Papel Literario

Una reseña sobre ensayismo y filosofía en la Venezuela contemporánea (1)

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Por OMAR ASTORGA

La reflexión filosófica siempre ha estado cerca o muy entrelazada con la experiencia ensayística. Antes y después de Montaigne, Nietzsche o de Octavio Paz, se puede apreciar la fecundidad de un tipo de escritura que no suele encajar en los moldes académicos y, sin embargo, se ha convertido en fuente decisiva para apreciar la densidad filosófica de la cultura. Se trata de una expresión de alcance universal que puede tener múltiples caminos. Algunos de ellos pueden observarse, por ejemplo, en la Venezuela contemporánea, entre los siglos XIX y XX, donde encontramos ensayistas que han cultivado la filosofía, o filósofos profesionales que se han dedicado a escribir bajo la forma del ensayo.

Ensayistas filósofos

En el siglo XIX vamos a destacar las figuras de Fermín Toro y Cecilio Acosta. El primero mostró un claro entusiasmo por la ciencia y el progreso provenientes de Europa, al mismo tiempo que reconocía las limitaciones técnicas, económicas y culturales de la Venezuela de su tiempo, a pesar de los avances liberales que habían alcanzado las formas jurídicas y políticas. En su afán de ofrecer un proyecto de desarrollo del país basado en la libertad, la igualdad y la justicia, presentó una teoría racional del Estado fundada en los principios del republicanismo cívico que garantizara los derechos propios de la persona frente a los proyectos militaristas o caudillistas. En su obra se mezclan elementos del republicanismo clásico y el liberalismo moderno, orientados a expresar el ideal de la virtud tanto en el ámbito privado —en la piedad religiosa, por ejemplo— como en el ámbito público, es decir, como virtud cívica (2).

Por su lado, Cecilio Acosta mostró una reconocida versatilidad como ensayista. Desde diversos escenarios se ocupó de pensar el país a partir de indagaciones históricas, económicas, políticas, jurídicas y literarias. Su formación en los clásicos, su cercanía a la tradición de pensadores ligados a la Independencia, la recepción que mostró por el naciente positivismo de la segunda mitad del siglo XIX, y sobre todo su apasionado interés por las circunstancias políticas y culturales por las que atravesaba el país, le llevaron a ensayar, en diversos contextos discursivos, una filosofía de la historia en la que trató de subrayar el paso, de avances y retrocesos, “de la barbarie a la civilización” (3).

Al pasar al siglo XX es necesario advertir que los ensayistas suelen ser estudiados desde la perspectiva histórica, cultural y literaria, pero no necesariamente desde la filosofía que llegaron a cultivar en sus intentos de comprensión del país. Valga apelar al trabajo pionero de Manuel Granell, filósofo de origen español, radicado en Venezuela, heredero de Ortega y estudioso sistemático de aquel humanismo que reivindica la dimensión histórica y la capacidad del hombre para inventarse a sí mismo (4).

Interesado en comprender el “pensar venezolano”, Granell intentó poner de manifiesto la densidad filosófica de algunos ensayistas contemporáneos. Entre ellos cabría privilegiar la obra de Mariano Picón Salas y Mario Briceño Iragorry, quienes desarrollaron, a mediados de siglo, una interpretación ética y cultural del país estrechamente asociada al historicismo y en especial a la visión ético-política de Benedetto Croce.

Picón Salas, fundador de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Central de Venezuela, en sus diversos ensayos de comprensión del país intentó trazar los planos fundamentales que permitieran distinguir el paso a la modernidad y al desarrollo de una cultura liberal. Su versatilidad en el tratamiento de los problemas que afectaron a la Venezuela de mediados de siglo, y sobre todo su interés por desarrollar un ejercicio de comprensión del rumbo que tomaba el país en esa época, le permitieron transitar con fluidez a través de diversas categorías filosóficas, sociológicas e historiográficas en el marco de un sugerente y fecundo estilo literario (5). Granell resalta su humanismo radical, que fue, nos dice, “la fórmula exacta de su ideología”, pues su pensar estaba orientado hacia el saber práctico, hacia una “cierta frónesis” mesurada, equilibrada, desde la cual se concebía la nacionalidad como un proyecto, un “auto hacerse ontológico” del pueblo venezolano.

