Papel Literario

La última foto de Old Nick

por Avatar EL NACIONAL WEB

La mañana en que Karl Marx se hizo tomar en Argel la última foto de su vida, ejecutaron públicamente a un asesino.

Se trataba de un asaltante, un homicida reincidente muy temido entre los argelinos. Fue juzgado y hallado culpable de una larga lista de crímenes que jamás negó durante el proceso, pero en vez de llevarlo al paredón a cambio de entregarse, tal como le había prometido el oficial de gendarmería que lo capturó, el reo fue guillotinado.

Inexplicablemente, y contra lo acostumbrado, las autoridades francesas entregaron tronco y extremidades a sus parientes, mas no la cabeza, de modo que los deudos no pudieron sepultar el cadáver completo. ¿Por qué les negaron la cabeza?

El fotógrafo, un alsaciano avecindado en Argel, no lo sabía, pero explicó las implicaciones supraterrenales del caso. “Cuando el torso entra al paraíso –informó Marx en carta a Engels–, Mahoma le pregunta: ‘¿Dónde dejaste olvidada la cabeza?’ O bien, ‘¿cómo fue que se te desprendió del torso? ¡Eres indigno de entrar así al paraíso! ¡Vuelve a la tierra a que te rapen la cabeza como a un perro cristiano!’. Por eso aullaban de ira los deudos”.

Marx quiso tomarse aquella última foto con barba como souvenir para sus hijas y su amigo pues, por orden médica, debía raparse y rasurarse al completo y hacerse aplicar un ungüento de arseniato en las pústulas que martirizaban su cuero cabelludo. No volvería a dejarse la barba.

Como era el segundo de los únicos tres días en que hubo buen tiempo aquella temporada en Argel, el fotógrafo propuso una foto al aire libre y Marx estuvo de acuerdo. Charlaron y bebieron café, aguardando a que el sol diese de lleno en la fachada del estudio.

Cuando el fotógrafo quiso saber de dónde venía y a qué se dedicaba, Marx le contó lo que el autor de El capital habría podido llegar a ser en lugar de lo que era realmente.

Marx contó al fotógrafo que era doctor en filosofía, que había hecho sus estudios en Jena –a partir de aquí comenzó a mentir– y que dictó cátedra en la Universidad de Bonn, solo por unos pocos años, antes de tentar suerte en el negocio textil en Manchester, desde 1849.

A decir verdad, no se podía quejar porque tenía un buen socio: un hombre leal, honrado y sagaz. Marx dio así al socio imaginario la profesión, trayectoria, domicilio y carácter moral de su amigo Engels.

―¿Y fue el negocio textil lo que lo trajo a Argel, monsieur? –se extrañó el fotógrafo.

―No. Ahora soy solo exportador de mal tiempo.

Solo una vez en su vida viajó Marx fuera de Europa. El clima seco de Argel le fue recomendado por su médico, un doctor Donkin. “Aire seco –insistió Engels–; aire verdaderamente seco: es lo que necesitan tus pulmones para sanar de una buena vez”. Aquella resultó, en cambio, la temporada más lluviosa que se veía en Argel desde hacía décadas.

Marx contó al fotógrafo que tenía siete hijos: cuatro chicas y tres chicos. Dio los nombres de cada uno– sin dejar de mencionar a Freddy, el ilegítimo habido con su criada, Helen “Lenchen” Demuth–, y habló de sus hijos y nietos muertos en la infancia, dándoles la edad que tendrían entonces de haber vivido. Edgar, el mayor, apodado “Mouche”, de 35 años, era médico en Colonia, casado, con tres hijos; Guido, de 33, había enviudado joven y emigrado a Australia. Hasta donde Marx estaba enterado, Guido todavía no tenía descendencia. Franziska, de 31, le había dado ya otros dos nietos que, con los hijos de Edgar, Jenny y Laura, hacían once chicos, seis de ellos franceses, sin contar al menor de sus nietos, aún en camino. Aunque frau Marx había muerto hacía ya cinco meses, Marx dijo al barbero que Eleanor, su hija menor, inglesa y todavía soltera, estaba en Londres con su madre.

Esta versión ¿corregida, mejorada? de su vida que Marx ofreció al fotógrafo de Argel no puede leerse hoy sin estremecimiento.

Marx dejó Argel en el mismo paquebote –el “Said”– que por 80 francos lo había traído de Marsella ocho semanas atrás. El “Said” hizo la travesía de regreso bajo una tormenta que duró día y medio. Bajó del barco en Marsella bajo un fuerte aguacero que no paró hasta llegar a Niza.

En cada escala de la ruta a París ocurría una recaída de la bronquitis o de la pleuritis o de lo que fuera que lo estaba minando y Marx no dudaba nunca en hacerse ver por quien le dijeran en el hotel que era el mejor médico local. En Cannes, el mejor médico se llamaba Kunneman.

Kunneman razonó que su dolencia, que ya duraba años, no podía estar solamente asociada al clima frío y húmedo de aquella temporada en particular, y la declaró crónica, incurable. Con todo, recomendó una estancia alpina, donde el aire fuese más delgado y la bronquitis tal vez pudiese remitir.

“Escribiré a las chicas la verdad, ¿no te parece, Fred? –comunicó Marx a Engels–; aunque no toda la verdad. ¿A qué inquietarlas?”. Engels tenía ya la impresión de que, aun antes de marchar a Argel, la letra y hasta la ortografía de Marx también habían enfermado gravemente.

Cuando ya hubo suficiente luz solar, Marx y el alsaciano salieron a la calle y en diez minutos la foto estuvo lista. Marx ordenó ocho copias que pasaría a recoger en unos días, antes de zarpar de vuelta a casa. Desde hacía tiempo había dado en firmar Old Nick su correspondencia familiar y esa es la firma al dorso del retrato. La fecha: 23 de abril de 1882.

El encuadre de la postal es el mismo de una foto de pasaporte. Old Nick viste chaqueta oscura y un corbatín muy discreto. El sol y la sonrisa le achinan los ojos. La melena y la barba lucen completamente blancos, salvo los bigotes que, por efecto del revelado, se ven muy renegridos. Es probable que tuviesen ya el rubio rojizo que da la nicotina a los mostachos encanecidos. Parece la foto de un gran rockero viejo y baqueteado. Tiene 64 años.

Menos de un año más tarde, Old Nick ya habrá muerto.