Apóyanos

Una pintura más allá del tiempo

    • X
    • Facebook
    • Whatsapp
    • Telegram
    • Linkedin
    • Email
  • X
  • Facebook
  • Whatsapp
  • Telegram
  • Linkedin
  • Email

Por ÁLVARO PÉREZ CAPIELLO

«Nada dura para siempre». Si hay una verdad en nuestro mundo es esta. Las civilizaciones de la antigüedad construían y desmantelaban sus templos siguiendo patrones matemáticos específicos. El arqueólogo alsaciano Schwaller de Lubicz reconoció en su libro El templo del hombre que fragmentos de antiguos pilares egipcios habían sido usados como bases de columnas en épocas posteriores quizás como recordatorio de que el presente mucho le debía al pasado, y que en el ciclo de la vida experimentamos continuos renacimientos.

Escriturarias es el título de la más reciente muestra pictórica de Luis Alberto Hernández, abierta al público en los espacios del Museo Afroamericano, icono cultural de nuestra ciudad capital gracias a la labor de Nelson Sánchez Chapellín. Debo reconocer que conocí a Luis Alberto hace ya casi tres décadas, por el año de 1994. Vivía en una pequeña casa de San José de Los Altos y había habilitado el garaje como taller. Nos citamos un sábado para entrevistarlo y conocer más de cerca su proceso creativo. Me acompañó en aquella oportunidad un mago de la fotografía, Mariano U. de Aldaca. Al cruzar el umbral de la puerta, entramos a un universo plagado de símbolos, de obras con extrañas caligrafías que parecían no decir nada a los profanos, a veces interrumpidas por trazos de vibrantes colores, formas geométricas y fragmentos que reproducían las páginas de un códice medieval. Las telas habían sido intervenidas para crear relieves que estaban lejos de ser inocentes y proponían al espectador un mapa iniciático que nos conducía inevitablemente al encuentro de nuestro ser interior. No en balde se dice, y se acepta, que todo avance implica siempre un retroceso, una vuelta a nuestras raíces.

Una obra en particular me conectó con aquella idea, El Libro de los Orígenes, donde los textos sagrados convivían con la pintura proponiéndonos un juego cromático digno de reposar entre los tesoros de cualquier catedral gótica europea. El tiempo me daría la razón, y esta pieza, que puede contemplarse al día de hoy en la selección Escriturarias del Museo Afroamericano, fue exhibida en la Biblioteca de Alejandría como parte de una exposición itinerante organizada para recordar a Champollion, descubridor de la famosa Piedra de Roseta, usada para descifrar los jeroglíficos, poniendo a nuestro alcance los misterios de la tierra de los faraones.

El poder de cualquier producto del ingenio estriba en su capacidad de mover al espectador, de «emocionarlo» desde un punto de vista artístico. He defendido que las diferencias habidas entre los creadores son, casi siempre, fáciles de encuadrarse dentro de la cuestión formal, pues, en el fondo, no conozco ninguna pintura, escultura, pieza musical u obra literaria que no toque, aunque sea muy subrepticiamente, las empolvadas preguntas que gravitan sobre los hombres desde épocas remotas: ¿quién soy?, ¿por qué estoy aquí?, ¿a dónde voy? Pese a ello, más que respuestas, el diálogo entre el artista-la obra-el espectador solo puede suscitar interrogantes. Son, desde luego, esos acertijos los que me inspiran a seguir contemplando los mandalas y escrituras sagradas de Luis Alberto Hernández.

La verdad es la realidad de las cosas, sin embargo, los seres humanos no podemos más que aproximarnos tímidamente a ella. Jaime Balmes, en su libro El Criterio, ya lo avizoraba. Para quien escribe, la verdad es la revelación del espíritu en nosotros, es decir, Dios. Más allá de las religiones, la existencia de un ser superior, o de lo sagrado, es una necesidad, sobre todo en estos tiempos de dolorosas tormentas. Luis Alberto Hernández ha encontrado en el arte un vehículo para conectarse con la divinidad y trascender así su propio tiempo y espacio. Tal vez, la frase bíblica «ver para creer», atribuida al apóstol Tomás, deba aquí ser vista de otra manera, siendo que: para poder ver, hay que primero creer.

Una obra, dotada de tal fuerza expresiva, ha suscitado reacciones variadas en el público y la crítica especializada. Durante la muestra Códices del Silencio, celebrada en la universidad de Constanza (Alemania), una señora manifestó su intención de adquirir una de las pinturas expuestas. Dijo simplemente: «Esta obra me va a sanar», pues la mujer había estado muy enferma, y apenas salía de una larga hospitalización en una clínica de Stuttgart. Toda creación, incubada desde lo particular, es capaz de ir más allá del autor y del instante que la incubó si tras de ella gravita una verdad revelada. Tal vez, eso es lo que algunos llamen autenticidad, cuestión que diferencia a los grandes artistas de los mediocres. Es así que puede entenderse cómo una novela llena de localismos, que narra las andanzas de un hidalgo convertido en caballero andante, aún suscite asombros y sea el libro más vendido de la lengua castellana después de la Biblia. Me refiero a Don Quijote de La Mancha, de Miguel de Cervantes Saavedra, quien, sin querer o queriéndolo, con una sátira de los relatos de caballería describió a la humanidad.

No quisiera extenderme demasiado, sino, más bien, invitarlos a ver las obras del maestro Luis Alberto Hernández, después de todo, la pintura se explica por sí misma a través de los sentidos. Le auguro sí mucho éxito en sus futuros proyectos, concretamente en una exposición planificada por la Galería DCS Contemporary, en la localidad de Karl Ruge (sur de Alemania), pautada para el mes de abril de 2023. Confío en que dará mucho de qué hablar como ha ocurrido con Escriturarias en el Museo Afroamericano de Caracas.

El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!

Apoya a El Nacional