Briceño Iragorry, desde una posición historicista y a la vez cristiana, puso el acento en el problema de la comprensión de las líneas de continuidad histórica del país. Granell nos dice que su persistente idea de la “crisis de pueblo” fue desarrollada más allá de la simple visión económica o política, al remontarse a las bases históricas que se hallan incluso en la tradición colonial, sin que ello significara dejar de lado la importancia del futuro. Antes bien, dice Granell, es el futuro (“el destino”) el que anima las reflexiones de Iragorry sobre la discontinuidad histórica que ha existido en Venezuela y sobre la necesidad de rescatar críticamente la tradición. Desde esas premisas, el pensador trujillano se planteó el destino de la Venezuela de mediados del siglo XX. Se distingue de Picón Salas por la distancia que tomó frente al entusiasmo por la modernidad al señalar la crisis de valores que encerraba la idea de progreso cuando es asumida sin tomar en cuenta el espesor de la historia (6).

Filósofos ensayistas

Valga destacar a Juan David García Bacca. Su notable contribución al estudio de la filosofía venezolana durante la Colonia es apenas un aspecto de su larga trayectoria como historiador de los clásicos de la filosofía, como traductor y como ensayista. Su larga estadía en el país se convirtió en una experiencia académica excepcional, tanto por haber participado, junto a Mariano Picón Salas, en la fundación de la Facultad de Filosofía y Letras, así como por la sostenida e infatigable producción intelectual que le caracterizó.

Sus densas y a la vez accesibles introducciones al pensamiento filosófico se vieron acompañadas de una destacada labor de traducción de las obras completas de Platón, entre otros filósofos. No sorprendió el momento en que se hizo merecedor del Premio Nacional de Literatura si a toda la trayectoria anterior sumamos sus trabajos ensayísticos dedicados a Simón Rodríguez, Francisco de Miranda, o a la infinitud, la inmortalidad y finalmente la música, de la cual nos dejó una exhaustiva interpretación (7).

Juan Nuño, discípulo de García Bacca, fue un prestigioso académico que se dedicó sistemáticamente al estudio del positivismo lógico, del pensamiento de Platón y del sentido de la filosofía contemporánea. Ese prestigio se vio renovado en la trayectoria ensayística que exhibió al tratar diversos temas, desde el marxismo y la cuestión judía, pasando por el cine, el nexo entre filosofía y literatura, la filosofía de Borges, hasta los vínculos entre la ética y la cultura del siglo XX.

Queremos recordar su ejercicio de comprensión de la Venezuela contemporánea cuando advertía la forma como incluso los intelectuales venezolanos, sea por el escape al pasado, por complicidad o por amnesia, llegan a convertirse en un estamento articulado a las formas de poder. A su juicio, la figura de Bolívar, convertida en mito, es uno de los mejores testimonios de esa inclinación. Distingue a Nuño su permanente alerta ante los dogmas y la necesidad de someter a crítica las tradiciones y las modas, a pesar de la polémica e incluso del escepticismo al que esto pudiera llevar. La breve y lúcida exposición que hizo sobre el desarrollo de la filosofía en Venezuela desde la Colonia hasta la segunda mitad del siglo XX es una muestra de su inquietud ensayística en el contexto del pensar venezolano (8).

Ludovico Silva es también un ejemplo del filósofo académico dedicado exitosamente al ensayismo. Han de recordarse las fecundas y sugerentes indagaciones contenidas en los diversos ensayos que este filósofo y poeta le dedicó a la literatura. Su ingenioso estudio del estilo literario de Marx, donde expone la importancia teórica de las metáforas y la “arquitectura” del discurso; su revalorización de la mirada poética de Heidegger o de la experiencia literaria de Sartre, son apenas ejemplos del interés que mostró —precisamente como ensayista— por los nexos entre la filosofía y sus formas de expresión (9).

