la recia posición de Rómulo Betancourt frente a Fidel Castro era uno de los factores que evidenciaba importantes coincidencias entre ambos países. De hecho, un dato curioso que señala Salinger se refiere a la iniciativa que tomó de llevar los contactos que usualmente sostenía como jefe de prensa de la Casa Blanca con los responsables de la información presidencial de Alemania y el Reino Unido, a un mayor número de países. En ese sentido, Salinger mantuvo estrecho contacto, entre otros, con sus homólogos de Italia, Panamá, Costa Rica y Venezuela. Incluso, narra que planteó al jefe de prensa de Betancourt, Alí Caccavale, la necesidad de incrementar la cobertura de informaciones sobre los Estados Unidos en Latinoamérica y viceversa, ante la amenaza que representaban los constantes flujos de información comunista emanada de Moscú. Caccavale compartió la idea con entusiasmo y acordaron convocar una reunión de los encargados de información presidencial en los países centroamericanos, la cual tuvo lugar en Costa Rica, coincidiendo con la visita de JFK a esa región y produjo una declaración que destacó la existencia de “…propaganda y actividades subversivas del comunismo internacional emanadas de Cuba…”

Correo humano

Salinger tuvo contactos con elementos vinculados a la prensa soviética y al Kremlin. Eso le permitió promover algunas ideas francamente innovadoras, con el fin de ampliar la información sobre EE UU en Rusia y viceversa, hasta llegar a la realización de programas con Khruschev y Kennedy transmitidos en ambas potencias. Tal cosa nunca se había siquiera imaginado. Ese acercamiento, que tuvo altos y bajos, generó un vínculo entre Salinger y Mikhail Kharlamov, jefe de prensa del Ministerio de Relaciones Exteriores de la Unión Soviética, que condujo a un escenario completamente inesperado: Khruschev comenzó a enviar mensajes a JKF haciéndolos llegar a Salinger vía Kharlamov o Georgi Bolshakov, editor de una revista soviética basado en Washington, y JFK respondía por la misma vía. Ni siquiera el embajador de la URSS tenía conocimiento de los mensajes. Muchos tenían que ver con la situación de las Alemanias, que estuvieron en el centro de la confrontación. Para tener una idea del tono de los mensajes que recibió JFK: “…lo que quiero es tener una total libertad de acción para negociar con usted, Señor Presidente. Yo no tengo que preocuparme por oposición política ni opinión pública. Usted sí. Usted debe preparar a su país para los compromisos que un arreglo sobre la situación de Berlín requerirá, y estoy dispuesto a darle tiempo para ello…”

Así, la tensa relación entre los dos polos en los que descansaba la paz mundial generó un camino informal y relativamente insólito para comunicarse. 

Este asunto llegó a cotas aún más extraordinarias cuando Salinger fue invitado, con su familia, a visitar Moscú. por su colega ruso Aleksei Adzhubei, editor de Izvestia y, más relevante aún, yerno de Khruschev. El presidente Kennedy consideró el asunto por un tiempo y finalmente aprobó el viaje, pero instruyó que Salinger iría sólo.

El poder soviético

Al aterrizar en Moscú, Salinger se preparaba a abordar una agenda de contactos con medios de comunicación, periodistas y afines, pero fue sorprendido cuando el embajador de los Estados Unidos le susurró al oído: “…todo cambió, Adzhubei me pide que te traslade de aquí a una dacha gubernamental en las afueras de la ciudad. Mañana pasarás el día con Khruschev …” Tal cosa no había sido siquiera mencionada en los contactos con los soviéticos en preparación del viaje, y parecía ser ésta una definición del propio Khruschev que sería rudo rechazar y podría desencadenar malentendidos. Aunque Salinger había sido debidamente instruido acerca de la situación soviética, tenía claro que sentarse en una mesa con Khruschev sin instrucciones precisas era algo, por decir lo menos, delicado, por lo que pidió detenerse en la embajada americana para un update sobre los últimos acontecimientos e informar a JFK de la situación.

La dacha, rodeada de pinos y fuertemente custodiada, era un sitio extraño: dos habitaciones y cinco comedores. Así comenzó una serie de interminables comidas rusas, en las que desfilaban tres horas seguidas de salmón, caviar, ensalada de pepinos, carnes frías y pan negro, todo ello regado con vodka en consecutivos brindis ingeridos bajo la modalidad “fondo blanco”.

A poco de llegar Khruschev, éste llevó a Salinger a caminar casi dos horas, y la conversación no tocó el tema político, a no ser por el comentario sobre Adenauer, a quien calificó como “…un viejo peligroso y senil…”. 

