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Un viejo liberal sumamente actual

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Por JESÚS MARÍA ALVARADO ANDRADE

Mises nació en 1881 en lo que hoy es parte del territorio oeste de Ucrania, en la región de Galitzia. Si viviera hoy volvería a padecer las crueldades de la guerra. Ese mismo año, nació en Praga su amigo Hans Kelsen. En la época en que nació Mises, gobernaba en Venezuela Antonio Guzmán Blanco y en Estados Unidos de América, el presidente Chester Alan Arthur. Eran otros tiempos, quizás, el mundo de ayer como bien sostuvo otro austriaco: Stefan Zweig.

Nuestro trágico autor murió en 1973, fecha en la que también murió su amigo Hans Kelsen, uno de los juristas más connotados del siglo XX. El destino los unió en muchos modos, lo que no significaba que pensaban igual, una cuestión importante esta, dada la irrupción de un tribalismo absurdo, incluso, en la academia.

En los años setenta del siglo pasado cuando muere Mises gobernaba en Venezuela, Rafael Caldera. Tuvo una larga vida y vio muchas cosas. Ese mismo año, el premio nobel F.A. Hayek, alumno de Kelsen y de Mises —aunque de este último fuera extra cátedra— publicó el primer tomo de su trilogía: Derecho, legislación y libertad. Quizás Kelsen sea un poco más conocido, e incluso, el propio Hayek, pero Mises es un autor poco conocido en Venezuela, a pesar de que en algunas de sus obras se refirió a Simón Bolívar, un hecho que ha pasado desapercibido para el “culto a Bolívar”.

Exceptuando el interés de los escasos liberales venezolanos, en el ámbito académico, solo fue tomado en serio por el eminente economista Asdrúbal Baptista. En el ámbito de la política, derecho y sociología nunca fue tomado en serio, una cuestión que explicará el extravío en ideas que llevó al país a la debacle.

Es cierto que la obra de Mises es vasta y compleja, pero también lo es la de Marx, a quien estudió exhaustivamente. Aunque siempre criticó el marxismo, quizás Mises odió más a Otto Neurath que al propio Marx, llegando a despreciar, eso sí, severamente a sus seguidores. En Venezuela, ciertos académicos marxistas han tomado más en serio los planteamientos económicos de Mises; Böhm-Bawerk o de Menger que algunos académicos no marxistas, lo que revela la flaqueza de las filas liberales y democráticas. Los historiadores también lo han ignorado, no solo en lo que respecta a su obra Teoría e historia (1957), sino también su interesante tesis Die Entwicklung des gutsherrlich-bäuerlichen Verhältnisses in Galizien (1772-1848), que versaba sobre la liberación de los campesinos de Galicia bajo los káiseres y burócratas reformistas desde poco antes de la Revolución Francesa hasta el estallido de la Revolución de 1848.

En el ámbito económico, descuellan obras como La teoría del dinero y del crédito (1912) —hoy en día refutada por otro eminente economista liberal, Juan Ramón Rallo, Una crítica a la teoría monetaria de Mises: un replanteamiento de la teoría del dinero y del crédito dentro de la Escuela Austriaca de Economía (2019) y La acción humana (1949). Estas dos obras dejaron huella, pero quizás sus obras más interesantes y de mayor trascendencia pueden ser sus obras políticas, algunas de ellas con una carga importante de consideraciones sociológicas, epistemológicas, históricas y hasta jurídicas de gran interés en el presente.

Basta abrevar en las páginas de su densa obra El socialismo (1922); Liberalismo (1927); Crítica del intervencionismo (1929); Problemas epistemológicos de la economía (1933); El Estado omnipotente (1944); La burocracia (1944) o El fundamento último de la ciencia económica (1962) para apreciar la finura de un autor complejo, erudito y sagaz, que ahondó en buena parte de los problemas del siglo XIX y del siglo XX, cuyos efectos siguen proyectándose en el siglo XXI.

Es cierto, que, a diferencia de otros de sus amigos como Hans Kelsen o Joseph Schumpeter, no recibió las distinciones que debió recibir. El mundo no le trató bien. Pese a su condición de judío que le valió todo tipo de persecuciones y discriminaciones —referidas por el propio Hayek— lo cierto es que otros judíos merecieron distinciones. Probablemente su carácter y su vehemencia no le ayudó en un momento de auge del “progresismo”. A diferencia de Hayek, la obra de Mises sigue siendo poco explorada. Entre las mejores —no las únicas contribuciones académicas que escrutan su pensamiento— están las obras del académico Gabriel Zanotti en el campo de la economía y de la epistemología, y en el campo del Derecho, descuella las obras de Alejandro Nieto García sobre la burocracia, entre otras, en las que al menos lo refiere.

Para muchos es un ícono del liberalismo, pero se olvida con bastante facilidad, que este hombre asociado la mayor de las veces al campo económico, cumplió a cabalidad con los mandatos familiares. Honró a sus padres y a su Nación; cumplió con sus tareas en la función pública —pues nunca fue anarquista— ni un liberal de salón o de canapé. Usó toda su energía vital para la mejora de su desaparecida Austria, y, por si fuera poco, se dedicó al mundo intelectual, una decisión no exenta de complejidades iniciada con sus compañeros de clase Hans Kelsen y Eugen Engel, en el ámbito del Derecho y de las ciencias administrativas o de gobierno.

En momentos en que un cierto fanatismo liberal —espero yo minúsculo— considera que la función pública es denigrante, rechazando incluso la participación en ella, basta recordar que Mises desempeñó funciones públicas, como casi todos los más grandes pensadores liberales. Conociendo adentro esa maquinaria es que pudo enterarse de los móviles extraños de ciertos actores políticos, e incluso de la corrupción que azotaba en Austria, noticia que vino de la boca de ese gran economista Eugen von Böhm-Bawerk, ministro de Finanzas, como se puede leer con provecho en su Autobiografía de un Liberal. La gran Viena contra el estatalismo.

Su crítica nunca le llevó a concebirse como un “liberal de sangre azul” —la frase es de Roberto Salinas—, sino, más bien, a encarar realistamente los problemas de la economía y del derecho en otros temas, siempre teniendo claros los principios del liberalismo, una tradición que como él siempre enfatizó propuso libertad económica, esto es, economía de mercado (capitalismo) con su inevitable corolario político, el gobierno representativo, pero en ningún caso, sin pretender aniquilar las “tres potestades tradicionales: la monarquía, la aristocracia y la iglesia”. Es por ello que nuestro autor sostuvo ad nauseam de manera políticamente incorrecta que “La filosofía del progresismo milita, pues, en favor del socialismo y del comunismo”. Su actualidad es innegable. Espero que gracias a Papel Literario muchos jóvenes puedan leerlo y darse cuenta que mucho antes que Jordan Peterson, Theodore Dalrymple, Steven Pinker, Gad Saad o Jonathan Haidt, entre otros eminentes académicos vaticinó el futuro, advirtiendo en la Mentalidad Anti-capitalista que los progresistas sacarían las ideas liberales de las aulas universitarias, para lograr “disimular el fondo de las cosas”, y “evitar que la condenable herejía liberal inficione las aulas universitarias, los cenáculos intelectuales y el ágora pública en general”.

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