Apóyanos

Virginia Wolf: cisne salvaje

    • X
    • Facebook
    • Whatsapp
    • Telegram
    • Linkedin
    • Email
  • X
  • Facebook
  • Whatsapp
  • Telegram
  • Linkedin
  • Email

Por NELSON RIVERA

En las generaciones anteriores de los Stephen —rama paterna—, había intelectuales: juristas y escritores. Leslie Stephen era el menor de cinco hermanos, niño que demandaba cuidados: sensible, frágil, amable, retraído, opacado por la luminaria de su hermano mayor, James Fitzjames Stephen, oso turbulento, abogado, escritor y filósofo, conocido por ser el pertinaz rival de John Stuart Mill (conviene anotar que el padre de James y Leslie fue el redactor de la ley que abolía la esclavitud en Inglaterra).

**

Leslie fue un alumno corriente, se hizo caminante y alpinista de fama europea. Cumplió con los requisitos e ingresó en Trinity Hall —el college más antiguo de la Universidad de Cambridge—. Estuvo un tiempo, lo dejó y se fue a Londres a inventarse una vida. Hizo periodismo, se convirtió en vocero de la causa federal Americana, se interesó por la filosofía y la crítica literaria. Era un liberal moralista. En 1882 aceptó la responsabilidad en la que volcaría su obsesión por el conocimiento: ser el editor del Oxford Dictionary of National Biography, “uno de los más grandes instrumentos de erudición del mundo”. Escribió ensayos y biografías de Thomas Hobbes, Alexander Pope, Samuel Johnson, Jonathan Swift y George Eliot.

**

Luego de enviudar en 1875 —su primera esposa, Harriet Thackeray, era hija de William Thackeray, autor del clásico La feria de las vanidades; tenían una hija, Laura, que sufría retraso mental—, en marzo de 1878 Leslie Stephen se casa con Julia Prinsep Jackson, hermosísima viuda que tenía tres hijos —George, Stella y Gerald—. Había enviudado en 1870. De la unión de estos viudos nacieron Vanessa (1879), Thoby (1880), Virginia (1882) y Adrian Stephen (1883).

**

A diferencia de los Stephen, la historia familiar de Julia —la madre de Virginia Woolf— apenas puede resumirse: provenían de Inglaterra, Escocia y Francia; habían formado parte de la aristocracia; habían sido funcionarios en la India; los hubo ricos o figuras como Sarah Pattle, que cultivó un salón en las afueras de Londres, al que asistían Tennyson, Tackeray, Gladstone, Disraeli y otros intelectuales. A esa ramificada familia perteneció también Julia Margaret Cameron (1815-1879), pionera de la fotografía durante la era victoriana. Madre de seis hijos propios y varios otros adoptados, su vínculo con la fotografía fue accidental: tenía 48 años cuando una de sus hijas le regaló una cámara fotográfica. En poco más de un año se había erigido en una referencia del retrato. Charles Darwin, la princesa Victoria, Robert Browning, Thomas Carlyle, George Eliot, Michel Faraday, Alfred Tennyson y otros posaron para ella. Uno de sus famosos retratos de Julia Stephen (1840) lo hizo en 1867: allí está su aire, el rostro delineado, las suaves armonías de su belleza.

JULIA JACKSON, MADRE DE VIRGINIA WOOLF, RETRATADA POR JULIA MARGARET CAMERON

**

En el carácter de Julia Stephen había algo inaprensible: se tensaban la dulzura y la severidad. La marca predominante era su naturaleza compasiva. Vivía para ayudar a los desvalidos, cuidar enfermos, escuchar a los que la buscaban para narrarles sus desgracias. Escuchaba, ofrecía su abrazo a los que sufrían, aconsejaba. Leslie Stephen pensaba que su mujer era una santa.

**

Desde los tiempos en que vivía en un mundo de juegos, Virginia —y también sus tres hermanos Stephen— se asumió como depositaria de dos tradiciones. En el árbol paterno se encontraban ciertos dones, el cultivo de la lengua inglesa, una férrea voluntad de trabajo y fuerza ante los obstáculos. Gentes de raciocinio. Bell: “Con hechos podían hacer construcciones útiles, ya fueran políticas, jurídicas o teológicas”. Dunn: “Familia donde se daba por sentado que la ociosidad era un pecado tan grande como la falta de honradez intelectual”.

**

Del arbóreo universo materno provenían la intuición, la disposición a los placeres visuales y la melodía. Había en ellos carácter y severidad moral. De una generación a la siguiente, la belleza física persistía. Bell: “Son los pintores los que han admirado más a estas mujeres. Es difícil contemplar sus facciones sin admiración: eran magníficamente formadas, graves, nobles, majestuosas, pero ni vivaces ni muy accesibles”.

**

Virginia Stephen nació el 25 de enero de 1882. En el trecho inicial de su infancia su aprendizaje verbal fue lento y accidentado. La unión con Vanessa, tres años mayor, fue inmediata, y se prolongaría a lo largo de la vida: complicidad y rivalidad, amor irrenunciable. Con Thoby, nacido entre una y otra, constituían un activísimo triángulo. No se explica cómo se estableció que Vanessa sería pintora y Virginia escritora. De La cabra —apodo de Virginia— se decía: imprevisible, excéntrica, torpe, capaz de provocar la risa de quienes la rodeaban. Una parte de sus rutinas transcurren en el jardín. Virginia cuenta cuentos, variaciones de hechos vistos o escuchados. Su primera prosa conocida la escribió a los seis años: “Mi querido padrino, ¿has estado en las Adirondaks y has visto montones de  pájaros en sus nidos? Eres un hombre malo no viniendo aquí. Adiós, tu querida Virginia”. A esa edad, las irrupciones de su brillo, su distinción, se vuelven más recurrentes.

**

En la primavera de 1888, la tosferina alcanza a los cuatro hermanos. Convalecen, pierden peso. Se recuperan, pero Virginia adquiere la estampa de delgadez que mantendría a lo largo de la vida. Su talante se hace más reflexivo. Como si, a partir de ese momento, algo de su composición psíquica hubiese ganado densidad.

**

Porque eran muchos en casa —recordemos: estaba Laura, la hija del primer matrimonio de Leslie; más los tres hijos de Julia, de apellido Duckworth, más los cuatro niños Stephen—, y porque los padres confiaban en sus métodos pedagógicos, decidieron que mientras los varones iban a la escuela, Vanessa y Virginia se educarían en casa, con el apoyo de institutrices. Todavía no había cumplido siete años cuando recibía clases de latín, francés e historia de su madre, y de matemáticas de su padre (Bell sugiere que ninguno era competente en tales funciones).

