Por VERÓNICA JAFFÉ
(…) It’s evident
the art of losing’s not too hard to master
though it may look like (Write it!) like disaster.
Elizabeth Bishop
En ese momento pensé: ¡fácil! Si la conozco desde hace tanto tiempo. Podré hacer un viaje ida y vuelta por la poesía. La de Yolanda Pantin. Me habían pedido un aporte para homenajearla.
Conozco a Yolanda desde los años 70, los años de estudio en la universidad. ¿Pero qué conocimiento es ese? ¿Puede conocerse a alguien porque se recuerden lugares y momentos compartidos? ¿Y para qué? ¿Qué podría mostrar en verdad de la cuestión de fondo? ¿De la poesía, la de Yolanda Pantin?
Porque si se tratara de viajes, de transcursos y trayectorias podría llenar páginas y páginas de recuerdos, de risas y conversaciones, y al final quedaría un simple anecdotario: de esta vieja amiga paseando por mi memoria –cada vez más frágil.
Luego pensé: podría tomar el familiar camino, largo y pausado, desde aquella vieja casa –con sus lobos. Continuar con los correos y los corazones, con canciones frías al oído, siguiéndole los pasos al escritor bajo un cielo parisino, ponderar los bajos sentimientos sin olvidar la quietud. También los dolores pélvicos hasta el hueso, los huérfanos de épica, de padre y de país. Habría llegado a los bellos caballos, a las ficciones y los dragones, a lo que queda protegido del hacer del tiempo.
Ese paseo demorado que pensaba hacer por la poesía, desde la casa y de regreso a ella, señalando todos los lobos habidos y por haber, los de afuera y los de adentro, los de lejos y los de cerca, los propios y los ajenos, me pareció cada vez más difícil.
¿Sería en verdad un viaje de ida y vuelta, no me dejaría en ninguna parte, parte alguna? ¿No sería sino ficción? ¿Y no sé si tan bella?
Después pensé: podría hablar de una poeta y su país. Pero tampoco, la suma se complicaría. Una poeta más un país sumaría muchas heridas y muchos dolores. Me tomaría mucho más de ‘un año y unos meses’.
Un año y unos meses se llama el diario que Yolanda publicó con Frailejón editores en el 2021, donde se recogen entradas de los años 2016, 17 y 18.
Frases sueltas que me despejaron, como en una guía de viajes, los pasos a seguir. Por ejemplo: “La más bella ficción es el relato de origen”. O: “La poesía mueve y conmueve cerros de desaliento”. O: “Hay días dolorosos y días canallas”. Y también: “No hay poesía en el resentimiento”.
Comprendí. Aquí no puedo hacer un simple viaje, ni a la juventud ni a la infancia, ni al país, ni a la casa con sus lobos. Y recordé un poema de Yolanda titulado “Pajarita”:
“Tu entendiste
que escribir
era
con piedras.”
Es de los últimos de El Dragón protegido, publicado en Pre-Textos en el 2021.
Pensé: eso es lo que haré. Saltaré de piedra en piedra.
Las dos primeras piedras, las que me dieron impulso y dirección, las tomo prestadas de una orilla lejana. Pero es que por casualidad (¿o no?) estaba traduciendo poemas de un filósofo que leí por aquellos primeros años de estudio en la Universidad Católica Andrés Bello de Caracas. Creo recordar que entonces esa lectura me parecía el perfecto signo de rebelión. Hoy me interesan menos las palabras proféticas y altisonantes de un Zaratustra y más los tonos modestos de algunos de sus versos. Se trata de dos fragmentos de Nietzsche:
“Mira afuera, no hacia atrás.
Se pierde uno cuando
siempre se insiste en ir
a los principios”.
O también: “Se hunde uno
cuando siempre se regresa
a las honduras».
Que también podría traducirse como: uno se abisma en los abismos del origen si se quiere regresar constantemente a las fuentes y las últimas razones.
El otro fragmento dice:
“Es delicada la palabra,
enferma a veces y otras sana.
Si quieres dejarla viva,
tómala suave con mano ligera».
Son traducciones más o menos libres, pero me sirven, creo, como sostén teórico para ir tanteando mi camino a saltos por la poesía más reciente, más cercana, más abierta y más viva de Yolanda.
En el poema “Bellas ficciones”, del libro con el mismo nombre (Caracas, Eclepsidra 2016), se declara con todas sus letras, no, con tres estrofas, lo que puede decir la poeta de las fuentes y los principios:
“Nunca te conocí, pueblo mío,
aunque siempre tuve a bien
tus existencias.
