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Vuelta a la patria de Las lanzas coloradas y Arturo Uslar Pietri

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Por FCO. JAVIER LASARTE VALCÁRCEL

Por qué volver a Las lanzas coloradas 90 años después y al posterior Uslar Pietri, ambos dignos de homenaje para no pocos: novela de elogio recurrente y autor casi nimbado en este medio siglo. Si aún fuese aceptable que el conocimiento crítico se ejerza sobre todo documento de cultura/ barbarie relevante y/o revelador, sin ir por ahí demoliendo estatuas, como es del gusto de (h)unos y (h)otros en este Cambalache reloaded… sería una posible respuesta. Otra, que tanto Las lanzas… como el modo de pensar la historia, la sociedad y la cultura venezolanas, desde aquel 1931 hasta los últimos años, viven entre nosotros y no como fantasmas o recuerdos; a veces como activas lanzas en reposo.

Vanguardia paradójica

Las lanzas… es, con diferencia, la novela de mayor interés de Uslar Pietri. Con ella, el autor quiso imprimir el sello del envés de la tradición épico-romántica respecto de la Guerra de Independencia, consagrada, por ejemplo, en el imponente fresco de la bóveda del Salón Elíptico del Capitolio: la Batalla de Carabobo de Martín Tovar y Tovar. Pero —sin que ello afecte el valor de la novela— es un “envés” relativo, si no contradictorio.

Fruto de quien se pensó como gran gestor de la literatura nueva, proclamada en su casi “caritativa” válvula (1928), Uslar ofrece, en su primera novela, una orquestada composición, abundante en ritmos o tiempos, cargados progresivamente de trazos algo esperpénticos y como imaginada desde una privilegiada atalaya. Aparte del talante escénico-cinematográfico presunto en su origen de frustrada película «sin protagonista» para honrar el centenario de la muerte de Simón Bolívar (Arráiz Lucca), es novela que parece congregar varias artes por su carácter pictórico-arquitectónico o por su intenso aire de sinfónica danza macabra con la que representa los primeros años de la Guerra de Independencia. Las novedades que reporta este mural de un segmento capital de la historia venezolana no son pocas ni carecen de radicalidad o resonancia, aunque prefiero considerarlas como paradójicas.

Las lanzas… es novela en efecto «sin protagonista» o, si se prefiere, enfocada principalmente en dos antihéroes fustigados sin piedad por su narrador: Fernando Fonta y Presentación Campos. Su opción por deslindarse de epítomes gloriosos como el de Tovar y Tovar responde a la voluntad de postular su cruda o mórbida imagenería independentista como metáfora culturalista de Venezuela desde el siglo XV hasta el presente de la escritura de su historia: 1930 (del que Uslar se pensó también gran gestor) (1). El diseño muralístico de Las lanzas… reaparecerá en posteriores reflexiones, como su discurso de incorporación a la Academia Nacional de la Historia (1960): “El rescate del pasado”. El vitral de la Catedral de Chartres, expresa ahí su idea y necesidad de contar la historia de otra manera, opuesta a la de los manuales al uso: «Representar[-la] en simultáneos fragmentos, con la variedad fluida y múltiple de la vida verdadera y del verdadero paisaje».

Y el resultado de este vitral novelesco que es Las lanzas… mostrará la imagen del infierno: sus personajes ficticios serán sin excepción antihéroes; y la imagen del «incendio» y la sangre, notas sobresalientes del paisaje natural y humano. La narración se dibuja como un cuadro expresionista o la orquestación de un «mal destino», marcado sin tregua por su imagen de grotesco tablado de marionetas o irracional y «trágica barahúnda» (135), de maléfica barbarie (2). No obstante, la novedad de esta anti-épica representación novelesca de la historia se halla jalonada por la tradición de los discursos sobre la barbarie de la conquista al pensamiento post-romántico o el cientismo social del positivismo decimonónicos.

Blancos y negros sin colores: «La patria es como las mujeres»

—¿Y con quién empezaste tú?

—¿Yo? ¡Guá! Con Boves. Que si y que nos iba a dar real. Que si y que era la primera lanza del Llano.

—¿Y qué hubo?

—Guá! Nada. Me cogieron preso y me quedé de este lado (101-2).

Unos pelean por el rey y otros por la Independencia. La patria es como las mujeres (144).

