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Un espectáculo permanente de 45 años

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Por PANCHO SALAZAR

Eso fue ya hace 45 años. Vivíamos esa particular década de los años 70, nuestra patria era otra muy otra a la de hoy en día. Éramos jóvenes veinteañeros pletóricos de vida y de energía, dispuestos a devorarnos el mundo. Y los dioses conspiraron para que nuestra amadísima ciudad, la Caracas consorte del imperioso Ávila, se convirtiera en nodriza, de manera insólita, de un proyecto musical digno de cualquier ciudad encumbrada de esas de los primeros mundos.

Ya Isabel y yo sonreíamos al calor de un afecto apasionado que apenas comenzaba a brotar en las tarimas del coro que glorificaba la Novena Sinfonía de Beethoven y luego el primer caraqueño Carmina Burana de Carl Orff, aventuras de maravilla que el maestro Gonzalo Castellanos Yumar nos regalaba generosamente y de manera impecable.

Y pasó que, gracias a la locura que se vivía, un acontecimiento inusual aterriza en nuestros lares. Un grupo de músicos chilenos es contratado con el fin de adelantar un proyecto para la reforma de los programas de formación musical en Venezuela. Esta gente del sur lejano conformaban una agrupación musical, llamada Ars Musicae, dedicada al montaje de repertorios de obras medievales y renacentistas, bajo la conducción de la maestra Silvia Soublette, quien a su vez asumía el rol de la soprano, y se vinieron todos para acá, para el trópico nacional, todos excepto los cantantes, pero querían continuar por aquí con su trabajo musical muy antiguo, pero ¿y quién canta? Se carecía de una contralto, un tenor y un bajo.

Pues resulta que Isabel, Pedro y yo, tuvimos el privilegio de hacer de solistas en unos conciertos muy barrocos bajo la dirección de la maestra Ruth Gosewinkle, conciertos que se hacían en la Iglesia La Santísima Trinidad de Prados del Este. La señora Soublette asistió a algunos de esos conciertos y se dijo «esos son los cantantes que necesitamos». Los dioses seguían conspirando. Así que este trío se convirtió en las voces de lo que pasó a conocerse como Ars Musicae de Venezuela. Esa casi sublime aventura duró bastante poco, se hicieron algunos conciertos, pero nuestros amigos chilenos debieron regresar a sus tierras australes, ya que los músicos venezolanos consideraron que aquí se contaba con la capacidad suficiente para ejecutar la reforma aquella.

Algo así como que al día siguiente, Isabel, Pedro y yo nos lamentábamos con tristeza, frente a unas tazas de café servidas en aquel Papagayo del Centro Comercial Chacaíto, del naufragio de una aventura que ya nos había enamorado. Pero la conspiración divina seguí en marcha y, me viene a la memoria la existencia de unos músicos que poco tiempo atrás conformaban un proyecto de música antigua que lideraba el maestro Gustavo Artiles, y sin pensarlo dos veces reclamamos su inmediata presencia, allí llegaron Leonardo Azpúrua, Rubén y Carlucho Guzmán y Diego Silva, se contactó para completar el cuarteto de voces a la queridísima Mariela Valladares y allí comenzaron los dolores de parto de ese muchacho que cumple ahora 45 años de permanencia.

Poco tiempo después ya recorríamos nuestra primera gira que nos llevó a Valencia, Barquisimeto y hasta el Tocuyo, naguará. El muchacho comenzó a caminar y a crecer hasta alturas nunca antes presentidas y mucho menos realizadas.

¡Gracias, dioses!

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