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Una mirada a la sazón venezolana: Mi Cocina, una memoria del sabor de un país

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Por CLAUDIO ALBERTO BRICEÑO MONZÓN*

“La cocina venezolana es una cocina sustanciosa, con una mezcla armónica de sabores obtenidos en la olla o en el plato, y donde con frecuencia están presentes, mezclados plácidamente, cuatro sabores fundamentales de la cocina: salado, agrio, picante y dulce. Nuestra cocina, a la vez que elemental, es refinada, amplia en acoger influencias y universalista en combinación de sabores. Hay en ella varios elementos importantes: encurtidos, salsa inglesa, papelón, ají y ají dulce, cilantro, comino, onoto, pimienta; todos están presentes en el sofrito, que podría ser la síntesis aplicable a la cocina venezolana” (1)

Armando Scannone

Introito

Podemos entender como Sistema Agroalimentario un conjunto de ocupaciones, trabajos, funciones e instituciones que intervienen en el proceso alimentario del hombre. En Venezuela, país que históricamente ha dependido de la exportación de materias primas (desde el añil y el cacao hasta el café y el petróleo), no se ha logrado la autonomía del sistema agroalimentario, pues a partir de la década del 40 del siglo XX hemos dependido de la renta petrolera.

En efecto, desde 1936 en Venezuela se planteó la necesidad de desarrollar una economía productiva que progresara y se expandiera con el país, sin embargo, esto se sustentó en la explotación de la riqueza efímera de la renta petrolera. Por esta razón, Arturo Uslar Pietri diseñó una política económica denominada SEMBRAR EL PETRÓLEO, consigna que estuvo vigente por varias décadas y cuyo planteamiento consistía en la observación de que:

“La providencia ha dotado a Venezuela de una inmensa riqueza en el subsuelo. Venezuela es un país subdesarrollado. La lógica debería indicar que lo que debemos hacer es aprovechar la riqueza del subsuelo para desarrollar a Venezuela en todos los órdenes” (2). Esto, sin embargo, no ocurrió.

Caracas sola no es Venezuela. El regionalismo en las gentes del país se percibe en la intensidad que los habitantes que apuestan para aclamar las majestades de la tierra natal, la belleza y productividad de su suelo, la solidez y fecundidad de sus valores humanos. El provincialismo históricamente se ha desarrollado en contra posición al centralismo, y lo descubrimos espontáneamente en la solidaridad regional ante las instituciones sociales, ante la cultura y ante el dominio de la política. En esta mirada desde el terruño podemos observar mucha ignorancia de las frecuentes y agudas rivalidades que existen entre los centros poblados de una misma región.

El Régimen Alimentario

La Venezuela profunda, de los diferentes ámbitos geográficos, desde los llanos bajos y altos, oriente y occidente, los andes, hasta la Orinoquia, donde existen múltiples identidades que podemos observar en las manifestaciones artísticas musicales, las formas de hablar y el típico modo de comer. Este último poco estudiado en nuestro país, que fue denominado por José Rafael Lovera, régimen alimentario: “…como el conjunto de alimentos, conocimientos referidos a ellos, valores, producidos por una sociedad en un medio físico determinado, o a través del intercambio que por un cierto periodo le aseguran sus subsistencia en condiciones socioeconómicas específicas” (3).

El mismo Lovera nos señala las fuentes para estudiar la historia de la alimentación:

“…orales, los testigos, la memoria gustativa, que además de ser muy interesante nos hace fácil el camino de reconstruir los cambios (por ejemplo, las formar de cocción, si a carbón o a leña, si productos naturales o enlatados, etc.). También existe una fuente muy rica y muy poco utilizada, que eran los registros contables de las distintas instituciones, como cuarteles, conventos, donde se registraban los gastos de alimentos, por lo tanto era relativamente fácil reconstruir el régimen alimentario de esos grupos por lo que se consumía y además se podía reconstruir el valor nutricional de los alimentos en el pasado. Otras de las fuentes… fueron las obras que hablaban de las plantas y alimentos con valores terapéuticos y de los usos alimentarios que se le podían dar a esos alimentos, es decir, los libros de materia médica. Como fuentes los viajeros, aquellos que nos revelan un aspecto poco común, ya que ellos se ven impresionados por los distintos contrastes alimentarios con los que se toparon; en ese sentido Alejandro de Humboldt que estuvo por nuestras tierras allá por principios del XIX. En la prensa del período de la independencia había noticia sobre navíos, hambrunas ocasionales, aunque aquí en América el fantasma del hambre no está presente como en otros continentes. Y por último quedaban los tan mentados recetarios de cocina, haciendo una distinción entre los impresos y los manuscritos, ya que estos últimos tienen la exactitud del uso que cada familia daba a los alimentos y es justamente el uso excesivo que se les daba lo que los hace tan difíciles de conseguir (por el lugar en el que se encuentran están más expuestos a perderse, quemarse, etc.) (4).