**

Mejor que el aula doméstica era todo cuánto ocurría a continuación: Leslie les pintaba series de animales, contaba aventuras, recitaba poemas, leía a Walter Scott y animaba una conversación sobre lo leído. Thoby regresaba de la escuela y contaba de la Ilíada. Virginia no tardaría en decidir que aprendería griego. A los nueve años creó un periódico junto a sus hermanos: Hyde Park Gate News. La tozudez de Virginia es insólita (muy pronto el periódico se convirtió en asunto casi propio): lo editó, al menos, entre 1891 y 1895. “Virginia podía ver a su público reaccionar ante su prosa”. Antes de escuchar el veredicto su tensión era “casi inaguantable”. Había noticias del mundo familiar, sátiras, mínimas ficciones, dibujos.

**

Hermione Lee: “Hyde Park Gate News es la producción de niños ingleses de clase media alta altamente alfabetizados, muy de su época y género (…) Es una publicación interna destinada a divertir e impresionar a una madre y un padre con estándares muy altos”.

**

¿Cuál era la materia que alimentaba el invento periodístico de Virginia y sus hermanos? Una vida concurrida. En la casa de Hyde Park Gate había dos padres, ocho hermanos, siete criadas, visitas incesantes de familia y amigos, intelectuales y escritores que pasaban las tardes en la biblioteca de Leslie Stephen, mujeres que aparecían en busca de la compasiva Julia, varios perros. Días de trajín. Virginia registraba aquello, al tiempo que era parte de los juegos agitados, las disputas en el jardín, el riesgoso escalar por los árboles.

**

Para los niños y para el ramaje familiar, la noticia del año la constituía la llegada del verano y el traslado, por dos meses, a Cornualles, donde Leslie había rentado Talland House en 1881, casa de campo con vista al mar. Fue el destino veraniego regular del pequeño ejército Stephen durante 13 años, hasta 1895.

**

Tras el viaje de aquella aparatosa caravana, no tardaban en aparecer primos, tíos, amigos, escritores (Henry James, entre otros). En esas estadías Virginia fue feliz. Conoció el oleaje, los faros, largas caminatas sin rumbo, la interacción con la naturaleza, kilométricos paseos en bicicleta, la suspensión de las disciplinas. “Cornualles era el edén, el paraíso inolvidable, y siempre estuvo agradecida a sus padres por haberse establecido en ese rincón (…) la gente y las cosas de Cornualles le provocaban una especie de emoción patriótica”.

**

Hyde Park Gate News y otros documentos familiares, especialmente la correspondencia, guardan, con sutileza, una casi invisible bitácora: documentan la transformación intelectual de Virginia: lectora precoz y voraz, afronta ciertos hechos con seriedad. Escucha a su padre con atención. “Estudia con seriedad terrible la literatura inglesa”. Dickens, Shakespeare, Austen, Carlyle, George Eliot, Thomas Carlyle, Thomas Hardy, Tennyson, Wordsworth, Milton y más. Circula, libremente, por la novela, la poesía, la biografía y la historia. Lee. Como si la vida tuviera su centro en la voz de los libros.

**

Llegamos así al momento que irrumpirá como un quiebre en su vida. Ha cumplido 13 años en enero de 1895. En la última semana de febrero, su madre está en cama con gripe. Pasan los días y no mejora. El 18 de marzo se anuncia su mejoría. Sin embargo, en pocos días fue evidente que las cosas no iban bien. Hacia finales de abril la salud de Julia ha entrado en fase crítica. Muere el 5 de mayo.

**

“Esencialmente, la felicidad de la familia Stephen derivaba del hecho de que los hijos sabían que sus padres se amaban profunda y felizmente. Este era, seguramente, el fuego generoso del que todos extraían su bienestar. Pero también era el medio por el que todo el edificio podía quedar reducido a cenizas”. Para los Stephen aquella muerte fue devastadora. Para Virginia, nada menos que el preámbulo de un colapso que, desatado por primera vez tras la muerte de su madre, volvería una y otra vez hasta su suicidio 46 años más tarde.

**

Vino el lóbrego peso del duelo. Nada quedó a salvo de la ausencia de Julia. Stella Ducksworth (recordemos, hija del primer matrimonio de Julia) tomó el mando y puso lo mejor de sí para mantener la cotidianidad a flote. Leslie disciplinó su dedicación a la educación de sus hijos, aunque su corazón se había roto. Lo que sigue es una áspera etapa para Stella: debe cuidar a sus hermanos menores, mantener la compleja operación doméstica y lidiar con los lamentos, los altibajos anímicos, la desmedida demanda de atención de su padrastro, mientras maniobra aquí y allá, para impedir su propio naufragio y aceptar la propuesta de matrimonio de Jack Hill.

**

Y es aquí donde debo introducir en esta relación de hitos al medio hermano de Virginia, en ese momento trece años mayor que ella: Georges Duckworth. Tiene 27 y goza de la reputación del joven modelo, activo en el cuidado y futuro de sus hermanas: “Guapo, bien situado, agradable, cortés y generoso”. Les lleva obsequios, las saca de paseo, las invita —también les exige asistir— a fiestas donde interactuarán con aristócratas y ricos. Las consuela cuando el recuerdo de Julia las empuja a la tristeza. El obsequioso, que según Vanessa apenas era consciente de los límites entre la afectividad desbordada y la escaramuza erótica, se excedía. Uno de esos momentos es capitular y marca para siempre a Virginia. Al regresar de una fiesta, cuando ella ya se había retirado a dormir, George Duckworth entró en su habitación, se introdujo en la cama, la abrazó y manoseó.

**

Bell: “Parece haber sido un personaje algo ridículo, pero en conjunto inofensivo (…) Pero para sus hermanastras significaba algo horrible y obsceno. Más que esto: les ensució la más sagrada de las primaveras, manchó sus sueños. Una primera experiencia de amor, dado o recibido, puede ser hechizante, desoladora, embarazosa e incluso aburrida, pero no debería ser repugnante. Eros llegó con un revuelo de alas de murciélago, una figura de sexualidad repelente e incestuosa. Virginia se dio cuenta de que George había estropeado su vida antes incluso de que hubiera empezado. De natural tímido con respecto a temas sexuales, a partir de entonces se colocó en una posición de pánico helado y defensivo”.

**

La muerte de Julia se fija como el hito de partida de un período de dos décadas, de vapuleos y momentos muy adversos para la salud mental de Virginia. Casi tres meses después, Virginia —recordemos, tiene trece años— sufre el primer brote resonante de su enfermedad (la llamaban ‘depresión nerviosa’), que la recluye por casi seis meses. Salvo los síntomas físicos, no recordaba las turbulencias de su mente. Eso sí, sabía “que había enloquecido y que podía enloquecer de nuevo”. 1896 fue un período de oscuridades, que demandó de Stella y de todos a su alrededor, los mayores cuidados y celos. En enero de 1897 comenzó un diario. En febrero el médico le permitió reiniciar algunas clases. En marzo, por ejemplo, la encontramos desentrañando a Tito Livio. La lista de lecturas que hizo entre enero y junio de ese año, abruma: novelas, biografías, libros de historia. Tres semanas le bastaron para atravesar las más de 4.000 páginas de Auge y caída del Imperio Romano, la obra magna de Edward Gibbon. Su padre escribía: “Engulle a una velocidad que se me escapa” (…) “abre puertas en su recorrido, que ni siquiera imaginaba que existían”.