Estos fragmentos de personajes anónimos, uno de tantos sancionados por el narrador en su marcaje de la veleidad del mundo histórico ficcionalizado —cuando no se ocupa de hechos violentos, en los que huelgan comentarios—, funcionan como sinécdoque del abrumador panorama humano de Las Lanzas coloradas, finalmente no diferenciado.

Uno de los pasajes más “plásticos” de la novela ocurre en torno a la figura de Miranda. La multitud congregada en una plaza lo ve como monstruo horrendo. En la siguiente escena, los ilustrados terratenientes lo aúpan y reconocen como líder supremo. Pero la narración, desde su “autoridad”, remarca la igualdad de lo opuesto: masa y letrados son asimilados por la vociferación irracional y el caos. La sanción se hace explícita de parte del narrador al calificar a los letrados independentistas:

Todas las ideas, todos los conceptos que se desprendían de la lectura eran recibidos con un entusiasmo ávido. Los unos increpaban a los otros, entablaban discusiones, improvisaban comentarios, entre cuyo ruido la voz del lector naufragaba a ratos. A nadie se le ocurría pensar en un modo más o menos filosófico sobre la verdadera esencia de las doctrinas. Sólo sabían aceptarlas o rechazarlas calurosamente (39).

Las lanzas… fue el embrión de lo que, años más tarde, Uslar Pietri propondrá como explicación sociocultural de los tipos constitutivos de su idea de venezolanidad: la tríada godos-insurgentes-visionarios —título de su edición de ensayos en Seix Barral (1986)—. Casi toda página de esta guerra a muerte “colorada” es ocupada por el detenido diseño de dos rémoras históricas con las que no es posible construir la utopía patria: los godos y los insurgentes, mundos socioculturales encarnados por los “opuestos” que son sus personajes centrales, Fernando Fonta y Presentación Campos. El criollo amo-del-valle, heredero de toda tara colonial imaginable: avaricia, molicie, locura… y su “creación”: el estallido de la masa popular resentida por siglos de dominación y miseria, cuyo deseo de revancha y resentimiento es desatada por el anhelo emancipador.

Aunque en Las lanzas… ambos son hermanados por el error y el mal, hay una diferencia importante entre ambos personajes/mundos. Si bien inútil y desvariado, Fonta, el mórbido ensoñador, no sólo tiene historia personal y familiar: piensa; y la narración dedica varios pasajes a dibujar y cuestionar su interioridad (3). En cambio, aunque haya querido ser leído como primer hijo “mackandaloso” del realismo mágico latinoamericano, Campos, como el resto de personajes de su “clase”, no es otra cosa que la encarnación de las míticas Furias: irracionalidad, rencor y deseo de ser Amo, carne voraz, des-almada. La narración se limita a registrar lo que Campos dice y hace o lo que otros piensan y sienten de y sobre él (4).

Sobre esta representación filosófico-culturalista de venezolanidad que es Las lanzas coloradas: el blanco-y-negro-sin-colores que da cuerpo a la novela, asiento la idea del envés relativo y la novedad paradójica en el joven Uslar Pietri. La representación de personajes y masas populares no es envés ni novedad, sino continuidad o actualización de los discursos coloniales y republicanos sobre la barbarie (con el agravante de que, para 1931, la narrativa venezolana ya conocía otras soluciones en relatos de Pocaterra, «Los puntos sobre las haches» de Doña Bárbara, para Uslar, costumbrista apenas, el «sublime piojo» de Las memorias de Mamá Blanca y, ese mismo 1931, la vindicación de lo indígena en Cubagua). Para decirlo en sus propios términos: esta novela de Uslar aceptaría de buen grado la lectura de una visión goda respecto de lo popular.

Mayor novedad supone, sin duda, la crítica del “blanco” y su tendencia cultural a abrazar la ensoñación; y mayor relevancia, por la significación de los criollos patriotas en el escenario político representado en la novela: ¡la Guerra de Independencia!, y por reforzar con ellos el tenor antiheroico de Las lanzas coloradas. Un diálogo habla por sí solo:

—Entonces, según eso, todo lo que se necesita es hacer circular las ideas.

—Sí. Con eso sólo bastará. La acción de la democracia será milagrosa. Es una obra de entusiasmo. De la noche a la mañana, por la sola virtud de la verdad, cambiará la faz del mundo (40).

Es la crítica bolivariana de las «repúblicas aéreas»; a su vez la crítica al idealismo político sin sustento en la realidad histórica y las muchas reservas posteriores ante la democracia representativa o el progresismo radical declaradas por Uslar Pietri a lo largo del resto del s. XX.