Los temas preferidos del premier eran la agricultura soviética y Berlín: “…no sé por qué usted me hace perder el tiempo explicándole, usted no sabe nada de agricultura…” para luego completar “…no se preocupe, Stalin tampoco sabía…”

Al día siguiente, para sorpresa de todos, Khruschev volvió. Nuevas comidas, nuevos brindis, nuevos chistes y nuevos mensajes agridulces sobre el tema de Alemania del este y la cuestión nuclear.

En total, fueron dos días de intercambio “informal” pero obviamente pleno de contenido, de mensajes sinuosos, de lecturas entre líneas y estrategias sugeridas. La descripción de Salinger cita muchos otros temas, muchos giros, comentarios que permiten densas lecturas. De estos episodios hay documentos clasificados y desclasificados, un tesoro para los estudiosos del tema.

Nos están apuntando

En octubre de 1962, la oficina oval comenzó a tener un desusado tráfico: JFK se reunió en pocos días con el vicepresidente Johnson, con el secretario de Estado Rusk, con el embajador Adlai Stevenson, con la CIA, el secretario de defensa McNamara y muchos otros funcionarios de alto nivel. Salinger no había sido informado de algo que no sabía qué era, hasta que empezó a recibir llamadas de periodistas pidiéndole información oficial sobre la supuesta preparación de una invasión a Cuba. Algo se había filtrado. Estaban en Chicago, como parte de una gira interna por varios estados.

Al notificar a JFK de la inquietud de los reporteros, éste le instruyó negar que algo sucediera, pero sin ponerlo en autos. Otro de los staffers de la Casa Blanca, O´Donnell, Special Assistant to the President, le dijo a solas: “Lo único que puedo decirte es que el presidente va a tener que desarrollar una gripe mañana, para suspender esta gira y volver a Washington…” .

Así sucedió. Al día siguiente, en Washington, las especulaciones acerca de una situación con Cuba corrían por doquier, lo que molestó al presidente “…this town is a sieve…” (este pueblo es un pañuelo). Finalmente, JFK ordena que Salinger sea informado por el asistente especial del presidente para asuntos de defensa. La síntesis: los Estados Unidos está al borde de una guerra nuclear porque existe evidencia incontestable de la existencia de misiles siendo ubicados en Cuba con capacidad de alcance hasta Washington y New York. En pocos días los misiles estarían operativos, de modo que el presidente debía tomar ese día una decisión acerca del tipo de respuesta que llevaría adelante para forzar su desmantelamiento. La evidencia consistía en fotografías que claramente mostraban las instalaciones de lanzamiento. Por otra parte, era preciso evitar que la situación de ebullición en que estaba la Casa Blanca fuese visible para Moscú y La Habana, por lo que JFK mantuvo gran parte de su agenda habitual hasta que el tema se hizo público. 

En el menú de opciones a tomar por JFK estaba la invasión, el bombardeo de los misiles, el bloqueo, la comunicación directa y secreta con Khruschev para disuadirlo y la presentación del caso ante la ONU. Y entre las posibles respuestas de la URSS que se evaluaron estaba la invasión de Alemania Occidental, el bombardeo de bases norteamericanas en Turquía e Italia, una intervención directa en el sur de Asia, un ataque a Guantánamo y la ejecución de prisioneros cubanos sobrevivientes de la fallida Bahía de Cochinos. La decisión, que no fue unánime, fue optar por el bloqueo, una salida que no escalaría necesariamente el conflicto hasta el nivel nuclear. La más grave preocupación de JFK era que se desatase una confrontación nuclear, bien por sus decisiones o por sus omisiones.

Con los sucesos en pleno avance pero no públicos aún, Andrei Gromyko, canciller soviético, visitó al presidente Kennedy. Ya en los primeros minutos del encuentro, Gromyko, sin saber que la operación de la URSS había sido develada por los Estados Unidos, aseguró que Castro no recibía armamento ruso, lo que implicó para Kennedy un esfuerzo para contener su desagrado ante la constatada mentira. 

Así, entraron en consideración las medidas de seguridad que se activarían en caso de guerra nuclear. El presidente abandonaría Washington para ir a un sitio seguro y con él iría un grupo de colaboradores cercanos, entre los que se hallaría Salinger. Nadie iría con su familia, ni siquiera el presidente. Las familias recibirían un sobre con instrucciones, y se dirigirían a un refugio allí señalado. Comienza entonces un proceso en el que todo el aparato de la administración pasa a tener un solo objetivo: la guerra. En medio de ese ambiente asfixiante, en un momento dado, Kennedy interrumpe un intercambio con Salinger y le dice “… ¿No estás contento de no haber sabido nada de esto antes de que fuese necesario?”