**

En abril de 1897, superados los contratiempos, Stella se casa con Jack Hill. A las semanas, enferma y se recupera. Vuelve a enfermarse en junio —embarazada—. El 19 de julio fallece. Donde había ocurrido un terremoto —la muerte de Julia— ha ocurrido otro, apenas dos años después.

**

Virginia está en plena adolescencia. Lee a los autores de la Grecia clásica con pasión (Esquilo y Eurípides la deslumbran), recibe clases de griego y latín, se cartea con familiares y amigos, asiste a algún encuentro social. Con Vanessa comparte el gusto por la encuadernación de libros, mientras conversan. Toma notas en cuadernos y lleva un diario, que son ejercicios de escritura. Sus cartas de adolescente sorprenden: ágiles, impetuosas, divertidas, exageradas. Se burla de sí misma. No teme enfrascarse en una anécdota y resolverla, o fantasear. Entre sus amigas destaca Madge Symonds, quien, en la interpretación de algún biógrafo, habría sido como un primer enamoramiento de Virginia, aunque ella apenas hubiese sido consciente de ello. Desde Cambridge, Thoby, su hermano inmediatamente mayor, le escribe como lo haría un profesor. Hablan de autores clásicos, ponen la lupa sobre Shakespeare. Virginia le dice: “Cuando me siento en vena de debatir estas cosas, tú te instalas en Cambridge”.

**

Sin Estella, Vanessa —tiene solo 18 años— asume las riendas del hogar y la irregular convivencia con un Leslie lóbrego, por momentos iracundo. Cuidaba a su padre, velaba por su salud, pero también lo enfrentaba.

**

Y es en este punto del recorrido donde debo detenerme para subrayar el lazo sólido, imperecedero, la placa tectónica que, desde niña, acentuada tras las muertes de Julia y Stella, unía a Virginia con su padre. Desde que comenzó a repetirse que Virginia sería escritora, los unía una membresía simbólica: eran parte del mismo gremio. De la biblioteca de Leslie Stephen —donde se había levantado el primer gran edificio del Oxford Dictionary of National Biography— provenía la mayoría de los centenares de libros que leyó en su infancia, adolescencia y primera juventud, lecturas que harían de ella una erudita en las vidas y obras de los autores ingleses, desde Chaucer a sus contemporáneos, profunda conocedora de autores griegos, rusos y algunos europeos. Desde su habitación, que estaba justo debajo de la biblioteca de su padre, lo escuchaba moverse, dejar los libros en el piso, romper el silencio para leer a sí mismo, párrafos que lo cautivaban. Fue a Leslie —también a su madre—, a quienes escuchó, noche tras noche, leer poemas y narraciones, que refinaron su entendimiento de la música y el ritmo que guardan los versos y la prosa.

**

Sin embargo, estos hechos pueden anotarse como evidencias de ondas todavía más profundas: en Virginia había un estado de búsqueda, que la impulsaba de un autor al siguiente; una inconformidad intelectual que le decía que ninguna lectura tiene final; un modo de usar la razón, solo hasta un límite, para así, en su caso, abrir los espacios para la especulación fundamentada, la comparación que resultara reveladora o hacer del flechado entre vida y obra, no un método o fórmula, tampoco un mecanismo para evadir la especificidad de la novela o el poema, sino como una herramienta más —otro entre muchos— que enriquecieran la experiencia de leer. Leslie Stephen, junto a su hermana Vanessa y Leonard Woolf, su esposo, se erigiría con el paso de los años, en uno de los tres fundamentos de su vida y su obra.

**

Así, llega el momento de traer aquí a Julian Thoby Stephens (1880), dos años mayor que Virginia, y que en sus tiempos de estudiante en Cambridge, se rodeó de una pléyade de jóvenes intelectuales —Lytton Strachey, Leonard Woolf, Saxon Sydney-Turner y Clive Bell—, quienes, un poco más adelante, se constituirían en parte de esa insólita tertulia que fue el Grupo de Bloomsbury. En una carta a Thoby, Virginia dice: “No encuentro a nadie con quien discutir ahora y siento la necesidad de ello. Debo sondear en los libros, dolorosa y completamente sola, lo que tu consigues todas las noches sentándote junto a la chimenea y fumando tu pipa con Strechey, etc. No es sorprendente que mis conocimientos sean limitados. Nada vale, en materia de educación, lo que vale la conversación, estoy segura. Pero hago lo que puedo con Shakespeare”.

**

Virginia entendía el peso del factor económico, pero siempre atribuyó a su condición de mujer, el que hubiese sido educada en casa y no en una escuela, como sus hermanos. Aunque hubiesen razones era una expresión neta de desigualdad. Mucho más adelante, esa visión sufrió una modificación cualitativa: aumentó su aprecio por las ventajas de no haber ido a la escuela: más tiempo para leer y escribir, distancia de las asperezas de la educación formal, pero sobre todo, una capacidad de experimentar la literatura desde un lugar propio y autónomo.

**

Se inició así un tiempo de aceptar o eludir invitaciones (que incluía la lidia del insistente George), recibir visitas, atender las demandas del padre enfermo que envejece, viajar, participar en la dinámica del hogar, cartearse, en particular con Violet Dickinson, con quien parece haberse producido un enamoramiento mutuo, del que tampoco era consciente: “Son cartas apasionadas, encantadoras, divertidas, embarazosas cartas llenas de bromas privadas y de palabras cariñosas (…) cartas en las que intenta hacer surgir una imagen del destinatario”. Es una época en la que la inteligencia de Virginia es un tema recurrente entre quienes la rodean.

**

Esta vez lentamente, una tercera muerte llegó a la familia: el 22 de febrero de 1904 falleció Leslie Stephens. En los meses finales, padre e hija conversaban y pasaban más tiempo juntos. En esas apacibles tardes de biblioteca, hasta que la enfermedad lo recluyó, en Leslie creció una comprensiva ternura hacia Virginia, mientras descubría que era “extremadamente fascinante”.

**

En siete años habían fallecido la madre, su media hermana Stella y el padre: para Vanessa, Thoby, Virginia y Adrian había llegado la hora de abandonar la casona de Hyde Park Gate. Estaban por venir los años de Bloomsbury.

**

El 10 de mayo de 1904 Virginia sufre una crisis. “En la depresión que siguió, entró en un período de pesadilla en que los síntomas de los meses precedentes alcanzaron una intensidad terrible (…) Oía voces que la empujaban a actos de locura (…) fue allí donde ella intentó por primera vez suicidarse. Se lanzó desde una ventana que, sin embargo, no era lo bastante alta para que se causara mucho daño (…) Todo aquel verano estuvo loca”.