El mestizaje panadero

Inés Quintero, en su libro El Hijo de la Panadera, en su primera parte narra exhaustivamente el problema de Sebastián Miranda (padre de Francisco de Miranda), en abril de 1769, cuando es designado oficial del batallón de blancos, lo que ocasionó que el cabildo de Caracas dirige una comunicación al capitán general para exponer reservas respecto a dicho nombramiento:

“La negativa obedecía a que todos ellos pertenecían a las primeras esferas de la ciudad y eran descendientes de sus más ilustres pobladores; en consecuencia; no podían alternar con un individuo de inferior calidad, que notoriamente ejercía el  oficio de mercader y que, como tal, estaba casado con una panadera. Desatendería las circunstancias y méritos de sujetos de su clase y constituiría un agravio evidente a la calidad de sus familias si convenían en admitir a un sujeto de baja condición y de quien se decía era mulato, para que compartiese junto a ellos la distinción de oficial en el batallón de blancos de la ciudad (5)”.

El proceso de mestización en Venezuela se intensificó, después de la promulgación de la real cédula de Gracias al Sacar el 10 de febrero de 1795, fue creado como un canon arancelario para todos los súbditos americanos, desde ese momento el contexto sería otro, pagando lo convenido se conseguía escalar socialmente sin dificultades, beneficiaba de manera real todos los habitantes que por juicios de estirpe social, hasta ese momento no tenían las prerrogativas para adherirse a algunos entidades de la administración gubernamental (6). Para los blancos criollos americanos, estas disposiciones fueron calificadas como una agresión a sus derechos adquiridos, durante algún período tenían habituado obtener  ventajas a través de una reclamación directa al Rey. Esta autorización de exenciones era potestad exclusiva del monarca, la cual le estaba reservada por mandatos de las Cortes.

La mestización se puede observar desde el punto de vista alimentario, con la presencia de varios tipos de panes: el pan blanco de harina de trigo traído por el conquistador, el pan de maíz que en realidad era una arepa, el pan de yuca el célebre casabe y el pan de plátano, que consistía una fritura de plátano verde el popular tostón. Estos cuatro panes nos hablan de heterogéneas distinciones sociales con jerarquías sociales bien marcadas, por el consumo de alimentos. El pan de la generalidad era la arepa de maíz, seguido por el cazabe y el tostón. Desde la perspectiva cualitativa el pan blanco de los mantuanos, sería el de mayor ascendencia social, el pan del dominador, que se utiliza para la consagración del misterio de la comunión en la absoluta religión católica.

Ayuno es el acto de penitencia y mortificación de la carne habituada por motivo religioso. Está referido a la cantidad de alimentos que pueden consumirse y es por tanto diferente de la abstinencia, que se refiere a la calidad de los alimentos. Todos los católicos están obligados al ayuno en los días prescritos (se hace una sola comida al día, aun cuando puede tomarse alguna pequeña merienda por la mañana y por la noche). Entre los católicos siempre ha sido pragmático como diría Rasputín, el pecado debe continuar para que exista el perdón de dios. Isabel Allende muy bien nos lo señala en cuanto a la comida en su libro Afrodita:

“La glotonería es un camino recto hacia la lujuria y si se avanza un poco más, a la perdición del alma. Por eso luteranos, calvinistas y otros aspirantes a la perfección cristiana comen mal. Los católicos, en cambio, que nacen resignados al pecado original y las debilidades humanas, y a quienes el sacramento de la confesión deja purificados y listos para volver a pecar, son mucho más flexibles respecto a la buena mesa, tanto que han acuñado la expresión «bocado de cardenal» para definir algo delicioso” (7).

