Por KIRA KARIAKIN
Este título pudiera ser el de una novela de José Miguel Roig. No es original mío, me lo prestó una amiga, Claudia Dacha Nazoa, para señalar a los hombres que trascienden su edad y cualquier estereotipo masculino. Es una frase que define en gran medida a Roig, un alma elegante, de sagaz y ácido sentido del humor, inteligencia inusual y refinada.
Le conocí en la Universidad Simón Bolívar, donde me colé en algunas sesiones de su clase de historia de la arquitectura con mi amiga Patricia Gómez, estudiante de él, quien le profesaba gran admiración y afecto, al igual que los cientos de alumnos que pasaron por esa cátedra a lo largo de su carrera académica. Esos sentimientos me fueron contagiados. Unos años después, cuando entré a trabajar para Editorial Alfa, dio la coincidencia que publicaba con este sello su primera novela, Recuerda Schopenhauer, que fue también la primera que promoví en medios. Él se iniciaba en la escritura casi a los 60 años y yo en la edición rayando los 21. Trabajé después con la segunda, Soñar con emperadores, esta vez publicada en Planeta. Pasé muchos años fuera y la vida, que es circular y se muerde la cola, nos reencontró bajo el techo de Oscar Todtmann editores, 30 años después, y me vinculó a sus últimos 5 libros que compilan 7 novelas breves y algunos relatos.
Roig se dedicó a escribir historias que dejaran algo en el lector, la posibilidad de una reflexión. No sabía decirme cuántas novelas había escrito. Al hacer la lista totalicé 17 en ese momento (finalmente fueron 22), y ello me motivó a titular una nota de prensa “José Miguel Roig: el escritor más prolífico y desconocido de Venezuela”. No soy investigadora literaria, pero tampoco tengo noticias de que ningún autor nacional haya escrito tantas novelas en estos últimos 30 años. Varias de ellas son en inglés, publicadas la mayoría en Inglaterra y no se conocen en español. Algunas fueron traducidas al francés, una salió con Gallimard y las demás en Mercury de France, y otra fue traducida al danés. Metódico y sistemático, escribía todos los días en su computadora, y hacía varias versiones para someterlas a corrección. Sentía que el tiempo que tenía era poco y no le daría tiempo de plasmar todas las historias que como grandes acertijos se le ocurrían. Su escritor ideal era Hemingway, cuyo estilo emulaba.
La historia de su vida, su infancia y adolescencia en Filipinas, las circunstancias de su llegada a Venezuela, sus posteriores estudios en Cornell University, para convertirse en arquitecto, es el libro de memorias que nos negó, así como el de la crónica de los viajes a los 138 países que visitó con su esposa Dorila, por no parecerle interesantes. Carsten Todtmann, Luna Benítez y yo se lo pedimos varias veces sin resultado. En la misa del funeral, su hijo Gabriel expresó algo que resumió lo que sentí al saber de su muerte. A pesar de los 90 años que estaba por cumplir, de la vida plena y llena de realizaciones que había tenido, de sus conversaciones, no podía quitarse la sensación de que aún les faltó algo por decirse. Y eso pensé, que Roig y yo no habíamos terminado de conversar, y que me hará falta su amistad.
Son pocas las personas que nos sacan de nuestros esquemas y nos proporcionan visiones fuera de lo común, de lo esperado. Que nos enseñan sin querer algunos secretos de la existencia. Aunado al hecho de su don de gente, Roig fue singular en todo. Enrique Larrañaga, su gran amigo, me dijo ese día que le daba felicidad haberlo conocido, de que Roig hubiera vivido tanto, con plenitud y que hubiera marcado la vida de muchos. No puedo estar más de acuerdo. Es la impronta y legado de toda alma elegante.