**

La familia la protege: mientras se mudan, a Virginia la llevan a vivir a Cambridge, donde una tía. Se veía con Adrian, que estudiaba allí. Consiguió ser contratada por un historiador que trabajaba en una biografía de Leslie Stephen. Seleccionó correspondencias, las copió, redactó anécdotas que provenían de sus recuerdos. En noviembre Virginia se instala en el nuevo hogar: número 46 de Gordon Square, Bloomsbury. En esos primeros días, conoce a Leonard Woolf en una cena. Pronto inicia sus colaboraciones en The Guardian. Quería contribuir a sufragar los gastos que provocaba su enfermedad. Y se sentía preparada para medirse y superar los estándares del articulismo que conocía bien. Se había preparado: su vida, entre una cosa y otra, había sido leer y escribir. Jovencísima, tenía una cultura literaria asombrosa. Aquellos primeros pasos fueron solo eso: hasta el final de su vida no cesó de escribir y publicar artículos, recensiones y ensayos de distinta longitud. En enero de 1905, en la casona de Bloomsbury viven solo los cuatro hermanos Stephen: había comenzado otro capítulo.

**

Entonces se produce un hecho capitular: el 16 de febrero de 1905, Thoby inicia las veladas de los jueves, que construirán esa tertulia histórica que sería el Grupo de Bloomsbury. Todavía es temprano para Virginia. La inhibe su timidez, su escaso deseo de conversar con personas más allá de su mundo íntimo. Aquellos jóvenes parecían flotar en una nube de superioridad, de afectación intelectual. Ella entendió que era testigo de una conversación que tenía un horizonte más amplio. Y en su sofisticado sistema perceptivo, pudo descifrarlos, proyectarlos en el tiempo, hacerse una idea de que podía esperarse de cada uno. Tal como había ocurrido con su escritura, puede decirse que Virginia se preparaba, para establecer, a lo largo de 1905 y 1906, y también en los años que siguieron, como uno de los más potentes centros magnéticos de aquella tertulia. Tras cada avance, ganaba confianza en sí misma. Hasta alcanzar un punto en que esa delgada mujer de recatados modales e ingenioso fraseo, hizo sentir que tenía un rico fondo mental, que en su cabeza se producían pensamientos de fabricación propia, peculiares, constitutivos de otro modo de ver las cosas.

**

A Lytton Strachey, Leonard Woolf, Thoby Stephen, Saxon Sydney-Turner, Vanesa Stephen, Desmond McCarthy, Clive Bell y Virginia Stephen se unirían con el tiempo muchos otros jóvenes efervescentes, que sería demasiado extenso enumerar aquí, y que incluyó a autores fundamentales como E. M. Forster o Maynard Keynes. Pertenecían a las altas clases medias ilustradas o a la burguesía culta de Londres. “Era gente formidable y tenían una manera de hablar que podía abrumar de terror. Sabían aplicar una fuerza verbal que daba a su ironía, a su incredulidad, a su sorpresa ante la ignorancia, la deshonestidad o la inhumanidad, una cualidad memorable”.

**

De las tantísimas cosas que cabría decir de Bloomsbury, escojo solo esto: de alguna manera —el libro de Jane Dunn explora esta rica veta—, el Grupo de Bloomsbury tuvo como uno de sus más intangibles y magnéticos atractivos, el desconcierto, la fascinación, la fuerza centrípeta que las dos hermosas hermanas, cultas, libres, listas para conversar sobre cualquier cuestión sin restricciones, ejercían sobre aquellos cosmopolitas, interesados en los tiempos que les había tocado vivir.

**

Si las muertes sucesivas de la madre, del padre y de la media hermana mayor, había desembocado en un tipo de vida inusual en 1904, que creó el escenario fundamental del Grupo Bloomsbury, la repentina muerte de Thoby Stephen el 20 de noviembre de 1906, que fue el primer factor aglutinador, lejos de actuar como un disolvente, contribuyó a darle un carácter emocional a las relaciones entre aquel de grupo de amigos —porque de eso se trataba, de una red de amigos—: fue como un pegamento extra que estimuló la solidaridad interior, la durabilidad de los vínculos.

**

Dos días después de la muerte de Thoby Stephen, Vanessa Stephen aceptó la propuesta de matrimonio de Clive Bell. Se inauguró así un nuevo capítulo en la vida de Virginia: la aparición nítida de celos hacia su hermana, y el inicio de un vínculo de amistad y flirteo con Clive Bell, que se prolongaría a lo largo del tiempo, con períodos signados por altas y bajas.

**

Tras la boda, Vanessa y Clive se quedaron en la casa de Bloomsbury, Virginia y su silencioso hermano menor, Adrian, se mudaron al 29 de Fitzroy Square (en esa casa había vivido George Bernard Shaw), muy cerca de la anterior. “Estaba emplazada idealmente para los amigos, que adquirieron así la costumbre de visitar una de las casas y, luego, dirigirse paseando a la otra. Bloomsbury tenía ahora dos centros separados, pero a una distancia muy cómoda”.

**

Vanessa y Virginia ya no viven juntas, pero se encuentran a menudo o se envían cartas a diario. Los amigos se reúnen para hacer lecturas dramatizadas. Le siguen sesiones de comentarios. El grupo tiene un carácter formal, se llama Play Reading Society. De cada encuentro se levanta un acta. Hacia finales de 1907 y comienzos de 1908 Virginia comienza a escribir las primeras frases de Melymbrosia, su primera novela que, con el nombre definitivo de Fin de viaje, publicará en 1915, a la edad de 33 años.

**

A propósito del flirteo de Virginia con Clive Bell, dice Quentin Bell —su hijo—: “Le repugnaba provocar cualquier sentimiento sexual en cualquier persona. Pero le gustaba ser admirada —admirada por su belleza, su inteligencia, su personalidad—, y se sentía halagada por un hombre que comprendía bien el arte de hacerse agradable a las mujeres (…) Clive creía, como Madge y Violet, en el genio de Virginia”.

**

Viaja. Conoce a escritores e intelectuales. Es una máquina de observar cuanto la rodea. El carteo con Lytton Strachey es un desafío: intelectual de alta talla, un rival. Hay un mutuo seducirse con frases luminosas. Durante 1907 y 1908 pasa las horas enfrascada en autores griegos y latinos: Juvenal, Homero, Platón, Aristófanes.

**

En febrero de 1909 ocurre un episodio no exento de comicidad: Lytton Strachey, abiertamente homosexual, le propone a Virginia casarse. Acepta. Al día siguiente, ambos reconocen el error y deshacen el compromiso. El episodio deja en claro que, a sus veintisiete años, ella quiere casarse, “cansada de la soltería”.

**

Strachey da otro paso, que lo cambia todo en la trayectoria de Virginia: le escribe a Leonard Woolf a Ceilán —donde desempeña un cargo en la administración inglesa—, y le dice: tú eres quien debe casarse con Virginia. Woolf pregunta en su respuesta, si a ella le interesaría. Tras la respuesta afirmativa de Strachey, hace sus maletas y regresa a Londres.

