Papel Literario

Un relato de anticipación

por Avatar Papel Literario

Por LENIN PÉREZ

Espero que nuestra ilustre “Academia de Ciencias”

le haga justicia póstuma al maestro Ceferino,

declarándolo cuerdo

Volví por encargo a El mago de la cara de vidrio, de Eduardo Liendo. Y más que la relectura de un texto que fue de obligada consulta durante el bachillerato, la experiencia fue toparme con un espejo en el que, cincuenta años más tarde, no es difícil ver reflejada a nuestra sociedad y sus taras de identidad. La experiencia me devolvió el tono de derrota que ya una vez en mis tardes de acné y cigarros a escondidas reconocí en ese antihéroe bautizado con el audaz nombre de Ceferino Rodríguez Quiñones; personaje en quien Liendo también depositó la tarea de hacernos saber que aquello que nos narraba el maestro de escuela era una carta posdatada que los misterios de la literatura harían llegar dos veces al mismo destinatario. “Yo, Ceferino Rodríguez Quiñónez, de edad flexible y renuente al control del almanaque, maestro de vocación y por innata incapacidad para el respetable ejercicio de la contabilidad y técnicas afines, marido de Carmelina Fernández, padre de tres hijos: Armando, Tania y Carlitos, por orden de aparición, consejero y amigo de mis numerosos alumnos, encontrándome en el más alto grado de lucidez de toda mi existencia, escribo el presente documento, testimonio dirigido a la posteridad, pero brincando el lapso que me separa del siglo XXV, por considerar que sólo entonces podré ser juzgado de manera ecuánime. (…)”.

La familia Rodríguez Fernández (Armando, Tania, Carlitos, Carmelina y el propio Ceferino) bien podría ser cualquier familia de las actuales cuyos miembros son al mismo tiempo parte de algo más grande, y Liendo se ocupa de sembrar cómo es que los mensajes creados en serie y prêt-a-porter que ayer pusieron en plan de guerra a ese clan, tienen la misma factura de los que hoy creamos para la conducción de las audiencias, masa que segmentamos o tratamos en grupos más pequeños y convenientemente manejables. Y llega aún más lejos al mostrarnos sus mínimas e inadvertidas consecuencias. “(…) Efectivamente, aprovechándose de mi forzosa ausencia del epicentro de los hechos durante el día, se dio a la tarea de captar su afecto deslumbrándolo con espectáculos de malabarismos y títeres maromeros, y dándole a conocer toda clase de personajes pertenecientes al mundo de los muñequitos; método con el cual no solo logró atraerse muy rápidamente su incondicional amistad, sino que motivó un abierto desdén de Carlitos por los cuentos de Tío Tigre y Tío Conejo que yo le narraba, hasta el punto de llegar a bostezar desvergonzadamente ante sus moralejas (…)”. 

Y este lector que ahora soy, habiéndose sumergido alguna vez en Un sonido atronador de Ray Bradbury, y en Muebles “El Canario”, de Felisberto Hernández, no puede menos que celebrar la virtuosa conjunción que acude a mi cabeza vía mis ojos reincidentes. En el primero de los relatos un descuido en medio de un safari al pasado cambia el curso de la historia. “(…) Eckels gimió. Cayó de rodillas. Recogió la mariposa dorada con dedos temblorosos. —¿No podríamos —se preguntó a sí mismo, le preguntó al mundo, a los oficiales, a la Máquina—, no podríamos llevarla allá, no podríamos hacerla vivir otra vez? ¿No podríamos empezar de nuevo? ¿No podríamos…? (…)”. En el segundo, Fernández narra cómo a través de una inyección es posible inocular tandas de anuncios radiales que resuenen en la cabeza de un transeúnte desprevenido; una anécdota que hoy haría salivar a los productores de Netflix, y en especial a los de Black Mirror. “(…) Él siguió con las inyecciones y sacudía la cabeza haciendo una sonrisa. Yo no oía más el tango. Ahora volvían a hablar de los muebles. Por fin el hombre de la inyección me dijo: —Señor, en todos los diarios ha salido el aviso de las tabletas ‘El Canario’. Si a usted no le gusta la transmisión se toma una de ellas y pronto. —¡Pero ahora todas las farmacias están cerradas y yo voy a volverme loco! (…)”. Un binomio fantástico que se me ocurre como un punto de partida, que no fue, para emprender la tarea de escritura de una historia como la que abriga El mago de la cara de vidrio. Si ahora mismo Liendo repitiera su experiencia de escritor longseller, un texto suyo, incluso este que hoy nos ocupa, quizás también arrojaría pistas sobre el destino que la inteligencia artificial —por ejemplo— nos depara como grupo humano. Liendo se pasea en clave de peripecias por escenarios que hoy conforman el arsenal de emociones que la cultura pop recoge y —de cuando en cuando— pone frente a nosotros para recordarnos de dónde venimos y cuán cerca estamos de repetir nuestros pasos.

