Papel Literario

“Tu sueño imperios han sido”, lo que no pasó

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Por MANUEL GERARDO SÁNCHEZ

Es de imaginarse que la opulencia e inmensidad de Tenochtitlan encandilaron la mente ascética de Bernardino de Sahagún cuando pisó la capital del imperio mexica en 1529. Apenas unos años antes, otro paisano suyo, el extremeño Hernán Cortés, la había hecho suya a punta de pólvora, contubernios y traiciones luego de la muerte de quien la gobernara antes de su llegada, el soberano de aquellos dominios, el señor de señores, Moctezuma Xocoyotzin. Pese a la frugalidad de su mente, pese a las ataduras religiosas y pese a los cambios que imponían los nuevos órdenes coloniales, el misionero franciscano sufrió un arrobamiento que lo impulsó a escribir un documento valiosísimo para conocer —aunque con no pocas imparcialidades— el pasado azteca: Historia general de las cosas de Nueva España. En él recuperó, a través de mitos y acontecimientos que proporcionaban fuentes orales, el encuentro entre el conquistador castellano y el huey tlatoani, la famosa escena que tanto cronistas como narradores han recreado con «rigor científico» o invención poética: «Llegando Moctezuma a los españoles al lugar que llaman Uitzillan (…) puso un collar de oro y de piedras a don Hernando Cortés y dio flores y guirnaldas a todos los demás capitanes (…) don Hernando preguntó y el otro respondió: “Yo soy Moctezuma” (…) lo tomó por la mano y se fueron juntos a la par para las casas reales», describe Sahagún un recibimiento diplomático, donde antagonismos y hostilidades no fueron bienvenidos.

Este relato, sin dudas, parece más una ficción apócrifa que una reproducción histórica. Y es que resulta casi improbable no fabular un hecho tan grandioso como este —que puso el fin de una era y marcó el inicio de otra—. ¿Cómo fue la repugnancia del rey de los mexicas cuando olisqueó los sudores fermentados de los españoles después de meses de navegación y travesía? ¿La arrogancia de Cortés renqueó al toparse con la majestad de un monarca tan único como poderoso? ¿Cómo fluyeron el náhuatl y el castellano hasta la desembocadura del entendimiento? Sobre estos interrogantes y otros más extraordinarios da cuenta Tu sueño imperios han sido, la última obra del escritor Álvaro Enrigue. Un texto que es una hibridación entre novela histórica y fantástica, o más bien real maravillosa. Con esta sugerencia no pretendo desempolvar aquí la casi agotada discusión sobre si las realidades americanas son mucho más maravillosas que otras. Sin embargo, cómo no volver a los planteamientos y al concepto que Alejo Carpentier acuñó: «Lo real maravilloso que yo defiendo y es lo real maravilloso nuestro es el que encontramos al estado bruto, latente, omnipresente en todo lo latinoamericano. Aquí lo insólito es cotidiano». El primer contacto de los europeos con la civilización que adoraba a Huitzilopochtli no sólo los hechizó, sino que también convirtió en facto las épicas y ensoñaciones que leían en los libros de caballería. Prueba de ello fue la exclamación que Bernal Díaz del Castillo no reprimió cuando su mirada se extraviaba en el esplendor de la ciudad de México del siglo XVI: «Todos nos quedamos asombrados y dijimos que esas tierras, templos y lagos simulaban los encantamientos de que habla el Amadís».

Tu sueño imperios han sido presenta, mediante la mezcla de elementos históricos y sobrenaturales, otros azares y supuestos que, pese a lo increíble que se lucen, podrían haber sido perfectamente posibles: un Moctezuma que es adicto a biznagas alucinógenas; una emperatriz Atotoxtli, hermana y esposa del tlatoani, que desafía autoridades e interviene con lucidez en políticas de estado, un miembro importante del pelotón de Cortés que, intuyendo un desenlace aciago, se camufla entre los pobladores de Tenochtitlan por su piel aceitunada de tanto sol, refriega y ambición conquistadora y la preocupación constante de los castellanos al sentirse desamparados dentro de las fortalezas de los colhuas: «Mira la ciudad, dijo, y mira cuántos somos nosotros; mira qué modesto el palacio que allá abajo nos parecía tan grande; nota el trazo, por favor, no hay por dónde salir si levantan los puentes, y los van a levantar cuando toquen los tambores; una ciudad como esta no se alza siendo buenas personas con los forasteros y todavía no está claro si somos visitantes o prisioneros». Como explicara Todorov sobre lo maravilloso, lo que cuenta Álvaro Enrigue pertenece a fenómenos desconocidos, «aún no vistos, por venir, es decir, a un futuro». Y esta novela, aunque hurga en un pasado que no se puede reconstruir con exactitud, que está minado de sesgos metodológicos, trata de un futuro que no fue ni será, pero que no deja de ser gracias a la literatura.

Pese a estos argumentos expuestos, que no se confunda el lector, porque está frente a un texto que no se ciñe a categorías estrictas de la filología, que se rebela a clasificaciones teóricas, su principal virtud es la de narrar portentos, que lo vincula entonces a una tradición mágico-literaria tan latinoamericana. En Tu sueño imperios han sido lo imposible, el milagro esperado, lo que no pasó, lo que los cronistas de indias no registraron, se hacen realidad en una suerte de venganza literaria que ennoblece aún más la figura de Moctezuma. Él no abdica su grandeza a favor de la sumisión, él no se arrodilla ante Cortés ni lo confunde con el dios de la serpiente emplumada, Quetzalcóatl. Al contrario, aplasta a sus rivales como sólo puede hacerlo un hijo que desciende de dioses y, después de empuñar su ley, se eleva. Una versión que al menos a mí me hubiera gustado encontrar en las páginas de la historiografía oficial. Una versión que canta en palabras graves un refrán en náhuatt, recogido por Sahagún, y que hace justicia para algunos: “Aye nel toxaxamacayan”. Quiere decir: “Llegó el tiempo de pagar por los males hechos”.