Al pensar una historia de la alimentación en América Latina y en Venezuela en particular, nos imaginamos qué habría pasado si los europeos no llegan a América, si actualmente en Italia culinariamente no existiera el tomate, que sería de la salsa napolitana, boloñesa y como quedarían las pizzas; o en el caso gastronómico de España, como existiría una tortilla española sin papas. Todo ello sería una tragedia alimentaria y por eso los reyes católicos terminaron financiando a Cristóbal Colón, por la toma de Constantinopla y la búsqueda de la ruta de las especies. Al respecto señala muy acertadamente Arturo Uslar Pietri:

“La presencia de las papas, de la yuca, de la arracacha, del ñame, de cualquiera de esos variadísimos y suculentos tubérculos, en que tanto abunda nuestra cocina, es como el sello indeleble de la americanidad. La flora americana ha sido muy rica en tubérculos alimenticios. Los primeros exploradores españoles notaban con asombro la gran cantidad de raíces comestibles que utilizaban los indios. Para los que leían desde la orilla europea las narraciones de los viajes heroicos debía parecerles de las peores miserias aquel tener que alimentarse de raíces a que hacían tan patética referencia los cronistas…

Cada una de esas nutricias raíces lleva el aroma y la esencia de la tierra americana en cuyo seno se ha formado. Son como los vivos tuétanos del mundo nuevo. Quienes aprendieron a comerlas recibieron una iniciación que los incorporaba a un nuevo orden. La sensibilidad para lo americano, acaso, empezó a hacerse por la boca. Los castellanos, hechos a la vaca, al carnero, la revuelta olla, comenzaron a acostumbrarse a las mazorcas de maíz, a la tierna papa, al chocolate aromoso. La comida había comenzado a modificar su sensibilidad. Cuando regresaban a España añoraban los alimentos americanos” (8).

De la hallaca a la arepa

La cocina venezolana evolucionó de los tiempos prehispánicos al descubrimiento, conquista, colonia, e independencia. Nuestra identidad tiene algo de los indígenas, españoles y africanos. La mejor muestra del mestizaje de nuestra sazón culinaria son nuestras hallacas, que con todos sus ingredientes condensan la existencia de las diferentes culturas que se han desarrollado en el país. Existen comidas en las que se condesa la tradición alimentaria como en un breve recetario:

“Nuestra hayaca, por ejemplo, es como un epítome del pasado de nuestra cultura. Se la puede contemplar como un breve libro lleno de delicias y de sugestiones. En su cubierta está la hoja del plátano. El plátano africano y americano, en el que el negro y el indio parecen abrir el cortejo de sabores. Luego está la luciente masa de maíz. El maíz del tamal, de la tortilla y de la chicha, que es tal vez la más americana de las plantas… En la carne de gallina, las aceitunas y las pasas están España con su historia ibérica, romana, griega y cartaginesa… Pero también en el azafrán que colorea la masa y en las almendras que adornan el guiso están los siete siglos de la invasión musulmana” (9).

La hallaca con el tiempo se transformó en un plato típico venezolano que se hace exclusivamente en Navidad, es una combinación de sabores, consiste en un estilo de tamal o bollo de masa de maíz, que se aplana sobre una hoja de plátano, que incorpora un delicioso guiso de carne de res, cerdo y gallina complementada con toques de aceitunas, pasas y garbanzos (en el caso andino). Envuelto en hoja de plátanos. Según Armando Scannone:

“La hallaca es la representación más genuina y auténtica de la cocina venezolana. Es un emblema, un símbolo de la venezolanidad. Es importante en nuestra cultura. Creo que se la debería conservar tal como es, llevándola a la máxima excelencia sin deformaciones, sin desviaciones, sin sustituciones. Por esta misma razón nunca he estado de acuerdo con el abaratamiento de la hallaca a como dé lugar, pues significa perder poco a poco una de nuestras más queridas tradiciones, de nuestra identidad culinaria.

En cuanto a su sabor múltiple —salado, dulce, ácido, picante— es, creo, la mejor representación del sabor nacional…

Además, la hallaca es un proceso tan complicado y de tanto trabajo que se justifica, al menos en los hogares, cuando se hace en cantidad suficiente, para disfrutar varias semanas, ya que se conserva bien en la nevera y con mucho cuidado en su manejo. Habría que comérselas en cierto modo con apuro. Tan contrario al sano goce gastronómico que permite nuestra hallaca durante todo diciembre” (10).