**

Mientras tanto, aunque su timidez se mantiene intacta, su conversación deslumbra. Fabrica imágenes con facilidad mágica, relaciona hechos de forma insospechada, muestra conocimientos que escapan a los que la rodean. Sin proponérselo, ocupa el centro de las conversaciones. Apabulla por su sinceridad. Su facilidad la traiciona. “Su imaginación estaba provista de un acelerador y no tenía frenos. Se precipitaba, dejando de lado la realidad, y cuando la realidad era un ser humano, el resultado podía ser abrumador”.

**

Va a la ópera o al teatro. Se suma a expediciones, visita a familiares en otras ciudades. Toma clases de alemán. Viaja por Italia. Pasa una semana en París. Es parte activa del cotilleo: guardar un secreto o la intimidad en el mundo de Bloomsbury es improbable: todo se cuenta, todo se analiza, todo se somete al verbo filoso de los demás. Recibe una herencia de 2.500 libras esterlinas. Va a Bayreith para escuchar a Wagner. En Virginia está presente una visión: hay algo tonto y bruto en la masculinidad. Simpatizaba, de un modo impreciso, con la causa sufragista. Sin embargo, no le gustaba la lógica ni el accionar político.

**

Marzo de 1910: se enferma. Durante tres semanas permanece al borde de la locura, pero se recupera. En abril su estado mental sufre altas y bajas. El 30 de junio inicia una cura de reposo durante 40 días. Es una paciente difícil. En noviembre asiste a la polémica exposición Manet y el Postimpresionismo (Londres) organizada por Roger Fry, quien se ha incorporado al Grupo de Bloomsbury, como una de sus figuras capitulares. Otra incorporación de alta estatura intelectual fue la de John Maynard Keynes, quien, en 1909 compartía vivienda con Duncan Grant, lo que le aproximó todavía más a Virginia. “Increíblemente inteligente, tenía una naturaleza sensual, afectuosa, volátil y optimista, que podía resultar muy atractiva”.

**

De permiso, Leonard Woolf regresa a Inglaterra en junio de 1911. En los meses anteriores, Virginia había rechazado algunas propuestas de matrimonio. Leonard tenía “eminencia intelectual”, sentido práctico de las cosas, era apasionado y escuchaba sin esfuerzo. Rechazaba la frivolidad. El 29 de mayo de 1912 ella dijo sí. Se casaron el 10 de agosto. Bell: “Fue la decisión más inteligente de su vida”.

**

Larga luna de miel: Francia, España e Italia. Semanas donde la dificultad de Virginia para el goce sexual se hizo patente. “En dos meses de vagabundeo, habían descubierto que sus personalidades eran complementarias, sus afinidades extraordinariamente próximas. Su amor y admiración mutuas, basados como estaban en una verdadera comprensión de las buenas cualidades respectivas, eran lo suficientemente fuertes para resistir los mayores y menores azotes de la suerte, las contrariedades del matrimonio y, sobre todo, los horrores de la locura”.

**

Se mudaron a un apartamento en las proximidades de Fleet Street: alejados de Bloomsbury y sus veleidades. La relación se estrechó y creó un jardín para la conversación fecunda y constante. Disponían de más tiempo para sus respectivos trabajos. Virginia quería tener hijos. En ese espacio Leonard la convenció de que era riesgoso. “Esto iba a ser para ella una fuente constante de lamentos y, años más tarde, no podía pensar en la fecundidad de Vanessa sin sentirse desgraciada y envidiosa”.

**

Desde los primeros días de 1913 la salud de Virginia comienza a resquebrajarse. La ansiedad y las jaquecas son constantes. Es una etapa de sucesivos viajes: visitan amigos y familiares. Virginia acompaña a Leonard a una gira por varias ciudades: trabaja en una investigación sobre el movimiento cooperativista. Van y vienen. Se reúnen. A finales de julio ingresa en una casa de reposo. Médicos. La depresión se intensifica. Pierde peso. El 9 de septiembre ingiere una sobredosis de Veronal. Milagrosamente sobrevive. Tras la estadía en un hospital, se ve rodeada de los extremos cuidados de Leonard, fieles amigas y enfermeras. La recuperación es muy lenta. Las jaquecas  vuelven. Hacia junio de 1914 las cosas mejoran. El “método empírico” (descanso, compañía, conversaciones intrascendentes, cuidada alimentación, paseos con los perros), la devuelven a sus rutinas: escribe cartas, va a la Biblioteca de Londres, escribe cartas, hace alguna vida social. Quentin Bell señala un hecho llamativo para los lectores de su diario de 1914: no menciona la guerra que había estallado en agosto.

**

Enero de 1915: Virginia cumple 33 años. Un hecho que resultaría un hito para ellos y la literatura: Leonard le propone a Virginia adquirir una pequeña imprenta. Alquilan una casa en Hogarth, Richmond. También por aquellos días, la amistad con Margaret Llewelyn Davies, la aproximó al feminismo.

**

El 1 de enero Virginia inicia un diario (sería el diario que llevaría hasta comienzos de 1941, unos días antes de su muerte). Las notas se interrumpen el 15 de febrero. Tras una visita al odontólogo, el 17, la jaqueca y la agitación regresan: caminaba nuevamente hacia la locura.  Durante ese período, convirtió a Leonard en su enemigo. Todo esto mientras Leonard se hacía cargo de la mudanza a Hogarth House. La ansiedad ante la inminente publicación de su primera novela, Fin de viaje, actuó como un detonante. Era hipersensible a la crítica. Le temía. Un día antes de la salida del libro, fue internada durante una semana. “Virginia se mostraba violenta, aullaba y su locura culminaba en una furiosa animosidad contra el propio Leonard”. Hasta noviembre —durante 8 meses— estuvo bajo cuidados de enfermeras. El registro de lo ocurrido con la salud de Virginia de 1913 a 1915 resulta desolador: un intento de suicidio y sucesivos episodios de locura, cada vez más graves y duraderos.

**

Fin de viaje fue bien recibida. La opinión de E.M. Forster, que a Virginia importaba más que cualquier otra, fue elogiosa. Algún reseñista se refirió a la inteligencia con que había sido concebida. Bell sugiere que estos comentarios favorables contribuyeron a su recuperación. A comienzos de 1916, con un cuidado milimétrico por parte de Leonard, Virginia recupera sus rutinas.

**

Crearon una especie de modelo de vida. “Escribían durante la mañana, paseaban después del almuerzo, leían por la noche. Una o dos veces por semana, Leonard tenía que desplazarse a Londres para asuntos políticos o editoriales (…) Virginia le acompañaban e iban a bibliotecas, tiendas, conciertos o ver amigos. Se reunían nuevamente a la hora del té, y cenaban fuera o regresaban al hogar juntos”.

