En 1937 apareció Candelas de verano de Julián Padrón. La colección de relatos se inicia con “El desterrado”, que destila realismo social y una artillería provista de armamentos tan obsoletos como los postes de luz que precariamente iluminan el pueblo. Le sigue “El capitán Silvano”, y en él notaremos un recurso estructural común en no pocos cuentos de este libro: en las primeras páginas se establece el contexto y se describe la psique del personaje. Después de estas esquemáticas dilaciones, el relato se mueve a velocidad de millas náuticas entre vertiginosas persecuciones en lancha dignas del manifiesto futurista y la infancia del capitán.
“Penélope” es un evidente homenaje a La Odisea con cierto aire a los cuentos de Guy de Maupassant, pero sin la libidinosidad y acaso chispa de las historias del autor francés. En “Lázaro” se narra la incendiaria locura de Salvador, personaje que se cree portador de una extraña enfermedad piromaniaca y su impulsiva manía de quemarse: “no buscaba su fin en la probable combustión. Solo aguardaba que esta se produjera para comprobar que la sentía”. La vida de Lázaro se define de este modo: “era la vigilante conciencia con que presenciaba la marcha de su destino. El asistir en vela perenne al progreso de su mal”.
“Manrufo” es oralidad y ritmo, prosa que se me hace inevitable asociar con Canción de negros de Guillermo Meneses. Manrufo atemoriza a todos en el pueblo, por momentos nos recuerda a Presentación Campos de Las lanzas coloradas. “¿De qué dolor llevas sucias las manos?”, le pregunta su madre a Munegro, que desea apresarlo. De factura criollista, en “Candelas de verano” nos abruma la imagen alucinante de las bolas de fuego, un elemento surrealista entre tanta tierra y tantas costumbres.
Los tres cuentos que cierran el libro coinciden en su estructura narrativa. En “Insolación” se nos narra la violación incestuosa de Ana, lo que desencadena la venganza y locura de Pedro Pablo. “El negro Gertrudis” es probablemente el de más gracia y peripecia del compendio. Hallamos cierto pacto de verosimilitud cuando leemos una transcripción, en apariencia oficial, realizada por un juzgado. Además, el cuento está dedicado a su protagonista que fue “real”, a juzgar por la lectura: un apasionado por el alcohol y las mujeres.
Finalmente leemos el autoficcional “Biografía de un niño”, saturado de florituras empalagosas, alejado del nivel narrativo de los otros trabajos de este libro.