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Un antes y un después de conocerla

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Por LILIANA MAZZARRI

Es muy difícil escribir sobre Isabel Palacios en pocas líneas, cuando se ha vivido una estrecha relación profesional de 24 años y otra personal de 38.

Una cosa indudable y que estoy segura de que la mayoría de los que hemos sido parte de su vida en algún formato o muchos formatos a la vez —alumnos, hijos, colegas, hermanos, amigos, padres— es poder afirmar que hay un antes y un después de conocerla.

Para mí Isabel es como “el hombre del renacimiento” con una avidez infinita por el conocimiento de cualquier disciplina, sobre todo las disciplinas artísticas y en especial la música; todo ello expresado con una naturalidad, una inteligencia, una pasión y un carisma innegable o lo que en Andalucía significa un “duende”.

En mi casa familiar de músicos aficionados en El Tigre, eran sagrados los domingos a mediodía. Todos sentados frente a la televisión y yo, con mis 17 años, nos disponíamos, siempre embelesados, a ver a la señora de los Clásicos Dominicales. Y pensaba: ¡cómo me gustaría saber lo que ella sabe!

Dos años después (1983), estaba frente a esa señora tan lejana  para mí, en su oficina de directora del Museo del Teclado, haciéndole una entrevista sobre la música antigua en Venezuela, para la entrega de un trabajo de final de semestre en la Escuela de Artes de la UCV, donde estudiaba.

Fueron 90 minutos donde mi compañera de trabajo y yo no necesitamos más que hacer una pregunta: era como estar en un programa de Clásicos Dominicales. ¡Cuánto aprendimos!

Al año siguiente, de la mano de mi recordada profesora de canto y compañera de Isabel de la Camerata Renacentista, Mariela Valladares, fui invitada a cantar en el coro de lo que sería el montaje de la ópera del temprano barroco L’Orfeo de Claudio Monteverdi, uno de los proyectos más ambiciosos y soñados por Isabel y que realmente se materializaría cinco años más tarde, en 1989.

Este primer intento fue lo que empujó a Isabel a fundar la Camerata Barroca de Caracas, de la que siento con orgullo y gran emoción ser fundadora, entre otros compañeros.

Se abrió un mundo nuevo para mí, que me atrapó de inmediato y del cual nunca más quise escapar: ¡la música antigua!

Fueron cinco años de intenso aprendizaje y “fiebre” por los ensayos de la Camerata. La entrega de Isabel en cada proyecto, la manera en que nos conectaba con su concepción de cada programa, no solo en el aspecto musical, sino en los aspectos histórico, geográfico, literario y hasta culinario que tenían relación con el repertorio a trabajar, fueron un privilegio y una experiencia única de hacer música.

Siguiendo esta serie de coincidencias maravillosas que marcaron mi camino como estudiante de canto, en 1990, luego de graduarme en la UCV, fui aceptada para hacer el curso de posgrado en música antigua en la Guildhall School of Music and Drama de Londres, escuela donde ya había estudiado Isabel el Post Diploma Vocal Training.

Al recibir por correo postal un sobre con el membrete de la escuela, me fui corriendo a casa de Isabel. Al llegar le dije: ¡ábrelo tú! Ella tenía mucho que ver con lo que hice en esa audición y con la repuesta que habría allí.

Un año después Isabel me invitó a cantar con la Camerata Renacentista. ¡Otro sueño hecho realidad!

Compartir el escenario con un grupo de mucha fuerza y de gran calidad; cantar con la maestra a dúo; aprender a decir, respirar, anticipar, intuir una frase musical de ella y con ella ¡siempre será el tesoro más preciado!

En una entrevista con motivo de los 30 años de la Camerata le preguntaron a Isabel:

¿Cómo quisiera que el mundo la recuerde?

“Como alguien que soñó y que creyó. Que lo hizo todo con pasión”.

¡Unas gracias infinitas y un amor para siempre, maestra!

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