Al asombro
total, en la extrañeza,
yo renazco
entre la farmacia
y la ferretería
que cubren sin saberlo
a mi casa pequeña».
Tanto el ‘asombro’ y ‘extrañeza’, como las palabras de lo cotidiano que es manto protector: ferretería y farmacia, refieren al título, a las ficciones, que por muy bellas que sean, nunca son bastón real, seguro y suficiente para hacer el camino a los orígenes, al pueblo, a la tribu.
Ni falta que hace.
Otra piedra o poema se titula “Plenitud”:
“Vendrán otros tiempos
pastores
de manto negro, tiempos
mejores.
Ahora, yo les digo,
como antes
le dije a los caballos:
Si no regresan,
ya ustedes
en belleza fueron».
Pocas veces he leído algo tan conciso y exacto sobre la belleza, su justo valor y su relación con el tiempo, con los tiempos pasados, es decir, ‘pastores’. Mira decididamente afuera, la poeta, como recomienda Nietzsche. Y que quizás más adelante reencontrará sus perros de manto negro y protector.
Y luego están las vituallas, las provisiones que lleva en su busaca, y que llama “Pertenencias”:
“Cada quien encuentra lo que tiene
y entre piedras
que son piedras,
tesoros.
Basta
un roce,
al alba
abrir los ojos
para ver llegar
a los caballos
que esperamos
…”
Entre ‘piedras que son piedras’ el camino se va haciendo por momentos, a saltos, con el roce y la mirada, porque mucho hay ahí afuera que es tesoro, de ‘sabiduría’ y de ‘belleza’, como un “zorrito con ojos entrecerrados” para enfocar bien y mirar mejor:
“Al verlo salir del matorral y huir
hacia los parrales, asustadizo, lo llamé
como quien llama un cachorro
que se ha perdido, y era yo
a mis años».
Son citas de dos poemas de las Bellas ficciones que se saben muy lejos de las ‘historias moralizantes’ mencionadas en el poema “Lobos” porque han aprendido, como buenos ‘nómadas’, a quién seguir. Dice el poema “Ventisca”:
“En mi otra vida yo era nómada.
No había oscuridad que se resistiera
A los ojos de los animales que nos llevaban
por aquellos parajes derramando su líquida cordura».
*
Hago una pausa en esta travesía saltarina porque quiero recordar aquí la sorpresa de leer en Paul Celan otra posible fuente para esta poesía más reciente de Yolanda:
“Soles filamentos
sobre el desierto grisnegro.
Un árbol –
alto pensamiento
atrapa el tono de luz: aún
hay cantos que cantar más allá
de los seres humanos».
Celan, que viene del horror nazi, toma de la luz y del árbol la legitimación de la palabra poética. No es que sean comparables las dos situaciones políticas, pero también en Venezuela hemos sabido de horrores y desastres, y Yolanda está consciente de ello. Como ha pasado “el tiempo de las batallas” abre sus “Ojos”
“en procura de la vida interior
para un poema escrito
sin saber”,
y aunque esté “sin luz” no está ciega”:
“Algo tan bello como esa ardita,
que bajó hasta mi patio, flacuchenta,
y se puso a dar vueltas
para espantar a un gato,
no puede verse sino en la oscuridad».
Es esta belleza, un canto más allá de los humanos, que aparece por instantes, en pensamientos, en sueños, en visiones, en ficciones, como si fueran jirafas o coyotes:
“Viendo a una ardilla pensé en los coyotes
cuando una jirafa cruzó por mi mente.
(Lo que me gusta de los coyotes
es que son un secreto)».
Y así la poeta puede ir dibujando su poética, su muy personal y muy libre relación con la poesía propia:
“Cuando pienso que me ha abandonado
me sorprenden sus engaños.
Ella me conoce. Yo voy confiada
creyendo que la sigo, vamos a decir,
por la margen izquierda del río
justo en la entrada del bosque pero, astuta,
está en la otra orilla, agazapada.
Yo persigo una forma. ¡Ja! Se ríe.
Sigue con tus cuentos infantiles».
Después de todo Yolanda se sabe
“una persona que escribe en versos
cuando puede».
Porque desde hace varios años, desde los tiempos de los 21 caballos (Caracas, La cámara escrita, 2011) tiene una “Certeza”:
“Pero yo tengo un don
no alas: llevar
al caballo de la rienda
hasta un pozo».
