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URBIT ET ORBI: las primeras décadas del avatar

Décimonovena entrega de “Inconformes con el espacio” por Humberto Valdivieso: “McLuhan acertó al afirmar que la era eléctrica no es un espacio visual continuo sino un ambiente dominado por lo simultáneo: todo se da a la vez. Esto devuelve al ser humano al estado propio de una conciencia primitiva. Lo electrónico es su clímax”

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“Darth Vader: I am your father.

Luke: No. No. That’s not true. That’s impossible!”

Star Wars film

El pensamiento contemporáneo estima que el plantea está en crisis. Esto puede darse por cierto a pesar de los matices entre los diferentes análisis al respecto. Basta estar vivo para experimentar la inestabilidad de las civilizaciones y el desequilibrio en los vínculos sociales, los conflictos religiosos, el colapso de las instituciones y la fragilidad de la propia condición humana. El instante presente es múltiple, híbrido: carece de señales, límites y mapas duraderos. Como afirma la Declaración Transhumanista hecha por Humanity+ en el 2009: “El potencial de la humanidad aún no se ha realizado”. Somos seres en tránsito.

Tenemos un mundo complejo y con él debemos lidiar. Querer detenerlo para bajarse al sueño de una utopía fue la gran inocentada de los Baby Boomers. Es inevitable hacer vida en sus enmarañados territorios: habitar seguro, lento y distante como un hikikomori o quizá veloz, efímero y audaz como un kamikaze.  Tal vez, hipervinculado, mixto y ficticio como un avatar.

Las primeras dos décadas del siglo XXI aún conservan el olor y el sabor del siglo XX. La “profunda e inquietante nostalgia del Absoluto” descrita por George Steiner no abandona Occidente. La Teoría general de la relatividad, el Principio de indeterminación de la mecánica cuántica y la Genética molecular de Watson y Crick siguen ahí. Sin embargo, una Cuarta revolución industrial imbuida en la convergencia de tecnologías digitales, físicas y biológicas amenaza con cambiarlo todo.

Los primeros diez años de este siglo no tuvieron nombre. “Es la década sin nombre” aclaraba Margarita D’Amico. Los nueve siguientes tampoco tienen una definición clara. Ninguna metáfora se adecenta con el fin de explicar o planificar: crear territorios conceptuales con nombre y título de propiedad. Y es que la velocidad del presente envejece cualquier rostro adoptado por la imagen del futuro: Star Wars es un buen ejemplo. Sin embargo, nuevo y viejo tampoco son puntos de referencia, ambos pertenecen a la misma ilusión.

McLuhan acertó al afirmar que la era eléctrica no es un espacio visual continuo sino un ambiente dominado por lo simultáneo: todo se da a la vez. Esto devuelve al ser humano al estado propio de una conciencia primitiva. Lo electrónico es su clímax.

La cultura urbana es un espacio abierto de geometría variable. Maffesoli encontró en el posmodernismo la sinergia entre lo arcaico y el desarrollo. Una mistura que puede apreciarse en las sagas de Marvel y DC Comics, los videogames Deus Ex o Fallout, y los artistas Sviatoslav Ponomarev y Stelarc. Cyborgs, dioses, androides, magos, software, cultos paganos, inteligencia artificial, redes y nómadas pueblan nuestro mundo.

Urbit et Orbi domina la identidad artificiosa del avatar. La división humano/no-humano carece de importancia en las corrientes post y trans humanistas. Ficción y realidad entretejen sin diferencias los textos del presente. La nueva Capilla Sixtina está en las redes sociales, pero ahí todos son dioses y adanes. El cuerpo apenas es un artificio, asimismo la identidad. Ciudad, mundo, software y ciudadano constituyen un mismo universo en entropía.

La crisis del presente es, en realidad, el juego del presente: la necesidad incontrolable de movimiento y transformación. También es el deseo de convertir la vida en un hecho estético: textos de ficción, obras siempre inconclusas. Jugar es diseñar la metáfora de la realidad y a partir de ella buscar relaciones, socializar.

Tal como ocurre en los juegos infantiles y en los rituales religiosos, la existencia del avatar es una práctica vinculada a un hecho maravilloso. Sin embargo, los avatares no son máscaras. No hay trascendencia, solo performance: actividad perpetua. Los artificios humanos-digitales son una condición de la tecnogénesis. Son el presente de una era descentralizada y de una belleza estrambótica.

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