Muchas decisiones se tomaron entonces: escoger el término “cuarentena” en vez de “bloqueo”, presentar el tema ante la OEA, enviar embajadores a informar directamente a Charles De Gaulle, a la OTAN, al primer ministro del Reino Unido McMillan y al canciller Adenauer, presentándoles la evidencia de la existencia de las bases. De igual manera, se decidió realizar la intervención ante la ONU por parte del embajador Adlai Stevenson (1).

La cuarentena era el término usado para impedir la llegada de infraestructura misilística rusa a Cuba por vía marítima. Al decir de JFK, esa era la primera jugada, y les tocaba luego a los rusos definir su jugada, y según fuese el caso, el escalamiento o desescalamiento de la situación. 

Así, el 22 de octubre de 1962, a las 7 pm JFK se dirigió al mundo a través de la TV, señalando la amenaza soviética y el establecimiento de una “estricta cuarentena a todo equipo militar ofensivo orientado por mar a Cuba”. Las cartas estaban sobre la mesa…

La espera

La respuesta soviética fue un mal augurio. Khruschev denominó la cuarentena un acto de “piratería” al tiempo que ordenó a las tropas del Pacto de Varsovia estar en estado de máxima alerta. Más de cien mil marines fueron enviados a Florida para una eventual invasión a Cuba. Noventa barcos de guerra y sesenta y ocho escuadrones aéreos estaban listos para la implementación de la cuarentena. Tensión planetaria. Veinticinco barcos soviéticos se dirigen a Cuba y se sospecha que son acompañados por submarinos con capacidad nuclear. Especial atención a la situación de Alemania occidental. JFK: “I guess this is the week I earned my salary….”.

Hay señales de que los barcos soviéticos aminoran la marcha. Uno de ellos prosigue, y el presidente Kennedy supone que no lleva armamento y ordena dejarlo pasar sin inspección norteamericana. Aumenta la incertidumbre.

El 26 de octubre se produce el primer mensaje auspicioso: un funcionario de la embajada soviética en Washington envía una propuesta a través de una fuente inesperada, en un almuerzo con John Scali, reportero de asuntos diplomáticos de ABC, le plantean un curso de acción conjunta. La propuesta incluía el desmantelamiento de las bases en Cuba a cambio del compromiso de los Estados Unidos de no invadir la isla. Tras algunos desarrollos de no poca importancia, el mundo volvió a respirar.

El poder por dentro

Si algo hace fascinante el libro de Salinger es el hecho de que permite una mirada interna del poder, y esta mirada es franca, es la de un periodista y no de un político con aspiraciones propias. Más allá de la subjetividad que eventualmente haya en la visión de Salinger, no es él un hombre formado en la administración pública, y por ello es más libre su apreciación.

El modo como JFK estableció sistemas informales de comunicación con la URSS es un ejemplo de adaptación a una compleja realidad, los canales diplomáticos permitían el curso de las relaciones ordinarias, pero la gran relación política, esa que además dependía en gran medida de la personalidad y el carácter de los dos líderes, esa se llevó, de cierta manera, a la usanza milenaria: con enviados. Y JFK supo mantener el canal informal en paralelo al canal diplomático con gran habilidad, evitando roces entre el departamento de Estado y los staffers de la Casa Blanca.

Finalmente, leer a Salinger es leer una época, asomarse al debut de muchos de los elementos que hoy nos definen, la televisión incorporada por primera vez a la política, innovaciones como las ruedas de prensa constantes, los medios de comunicación ejerciendo el cuarto poder. También, no es menos importante, la reflexión que hace Salinger, hombre de prensa, sobre el rol de los medios en una sociedad abierta cuando ésta se enfrenta a una sociedad cerrada. 

De esta narración cabe reiterar un asunto fundamental: no hay conocimiento ni estudio que acabe con la posibilidad de errores, y los errores, pequeños incluso, pueden tener consecuencias letales en temas de gobierno. La delicada mezcla de conocimiento con sabiduría y prudencia, sin embargo, son siempre un gran apoyo.

Lo que describe Pierre Salinger, al final, es una sola cosa: el peligro de gobernar.


Notas

1 Intervención de Adlai Stevensoon en las Naciones Unidas: https://www.youtube.com/watch?v=eNmDXvWkdOc

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