Por LORENA GONZÁLEZ INNECO
Al iniciar la curiosa tarea de pensar en palabras perdidas, debo confesar que me sentí inquieta y turbada. Intentaba dar con alguna palabra precisa, pero me parecía que casi todas aquellas en las que reparaba estaban en uso aún o por lo menos yo las usaba. De pronto una sola vino a mi mente como un bombazo, recordé que era usada con frecuencia por mi mamá y que siempre me produjo mucha risa. Es: «Chamuchinero». En ocasiones mi madre se expresaba despectivamente con este término, cuando la llevaban a algún lugar que no le gustaba o había mucha gente, lo cual no le permitía tener un encuentro más directo con el espacio o el disfrute de ese sitio en especial. Es un término bastante despectivo y ella lo usaba con énfasis cuando acudíamos a una playa atiborrada de camionetas, gente bailando, mucho calor o imposibilidad de ver el mar. Entonces decía: — Ay no… vámonos de aquí, que aquí lo que hay es un chamuchinero. Investigando en su origen descubrimos que es sureño. La chamuchina en Chile se refiere a gente despreciable y en Argentina a populacho.
No obstante, como fue a ella a quien le pregunté por esta expresión, se sintió —amante como yo de los diccionarios— convocada a seguir investigando. Así pasó varios días llamándome por teléfono para nutrirme con palabras que ella considera perdidas y que le venían a la cabeza. Por supuesto, empezamos por más que palabras, refranes, fraseos y otros usos particulares del lenguaje. Así surgió la inusitada «RaspinFly»: ¡Me quedé RaspinFly!, dice aún mi mamá cuando el dinero se le va rápidamente de las manos. No faltó el «Chacumbele» y su «él solito se mató», así como una sicodélica asignación que desconocía: «Eso está De Cátedra», frase que en los 60 —afirma mi mamá— se usaba para decir que algo era superior o maravilloso, desde un coktail, una fiesta, un disco, un vestido, una receta culinaria, un carro o una reflexión. Evidentemente la academia era popularmente valorada en aquel entonces.
A este intercambio cotidiano Xiomara, mi pareja, se adjuntó. Entonces le pareció que «Sereno» usado en su carácter climático era un término que había desaparecido: «Abrígate que ya está bajando el sereno». A esto agregó algunas típicas de Maturín, su ciudad natal, como la profunda extrañeza del término «Manflórito», una suerte de metáfora sustantivada para designar a las personas hermafroditas, o el coloquial «Liso”, adjetivo aplicado a aquellas individualidades jocosamente irrespetuosas de los canales regulares, en cuanto al trato y el intercambio con los demás.
Lo cierto es que la cosa no paró allí… Mi mamá en cierto modo insistió en vernos, para otras cosas por supuesto, pero para darle apertura a lo que ya estaba por suceder: que fuéramos anotando y comentando, letra por letra del alfabeto, aquellas palabras que considerábamos perdidas. Fue así como nos vimos y se quedó a dormir en mi casa. La lista, ampliamente comentada, va más o menos así:
Abstemio Conciso Fortachón Manflórito
Acartonado Cuaima Frenesí Mantuano
Acorazado Cuchitril Furúnculo Manumiso
Adosado Culantro Gendarme Melindroso
Adyacente Cumbiamba Grácil Menesteroso
Alado Chacumbele Gramófono Mequetrefe
Anquilosado Chamuchinero Grandilocuente Moñongo
Atávico Dádiva Gofio Multisápido
Averiado DeCátedra Hedor Naiboa
Barragana Denostar Heliotropo Necrofilia
Bazofia Dentera Heno Necrópolis
Beneplácito Deshollinar Imberbe Ñángara
Beodo Destete Imberbe Oblicuo
Blúmer/ Dimitir Inerte Obsoleto
Brumer Ecuménico Inhóspito Obtuso
Bluf Embarrar Innoble Ostracismo
Bochinche Embraguetar Inocuo Otear
Bucólico Embromar Instigar Oxímoron
Bufón Emperifollar Iridiscente Pataleta
Burundanga Engominar Jinetera Patidifuso
Cadalso Entuerto Jodedera Perentorio
Caletre Etoné Juanete Pérgola
Carrasposo Espeluznante Julepe Pueril
Casete Esperpento Limbo Pusilánime
Cáspita(s) Estrambótico Liso Raspicuí
Catastrófico Exequias Lisura RaspinFly
Cejudo Exiguo Límpido Redentor
Cojonudo Fagocitar Lodazal Remolón
Cojonúo Fardo Lúdico Ríspero
Cojonúo Féllula Lúbrico Ronronear
Conchudo Fístula Luminarias Ruibarbo
Concilio Flatulencia Mandinga Vulva
Sátrapa Suspirar Urdimbre Yeso
Sereno / Susurrar Urdir Yute
Serenar Tabula / Vacilar Zarandear
Siniestro Tábula Vástago Zarpazo
Solaz Tranquilidad Vendimia Zopenco
Sonrosar Timar Ventrílocuo
Sonsacar Timbal Verborrea
Soponcio Tintineo Viruta
Soslayar Tontonear Voluta
Como el lector podrá observar, pasamos toda la noche en ello. Al final, mi mamá me dijo: Yo sé que no es una palabra perdida hija, porque se usa, pero la que yo siento más extraviada en estos tiempos tan extraños, aquí en el país y en el mundo entero, es: Tranquilidad.