Pre-texto innombrado y Gran Hombre

…una personalidad que se nos revela como grande actúa ante nosotros con una fuerza mágica (…).El grande hombrees aquél sin el que el mundo nos parecería incompleto, pues sólo a través de él son posibles dentro de su tiempo y de su medio determinadas realizaciones grandes, de otro modo inconcebibles (J. Burckhardt).

Podría argüirse con razón el revulsivo que supone Las lanzas… para la literatura “oficial” venezolana de sus años, sea por su carácter anti-épico o por la imagen novelesca de los criollos revolucionarios. Pero… sólo a condición de aislar la novela de otros discursos no literarios de la época. De hecho, Las lanzas coloradas es una lograda puesta-en-ficción de un texto que conmocionó el medio intelectual venezolano de las primeras décadas del siglo XX: la tesis de 1911 de que la Guerra de Independencia fue en realidad una Guerra Civil, incorporada al conocido (y denostado) Cesarismo democrático de Laureano Vallenilla Lanz, mentor principalísimo del joven Uslar Pietri desde sus inicios(Arráiz Lucca).

Vallenilla es la fuente innombrada de Las lanzas coloradas tanto de la imagen del “incendio” que contraría la narrativa épica de la historiografía y la literatura patriótica románticas, como de la crítica del racista y clasista estamento criollo ante su intempestiva asunción de los aires de libertad (más que de igualdad o fraternidad). Y, sin duda, el temor y la fobia de Vallenilla a la violencia desbridada de las “masas populares” por el descomedimiento libertario de los criollos también será trasvasado puntualmente a la novela de Uslar Pietri. Respecto de esa violencia popular, todavía en una entrevista de 1994 (5), Uslar —valido del poder de su halo de autoridad “moral”— dejará clara “su” posición ante quien la encarna en Las lanzas…:

ALO: ¿Y cuál es entonces el balance de Presentación Campos: es un balance positivo o es más bien frustrante?

AUP: A mí no me importa el balance de Presentación Campos. ¡El de Bolívar fue positivo! Y los dos estaban en el mismo proceso (407).

(Quisiera pensar este PC sólo como la encarnación simbólica de la “insurgencia”, pero…).

Tanto en el caso de Vallenilla Lanz (explícitamente) como (presumo) en el de Uslar Pietri estaba en juegodespejar el enigma sobrequién puede gobernar el vacío y el caos que es la Venezuela ganada por “godos e insurgentes”. La respuesta de Vallenilla se resuelve en su dilema entre Bolívar y Páez. Y la apuesta de Vallenilla, para quien Bolívar es poco menos que sublime dios, se inclina por Páez, tanto por su procedencia social como por su capacidad de negociar como autoridad con la “caterva” de godos e insurgentes. Páez será, pues, en la historia republicana venezolana, el modelo de su César Democrático/Gendarme Necesario. Y es en esto donde Uslar Pietri quizás se distinga de Vallenilla Lanz para insistir en lo que completa su posterior tríada culturalista: la irreductible opción por el Visionario.

En el caso de la novela, su héroe ficticio-histórico —otro logro de Las lanzas…— es la acertada paradoja de una ausencia omnipresente: Bolívar. Su presencia es sólo referida por otros, pero el logro de esas pocas referencias es hacer que el marco importe —¡y considerablemente!—. Abre y cierra la novela para determinar su cuerpo dantesco. Confiado en el saber del lector, la narración no necesita decir más: Bolívar preside el tope del vitral novelesco. La imagen final de Presentación Campos intentando ver la llegada adventicia de ¿su? Libertador, puede resultar patética por el gesto agónico del insurgente —que imagino fervoroso— y, también, plásticamente “prodigiosa” de cara al lector y la historia por venir, pues Las lanzas… se postula expresamente (nota 1) como metáfora vigente de la nación-Venezuela y, por tanto, como reto urgente y abierto.