La moda textil, música, ficción telenovelada, política electoral, gestas deportivas son todos eventos que se valieron de la televisión para no dejar fisuras vacilantes en su versión de los hechos. Así leemos: “(…) Me empaté en la movida del alunizaje, abrazándome a una de las patas de la araña donde descendimos. Frank y Frink decidieron hacerlo sobre el lastimoso ‘Valle de los Cornudos’. El momento fue indescriptible. El intrépido cosmonauta hundió su bota en el polvo lunar, marcando para siempre su huella en la historia. Uno de esos raros instantes en los cuales el hombre ha merecido serlo. Yo, sudando frío, después de cerciorarme bien de que a los muchachos no les pasó nada, y con la esperanza de que los huecos que nos rodeaban no fuesen carnívoros, también enterré mi chancleta en el suelo selenita. Frank y Frink estaban profundamente emocionados: —¡Estamos en la Luna! —Sí. Jamás tuvimos tan bien puestos los pies en la Tierra.(…)”. Porque este documento es también un juicio a la televisión de la que, materializada en su aparato doméstico, se ha dicho es la responsable de innumerables trastornos y males que afectan por igual a cualquier persona sin importar su clase social, rango profesional o sanidad mental. Responsabilidad en la que hoy ha sido medianamente desplazada por las redes sociales y sus múltiples recursos audiovisuales.

Esa familia que ayer se vio asediada por un único aparato de televisión en casa, cuya grilla daba oportunidad a los diferentes espectadores —de acuerdo con sus necesidades y gustos—, hoy ve repotenciado su poder para la división del núcleo familiar, al multiplicar sus pantallas a las que ha añadido su casi infinita capacidad de desplazamiento. El monstruo tiene nuevas cabezas, que se ocupan de crear necesidades que cambian de forma pero no de fondo. “Pasaba atribulado por la sala de los temblores, esperando siempre una celada, cuando, efectivamente, El Mago se interpuso prometiéndome —esta vez sí— una solución para mis males y un sincero borrón y cuenta nueva: ‘¡Pero, Ceferino!, ¿todavía estás tú en la miseria? No seas tan necio, viejo; hazte esta misma semana millonario jugando al 5 y 6. Te aseguro que en las patas de esos matungos está la solución. No lo olvides…, el 5 y 6 es el único juego que inventaron los vivos para que los pendejos como tú se emparejen… Es tan fácil ganar al 5 y 6 (…)”.