En el desayuno, a la mañana siguiente, ambas continuaron —mi madre y mi pareja, y por supuesto yo— pensando en nuevas palabras, algunas de las cuales agregué a la lista anterior. La más divertida de ese cierre fue «Blúmer». Mi mamá aseguró que eso ya no se usa y Xiomara recalcó que en Maturín se las daban de muy finos cuando decían con un acento casi francés: ¡Qué bello ese Brúmer! Yo me quedé, para nombrar otro término desaparecido que usamos mucho mi mamá y yo cada cierto tiempo: «Etoné». Este es especialmente gracioso, sobre todo por la forma en la que las personas me miran cuando lo digo. Xiomara me aclaró que la palabra en francés existe y que significa explotado, estallado.
Finalmente, mientras seguían los comentarios y reíamos con las conclusiones, quise pensar en una palabra que de verdad estuviera perdida, y no sé si fue el tono familiar del suceso desarrollado durante varios días que me vino a la mente «Casette», ahora escrita correctamente como Casete en español. Me pareció una palabra realmente perdida porque es una estructura, un formato que ya nadie usa. A esa palabra y lo que ella implica le tengo un cariño muy especial, pues mi padre se dedicó año tras año, durante toda su vida, a pasar noches enteras en la sala de la casa con muchas de esas particulares cintas para grabar junto a todos sus discos de vinilo sobre los muebles y elegidos según el talante de ese día. Con una pequeña luz amarilla que daba un aire muy íntimo desde el equipo de sonido, se alumbraba y se dedicaba a seleccionar canciones, generando mezclas musicales, las cuales guardaba en cada casete mientras tomaba un buen whiskey.
En sus compilaciones cuidadosamente escritas, con números de canciones y autores, resaltan títulos como: Bailables 1, 2 y 3; Boleros, Románticas, Instrumentales, Música clásica venezolana, Música clásica internacional, Italianas y Sesiones especiales de Jazz, entre otras agrupaciones. Mis tíos maternos se burlaban de él porque en los casetes de bailables que ponía los domingos aparecían piezas como “Mais que nada” de Sergio Méndez y su Brasil 67, “El Otorrinolaringólogo” del grupo Los Machucambos o la “Quinta Anauco” de Aldemaro Romero y su Onda Nueva. Para mis tíos, hijos de la Fania All Star, aquellas bailables eran literalmente un bluf… jajaja, otra palabra perdida…. Para mi papá, elegante y delicado, era lo mejor que podía bailar un hombre civilizado que desde viejas soledades y tempranos abandonos había levantado un hogar entrañable; y lo cierto es que las bailaba, cuando los tragos domingueros y la cocina familiar lo rodeaban de una alegría inusitada.
El amor por el casete fue entonces parte de mi vida. Incluso recordé que ya en pleno siglo XXI tuve un volkswagen escarabajo del año 1972 —mi primer carro pagado por mí misma— que tenía su reproductor de casete, ante lo cual yo andaba con mi organizador de cintas. Mis primos más jóvenes daban alaridos cuando se montaban en ese carro: ¿Qué es eso prima????? Jajajaja ¡Qué cosa más loca y rara!!!! Y se reían de mí con asombro y ternura, por lo que consideraban un talante casi arqueológico. No obstante, poco a poco el suceso se les volvió una aventura en el mejor estilo del film Volver al futuro, y cada vez que venían a casa los fines de semana tenía obligatoriamente que bajar a darles una vuelta por Las Palmas para que pusieran sus cintas favoritas.
Finalmente el casete sembró su última sorpresa el 16 de diciembre del año pasado, fecha de cumpleaños de mi padre ya fallecido hace ocho años. Ese día nos reunimos mi hermano, mi mamá y yo para tomar algo y festejarlo. Entonces, como si de un levantamiento de la memoria se tratara, nos acordamos de los casetes de papá, organizados con números perfectos, con listas exactas y hermosamente escritas, sin olvidar una libreta impoluta y detallista donde uno podía consultar, según su estado de ánimo, cuál casete le iba a provocar escuchar. Si no me equivoco eran unas 42 o 52 cintas, o quizás 63… Para guardarlos hizo una pequeña biblioteca de madera, con la medida exacta de las cajitas, lo cual otorgaba un orden extraordinario a todos aquellos tentadores objetos rectangulares. Lo mejor de todo fue que los buscamos y los encontramos, y que además logramos rescatar de un baúl un minireproductor con cornetas que funcionaba y en el que pudimos reproducir ese día unas dos o tres compilaciones.
Mi hermano menor me dijo: qué te parece, mi papá era lo que ahora llaman un DJ SeleKtor… Hubiera sido un buen Youtuber. Y aunque nos reímos de la semejanza, no pude evitar pensar un buen rato en todo lo que contenían aquellas tiras magnéticas, en todo el tiempo, el pensamiento, el disfrute, las tristezas, la vida o las evocaciones que se quedaron allí, silentes y compactas, en sus 10 × 6,5 × 0,9 cm de área.