Respecto de Vallenilla, la diferencia de Uslar, tras Las lanzas…, es resuelta, pues, en términos más culturales o civilistas… —aunque alguna vez llegue a disculpar el áspero destino “transitorio” del Gendarme Necesario, como mal menor casi benéfico (6)—. El caso es que su tipo del Visionario descansará en una figura al cabo también vertical, piramidal, cesárea… Si bien Uslar Pietri usa sólo ocasionalmente el término Gran Hombre, su idea de una figura como la de Bolívar se aviene a esta exitosa y varia elaboración post-ilustrada del XIX —Simón Rodríguez, Renan, Carlyle, Nietzsche—,sea en su costado de cumbre de representatividad suscitada por un individuo, para que desde él un colectivo pueda moldear su imagen ideal y seguir un mandato “superior”; sea en la del “iluminado” crítico de la realidad pobre y mediocre para mostrar la senda de un tiempo nuevo. Poco más o menos la que Uslar Pietri entrega de Bolívar en Letras y hombres de Venezuela: «Vio más hondo y más claro que nadie (…), nadie se ha parecido más a un mundo, y nunca un mundo, tan extenso, complejo y arduo, se ha expresado con más plenitud en su alma». Toda una erección de destino político desde la cultura.

Sería incluso coherente con el pensamiento posterior de Uslar Pietri, reacio a cualquier radicalismo o ruptura “populista”, que marcase la inconveniencia y falta de oportunidad del proceso independentista. Sin embargo, su consistente y firme culto a Bolívar: «Figura gigantesca (…) comparable a cualquiera de los grandes hombres de la humanidad» (A.L.O.), acompañado además de un inédito grupo de grandes hombres —Miranda, Rodríguez, Bello, Sucre, Urdaneta…: «Floración de individualidades extraordinarias, desproporcionada» en un «paisito» como Venezuela (id.)—, lo lleva a fijar la Independencia como el único momento estelar cabal de su historia. Aun a despecho de que ello haya generado no pocas perversiones socioculturales y políticas, entre ellas la aspiración a la grandeza y el arraigo del pensamiento mágico fiado en la idea de que aquella historia vuelva a repetirse; algo que reconociese el mismo Uslar como contradictorio, aun sin llegar a vivir lo que va de siglo bolivariano.

Final de cabo

A diferencia de su mentor y salvo excepciones contadas, Uslar Pietri y su obra han gozado de un aprecio al borde del panegírico. Aunque nunca pudo cristalizar su mayor ambición: la conducción política de Venezuela, la impronta política es un gesto sin el cual no se entiende su novela del 31 y casi todo lo vivido y escrito por el autor desde 1940. En compensación, Uslar supo tocar las teclas nacionales e internacionales entre sectores acomodados y medios —ahítos de moral, saber y cultura— y diferentes zonas del mundo intelectual, como para calzar los puntos de Gran Hombre, faro-referente de cultura y moralidad. Aunque no me reconozca en tal tesitura, por su vigencia, hay en los escritos de Uslar Pietri asuntos que merecen ser revisados y discutirse, so pena de recaer en “malos-pasos” y revivir “engendros”.

Tras la “rudeza” de algunos aspectos reductivos nada “políticos” de Las lanzas…, ya hacia1960 (“El rescate del pasado”) su articulación a los discursos sobre la barbarie se habrá desplazado hacia los más “cómodos” (por abstractos) sobre el mestizaje (presentes ya en los primeros populismos: Martí, Vasconcelos, Haya de la Torre…). El mestizaje será fuente de «nuestra mentalidad», esa que, por ejemplo, signa la«propensión a lo mágico» y es políticamente culpable de «aspirar (…) a las más inalcanzables promesas y a confiar en la llegada mesiánica del héroe sobrehumano que nos las va a deparar convertidas en realidad gratuita».(¿Mestizaje casi sombrío, por ende?). Desde Las lanzas… es valiosa su crítica al pensamiento mágico; y más si hoy empieza a ser reconocido el peso de lo religioso en la vida política y sus manejos. No obstante habría que revisar con atención los ensayos de Uslar Pietri sobre mestizaje para ver si, aparte de puntuales detalles gastronómicos y “culturales” gananciales, su mestizaje es realmente superación o sólo esmascaramiento de la “rudeza” respecto del otro —criollo o mestizo— de la novela del 31; si sus componentes fusionados repiten o potencian los “pecados” de origen para ser rémoras maquilladas o pueden constituir fuerzas transculturales socialmente creativas.