**

También en 1916 se hizo parte de un gremio de mujeres cooperativistas. Su responsabilidad consistía en proporcionar un orador que dictaba una charla a un pequeño conglomerado de trabajadoras. Virginia apeló a sus amigos: Forster habló de La India, Bob Trevelian sobre China, y así. Tras cuatro años renunció: no estaba hecha para el activismo. Detestaba la ramplonería que exigía dirigirse a los obreros.

**

En el preámbulo de 1917 y a lo largo del año se desarrolló la vacilante y extraña amistad entre Katherine Mansfield —escritora nacida en Nueva Zelanda— y Virginia Woolf. Se admiraban y rivalizaban. Mansfield, a su modo, también era inestable, tenía una salud precaria y falleció en 1923, a los 34 años. “No estarían nunca de acuerdo y nunca en definitiva dejarían de estar de acuerdo” (…) Las dudas y reservas de las dos eran considerables, pero en compañía mutua se encontraban cómodas”.

**

1917 es un año de ocupaciones: en enero reanuda sus colaboraciones con The Times Literary Supplement: entre finales de 1916 y el 1917 produjo 44 ensayos, en los que empleaba sus exquisitos recursos mentales. En marzo adquieren la imprenta con la que pondrán en funcionamiento su propia editorial doméstica: Hogarth Press. Instalada en el comedor, en mayo realizan una campaña para obtener suscriptores. En julio aparecerán los dos primeros títulos. Sería la editorial que más adelante publicaría, entre otros, Preludio, de Katherine Mansfield, y el fundamental La tierra baldía, de Thomas Stearn Eliot. El 3 de agosto, Virginia reanuda su diario. Avanza en la que será su segunda novela, Noche y día, que se publicará en 1919. En octubre Leonard crea el Club 17, una especie de tertulia de afectos al Socialismo, que reunía a Keynes, Bertrand Russell, Dora Carrington, Oliver Strachey, E.M. Forster y otros. Se mantuvo hasta 1920.

**

Mientras, la guerra continuaba. En las noches despejadas llegaban los bombardeos alemanes. Se refugiaban en el sótano, donde había literas y mantas. Virginia dormía bajo una mesa. La escasez y la interrupción de los suministros hacían muy difícil el transcurrir cotidiano. Virginia era una patrona imprevisible, de altibajos, arbitraria. Hería a las sirvientas con sus frases filosas.

**

Monk’s House, casa de campo próxima al río Ouse, se subasta en julio de 1919 y los Woolf la adquieren. Se mudan en septiembre. La publicación de Kew Gardens, que reúne tres cuentos de Virginia, acrecienta la reputación literaria de Virginia, más allá de su círculo inmediato. Marzo de 1920: Duncan Grant funda el Memoir Club, constituido, más o menos, por los mismos integrantes del Grupo de Bloomsbury.

**

Virginia disfruta de la vida campestre. “Hogarth Press empezó a cambiar de hobby a negocio”. Cuando acompaña a Leonard en las giras de una campaña política en 1921, experimenta su rechazo a los conglomerados. A comienzos de junio sufre una recaída: pasa dos meses en cama, sin actividad. Cuando retoma su diario el 8 de agosto, escribe: “Cómo me habría sorprendido si me llegan a decir, cuando escribí aquí mis últimas palabras el 7 de junio, que una semana después estaría en cama y que no saldría totalmente del bache hasta el 6 de agosto: dos meses enteros, borrados”. Hasta mediados de septiembre no recibe visitas. En noviembre finaliza El cuarto de Jakob. Lo publica Hogarth Press en octubre de 1922: “Marca el comienzo de su madurez y su fama”. Hacia finales de ese año los Woolf conocen a la esposa del diplomático Harold Nicolson, Vita Sackville-West. En los primeros días de enero Virginia recibe la noticia de que Katherine Mansfield ha fallecido el 9 de enero en Francia.

**

Los siguientes tres años, 1923-1925, Virginia es una mujer de cavilaciones: ha cruzado la línea de los cuarenta años, le pesa no tener hijos, se pregunta si no debería volver a Londres. Conoce a jóvenes brillantes, que se acercan a lo que queda de Bloomsbury. Viaja (por ejemplo: estuvieron 15 días en casa del Gerald Brenan, al sur de Granada; largos días de doce horas discutiendo de literatura). Pasa unos días en París sola: “Sin su marido todo parecía carecer de interés y ser de segunda categoría”.

**

“Virginia había ganado de nuevo su serenidad, su equilibrio moral e intelectual. Físicamente mostraba señales de la prueba por la que había pasado en los últimos diez años. Tenía un aspecto más anguloso, huesudo, más austero, había perdido toda la belleza juvenil que tuviera, pero verdaderamente seguía siendo hermosa”. El cuarto de Jakob la había aproximado a la condición de celebridad. Su conversación era sugestiva, sorprendente y cargada de humor. Preguntaba lo que nadie. Su inteligencia era capaz de establecer trazos inimaginables. Tenía ideas que parecían salir a borbotones. Le temían o la admiraban.

**

A pesar de alguna recaída, a partir de 1924 y hasta 1931, Virginia avanza en sus obras de ficción: La señora Dalloway aparece en 1925; Al faro en 1927; Orlando en 1928; y Las olas en 1931. A lo largo de estos mismos años publicó algunos de sus más extraordinarios ensayos. En marzo de 1924 se mudan a Londres. “Se podía encontrar a Virginia, por las mañanas, sentada junto a una estufa de gas y en un viejo sillón, un sillón despanzurrado cuyo relleno caía al suelo, con una pizarra que se plegaba en tres en su falda, escribiendo y reescribiendo sus libros”.

**

Entre su vida social y en el silencio de su ánimo, una brecha: ante los demás aparecía infatigable en su brillo y humor. Sin embargo, en su diario eran constantes las anotaciones que hablaban de pesimismo, depresión, aburrimiento. “Soy el campo de batalla”. Había entendido que, por un extraño y doloroso mecanismo, a las caídas de su ánimo seguían momentos de apogeo creativo.

**

19 de agosto de 1925: la familia y amigos están reunidos (celebran los 15 años de Quentin Bell). Comen y beben. Bullicio y risas. Virginia, que divierte a la concurrencia con sus saetas verbales, se desmaya. El episodio marca un trecho, hasta abril de 1926, ocho meses de salud precaria, mejorías y recaídas, jaquecas y un estado de cansancio que solo a veces remite, para reaparecer a los pocos días. Es un período de recogimiento: redujo su interacción social —seguiría así durante el resto de su vida—. En los buenos momentos, escribe, lee, toma notas en su diario de talante reflexivo. En ese tiempo de ‘vida anfibia’, como ella lo llamaba (mitad en la cama, mitad fuera de la cama) escribió uno de sus ensayos memorables: “Estar enfermo”.

