Papel Literario

Vargas Llosa se retira y mamá se quedó con las ganas de hacerle el amor

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Por JUAN CARLOS ZAPATA

Ya estás bañada, mamá. Ya estás vestida. Ya te puse las sandalias que te gustan. Y los aretes. Y el reloj. Qué bien te queda este vestido nuevo de flores amarillas. No murmures, mamá. No rezongues. Recuerda que eres tú quien decía que por ninguna circunstancia no dejara de bañarte cada día. Qué bien huele la body cream de Clinique, y qué bien te hace. Ojalá y yo tuviera tu piel. Nadie podría adivinar los años que tienes. Que no, que no los digo, mamá. Me callo, pues. Pero falta peinarte y que te pinte los labios, y te marque las cejas, y el colorete en las mejillas. Qué coqueta, mamá. Veamos un poco de televisión mientras te peino. Qué cabello tan suave, mamá, y no se te cae, mira el cepillo, todo limpio, sin una hebra, ¿quieres que te haga una cola de caballo? ¿Estás viendo, mamá? ¿Estás oyendo? No me lo puedo creer. Vargas Llosa se retira, no escribirá más novelas ni escribirá más artículos. Que el artículo que se publica hoy domingo será el último, y la novela que salió hace un par de meses es la última. Que ya la compré, mamá, y la leí, y claro, por supuesto, te la voy a leer, cuenta con eso, y te va a gustar porque va de todos esos valses peruanos que tú escuchabas cuando joven y escuchaban mi abuela y escuchaban mis tías, y yo también escuchaba. La tía Maite cantaba muy bien La flor de la canela, y tú misma cantabas, mamá, y a que no imaginas que el vals peruano fue importante y según la novela de Vargas Llosa es el gran aporte de Perú a la música popular de América Latina y el mundo, a la altura del tango, mamá. La propuesta es que la música popular, el vals, específicamente, es un elemento unificador de todas las clases sociales en Perú, mamá. ¿Te lo crees, mamá?

