Por HUMBERTO DÍAZ CASANUEVA
Mariano Picón Salas está ligado a una generación anterior a la mía; pero su pasión por el espíritu lo hizo perennemente curioso al curso irregular de nuestra época, al sobresalto constante y a las más encontradas concepciones. Estuvimos muchas veces en desacuerdo, pero su nobleza reducía a sustancia intelectual las contradicciones. Era sumamente intelectual, con un afán de nitidez, dispuesto siempre a perfilar las ideas, y a ejercer magisterio. Pero como lo impulsaba la curiosidad, su gusto por el orden no lo condujo a la quietud fría.
Ha desaparecido uno de los mejores ensayistas americanos. Para mí ha desaparecido algo más: una tibia presencia dentro de mi vida. Su muerte, como si una casa quedara de repente vacía, es el sonido de unos pasos ciegos que repercuten hondamente en la noche neoyorkina.
Pocos hombres me han tendido una mano más amiga y más cordial. En cierta ocasión me encontraba en Alemania, sin recursos, condenado a dormir en un pajar y a lavar y peinar unos caballos para ganar unos cuantos marcos. Entonces apareció de improviso Picón Salas que acababa de ser nombrado ministro de Venezuela en Checoeslovaquia. Venía en un auto reluciente, conducido por un sombrío chofer, doctor en Filosofía. Me llevó a Praga y viví en su casa durante dos meses. Recorrimos ciudades, villorrios, palacios, museos, sinagogas, cervecerías.
En aquel tiempo Praga era el centro de los intelectuales y artistas alemanes que habían escapado del terror nazi. Allí se había refugiado la inteligencia libre, la aventura del arte moderno, el teatro experimental.
Picón Salas pesquisaba, entonces, el barroco y escribía su libro: Preguntas a Europa. Yo lo llevaba a exposiciones surrealistas y a los ensayos de Piscator que en aquel tiempo trataba de combinar el cine con el teatro y establecer equivalencias metafóricas con las situaciones dramáticas. Por ejemplo, cuando se suicidaba el héroe de Pushkin, el escenario se oscurecía y aparecían mujeres con máscaras griegas gimiendo. Con Mariano discutíamos hasta el amanecer. Chocaban su humanismo racionalista con mi existencialismo todavía fresco en que hormigueaba una angustia indefinible. Su espíritu apolíneo se resistía a cruzar los umbrales.
Pero a veces también los cruzaba y se sumía en el mundo irracional. Recuerdo aquellas visitas a las brujas de la Calle de los Alquimistas en Praga. Lo sorprendía la capacidad adivinatoria de esas mujeres; lo dejaban silencioso ciertas profecías.
Un día visitamos a Bakulé, el viejo maestro checo que con un coro de niños lisiados recorrió Europa despertando emoción y asombro. Nos estremeció el fervor de ese hombre iluminado que despertaba fuerzas interiores con la virtud del canto colectivo. Ya entonces, Picón Salas soñaba con la reforma de la educación venezolana.
Después de sus funciones en Praga, regresó a Chile para integrarse a nuestra educación universitaria. Luego fue llamado a Caracas.
Fiel a Chile, no recomendó a su gobierno la contratación de profesores europeos o norteamericanos sino chilenos. Así llegaron nuestras misiones pedagógicas a Venezuela.
No sé si se ha destacado claramente en las notas que se han escrito sobre su desaparecimiento, la vinculación de Picón Salas con Chile. Algunas de las mejores páginas sobre nuestra idiosincrasia han sido escritas por este gran venezolano. Sentía a Chile como una fuerza singular, todavía inédita, un impulso violento de luz y sombra. De ello me cercioré en la intimidad o en las reuniones internacionales en que tuve ocasión de escucharlo.
La última vez que lo vi fue en la Liguria italiana. Participamos en un seminario sobre sociología del cine latinoamericano. Nos encontramos en un bodegón entre mandolinas italianas, hermosas mujeres e intelectuales rejuveneciéndose con el calor del vino y la conversación como un chisporroteo de brasas anochecidas. Porque era un artista de la conversación aguda, brillante, como juego de la inteligencia espoleada. De repente alzaba su figura desgarbada, humeaba como un galgo miope, manoteaba, y decía algo ocurrente, certero, jamás banal, relumbre de una mente sometida a alta presión.
Que otros desentrañen su obra. Yo quiero apenas, con palabras tartamudeantes, aquilatar su espíritu y su bondad; expresarle mi nostalgia y mi gratitud. Me ha dolido su muerte como si la muerte doliera más cuando golpea a un ser puro, casi indefenso, que no tiene otra cosa que oponerle que el azul de una inteligencia cultivada por amor a ella misma. Pero yo sentí el estremecimiento de su soledad, de su pudor para revelar sus sentimientos, de su incertidumbre.
Aquí en Nueva York, recordando otros años y otras veladas, en que lo veo vivo y entusiasta, pienso en su ausencia, ahora irremediable, y retengo en mi vida lo que él me dio, indeleblemente, con ternura y con generosidad.
1 Política (Caracas), núm. 39, abril-mayo, 1965, pp. 23-24.
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