Cuitas
Román Chalbaud
¿Te acuerdas, José Ignacio, a finales de los años sesenta, sin trabajo, acusados de comunistas, haciendo de payasos en un comercial, para poder ganar algo con que ir al cine? ¿Te acuerdas? El director (Clemente de la Cerda) dijo: “¿Pero es posible que esos payasos sean ellos? Sí, son ellos”. “Bueno, ¿qué tenemos que hacer?”, preguntamos, ¿te acuerdas? “Pues, pegarse”. “¿Pegarnos?”. “Pegarse, como se pegan los payasos del circo”. Y lo hicimos. La verdad es que no nos pegamos duro. Fingimos pegarnos. “¿Lo estamos haciendo bien?”. “Sí, perfecto, como en el cine mudo… no se preocupen, la imagen de ustedes va a aparecer dentro de un televisor y el televisor está en plano general… no se preocupen…”. ¿Cuándo cobramos?”, preguntamos, porque en realidad eso era lo único que nos preocupaba.
Cuando nos estábamos quitando el maquillaje, apareció nuestro amigo José Antonio Gutiérrez, que acababa de ser nombrado jefe de producción del Canal 2. “Vine a contratarlos. Convencí a los jefes de que ustedes no son realmente peligrosos”. “¿Qué tenemos que hacer?”. “Terminar La Tirana, una telenovela que ya tiene más de quince meses en el aire. Los dos la terminan de escribir y Román la dirige”. Empezamos a ganar dinero. Payasos en el televisor.
La adolescencia
Julio César Mármol
Nos conocimos cuando tendríamos unos 16 o 17 años. El primer Lobo Estepario de Herman Hesse nos lo devoramos juntos; el primer llanto por el hondo pathos de la sexta sinfonía de Tchaikovski fue común, como el descubrimiento de Beethoven fue un aliento retenido en la extasiada admiración. Y la Donna é Mobile del Rigoletto de Verdi en la voz de Jan Peerce fue el inicio de una melomanía desenfrenada e inmortal que lo llevó a él a tener la discoteca más importante del país, y a mí a viajar a Italia a estudiar canto. Mi primera esposa fue su prima hermana, mis dos primeros hijos son sus primos. Cuando en el Fermín Toro le caíamos a piedras a la policía, nos encarcelaron juntos en la Seguridad Nacional. De eso queda el recuerdo de las tremendas palizas que, con mano apoyada, mucho más fuertes que lo que nuestra edad de mocetones justificaba, nos propinaron los psicópatas de la SN. Pero sobre todo recuerdo la dignidad, la valentía sin alharacas, de un hombre que sin dárselas de mucho ya sabía serlo a tan joven edad, sirviéndole de ejemplo y parámetro a muchos de los fanfarrones cagados que allí estuvieron. Recordar a José Ignacio es para mí la presencia diaria de un callado lamento que a ratos se hace llanto, no porque pretenda galardones de dolor único y privilegiado. Simplemente porque fue demasiada vida compartida. Fue mi hermano.
Líricos
Mauro Parra
Desde el invento feliz de la ópera se creó un público especial de esta fusión de disciplinas músico-visuales. Es un espectador activo y sobre todo apasionado, cuya vehemencia continúa viva. Cabrujas fue un exponente ideal. Sus comentarios narrativos en Radio Nacional, en las transmisiones dominicales, sus citas de Verdi, Rossini o Wagner, en sus ácidos comentarios periodísticos y las alusiones a personajes en las telenovelas, donde Aídas, Ernanis o Brunildas eran mencionadas con frecuencia. En La Dueña vistió de Rigoletto al banquero Esteban Rigores, padre de la protagonista. Aún más, sus héroes se llamaban sin casualidad posible, Adriana y Mauricio, como en la Adriana Lecouvreur de Cilea.
Fue a su vez director y productor de ópera: La Sonámbula, Tosca, Don Pasquale, un magnífico Don Giovanni y una espléndida puesta en escena de Orfeo y Eurídice, que han honrado la accidentada historia de los montajes del género en nuestro país.
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