Por CAROLINA LOZADA
Hace cuero el país
El país que practica garra con mi piel
es el mismo que me dio cielo y tierra para estar,
y sobre él he sembrado dudas
e impertinencias
pero sobre todo
esperanzas que se gangrenan.
Bucares,
apamates,
araguaneyes
se acostumbraron a mudar sus colores
sobre este suelo inestable y carnoso
mientras los que aquí estamos,
formas afantasmadas de una ciudadanía escindida,
vivimos haciendo de tripas corazón,
[crudo
y podrido].
Los pellejos
colgados en alto
sobre paredes manchadas
de caca de gato/
de caca de cucaracha/
de caca de dios/
en oxidados garfios
(bajo
la asechanza
de la inmaculada mosca
de la entrometida mosca
de la fulana mosca
que de gente pretende vestir)
son ofrecidos
al hombre que enterró los restos de Prometeo
chamuscado
declarado muerto por el olor a ceniza
de su cuerpo,
en este país
a los tantos días del mes de mayo.
Las tripas
las nuestras tripas
las desmigajadas tripas
tan solitariamente acompañadas
en este charco de lágrimas
las destripadas tripas
tripas-patrias
repatriadas tripas
tripas constipadas
son dadas al ayuno
del corazón de la bestia
para que el temblor de cuerpo se calme,
y el fuego no haga brisa en su jeta.
Abre la boca para que me comas,
Señor,
en tu ejercicio carnívoro se contempla la regurgitación,
masa rosada
polvo de hueso
desierto intestino;
es mi carne la que te mantiene.
Abre tu boca, batallón
que para ti tengo
hasta la última tristeza proteica.
Somos los cerdos que esperamos
tu sábado,
Señor.
¡Oh, Señor!
Hemos sido abonados con levadura de odio,
y ya la hinchazón reventó,
mysweet Lord,
el pus ha sembrado tu suelo
de bucares,
apamates,
araguaneyes.
En el inventario de nuestros días,
te entregamos yertos nuestros cuerpos
porque
para nuestras almas
sobran estos restos de huesos.
Vamos a cosernos de espalda
—para que nos una un solo cuerpo.
Vamos a cocernos de espalda
—para que nos abrace cuerpo-ninguno.
Abre tu boca, Señor,
que aquí venimos los suplicantes;
en fila para lamer nuestras heridas
y dejar en tu rastro la sangre.
Es esta la tierra a la que no llegó la lumbre
de Prometeo
ni su carne chamuscada.
Padre nuestro que nos hincaste el diente
en el fuego de Prometeo
bajo la sombra
de bucares,
apamates,
araguaneyes.
Aquí estamos,
tus chancros salvajes
sin otro lugar adónde ir
aferrados a este suelo que nos pisa
y no nos mata.
Somos esta condena de órganos hinchados
que carcome
día
a
día
la polilla
de tu putísima voluntad.