Un sentir nacional en Venezuela es la arepa. En sus diferentes versiones y formas, es el pan tradicional del venezolano. En sus inicios se elaboraba humedeciendo el grano de maíz hasta suavizarlo, luego se convertía en una masa húmeda de textura muy fina, se moldeaba en forma circular y se asaba sobre un budare. Hoy estas formas tradicionales pasaron a la historia, y para su realización se utilizan harinas precocidas, industriales que se vienen produciendo desde 1960-1970, cuando acontece la invención realizada por la industria de la cerveza, consistente en la utilización del proceso de fabricación de hojuelas de maíz en la producción de harinas precocidas:

“…según el Instituto Nacional de Nutrición, hizo que los hábitos  alimentarios experimentaran en los últimos años (hasta 1970) ‘algunas variaciones: la tradicional arepa (pan de maíz) no es tan frecuente en la dieta cotidiana como en épocas anteriores; pero últimamente ha hecho su aparición una harina precocida, que ha obtenido una gran aceptación por la rapidez con que permite preparar alimentos, lo que se ha podido comprobar en encuestas de consumo familiar’. La producción de este cereal, durante la mayor parte de la década de 1980, experimentó un notable crecimiento al pasar de un promedio de 507.529 t en el trienio 1980-1983, a 1.207.759 t entre 1986 y 1988, lo cual permitió lograr en algunos años pleno autoabastecimiento… El maíz es uno de los principales aportantes de calorías en la dieta del venezolano (17%) y participa en 6,6% en el valor total de la producción agrícola” (11).

En la crónica histórica la arepa proviene del cumanogoto erepa, que era el nombre genérico del maíz, para Mariano Picón Salas, en su ensayo Pequeña historia de la arepa:

“…el uso de esta especie de pan en forma de disco, que hoy es unánime providencia de toda mesa venezolana, debe ser tan antiguo como la cultura arcaica del maíz, que se extendió por toda América no menos de cinco milenios antes que aparecieran en el continente los primeros europeos…

Naturalmente que en la varia geografía de la arepa cada comarca del país se enorgullece y exalta las suyas. Hay cábalas y peculiares secretos, como el de las mujeres guaiqueríes de Margarita que frotan y humedecen el budare (que ellas llaman aripo) con grasa de tiburón antes de colocar la masa, pensando lograr una amalgama más perfecta. Hay la casi insoluble disputa —muy viva en ciertas comarcas andinas— sobre qué forma de arepa, la pelada con lejía, o la pilada, la de maíz amarillo o la de maíz blanco, complace más al paladar. Hay grandes diversidades morfológicas entre la arepita pequeña y muy abultada del centro de Venezuela y el extenso y delgado disco de los Estados de los Andes. Ya en la zona de Carora, en el estado Lara, punto de encuentro de varias influencias culturales, la arepa de la antigua provincia de Caracas comienza a andinizarse, o a la inversa, la andina se centraliza. También en el estado Lara se inicia una curiosa rama genealógica de la arepa: la de los dulces panes de horno caroreños que en Mérida originan las deleitosa arepitas de horno, regalada y primorosa invención de los antiguos conventos de la ciudad serrana. Las nuevas generaciones casi ya no las conocen, porque para su artística manufactura eran indispensables aquellos grandes hornos semejantes a casas de esquimal y calentados con leña fragantísima, que fueron desplazados por el uso del kerosene, el gas y la apremiante economía de espacio. En el orgullo regionalista de cada arepa, los hijos de Coro pueden decir que las suyas son las únicas que tumban budare, como los trujillanos que no hay blancura, hoja y punto como las del país de Sancho Briceño” (12).

Mi Cocina: una síntesis del recetario venezolano

La identidad de una ciudad que ha influenciado todo el paisaje nacional la logró sistematizar Armando Scannone, un venezolano que nació un 22 de agosto de 1922, entre la esquina de Palmita y Piedras, en la parroquia Santa Teresa, en Caracas. Hijo de emigrantes italianos: don Antonio Scannone Lapadula y doña Antonia Tempone Falasca. El caraqueño falleció el 9 de diciembre de 2021 a los 99 años. Un privilegio que disfrutamos de haber contado con su excelente trabajo metódico–gastronómico, que pasará a la memoria de lo mejor de la Venezolanidad. Es sorprendente que en el Diccionario de Historia de Venezuela, de la Fundación Polar, no exista una referencia directa a don Armando Scannone (13)

En la cultura venezolana, se ha procurado conservar los conocimientos prácticos y su eticismo en aforismos, proverbios, adagios o sentencias. Hay uno que tiene una vigencia real y única: Caracas es Caracas y lo demás es indio, flecha y culebra. Recordamos este refrán a propósito del primer libro de Scannone: Mi Cocina: A la manera de Caracas, recetario gastronómico que va a cumplir 40 de años de su aparición donde el ingeniero, con su organización cartesiana, catalogó la comida caraqueña sistemáticamente. En un formulario práctico, logró eternizar la memoria de los sabores de una ciudad e indirectamente de un país. Su libro rojo ha sido considerado por la historiografía gastronómica nacional como biblia de la cocina venezolana. Scannone comprendió que la culinaria es una comprensión y una forma de imaginar el mundo y de afirmar la vida. Nos dejó el gran legado culinario de la cocina venezolana en sus libros. Un trabajo de ingeniería en la cocina hecho con un afecto especial y con una dedicación maravillosa.

