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Un hombre notable

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“Y también cada año se dedicaba a la hercúlea tarea de limpiar todos sus libros, y cuando digo todos, digo muchos. Eran tantos que, en un momento, con su esposa, la estupenda periodista Teresa Alvarenga, debieron buscar un apartamento más grande. Era un lugar hermoso, con paredes tapizadas de libros, un hogar de gente amable donde siempre fui recibida con generosidad”

Por BLANCA STREPPONI

Siempre estaré en deuda con Oscar Rodríguez Ortiz. Siendo yo muy joven e ignorante, comencé a trabajar en Monte Ávila Editores como diseñadora del material promocional; ORO era mi jefe. Y mi otro jefe era nada menos que Juan Liscano. Fui sin duda muy afortunada. Lo que me faltaba en formación y experiencia, lo compensaba con esfuerzo y disciplina, algo que ellos valoraban. Hay que tener en cuenta que, en ese momento, hace más de 40 años, no se trabajaba con computadoras, de modo que los diseñadores éramos más bien obreros: mesas de luz, cortar y pegar galeradas, cortar y pegar correcciones, calcular proporciones de las imágenes, hacer titulares con letraset… en fin, muchas horas laboriosas. Seguramente por eso me tenían paciencia.

Tiempo después me invitaron a diseñar Zona Franca, la célebre revista literaria que dirigía Juan Liscano y cuyo jefe de redacción era ORO. Fue cuando supe que no solo era un gran editor sino también un ferviente collagista, algo que ahora está tan de moda. Muchas páginas de Zona Franca fueron ilustradas por sus intrigantes collages.

Y cuando comenzó su también extraordinaria labor en Biblioteca Ayacucho, me ofreció diseñar una nueva colección creada por él: la Expresión Americana. Solo una persona con su erudición y creatividad podía concebir esa colección de textos llenos de encanto y ligereza, escritos por los autores canónicos de Biblioteca Ayacucho.

Era un trabajador infatigable (lo que tal vez hoy llamaríamos un workaholic), muy reservado, menudo, educadísimo y lleno de energía nerviosa. Y un lector insaciable. Recuerdo que hacia finales de cada año releía algunas obras que consideraba más relevantes para él, como Rayuela de Julio Cortázar. Y también cada año se dedicaba a la hercúlea tarea de limpiar todos sus libros, y cuando digo todos, digo muchos. Eran tantos que, en un momento, con su esposa, la estupenda periodista Teresa Alvarenga, debieron buscar un apartamento más grande. Era un lugar hermoso, con paredes tapizadas de libros, un hogar de gente amable donde siempre fui recibida con generosidad: tomábamos té en un gran balcón perfumado con el aroma del malojillo que crecía alocadamente en los canteros.

Con el correr del tiempo, comencé a trabajar en Fundarte donde pasé de la producción editorial a la edición. Allí formamos equipo nuevamente, esta vez él en el rol de asesor, ¡un asesor de lujo!

En los años 90 era desde luego muy reconocido su gran aporte a la crítica y al ensayo, sin embargo, ORO nos sorprendió con la publicación por parte de Alfadil de una breve, divertida y audaz novela de carácter erótico titulada Homo Sapiens, firmada con el seudónimo Maurice Lambert. Es inevitable pensar que hubo otras exploraciones narrativas. Siempre tuve la esperanza de que tesoros similares estuvieran guardados en algún rincón de su casa/biblioteca.

Aprendí tanto en su compañía. Ahora que soy una persona mayor, pienso con emoción en nuestra amistad discreta y en nuestro afecto sincero que se mantuvo intacto a través del tiempo. Son los regalos de la vida.

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