Aún menos “digestivo” resulta su más consistente norte: la solución centrada en la asunción plena del Gran Hombre por su mundo. De hecho, quizás sea crucial paradoja de la obra de Uslar, pues es sólo el envés en positivo de la histórica propensión a lo mágico, de efectos nada menores de cara a la “cosa” pública. ¿La fórmula que subyace no suena de más a la de El Estado soy yo? ¿No ha sido suficiente la retahíla de Gendarmes y Visionarios que ha experimentado Venezuela de Gómez a Chávez para entender que la sola agencia de “Manos Duras” o “Notables” no construye país? Temo que no. Es lamentable trending topic mundial de la política desde los 80 esta supeditación mediática de la imagen del poder en un individuo y Venezuela ha hecho aporte destacadísimo al panorama en lo que va de siglo. Al fundamental suplemento erótico-religioso que ha suscitado la figura de Chávez entre sus seguidores, habría que sumar la apuesta final de las protestas de 2017: despertar la conciencia del estamento militar; el hecho de que quizás la mitad de la oposición cifraba en 2019 toda esperanza en una invasión de Trump a Venezuela; o la sombra ¿también eterna? de la nostalgia cifrada en un retorno a Pérez Jiménez, ahora vigorizada con la suma de la de Gómez en las redes sociales. ¡Mi vida por un estudio tipo Encovi sobre el tema!

Hay otros “costados” capitales de la vuelta a la patria uslariana que no se desprenden directamente de Las lanzas…, pero que no resultan disonantes pues tiene que ver con su siempre declarada crítica del irrealismo político. A finales del s. XX no habrá medias tintas en Uslar respecto de hitos de la historia republicana venezolana, tenidos por progresistas. Del siglo XX elijo su versión de la nacionalización del petróleo (1976), que provocó en Uslar un doble “ajuste de cuentas”: por el dinero que Venezuela desembolsó en indemnizaciones por no esperar los 7 años para que vencieran legalmente las concesiones petroleras (Primer Plano, YouTube) y el pase de factura ante toda decisión política proveniente de su mayor enemigo tras el 18 de octubre de 1945: la Acción Democrática de Rómulo Betancourt y su legado. Más sensible será su crítica al Decreto de Instrucción Pública Gratuita y Obligatoria de 1870. En “El centenario de un gesto”, calificará el de Guzmán Blanco —heredado del nominalismo hispano—, como «uno de los más desproporcionados y quijotescos gestos que hayan podido hacerse» (lo que, por cierto, ya había hecho antes EE UU sin la ayuda de Cervantes), pues al igual que «las más atrevidas constituciones», no aceptaban «transacción ni compromisos con las duras limitaciones tradicionales de la realidad social» (7).

En la citada entrevista de López Ortega, “Venezuela: historia, política y literatura…” (1994), una de las mejores síntesis de su consistente y problemático pensamiento, Uslar Pietri, con orgullo y desparpajo, defendería aún una posición por la que se le cuestionó en el campo de la educación: su defensa de una educación para las élites (8), fiando su eventual ampliación a la condición de universal al estado que permita la realidad material. El tema no es menor por sus efectos sociales, en un país que siempre se ha caracterizado, aun en momentos de inédita riqueza, por sus vergonzosas desigualdades sociales, acrecentadas como nunca en lo que va de siglo. Por lo demás, en la misma entrevista Uslar construye una imagen de la patria que no es ajena a la de Las lanzas; no sangrienta, pero sí abismal si no boba, sumida en el caos y ganada por la corrupción política y amoral por haber perdido el rumbo —lamento usual en los pensamientos liberal-conservadores clásicos— de la honestidad, la institucionalidad y la cultura del trabajo.

Aparte de alguna consideración culturalista de interés, la visión de la historia republicana de Venezuela es sobre todo historia política, y en ella vuelve a campear el blanco y negro (“otro, pero mismo”) de su nonagenaria novela. Tras la Independencia, la historia se divide en dos cuadros de dirigentes más o menos monolíticos: los constructores (Páez, Vargas, Soublette, López Contreras, Medina Angarita, Caldera; con disculpas para los gendarmes “rectificadores”: Gómez y Pérez Jiménez) y los destructivos pastores de nubes (Guzmán Blanco, Betancourt, Leoni, Pérez). Como diría Uslar de Presentación Campos: no me interesa su balance. Sí, sobremanera, el calado de su posible ascendente y descendencia.

De Uslar Pietri, me basta con Las lanzas coloradas, “Barrabás”, ensayos publicados en El Ingenioso Hidalgo y traducidos a ficción en “La lluvia”, su Chuo Gil y las tejedoras, ideas sueltas —sembrar el petróleo, la crítica política de lo mágico— y la promesa que me hago de releer algún día su Oficio de difuntos.