**

Hacia finales de 1925, la amistad de los Woolf y los Nicolson se ha consolidado. Cuando aborda la cuestión del posible romance entre las esposas, más o menos entre ese año y 1929, Virginia y Vita, Quentin Bell se cuida de hacer afirmaciones tajantes. “Vita estaba muy enamorada de Virginia, y siendo, sospecho, un temperamento ardiente, la quería tanto como un hombre podía amarla, con una impaciencia masculina hacia cierto tipo de satisfacción física, a pesar de que Virginia ya pasaba de los cuarenta años y, aunque bella, no poseía el encanto de la juventud, e incluso a pesar de que la propia Vita sentía un temor reverencial por ella. Pero la poca evidencia que tenemos nos sugiere que Vita encontró a Virginia poco dispuesta”.

**

De modo semejante ocurriría más adelante, cuando la compositora Ethel Smyth se enamoró de Virginia: Virginia se sintió atraída por su personalidad; surtía sus cartas de frases ambiguas, seductoras y de admiración; pero no permitía la aproximación física que deseaba Smyth. Ella hubiese podido hacer suya la frase de Vita cuando comparó a Virginia —en una carta dirigida a la propia Virginia—, con un lacre de correos: inviolable.

**

De la lectura comparada —hasta donde ello es razonable— de los diarios y las cartas de Virginia Woolf surge una caracterología reveladora: en la corresponsal es constante la irrupción lúdica, un eros velado, la disposición seductora y esquiva a un mismo tiempo, juego que consiste en atraer e, inmediatamente, retraerse; disfrutaba de la atracción que producía, se rendía ante los halagos, desplegaba sus refinadas piruetas verbales, pero esto no guardaba correspondencia con su modo de actuar cuando se producía el encuentro. Las cartas que recibía, y esto es crucial, eran un componente apreciable de su gusto por la soledad acompañada, su ansia de felicidad apacible: sentada en su sillón delante de la chimenea ardiendo, con Leonard en la habitación de al lado, la sirvienta a su disposición, dos perros a sus pies, papel y tinta, tres o cuatro cartas que acaban de llegar, otras tres o cuatro cartas que llegaron la tarde anterior y debe responder, libros de Esquilo, Shakespeare y Thomas Hardy en la mesilla, para leer o releer.

**

Del éxito que se produjo con la aparición de Orlando, hablan las cifras. Al faro, que había sido recibida con elogios, vendió 3.873 ejemplares en un año. Orlando, 8.104 ejemplares en seis meses. Virginia comenzó a ganar dinero. Los críticos que señalaron que era una “novela cerebral”, quedaron arrinconados al lado de los elogios con que rodearon a la autora: el nombre de Virginia, a partir de 1928, se propagó como “genio brillante”.

**

Tras una excursión se desata la enfermedad: pasa en cama tres semanas. En mayo aparece uno de sus ensayos más populares: Una habitación propia, éxito de ventas. Planteaba alguna polémica, pero en un tono ligero, casi sonriente. En febrero de 1930 se enferma nuevamente. Conoce a Ethel Smyth —25 años mayor que Virginia—, amistad que termina por agobiarla: en cartas abiertamente hostiles, apunta a Virginia: “Absorta en sí misma”, “celosa de la perfección en literatura”, “carente de generosidad”, “arrogante intelectualmente” (en alguna parte Virginia escribió: “No me gustan las ancianas que engullen”).

**

Las olas, quizá su novela más experimental, salió a la calle en 1931. Hubo elogios y rechazos. Al llegar 1932, una noticia sacudió el ánimo de los Woolf: el 21 de enero, cuatro días antes de que Virginia cumpliera 50 años, murió Lytton Strachey. Unas semanas después, la pintora Dora Carrington, que era parte de un triángulo amoroso, junto a su esposo y Strachey, se disparó un tiro en la cabeza. Cuando publicó Flush: biografía de un perro en 1933, los aplausos volvieron a ser masivos. “Consideraba que su problema ahora sería enfrentarse con el tipo de popularidad que las damas parlanchinas alcanzan”.

**

Primero Thoby Stephen; después Lytton Strachey; y, a continuación, Roger Fry, otro de los “grandes intelectuales” de Bloomsbury que fallecía en plenitud de facultades. El 9 de septiembre de 1934. Vanessa Bell decoró el ataúd en que fue enterrado. En su diario, Virginia anotó: “Todo ha perdido su sustancia”. La biografía, que se publicó en 1940, fue el penúltimo de los libros publicados por Virginia en vida. Con todos los parientes del biografiado, vivos y próximos, la escritura del libro fue como cruzar un camino lleno de advertencias, prohibiciones y silencio sobre los temas espinosos.

**

Su novela Los años de 1937, que en sus placas más profundas está atravesada por cuestiones como el paso del tiempo y la muerte, reavivó la feligresía a su alrededor. Esta vez la resonancia cruzó el océano y despertó a lectores y críticos en Estados Unidos. Tenía 55 años y, salvo Leonard y Keynes (lejano e intermitente), sus tres más potentes interlocutores intelectuales habían muerto. Leonard y ella eran los sobrevivientes del Grupo de Bloomsbury, del ala más intelectual. Generacionalmente pertenecía a una generación intermedia, heredera de la era victoriana. Llevaba consigo hondos sentimientos de clase, privilegios, de culto por la inteligencia superior y las ideas. Detestaba las violencias, que entendía, en lo primordial, como masculinas. Tenía unas sensibilidades naturales: contra la guerra, a favor del pacifismo, sensiblemente feminista, “pero el engranaje de la política la exasperaba y la dejaba perpleja (…) Tenían que presentarle un problema en términos personales para poder captar su atención”.

**

La admiración/temor que despertaba, apenas encontró seguidores en la siguiente generación: “Para muchos debía aparecer como una figura angulosa, remota, arcaica, quizá algo intimidadora, una frágil poetisa de mediana edad, una Safo sin sexo y, a medida que la crisis de la década llegó a sus conclusiones terribles, extrañamente irrelevante: una buena mujer perturbada atrapada en una tempestad, haciendo muy pocos esfuerzos para luchar en contra de la tempestad o para desplegar velas ante ella”.

**

Hijo de Clive y Vanessa Bell, hermano de Quentin Bell, Julian Bell se unió a las Brigadas Internacionales para combatir en la Guerra Civil de España. Perdió la vida en la Batalla de Brunete, el 18 de julio de 1937.

**

La guerra impone a los Woolf sumarse a los preparativos. Virginia rechaza el patriotismo exacerbado. Iban y venían entre la casa campestre y la casa de Londres. El 25 de diciembre de 1939 celebran el 21 cumpleaños de Angélica, la hija menor de Vanessa. Sería la última fiesta de Bloomsbury. Bailó Lydia, la esposa de Keynes, cantó la hermana de Strachey, alguien hizo una parodia de Hitler, Virginia recitó unos poemas.