Antes del libro rojo, Venezuela no tenía una sólida identidad culinaria propia, que logró caraqueñizar Scannone al publicar sus libros y generalizar la gastronomía nacional. Uno de sus sueños era lograr continuar su trabajo de Caracas en las demás ciudades y regiones del país. Ya vendrán nuevas generaciones que buscarán cómo lograr consolidar una gastronomía nacional desde lo local.  La gastronomía expresa una manera de concebir el mundo y de manifestar la vida.

En la introducción de su libro rojo, Scannone advertía:

“La cocina venezolana no se ha desarrollado bajo la influencia de grandes cocineros o restaurantes, por el contrario, es casera, doméstica, generalmente elaborada por mujeres. Su repertorio es bastante uniforme a través del país, con excepción de algunos platos característicos de cada región, admirablemente descritos por Ramón David León en su libro Geografía Gastronómica Venezolana y que ojalá alguien traduzca en buenas y fáciles recetas que serían un tesoro para cualquier libro de cocina, baste citar la pizca andina, las preparaciones zulianas con coco, la cacería a la manera de los llanos, las preparaciones margariteñas de pescado, las preparaciones guayanesas con merey, el talkarí oriental, etc.

Hay, sin embargo, diferencias en la sazón. Las recetas de este libro tienen la de Caracas, que es la que conozco mejor y con la que estoy familiarizado. En ella se utilizan, con frecuencia, conjuntamente lo dulce y lo agrio y muchas veces lo picante, que unidos a lo salado producen una sazón donde no predomina un sabor determinado, sino por el contrario se logra una mezcla de sabores equilibrada y característica.

Aun cuando la mayoría de las recetas de este libro corresponde a comida tradicional venezolana, no se ha pretendido hacer una recopilación de recetas ajustadas estrictamente a métodos e ingredientes tradicionales. Se han admitido en algunos casos ingredientes nuevos y usuales hoy día y algunos pasos en la preparación no enteramente tradicionales en la cocina venezolana.

Cada receta ha sido elaborada con base en la sazón de mi cocina que creo se aproxima estrechamente a la de Caracas. En algunos casos he partido de informaciones de recetas tradicionales, modificándolas y recreándolas cuando lo he creído necesario hasta obtener, con las posibilidades de hoy día, la mejor aproximación al sabor de la comida de Caracas” (14).

Es importante la opinión de los cocineros venezolanos sobre la obra de Scannone, y nos parece relevante la opinión del chef en ejercicio, Francisco Abenante:

“El libro rojo no solo es un gran manual de cocina perfectamente estructurado y metódico, además tiene una conexión emocional con los venezolanos porque reúne una gran cantidad de platos y recetas que a la larga terminan hablando de nuestras costumbres, de nuestra identidad, de las cosas que nos gusta comer, de cómo nos gusta comerlas, de nuestra cultura y en general de lo que somos.

Yo creo en el gran aporte de don Armando más allá de la obra. No solamente del libro rojo. También de todos los libros posteriores. En ese trabajo de investigación, recreación y estandarización de las preparaciones, está precisamente hacernos entender a los cocineros la importancia del registro de las recetas” (15).

Hoy un gran porcentaje de venezolanos ha emigrado a distintas partes del mundo, se han llevado lo más imprescindible y necesario para iniciar una nueva vida, donde el ejemplo a seguir es el de los padres emigrantes, como el cado de don Armando Scannone. Olvidar todo el pasado y hacer una nueva vida, una nueva querencia al lugar donde vivan. Como muy bien lo ha señalado don Sumito Estévez:

“El sentido de pertenencia está ligado a muchos factores, pero es la cultura el más poderoso de ellos. Es cierto que fronteras, himnos, nombres de países y banderas son símbolos de pertenencia; pero son símbolos volátiles. Esos que se llevan en la maleta los expatriados” (16).