Referencias

1 Tras la publicación de Las lanzas…, expresaba Uslar, en carta a Alfredo Boulton, su idea de la empresa acometida en la novela:«Cuando en un libro, con el tono certero y conmovido con que está hecho el mío se ha desnudado el alma de todo un pueblo, los hombres que se creen antenas de ese alma no pueden guardar silencio (…). Es menester que esa acción de captación del alma venezolana no quede sin respuesta» (Gustavo Luis Carrera, prólogo aLa invención de la América mestiza, FCE, 1996: 40).

2 «Alguien enarboló una gruesa y pesada viga, y con toda la fuerza de sus fuertes músculos, de su fanatismo, de su odio, se la dejó caer sobre la cabeza sanguinolenta. // El infeliz dio un salto epiléptico y quedó inmóvil. // (…) Era un mal destino» (48). «A su lado, los indios han bebido todo el aguardiente y Cuatrorreales, excitado hasta la ferocidad, con una flecha se desgarra la lengua, y con la sangre que vierte se tiñe la cara como una máscara diabólica, y el otro se rasga la lengua y se tiñe la cara, y el otro, y el otro. Tienen un aspecto horrible y cómico» (134).La paginación corresponde a la edición de Biblioteca Ayacucho (1988).

3 Fernando Fonta podría recordar la figura de un adolescente artista criollo:«El misterio y la aventura se habían abatido sobre él súbitamente. Historia de ladrón de sociedad clandestina, de hombre que posee grandes secretos. Volvía a la reconquista de un reino infantil. Lo miraba todo con un deslumbramiento de niño»(35);pero la narración “agriará” su compostura y pasará a calificar suensueño como inestable, inepto y aniñado: «Un egoísmo violento y cobarde se le revelaba» (108); «Y después, como en todas sus crisis, empezó a llorar infantilmente» (110).

4 Campos será todo-solo-cuerpo: «ante el imperio de sus ojos y la fuerza de sus gestos, las pobres gentes no acertaban a decir otra cosa… // En su caminar majestuoso, apenas si respondía a aquella especie de rito de los débiles a su fuerza… Los fuertes brazos, las anchas espaldas, los recios músculos, le daban derecho a la obediencia de los hombres» (7). Su palabra es la del macho que simplifica el mundo: «—En la vida no hay sino, o estar arriba o estar abajo. Y el que está arriba es el vivo, y el que está abajo es el pendejo» (50). Las mujeres de esa “clase” confluyen en La Carvajala, marcada(¿a fuego?) como todo personaje popular, por su extrema incapacidad de razonar: «habló sobre el tema que estaba en la periferia de su conciencia»; «ayudada por la simple mecánica de sus ideas, arrastrada por el impulso inconsciente» (123).

5 Antonio López Ortega:“Venezuela: historia, política y literatura. (Conversación con Arturo Uslar Pietri)”.Revista Iberoamericana Vol. LX, Núm. 166-167, enero-junio 1994.

6 En la entrevista de A.L.O., este Gran Hombre de la Cultura, Uslar dirá sobre Gómez: «fue el precio que pagamos los venezolanos para tener una democracia. Hemos podido comprarla a un precio más barato, es verdad. Pero la compramos a ese precio y la teníamos» (con “democracia” imagino que quiere significar la apertura progresiva de los regímenes de López Contreras y Medina Angarita).Y sobre Pérez Jiménez:«con todos los defectos que tuvo esa dictadura (…), aunque rectificó algunas cosas, no rectificó todas las que hubiera tenido que rectificar».

7 Mucho antes y desde el exilio, su “enemigo” Luis Beltrán Prieto Figueroa en “El Humanismo Democrático y la Educación” (conferencia dictada en y publicada por la Universidad de Costa Rica), celebraba que en 1940 no fuese aprobado en asamblea un proyecto de ley, presentado por el Ministerio de Educación, a cargo de Uslar Pietri, que pretendía en la práctica conculcar el decreto guzmancista de educación gratuita al limitarlo a los primeros 4 años de enseñanza primaria.

8 Esta opción se instala en Venezuela en los años 50’.Apuntalada inicialmente por la jesuita UCAB (hasta que se consumara el cisma interno de 1972), tuvo su momento estelar con la apertura de la pública Universidad Simón Bolívar (1970) –la de mayor prestigio antes de la destrucción progresiva de las universidades públicas– y luego con la expansión exitosa de universidades privadas orbitadas o tuteladas por el Opus Dei –de presencia no menor aunque nunca formal en la USB en sus buenos tiempos–.