Dice Vargas Llosa que ya no puede embarcarse en proyectos tan exigentes como escribir una novela. Esto es histórico, mamá. Este es un hecho inédito. Somos testigos del retiro de un gran escritor y un gran intelectual. Y esto no se ve todos los días. No lo retira la muerte. Ni lo retira un ataque cerebral. Ni el Alzheimer. Mamá, tiene ochenta y siete años. Cinco menos que tú. Ay, perdón, lo dije. Pero qué viejo se ve en esa imagen. ¿No había otra mejor? Así lo dejó la Preysler. Claro, claro, ella tampoco es que se vea joven, pues joven no es. Nadie es joven, mamá. Ni siquiera yo. Pero me da cosita con Vargas Llosa. ¿Te acuerdas, mamá? Papá se ponía celoso cuando tú comentabas lo guapo que era Vargas Llosa, y lo viste la primera vez que estuvo en Caracas, el año del terremoto, el año que ganó el Premio Rómulo Gallegos con La casa verde. Era joven, un muchacho. Yo era una niña, y me dejaste sola, y te fuiste a ver los actos, y compraste la novela, y te firmó un autógrafo, y lo abrazaste, y te le colgaste del cuello, eso dijiste. No te muevas. No he terminado de peinarte. Estuviste en la gala del Premio, y cuando llegaste a casa le hablaste a papá del discurso, y del traje que llevaba Vargas Llosa, y le dijiste que parecía un galán de cine. Perdiste la cabeza por Mario Vargas Llosa. Tú le comentabas que se te parecía a un caballo. Fuerte, vigoroso, y al mismo tiempo amable, un caballero de voz musical. Ahora caigo en cuenta, mamá. A lo mejor Vargas Llosa hablaba como cantando un vals peruano. Después tú recordabas y me contabas que le hablaste a papá sobre el acento cantarino de Vargas Llosa. No, no, dije, relincho. Dije cantarino. Le decías a papá que, de ser caballo, Vargas Llosa sería como Campanero, el caballo que te regaló el abuelo, y que montabas en los campos del Country Club. Con qué elegancia trotaba Campanero, con qué elegancia viste Vargas Llosa, siempre en traje y corbata, siempre afeitado, nada que ver con esa tanda de escritores y poetas deshilachados, desgreñados, y creo que sucios y hediondos. Eso decías, mamá. Quédate tranquila, ay, mamá, que recordar es vivir. Siempre bien cepillado mantenías al caballo: aquella cola en crinejas, aquella piel reluciente, y los aperos de cordobán y plata, la silla perfectamente abrazada por las cinchas de piel y cáñamo, y el escudo rojo sobresaliendo en el pecho. Y con qué ojos te miraba, el caballo, a ti, mamá, la amazona perfecta. Y tú le decías a papá que la mirada de Vargas Llosa es pura lujuria, y le decías que Vargas Llosa camina como Campanero, con estilo y estampa, y tiene igual que el caballo ese flequillo en la frente. Después te hacías invitar a los eventos que se celebraban cada vez que Vargas Llosa iba a Caracas, pues se volvió asiduo de Caracas, y ya no era de izquierdas, más bien combatía a Fidel Castro. Y el Dr. Zuloaga te invitaba a las cenas que le ofrecía a Vargas Llosa. Y eras la primera en sus conferencias sobre la libertad, la empresa privada y la democracia, los peligros que corría la democracia. Y me dabas a leer sus novelas, y por leerlo completo me hice profesor de literatura. Una vez lo encontraste comiendo arepas en una arepera con Teodoro Petkoff, y no parabas de hablar: que Vargas Llosa me reconoció, y Vargas Llosa me abrazó, y Vargas Llosa me invitó a tomarme un café con ellos.  Hasta campaña hiciste por él cuando se lanzó de candidato presidencial en Perú y fue a Caracas a conquistar los votos de la comunidad peruana. Y viajabas a Madrid todas las primaveras para estar en la feria del libro solo por ver a Vargas Llosa, y comprabas sus libros para que te los firmara, y tú aprovechabas la cercanía en la caseta y le hablabas, y él te hablaba, y recordaban a Caracas, alguna fiesta íntima, y alguna cena para pocos,  y te comentaba lo mal que la estábamos pasando con esos gobiernos tan malos de Rafael Caldera y Hugo Chávez, y yo tomaba la foto, y tú sonreída, y él sonreído, siempre amable, tan amable, tan caballero, te escribía cosas amables en la dedicatoria del libro, y te temblaba la piel como le temblaba al caballo al finalizar una jornada de ejercicios. ¿En cuál novela te escribió para mi querida Pili, la mujer más bella de Caracas? Más tarde la busco y te digo, pero creo que fue en Conversación en la catedral.  No habrás olvidado que fuimos a verlo esa vez que actuó en una obra de teatro, y te firmó el programa de la obra de teatro, y esa fue la ocasión en que con toda la intención le tomaste la mano, y le acariciaste la mano, y le diste un beso en los labios, y ya en Caracas le dijiste a papá en el desayuno que te hubiera gustado besarlo de verdad en la boca, y besarlo en los dientes de caballo que se manda el caballo Vargas Llosa, y acariciarle el rostro, como tiempo atrás acariciabas el rostro negro de Campanero, y le dijiste a papá aquello que de ser caballo te hubiera gustado ser la yegua preferida de Vargas Llosa, y dicho esto, papá se levantó de la mesa y se fue para la oficina, y después supimos que había vendido la pintura que te hicieron montando a Campanero, y cuando le reclamaste, te respondió que vendió el cuadro porque no podía vender a Vargas Llosa. El tonto de papá. El enamorado de papá. Él que te quiso tanto. En estos momentos se estará revolviendo en su tumba y a Vargas Llosa le estarán zumbando los oídos. Mamá, ¿pero no te parece que Vargas Llosa no era hombre de fiar? Tú misma comentabas lo que le hizo a la tía Julia, y lo que le hizo después a la prima Patricia, y a la prima Patricia se lo hizo dos veces, porque la segunda vez fue con la Preysler. Ah no, eso sí. La defendió del Gabo. Le dio un puñetazo al Gabo. Un golpe de caballo, y lo derribó. Nos perdimos ese show, mamá. Ríete, no es juego. Te hubiera gustado que Vargas Llosa se peleara por ti y le dejara el ojo morado a papá. Después el país se puso morado, y Vargas Llosa iba a Caracas a polemizar con Chávez, y a defender la democracia, y explicaba que hacía aquello por la misma razón que Simón Bolívar se metió en Colombia, en Ecuador, en Perú, en Bolivia a liberarnos del yugo español; y fuiste de las primeras en apoyar el debate que se planteó entre Chávez y Vargas Llosa, y la primera en lamentarlo, porque no se dio, Chávez reculó y llamó a Vargas Llosa intelectual analfabeto. Después se murió. Y nosotras nos mudamos a Madrid, y aquí estamos, solas, y ya tú no eres la de antes, con decir que yo tampoco soy la misma. No entiendo, mamá, cómo es que nunca me hablaste de los hipopótamos de Vargas Llosa, esos animales grandotes que se alimentan de insectos. Es famosa la colección de hipopótamos de Vargas Llosa. ¿Sabes por qué le gustan? Porque son inofensivos y el hipopótamo solo vive para tener sexo con la hipopótoma. Puro sexo, mamá. Campanero tenía también esa cosa violenta en los ojos, y ese bufido de reclamo y dominio, y esa sensualidad cuando mostraba los dientes, y ese desafío salvaje en el relincho. Entonces papá había muerto cuando soñaste que Campanero, muerto también, estaba contigo en la cama, pero en el sueño no era Campanero sino Vargas Llosa, y Vargas Llosa te mordía con sus dientes de caballo, y el sueño fue tan real que amaneciste aporreada, me dijiste, como cuando montabas el caballo a pelo, porque te gustaba sentir en la entrepierna la dureza del lomo del caballo. Mamá, eras más traviesa que la niña mala de Vargas Llosa. Ahora Campanero no está, mamá, y Vargas Llosa es un viejo que se retira. Se le acabó el trote mamá. De cosa le queda el relincho. Sí, ahora sí dije relincho.