Por VICTORIA DE STEFANO
Para mí y para muchos, los que tuvimos y tuvieron el privilegio de leerlo, de ser sus amigos, de ser sus fervorosos, hoy desamparados alumnos, en los talleres, ha significado una gran y desoladora tristeza la impensada muerte de Sergio. Estos últimos años han segado muchas vidas, nos vamos quedando cada vez más solos, en este caso se trata de una vida joven, no cualquier vida joven, una vida volcada a la escritura, a las letras, a un proyecto, como pocos, de entrañable devoción y firmeza literaria. Sé que llegamos a ser verdaderos amigos, que nos aproximamos con el afecto, con la tierna simpatía que dan las afinidades y cierta paridad de intereses sensibles. Nunca me abstuve de manifestarle la admiración solícita y discreta que me inspiraba, lo digo así, porque quien lo haya conocido, incluso solo como lector, estará al tanto de que con cualquier alegación de motivos más enfática no se habría sentido en absoluto a gusto. Fuimos vecinos, unos cuatrocientos metros separaban su edificio de mi casa, de esa amistad en los últimos años de su residencia en nuestro país, al que amaba, al que recorrió, en el que fue feliz y del que siempre se sintió agradecido, también participó Salvador Garmendia. Salvador leyó Cinco y El llamado de la especie, inmediatamente me hizo saber que, gracias al ritmo de su prosa, a su imperturbable parquedad, a la penetración de su observador y a peculiares giros lingüísticos de su narrativa imbricada a la teoría, los había leído con entusiasmo, tanto como más tarde Lenta biografía… Gracias a Sergio Salvador leyó a Antonio di Benedetto, los cuentos, particularmente El silenciero. Quedó muy impresionado. En fin, el sol del trópico hace la diferencia, comentó con una mueca irónica, encogiéndose de hombros… Así, la ponencia que llevó al simposio Borges y yo, se llamaba Borges nos curó de una insolación, que arrancó sonrisas a todos que proveníamos de más arriba de la línea del Ecuador.
Aprendí mucho, muchísimo de Sergio, hice lecturas, no sólo de escritores argentinos, sino de otros más, los escritores somos alérgicos a las literaturas nacionales, los escritores, por suerte, somos como médicos sin fronteras. Sin mi amigo Sergio, sin las lecturas que me sugirió y nos sugerimos, sin nuestras tertulias, recuerdo una en que estaba presente Salvador, hablaron mucho de Lugones, Salvador tenía una gran memoria, recitó algunos de sus poemas, saltaron a Horacio Quiroga, Radiografía de la pampa, que leí poco después con fascinación, tal vez jamás habría podido proseguir en la dirección de muchos de mis libros posteriores. Un día que íbamos al café Orleón del Edificio Niza, el café de Don Manolo lo llamábamos, le dije que acababa de leer Los anillos de Saturno, de Sebald, te vas a caer para atrás cuando lo leas. Y él me respondió, qué casualidad, está mañana me escribió un amigo de Buenos Aires: Sergio, Los anillos de Saturno te va gustar mucho, muchísimo. Y en efecto así fue, pocos días después lo leyó. Y en efecto, le gustó. Entonces le dije, sabía que te iba a gustar, porque es una novela del espacio y tus novelas son como las de Sebald, así las definió Bajtín, novelas del espacio y de algunas otras cosas más, como los infortunios de nuestros tiempos y de varios siglos atrás.
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