Y con los años, con Lo que hace el tiempo (Madrid, Visor, 2017), ya sabe muy bien qué es
“Escribir”:
“No hay ninguna
pretensión
en este intento,
si antes era así,
ahora
viene y queda
el gesto
igual a
cuando niña
dibujaba
por placer
y no dormía
hasta pintar
lo que pensaba
y era un mundo
que se hizo
con los años
garabato,
torcedura».
Sabe, como Nietzsche, que es frágil la palabra, y sobre todo en poesía:
“La luz que cae sobre algo
para exaltar ese algo
que recibe la luz
y era nada, o poca cosa,
en la sombra, es un poema
y en segundos deja de serlo».
Es frágil, fugaz, pero también paciente:
“El halcón sabrá esperar porque toda poesía demanda su momento».
Y se sabe en buena compañía. A su gran amigo y gran poeta Igor Barreto, le hace notar con una sonrisa que ambos son “como perros / que van delante de los ciegos”, pero no le da mucha importancia a esos parecidos, porque ¡qué pereza! “sobre éste y otros temas / ya lo dijo todo la Szymborska».
*
En algunas entrevistas que Yolanda ha dado en tiempos recientes retoma la ligera ironía y habla de la palabra endeble y coja. Habla del deseo de escribir con luz, más allá, muy lejos de lo literario. Habla de la vieja y afanosa, pesada búsqueda de un lenguaje, que siente literalmente en el tomo de más de 800 páginas de su poesía reunida. ‘Ya hice el duelo’, dice, ‘ya tengo el pasaporte de la pérdida y no le debo nada a ese país cerrado a voluntad, a cal y canto’. Con sosiego se abre a la línea tenue, al ‘poema delgado’, al que va como si fuera ‘montando un caballo a rienda suelta’.
Entonces lleva a sus lectores al parque.
Y nos explica:
“Soy la voyeur
de un poema.
Leoncitos,
instantes.
Yo busco la luz
no escrita
en el parque».
O también, en un poema que titula “Arrogancia” donde se burla de un “profeta”:
“La poesía
es una manifestación
y en lo que pueda
sin remedio, brota».
El baile de su nieta le abre:
“Praderas
donde pastaron
y comieron
los animales con respeto (…)”
y todos, ríos y praderas, leones y gacelas, le dan sentido al baile:
“Es la vida
desconocida, la vida
al nacer
que trajo, sin más,
esta niña».
Sus nietos varones le regalan un paisaje tejano:
“Ayer, entre los libros
encontré un poema. Estaba
en el último anaquel
acurrucado. Me incliné
para ver cómo dormía
manso junto a un ciervo.
Adentro
estaban los conejos,
las ardillas,
y un coyote pequeño».
En su libro más reciente, el del dragón, continua su reflexión poética tanto más propia y personal, adelgazada:
“Casi todo lo que importa
está enterrado y es natural
que no se manifieste.
Podemos morir sin saber
lo que acarreamos:
agua de un pozo revuelto,
aunque a veces surja algo
de esa arcilla
de dolor y resentimiento
que puede ser luz
nacida
en un poema».
Entonces nos lleva de vuelta al principio, a la casa, pero sobre todo al jardín.
“Todas las puertas
se han ido cerrando.
(…)
Todas cerradas con candado,
salvo la puerta que abre al jardín».
La poesía de Yolanda ha vuelto a su casa, es verdad, pero ahora es una casa con un alma animal. Nos la presenta en un poema que se llama “Guerrero”:
“El alma
de esta casa vive
detrás
de los retratos.
Es un dragón
albino.
No se inmuta
cuando nos cruzamos
porque está
protegido».
Se trata, como lo llaman en Venezuela, de un tuqueque, de un gecko, un pequeño reptil parecido a una lagartija, cazador de insectos, de colores pálidos, y a veces hace llamados muy propios: guek-guek-guek. Cito de Wikipedia: “Estos reptiles poseen la cualidad extraordinaria de la regeneración de la cola».
Ha regresado la poesía de Yolanda, por el camino ha perdido, a veces, la cola, y cada pérdida ha significado una ganancia. Se ha hecho más frágil, más pálida quizás, pero también más ágil, más valiente, más grande.
*
En agosto del 2017 apunta en su diario:
“El presentimiento del poema me consuela».
“Soy de estos lugares por la poesía».
“He picoteado aquí y allá pero todavía tengo a Elizabeth Bishop”.
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