Debemos destacar, igualmente, la labor ensayística de José Manuel Briceño Guerrero, filósofo de la Universidad de los Andes, quien mostró una fecunda versatilidad en la aproximación filosófica concebida como interpretación cultural, al abordar la realidad latinoamericana a través de tres corrientes a las cuales llamó “discursos”: el discurso racionalista de Occidente, el discurso mantuano, y el discurso salvaje; vistos a través de su contraposición y la supremacía que cada uno de ellos buscaba alcanzar. Su preocupación por comprender nuestro devenir político y cultural junto a su destreza para explorar las grandes líneas de superposición, intercambio y ruptura que dominan la constitución de esos “tres grandes discursos”, le llevaron a asumir una posición absolutamente realista y a la vez radical sobre los límites de la acción y el pensamiento en América (10).

También de la Universidad de los Andes ha de considerarse la trayectoria de Alberto Arvelo, profesor de historia de la filosofía moderna y contemporánea, especializado en filosofía política, quien se destacó como poeta, ensayista y promotor cultural, dedicado al estudio de figuras y aspectos fundamentales de la cultura andina, así como a la interpretación de la historia política de la Venezuela de finales del siglo XX. Sus ensayos sobre el fenómeno del chavismo son testimonio de la madurez y el arraigo intelectual de un pensador formado en los espacios de la filosofía (11).

Destaquemos, finalmente, la obra ensayística de Antonio Pérez Estévez, de la Universidad del Zulia, estudioso de la obra de Nietzsche, del sentido de la modernidad, de la feminidad, dedicado también a la reflexión sobre los límites del venezolano visto como individuo frente a la hegemonía del Estado. Sus reflexiones sobre el peso de la cultura comunitaria indígena de cara al predominio del personalismo político le llevaron a poner de manifiesto la necesidad de reivindicar la figura del ciudadano. Del mismo modo, su crítica a la enseñanza universitaria, atada al colonialismo cultural, fue concebida como paso a un cambio institucional que permitiría realizar aportes significativos en las diversas ramas del saber (12).

Ya finalizado este recorrido, se podrá apreciar que ha sido inevitable omitir numerosos nombres. La tarea de mostrar la vena filosófica de algunas ensayistas y el lado ensayístico de algunos filósofos nos ha llevado a realizar esta apretada selección.


Referencias

1 Se presenta aquí un breve extracto del ensayo “Una mirada a la filosofía y sus nexos con el pensar venezolano”, auspiciado y publicado por la Fundación Polar y la revista Araucaria.

2 Rafael García Torres, “Fermín Toro: Teoría racional de la sociedad y republicanismo cívico”, en Utopía y Praxis Latinoamericana, LUZ, nº 36, 2007.

3 José Rafael Herrera, La filosofía de Cecilio Acosta, Caracas: EBUCV, 1999.

4 Del pensar venezolano, Caracas: Ed. Catana, 1967.

5 Comprensión de Venezuela, Caracas: Ministerio de Educación Nacional, 1949

6 Mensaje sin destino, Caracas: Ávila Gráfica, 1952.

7 Filosofía de la música, Barcelona: Anthropos, 1990; Los clásicos griegos de Miranda; autobiografía. Caracas: UCV, 1969; Simón Rodríguez, pensador para América, Caracas: Ediciones de la Presidencia de la República, 1978.

8 De su extensa obra véase, por ejemplo, La escuela de la sospecha. Caracas: Monte Ávila Editores, 1990.

9 De lo uno a lo otro: ensayos filosó­fico-literarios. Caracas: Universidad Central de Venezuela, 1975; El estilo literario de Marx. México, Ed. Siglo XXI, 1971.

10 El laberinto de los tres minotauros. Caracas: Monte Ávila Editores, 1997.

11 El dilema del chavismo: una incógnita en el poder: ensayos políticos para personas que detestan a los políticos, Caracas: Edi­ciones Centauro, 1998.

12 Religión, moral y política, Maracaibo: Universidad del Zulia, 1991; El individuo y la feminidad. Maracaibo: Universidad del Zulia, 1989.