La identidad culinaria que nos dejó don Armando Scannone, con cada plato, con cada receta y con cada uno de sus libros, es una identidad cultural que llevarán muchos venezolanos en sus maletas en su libro rojo, azul y amarillo. Es un legado de pertenencia que irá más allá de las fronteras de un territorio y estará en cada generación de venezolanos que no quiera olvidar la sazón venezolana de Mi Cocina, como una memoria del sabor de un país.

Post Data: a los venezolanos que se fueron no se les olvide qué es un budare, un caldero, un pabellón, una hallaca. Y siempre recuerden que los cambures pueden ser: topocho, cuyaco, pineo o guineo, morado, manzano y titiaro.

Referencias

* Miembro correspondiente de la Academia Nacional de la Historia de Venezuela por el estado Mérida. Profesor titular de la Escuela de Historia, de la Facultad de Humanidades y Educación, de la Universidad de Los Andes ULA, Mérida-Venezuela. Magíster en Historia de Venezuela por la Universidad Católica Andrés Bello. Doctor en Historia por la Universidad Nacional de La Plata–Argentina. Jefe del Área de Geografía Departamento de Historia de América y Venezuela ULA.

1 Jacqueline Goldberg y Vanessa Rolfini. Conversando con Armando Scannone. Caracas: Fundación Bigott, 2007, p.89

2 Arturo Uslar Pietri. Petróleo de vida o muerte. Caracas: Editorial Arte, 1966, p.59

3 Viviana Martínez. “Entrevista: Doctor José Rafael Lovera, experto en la historia de la alimentación.” En: Todo es Historia, Buenos Aires, Año XXV, abril de 1992, Nº298, pp.60-62, p.60

4 Viviana Martínez. “Entrevista… p.61

5 Inés Quintero.  El Hijo de la Panadera. Carcas: Editorial Alfa, 2014, p.14

6 “Esta Real Cédula llamada de Gracias al Sacar fue expedida en 1797; el cabildo o ayuntamiento de Caracas lo mismo que los de Coro y Maracaibo se negó a ponerla en vigencia. Es un Arancel, sumamente curioso en virtud del cual, el hombre de origen más oscuro y de humilde cuna adquiría las prerrogativas nobiliarias mediante unos cuantos miles de reales de vellón.” Laureano Vallenilla Lanz. Cesarismo Democrático. Caracas: Monte Ávila Ediotores, 2da. Edición 1994, p. 93

7 Isabel Allende. Afrodita Cuentos, Recetas y Otros Afrodisíacos. (Ilustraciones Robert Shekter. Recetas Panchita Llona). Barcelona–España: Plaza & Janés Editores, 1991, p.14

8 Arturo, Uslar Pietri. “La Hayaca, Como Manual de Historia.” En: Veinticinco Ensayos: Antología. Caracas: Monte Ávila Editores,  1969, pp.137-142, pp.138-139

9 Arturo, Uslar Pietri. “La Hayaca… p.141

10 Jacqueline Goldberg y Vanessa Rolfini. Conversando… pp.102-103

11 Humberto Fontana. “Maíz” En: Diccionario de Historia de Venezuela. Tomo M-S. Caracas: Fundación Polar, primera reimpresión de la segunda edición, 2010, pp.13-14

12 Mariano Picón Salas. “Pequeña Historia de la Arepa.” En: Marino Picón Salas.  Obras Selectas. Caracas: Edime, 1962, pp.295-300, pp.295-298-299

13 La información es indirecta y una es de su hermano Alberto Scannone, que refiere a que fue el primer presidente del Comité Ejecutivo del Base Ball Profesional en enero de 1946. El otro dato que hace relación, es el de un trabajo titulado: Contribución al estudio de las quinas venezolanas, de 1948 de su otro hermano farmaceuta, Héctor Scannone. Y finalmente se cita un libro de Francisco Scannone: Historia de la dermatología en Venezuela (desde los indios hasta 1990). Caracas: Cromotip, 1990.

14 Armando Scannone. Mi Cocina: A la manera de Caracas. 7ª Edición de Bolsillo. Caracas: Refolit C.A., 1996, p.10

15 https://elestimulo.com/armando-scannone-vivo-legado-culinario-de-venezuela-cumple-98-anos/?utm_medium=Social&utm_source=Twitter&s=08#Echobox=1639097881 (Consultado el 10-12-2021)

16 Sumito Estévez. 12 pasos para cocinar la imagen de un país: Manual para soñadores gastronómicos. Caracas: Editorial Planeta, 2016, p.37