Por EDGAR CHERUBINI LECUNA
El filósofo japonés Daisaku Ikeda hace alusión a un párrafo de una carta escrita por Nichiren Daishonin (1222-1282), dirigida a uno de sus discípulos, en su afán por transmitir las enseñanzas de Buda: “Un solo ideograma del Sutra del Loto es como la vasta tierra de la que nacen todas las cosas. Un solo ideograma es como el gran océano que contiene el agua de todos los ríos. Un solo ideograma es como el Sol y la Luna que iluminan el conjunto de los cuatro continentes. Ese solo ideograma se transforma y (…) se convierte en Buda” (1).
Los ideogramas chinos y japoneses son trazos sobre papel que representan ideas abstractas, algunas cargadas de un contenido filosófico y espiritual que no tiene comparación con la escritura que conocemos en Occidente. En la escritura china, el ideograma Un, consta de un solo trazo horizontal y significa Cielo y Tierra, simbolizando división y unidad, pero a su vez, representa el “trazo inicial”, el aliento primordial que separa la dimensión sagrada y la dimensión humana. A partir de ese signo, el pintor y calígrafo Yuanji Shih T’ao o Shin-tao (1642–1707), desarrolló el concepto del “trazo único de pincel”. Según François Cheng (Cinq méditations sur la beauté, 2010), “el trazo único implica todos los trazos posibles e imaginables, encarna lo uno y lo múltiple y el aliento primordial que unifica y anima a todos los seres de la creación”.
Mediante el trazo único, se accede a un orden superior. En el imaginario artístico chino, la tinta encarna el devenir de la naturaleza y el pincel, el alma del artista que aborda y expresa esa naturaleza en busca de una revelación. Por lo tanto, afirma Cheng (Vacío y plenitud, 1989), “La pincelada, no es una simple línea ni el simple contorno de las cosas. Proviene del arte caligráfico y tiene múltiples implicaciones. Por lo grueso y lo fino de su trazo y por el vacío que encierra, representa forma y volumen; por su “ataque” y su “empuje”, expresa ritmo y movimiento; por el juego de la tinta, sugiere oscuridad y luz; finalmente, por el hecho de que su ejecución es instantánea y sin retoques, introduce los alientos vitales, cargándose de las pulsiones irresistibles de esa persona”. Según Shin-tao, la pincelada única, sea en pintura o en la caligrafía, es el origen de todas las cosas, la raíz de todos los fenómenos, aunque el vulgo lo ignore. Si no se domina la pincelada única no se puede entender la belleza de la vida, de la naturaleza y los seres que la habitan.
La caligrafía japonesa o Shodo (Escribir el camino) se originó con la introducción del budismo en Japón en tablillas de madera traídas en los zurrones de los monjes que retornaban de estudiar los sutras de Sakiamuni en los monasterios chinos. Los sutras son las enseñanzas que predicó en la India el Buda Sakyamuni (S. V a.C.), en las que describe su iluminación. Después de su muerte, discípulos y devotos transmitieron de memoria sus prédicas, hasta que escribas las compilaron en tabletas de madera y posteriormente en pergaminos, logrando su difusión por toda Asia. El budismo fue introducido en China alrededor del año 67 d.C., quinientos años después de la muerte de Sakyamuni, y en el año 557 hizo su entrada en Japón, en especial el Saddharmapundarika o Sutra de la Flor de Loto de la Ley maravillosa, en el que Buda revela su verdadera identidad, además de promulgar que todos los seres humanos, sin distinción de género, raza o condición social, pueden alcanzar la iluminación. Esto último significó una revolución, no solo en el tiempo en que Sakyamuni lo difundió, sino en la férrea sociedad imperial japonesa del siglo XII. Daisaku Ikeda explica que el Sutra del Loto pasó de China a Japón, gracias la traducción que en el año 406 hizo Kumarajiva (350-406) del texto original en sánscrito y que lleva por título de Myoho-rengue-kyo, estos tres caracteres contienen en sí mismo los 69.384 ideogramas del Sutra, que hablan del vasto universo interior que posee cada individuo y su unidad indisoluble con la naturaleza y el cosmos.
Kanji
Los kanjis son los ideogramas utilizados en la escritura del idioma japonés que, junto con los silabarios hiragana y katakana, son utilizados para expresar conceptos, de allí que a cada kanji le corresponda un significado y se usa como determinante de la raíz de la palabra y según el tono de su pronunciación varía su significado. Los ideogramas kanji, originalmente estuvieron inspirados en la observación de la naturaleza y están nutridos de un profundo sentido filosófico. Plasmarlos en tablillas de bambú y posteriormente en papel de arroz, constituyó un verdadero camino de realización personal y espiritual, así como de una especial actitud ante la vida y la sociedad, por eso la caligrafía japonesa se considera un arte y una disciplina en busca de la perfección.
En 1990, en ocasión de una visita a Japón, tuve la oportunidad de observar el lenguaje corporal de un calígrafo en el momento de trazar un ideograma sobre pliegos de papel blanco colocados sobre un tatami. Recuerdo su actitud concentrada y los momentos en que repentinamente atacaba al papel sin lograr su propósito, que no era otro sino plasmar sus sentimientos, rompiendo uno tras otro los trazos ejecutados, al no lograrlo. Este arte se practica a la usanza milenaria, con pinceles y una barra de tinta (Sumi-e). Es una técnica de escritura que utiliza caracteres kanji y hiragana. Además de requerir una gran precisión por parte del calígrafo, cada caracter debe ser escrito según un trazo específico, lo que implica una rigurosa disciplina. Debido a que el trazo no admite corrección, el gesto requiere de una extrema concentración mental, de manera que el cuerpo del calígrafo transmita su energía a la muñeca y mano para hacerlas converger armoniosamente en el pincel. De allí que un maestro calígrafo, en su intento de trazo único de un ideograma, pueda hacerlo de una sola vez o pasar días o semanas en el intento, meditando sobre el papel o vacío, mientras lo ensaya mediante movimientos corporales que asemejan a una danza. Cuando visité la colección de caligrafías antiguas, modernas y contemporáneas de la Fundación Mainichi Shodokai, en el Museo Guimet de París, entendí por qué dicha colección está englobada bajo el título: El papel vivo.
Dentro de este arte encontramos la tendencia caligráfica de poesía moderna o Kindai Shibunsho. Esta se realiza pintando ideogramas inspirados en la observación de una escena: un paisaje o un acontecimiento como puede ser la puesta del sol entre dos edificios de Tokyo. Los ideogramas Kindai Shibunsho, mezclan las impresiones de un mundo hecho de sensaciones, sueños y todas las bellezas de una elusiva estética real o sobrenatural que inundan la vida, donde el vacío se llena simbólicamente de inagotables momentos poéticos capturados en vivo por el calígrafo y que necesariamente deben ser percibidos por el observador o lector. Si no es así, no ha logrado su propósito.
Rigurosa disciplina del cuerpo, perfecta comunión entre la mente, el papel y la tinta, la acción del calígrafo no deja lugar a dudas, nada se deja al azar y no permite el arrepentimiento. En la caligrafía japonesa, cada línea expresa un significado y cada trazo encarna la vida del calígrafo. Este debe conducir su inconsciente al pincel ya que cada ideograma posee una dimensión sagrada, con la que el autor se ha conectado en ese instante y lo expresa con tinta sobre el papel en un gesto único e irrepetible.
- Daisaku Ikeda, La grande citadelle de l’ecrit, Valeurs humaines, N° 107, sep 2019, ACEP, France.