**

Son malos tiempos para el ánimo de Virginia. Presiente que las cosas irán a peor. La realidad parecía enmascarada. Las noticias eran funestas, como la Caída de París, el 14 de junio de 1940. Temía que ocurriese algo semejante con Londres: que fuese ocupada por Hitler. Sostenía: Leonard —por judío— y ella —en tanto que su esposa— serían ejecutados. Entonces, decidieron que si los hechos alcanzaban ese punto, se quitarían la vida. Leonard acopió la gasolina necesaria para hacer funcionar el coche en el garaje y provocar una muerte por intoxicación de gas. Adrian colaboró con el plan: les llevó una gran dosis de morfina, suficiente para matarlos a ambos.

**

Llegaron los bombardeos. “Se acercaron mucho. Nos tendimos bajo el árbol. El sonido era como si alguien serrara el aire exactamente encima de nuestras cabezas. Nos tendimos boca abajo, las manos en la nuca. No aprietes los dientes, dijo Leonard”. Con el ánimo revuelto, se agitaban viejos fantasmas. En un ensayo de aquellos días, “La torre inclinada”, castiga a la poesía de los escritores de izquierda.

**

A medida que corre el segundo semestre de 1940, “iba pasando de un estado de ánimo de aprensión a otro de tranquila imperturbabilidad. Su serenidad era quizá el preludio necesario a la tormenta, con lo cual quiero decir que el funcionamiento de la mente de Virginia tuvo que ser tal, que tuvo que pasar del terror de junio de 1940 a la agonía final de marzo de 1941”. En medio del racionamiento extremo y la precariedad, decía que llevaba una vida ociosa: Leonard le llevaba el desayuno a la cama, leía, se bañaba, daba instrucciones a las empleadas y se dirigía al pabellón-estudio en el jardín, donde se instalaba a escribir.

**

Aunque vivió momentos felices, hacia noviembre comenzaron los síntomas de que la salud de Virginia no estaba bien. “Hay pasajes en su diario en enero, febrero y marzo que, con una percepción posterior, pueden considerarse fatídicos”. Leonard estaba ansioso. Ella no reconocía que estaba otra vez enferma. El 26 de marzo Leonard la había convencido de ver al médico. Virginia había anidado un miedo que la socavaba: que no pudiese volver a escribir.

**

El 28 de marzo, día brillante y frío, fue hasta su pabellón-estudio como todos los días. Escribió dos cartas de despedida, una para Vanessa y otra para Leonard, sus dos seres amados y fundamentales. En ambas hacía las mismas tres afirmaciones: oía voces, no mejoraría nunca, no podía arruinar la vida de Leonard. Luego volvió a su casa y escribió una segunda carta a Leonard. Tomó su bastón, caminó hasta el río Ouse, introdujo una gran piedra en un amplio bolsillo de su abrigo, y se internó en las aguas.

**

Dice la segunda carta:

Queridísimo: estoy segura de que me estoy volviendo loca de nuevo. Siento que no puedo superar otra de aquellas terribles temporadas. No voy a curarme en esta ocasión. He empezado a escuchar voces y no me puedo concentrar. Por lo tanto, estoy haciendo lo que me parece mejor. Tú me has dado la mayor felicidad posible. Has sido en todo momento todo lo que uno puede ser. No creo que dos personas hayan sido más felices hasta el momento en que me sobrevino esta terrible enfermedad. No puedo luchar por más tiempo. Sé que estoy destrozando tu vida, que sin mí podrías trabajar. Y lo harás, lo sé. Te das cuenta, ni siquiera puedo escribir esto correctamente. No puedo leer. Cuanto quiero decir es que te debo toda la felicidad de mi vida. Has sido totalmente paciente conmigo e increíblemente bueno. Quiero decir que…, todo el mundo lo sabe. Si alguien pudiera salvarme, habrías sido tú. No queda nada en mí salvo la certidumbre de tu bondad. No puedo seguir destrozando tu vida por más tiempo.

No creo que otras dos personas hayan podido ser más felices de lo que nosotros hemos sido.

**

Stephen Spender a Vivianne Forrester: “Cuando tuvo la impresión de volverse loca para toda la vida, prefirió la muerte. Fue un suicidio muy razonable, muy racional. Hay un aspecto de estoicismo casi romano, muy sereno, muy juicioso en Virginia Woolf, y creo que fue una decisión razonable por su parte”.

Comentario a esta relación

Por N.R.

Debo advertir que la relación anterior es parcial, insuficiente. Apenas se detiene en hechos y realidades sustanciales en la vida de Virginia Woolf. Por razones de espacio escogí construir un tronco narrativo, sacrificando ciertos ramajes, varios de ellos gruesos y sustantivos: su prolífica vida social con escritores, editores y relaciones que provenían de su familia; el hondo alcance que tuvieron en Virginia las amistades intelectuales como las de Lytton Strachey, Roger Fry y otros; su trabajo en Hogarth Press: se desempeñaba como cajista, encuadernadora, revisaba las pruebas de impresión, tomaba un grupo de libros y se iba por Londres, de librería en librería, a entregar los pedidos; los encuentros y carteos con amigas fundamentales, alguna de generosidad a toda prueba como Katherine Cox (1986-1992).

Tampoco en esta relación se menciona con la entidad debida la historia, el carácter y el activismo de Leonard Woolf como político y editor, así como no dedico el espacio que merece su insobornable devoción por Virginia. Los viajes, por Inglaterra y por Europa, que fueron numerosos, constantes y una fuente de riqueza para su prosa, apenas se anotan. Apenas me refiero al enorme y complejo tejido emocional que compartía con su hermana Vanessa Bell, el más duradero amor de su vida, quien fue su interlocutora inagotable, cara a cara o en cartas. “Me comparo siempre a Nessa y siempre la encuentro la más amplia, la más humana de nosotras dos. Actualmente pienso en ella con una admiración desprovista de envidia, con un regusto de ese viejo sentimiento infantil que nos ligaba, que nos aliaba contra el mundo, y cómo me alegro de sus victorias en el curso de todas nuestras batallas y de verla caminar con tanto desenfado, con tanta modestia, casi anónima, rodeada por sus hijos” (este vínculo es el que desentraña el revelador Vanessa Bell / Virginia Woolf, de Jane Dunn).


*Virginia Woolf. Una biografía. Quentin Bell. Traducción: Marta Pessarrodona. Prólogo edición de 2021: Andreu Jaume. Introducción a la edición de 1996: Quentin Bell. Editorial Lumen, Penguin Random House Mondadori Grupo Editorial, España, 2022.

*Virginia Woolf. Vida de una escritora. Lyndall Gordon. Traducción: Jaime Zulaika. Gatopardo Ediciones. España, 2017.

*Virginia Woolf: El vicio absurdo. Viviane Forrester. Traducción: Víctor Pozanco y Emilio Teixidor. Emecé Editores. Argentina, 1978.

*Vanessa Bell / Virginia Woolf. Historia de una conspiración. Jane Dunn. Traducción: Roser Berdagué. Circe Ediciones. España, 1993.

Noticias Relacionadas

El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!

Apoya a El Nacional