Por JOHANNA PÉREZ DAZA
“Un alma, para conocerse a sí misma, debe de mirarse en otra alma…”, dijo Platón. A partir de esta idea me pregunto cuánto ha llegado a conocer su alma el fotógrafo Vasco Szinetar (Caracas, 1948), quien durante décadas ha escarbado en la mirada del otro acaso como su búsqueda propia y la necesidad de encontrarse y reconocerse. “Todo es obsesión”, ha afirmado este compulsivo acumulador de rostros, poses y gestos, que juega ‘vencidas’ con el tiempo consciente de que sus artilugios también son perecederos. “Camino y no encuentro a Dios”, murmulla mientras recorre una ciudad devastada, tal vez por eso se refugia en la complicidad de los sujetos fotografiados que frente al espejo le devuelven un reflejo que acaricia sus obsesiones. Una obsesión que, para uno de sus más insignes retratados, es una abominación: “Los espejos y la cópula son abominables porque multiplican el número de los hombres”, escribió Jorge Luis Borges, quien también traduciría el Canto a mí mismo de Walt Whitman: “En el rostro de los hombres y de las mujeres veo a Dios, y en mi propio rostro en el espejo; Encuentro cartas de Dios tiradas por la calle y su firma en cada una, Y las dejo donde están porque sé que dondequiera que vaya, Otras llegarán puntualmente”, declara el poeta.
Así como Szinetar establece un diálogo con sus retratados, hurgo en citas y lecturas para aproximarme a una obra que, a la larga, entiendo como una sola diseminada en varios cuerpos de trabajo. Por eso comparto la idea de que algunos artistas desarrollan a lo largo de su vida una única obra, fragmentada y distribuida en etapas y porciones que nos muestran no solo el proceso creativo y maduración discursiva, sino las inquietudes, dudas, motivaciones y planteamientos que, finalmente, robustecen e hilvanan vida y obra, con coherencia y potencia, barajando luces y sombras.
Personalidades del mundo de las letras y la cultura, su madre, su padre, sus amigos, el espacio público y la intimidad, la alegría, la camaradería, pero también la pérdida, la desolación, el exilio, el suicidio. El yo extendido, el otro multiplicado, “¿los otros todos que nosotros somos?” (Octavio Paz). Una mirada inquieta y contemporánea traza un recorrido desde los espejos hasta las pantallas. No esquiva las embestidas de su tiempo. Se detiene, observa y dispara su cámara. Y en cierto modo nos hace copartícipes de sus obsesiones, fotógrafos ciegos y errantes que tantean para sentir, que cubren sus ojos para mirar desde adentro, para cuestionar: “¿Qué hago yo detrás de los ojos?”, la interrogante de Rafael Cadenas repetida como un susurro tembloroso o, más bien, un mantra infinito respetuosamente pronunciado.
Evoco las palabras de Borges, Whitman, Paz, Cadenas. Entre frases y espejos encuentro al autor cuya obra se compendia en el Photobolsillo recientemente coeditado por la editorial La Fábrica y el Archivo Fotografía Urbana, dentro de la Biblioteca de Fotógrafos Latinoamericanos, con curaduría editorial y texto de Alejandro Castellote, quien sostiene: “Imágenes y literatura: dos pasiones que orbitan en el trabajo y la vida de Vasco Szinetar junto a la política y la muerte. Su obra se compone de series cuya dimensión está basada en la acumulación de momentos. Actúa como coleccionista y como cazador; nada extraño al programa de la fotografía”. La publicación alterna fotografías de las series: Frente al espejo, En la Cama, Arquetipo, Paisaje familiar, Call with, Deconstrucción salvaje, Cheek to cheek, Riesgo, Altamira suites, Cuerpo de exilio, el ojo en vilo y Caracas postcards realizadas a partir de los años 80 hasta la actualidad, cinco décadas de búsquedas y hallazgos. También se incluye una cronología del autor, realizada por la periodista Lucía Jiménez, que da cuenta de las exposiciones, publicaciones, reconocimientos y representación en colecciones y museos.
Confieso que las imágenes 17 y 18 son, para mí, un golpe al estómago. Reinaldo Arenas, 1982. Fidel Castro, 1989. No encuentro otra forma de describir el estremecimiento y el dolor de la certera combinación. Ambos miran de frente, uno se encuentra solo, el otro rodeado de las máscaras del poder. Contrastan la sencillez y la altivez. Dos tomas, dos momentos que parecen fundirse en una misma imagen que engaña al ojo, reta la fugacidad del instante, deja su huella y me lleva a pensar en la opresión y las vísceras del poder, en las esperanzas rotas, en el sueño pisoteado. Nuevamente una frase viene en mi auxilio: “Así como de la noche nace el claro del día, de la opresión nace la libertad” (Benito Pérez Galdós). Respiro y sigo mirando. Otra vez la imagen y la palabra, me salvan. Como el fotógrafo que mira para encontrarse, me reconozco en los otros. Ciertamente los ojos ven y lloran. Termino el libro y recuerdo las palabras que me ha dirigido su autor: “Dios está contigo”. Sin duda, también está con él.
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