No resulta para nada difícil trasladar cualquiera de estos pasajes al influyente discurso del insistente Instagram, cautivador Facebook, envolvente TikTok o frugal pero sentencioso Twitter. Y aunque cualquiera pudiera pensar que todo cuanto se creó antes se vincula de manera irremediable con la variopinta oferta actual de plataformas para el enlace social, Liendo deja apuntes en su texto que develan su particular y temprana intuición. “He acumulado suficientes pruebas que confirman a mi letal enemigo como el más temible de los demagogos. Ningún poderoso guerrero, ni sagaz estadista, ni excéntrico emperador coqueteó tanto con la desprevenida y a veces mal llamada intelligentzia. Llegué a verlo en compañía de eminentes científicos, aclamados líderes, grandes escritores, buenas cantantes (no tanto por su voz como por el resto), brillantes deportistas y, en fin, gente de indiscutibles méritos, siendo evidente su propósito de utilizarlos para lograr ser reconocido él mismo como magnánimo, distinguido, culto y talentoso señor. Necesario es deshacer tamaño entuerto por cuanto, realmente, sus amistades predilectas eran gente de muy mala calaña. Esto me consta. No pretendo juzgar ni condenar a nadie por sus malas mañas; pero la cosa pasa de castaño a oscuro cuando el lenocinio lo montan inconsultamente en nuestro apartamento. Más de una vez los encontré borrachos, envueltos en un humero y mandándose a coro ‘Tomo y obligo’. Lo juro. El desperdicio del pérfido Mago por la gente humilde ni siquiera lo disimulaba, divirtiéndose mucho cuando lograba su conversión definitiva en otras especies del reino animal, bien sea mugiendo, maullando, rugiendo, ladrando y, preferentemente, rebuznando”.

El telegrafiado final de Ceferino Rodríguez Quiñonez también forma parte del imaginario que desde el Quijote nos previene de aquello a los que están expuestos quienes abusan del consumo de eso que hoy llamamos contenido, y que no es otra cosa que data pensada para —al mismo tiempo— entretenernos, informarnos y llamar nuestra atención. “01-08-71: El Maniático presenta una avanzada chifladura revuelta con paranoia, y ligeramente matizada con jaqueca. Según la versión familiar, los estallidos de furia llegan a su clímax frente al televisor, pero en general, cualquier tipo de ruido, por inofensivo que sea, puede estimular el desencadenamiento del agresivo ataque demencial. Por si acaso, hemos decidido internarlo en el pabellón de máxima seguridad, en compañía de algunos otros casos perdidos”. 

Liendo puso en manos de al menos cuatro generaciones de bachilleres la oportunidad de, a través de sus recursos y la plasticidad de su oficio, mirar dentro de sus propias vidas y hogares, mientras apuntaba a esa ventana que se coló puertas adentro como una más. Su idea ofrecida como inentendible para la época cobró desde entonces ese valor que miran con codicia hasta los lectores menos avezados: la oportunidad de asomarse al futuro, con el riesgo mínimo que supone vivirlo en la ficción de otro. El final comporta un amable aterrizaje en el que el autor pareciera tomar el peso a sus palabras logrando evitar la moralina, y resulta a salvo del riesgo de pontificar. Ya se ha valido de suficientes imágenes para dejar claro su punto y tampoco ha desperdiciado la oportunidad de recordarnos su espíritu documental.

“Este documento puede ser tomado como prueba irrefutable de que, efectivamente, los terrícolas conocieron un extraño aparato receptor de imágenes, mágico y entrometido, al cual por alguna razón oculta denominaron Te Ve. El panfleto apuntala mi hipótesis de que tales aparatos fueron destruidos masivamente a finales del período clasificado siglo XX, particularmente tormentoso. Seguramente los destrozaron durante una violenta insurrección (forma superior de la iracundia de nuestros antepasados). Indudablemente, el maestro Ceferino (como prueba el documento telepateado) fue un incomprendido pionero de este movimiento demoledor. Está claro que la desaparición, incluso de las fotos, del llamado Te Ve, indica que los amotinados no deseaban darle ninguna posibilidad de reconstrucción. En el contexto de la sociedad prenormal es perfectamente comprensible que la gente haya llegado a ese acto desesperado, ya que en nuestros estudios hemos podido verificar que la insuperable genialidad creadora de los terrícolas fue siempre directamente proporcional a la estupidez con la que luego utilizaban sus grandes inventos”.