Por RICARDO BELLO
Peter Watson es un historiador americano con ideas interesantes y autor de buenos libros, entre los cuales destacan Ideas: a History from Fire to Freud, The Age of Nothing: How We Have Sought to Live Since the Death of God, The German Genius y unos cuantos más. Su último, Fallout: Conspiray, Cover-Up and the Deceitful Case for the Atom Bomb, publicado inicialmente por Simon & Schuster hace dos años, intenta responder una pregunta delicada: ¿fue necesario lanzar bombas atómicas en Japón?
La decisión de usarlas, argumenta Watson, fue política, no se arrojaron para lograr la rendición del Emperador Hirohito. Se utilizaron para proteger la reputación del liderazgo militar norteamericano, especialmente la del General Leslie R. Groves, responsable del Proyecto Manhattan, un hombre tan poco preparado y tan convencido de sí mismo que mantenía que los americanos podrían entrar a Hiroshima sin peligro de radioactividad media hora después del ataque. Groves estaba empeñado en bombardear a Kyoto, pues la destrucción de sus hermosos edificios y exquisitos jardines inclinaría a la gente inteligente y culta del Japón a presionar al gobierno a su rendición. Henry Stimson, Secretario de Guerra americano, bloqueó su propuesta calificándola de barbarie pura. La tercera razón fue mantener la iniciativa política americana en Europa occidental. Los soviéticos interpretaron correctamente la decisión, era un chantaje estratégico norteamericano.
Después de Hiroshima, Churchill creyó que la posibilidad de una guerra contra la URSS había sido pospuesta por unos seis años, y se equivocó. El temor era cada vez más real: Stalin podía intentar invadir la República Federal Alemana, atacar a Yugoslavia o invadir a Irán, tomando posesión de sus pozos petroleros, pero no lo hizo, para no arriesgar una guerra nuclear que le era imposible ganar. Los ejércitos americanos tenían en la posguerra inmediata un millón y medio de hombres en armas, los soviéticos entre 3 y 5 millones, no había manera de controlarlos sin la bomba atómica.
La bomba sobre Hiroshima se lanzó el 6 de agosto, dos días después Stalin le declara la guerra a Japón y al día siguiente los tanques soviéticos invaden Manchuria. Hasta ahí llegó su rabieta, su apuro por invadir el resto de Europa frenado tajantemente con el bombardeo. El US Strategic Bombing Survey llegó a la misma conclusión, no hacía falta atacar a Hiroshima y Nagasaki para provocar la rendición de Japón. La bomba fue lanzada para congelar el mapa político de la postguerra.
La URSS detonó su primera bomba atómica soviética en agosto de 1949, desde una torre casi idéntica a las estructuras americanas, gracias al espía comunista Klaus Fuchs que trabajaba en el laboratorio secreto de Nuevo México, ahorrándole a Stalin al menos tres años de investigaciones. Poco después, en junio de 1950, probando la disposición americana, 100.000 soldados de Corea del Norte y con apoyo militar soviético, invaden Corea del Sur. Semanas antes, Stalin había firmado un pacto de seguridad con la China comunista. El General Douglas MacArthur no era la figura adecuada para templar los ánimos, un hombre tan egocéntrico que sus generales contaban el chiste de que había ido a la misma Escuela Primaria que Dios. MacArthur cruzó sin pensarlo dos veces la frontera entre Corea del Norte y China y en el acto 250.000 soldados chinos entraron en la guerra, arrollando en un instante las fuerzas de las Naciones Unidas. El general americano quiso atacar entonces entre 30 y 50 ciudades chinas con bombas atómicas y casi logra convencer al Alto Mando militar, hasta que el presidente Truman se lo trajo de vuelta a casa por insubordinación, iniciando el pulso de la Guerra Fría.
La ironía fue que la tecnología nuclear con fines bélicos fue desarrollada tanto en los Estados Unidos como en la URSS gracias a los científicos alemanes, casi todos judíos, que habían logrado escapar de la barbarie nazi. A tal punto que Churchill pensaba que los Aliados le ganaron la guerra a Alemania porque sus científicos alemanes eran mejores que los científicos alemanes de Hitler.
Pero queda la tristeza, una de las grandes vergüenzas de la humanidad, la barbarie de una decisión inexcusable que sacrificó impunemente a cientos de miles de víctimas civiles al dios de la guerra. La historia se cuenta de otra forma, sin tanta ideología en Okorijizou, un hermoso cuento japonés escrito por Yuuko Yamaguchi, que narra el episodio de Hiroshima desde la perspectiva de sus víctimas. Los rostros de los niños del cuento son la imagen de Dios. Muestran la experiencia de la bomba a través de los seres más vulnerables y permeables a la acción del espíritu. Sus ojos revelan la imagen del Dios escondido, le Dieu caché de Pascal, el Deus absconditus de los teólogos presente en el dolor de los más pequeños.
*La historia secreta de la bomba atómica: cómo se llegó a construir un arma que no se necesitaba. Peter Watson. Editorial Crítica. España, 2020.