Por RUBÉN MONASTERIOS
Una: el más grande embustero jamás habido
Viene a lugar celebrar la puesta en el mercado de esta nueva edición en castellano de uno de los libros de aventuras fantásticas más famosos del mundo en cuanto rescata en su mejor versión, la de Bürger, una obra en exceso maltratada por versionistas mediocres, traductores traidores y editores piratas.
Las aventuras es una colección de relatos que cuentan las extravagantes, grotescas e imposibles peripecias del aludido barón, personaje este que el contexto de la cultura anglosajona ilustrada ha pasado a ser el epítome del embustero imaginativo. Von Münchhausen existió realmente; descendiente de una familia de muy rancio abolengo de la Baja Sajonia, vivió entre 1720 y 1797; gustaba este señor contar historias a sus amigos, reunidos en tertulia en torno al hogar y animados por un buen vino; sus exagerados cuentos se filtraron del círculo íntimo haciéndose populares. En 1781 Aaugust Mylius publicó un libro titulado Vade Mecum für lustige Leute que incluía narraciones atribuidas al barón, presentándolas como lo que en verdad eran: como historias fantásticas debidas a ese personaje; pero en 1785 apareció en Oxford, en inglés, un libro anónimo titulado Barón Münchhausen’s narrative of his maravellous Travels and Campaigns in Russia, animado por un espíritu burlesco; de hecho esta versión es una mofa a la nobleza representada por el protagonista. Se supo que la misma había sido escrita por Rudolf Erich Raspe, intelectual de vida aleatoria, autor tanto de esa humorada como de sesudos trabajos científicos que lo calificaron para ingresar en la Royal Society.
El caso es que ese libro se transformó en un best-seller: ¡cinco ediciones en el curso de un año! Un avispado editor alemán lo hizo traducir a esa lengua, encargándole el trabajo a cierto depauperado poeta que lo aceptó simplemente por razones alimenticias; pero el comisionado en vez de una traducción hizo una nueva versión a la que aportó el élan de su estilo e inspiración. «Dotó al personaje del barón de un nuevo carácter y creó, sin más, un nuevo género intermedio entre la sátira y la narración fantástica» —comenta el autor de la introducción a la edición que nos ocupa. Al fin y al cabo el traductor-versionista era Gottfried August Bürger, uno de los nombres grandes de la lírica romántica alemana en el contexto del movimiento Sturm und Drang, autor de la escalofriante fantasía vampiresca Leonora (1773).
Las aventuras del barón de Münchhausen, al igual que la generalidad de los cuentos de hadas y de animales, y que muchas otras escrituras supuestas «para niños» es algo más que una narración de extravagancias; en su lenguaje cándido y sencillo subyace no sólo la sátira corrosiva de una clase social, sino también, y principalmente, la intención plenamente romántica de alterar el orden establecido y de dislocar la razón. Es, conclusivamente, una pieza fundamental de la literatura alemana y una de las más representativas del sentido del humor que solemos asociar a la personalidad básica germana. Su lectura, sea desde la perspectiva del niño, del joven o del adulto, es toda una delicia.
La cuidada edición de Orbis viene con una introducción debida a Juan Francisco Santolaria que en ágil escritura resalta la importancia del texto; incluye el prólogo de Teófilo Gautier para la edición francesa de 1853 y los grabados de Gustavo Doré creados para la misma. La traducción es de Cecilio Navarro y está basada en la publicada por la imprenta de Luis Tasso y Serra (Barcelona, 1884), revisada y adaptada a las normas actuales de ortografía.
*Las aventuras del barón de Münchhausen. Gottfried A. Burger. Editorial Orbis, España, 1988.
*Publicado en el suplemento Lectores, encartado en el Diario de Caracas, el 5 de febrero de 1989.
Dos: en busca del vampiro perdido
Dos obras necesarias para acceder a una comprensión organizada y profunda del mito universal del vampiro son The vampire (Tandem Books, 1965, original en italiano), de Ornella Volta, y el ensayo de Masters, arriba citado, (original en inglés: The natural history of the vampire, por el autor, 1972), que se presenta al lector en lengua castellana, en una buena traducción de Ignacio Roger.
Masters, con inusual modestia, califica su obra de «pasatiempo elaborado a expensas de una figura que ha sido objeto de grandes abusos por parte de los medios, pero en honor a la verdad ella viene a ser el resultado de un sólido trabajo investigativo que abarca desde la conceptualización mitológica del fantástico ente en las culturas arcaicas, hasta la que se ha hecho del mismo en el mundo moderno, transitando por su figuración en la religión cristiana, en la literatura, en el cine, en el cómic y en otros ámbitos de la creatividad humana. Nos interesa predominantemente aquí su estudio de El vampiro en la literatura.
Entre los antecedentes del tratamiento del vampiro en la literatura occidental, Masters, cita el poema “Ver vampir” del autor alemán del siglo XVIII Heinrich Augusto Ossenfelder; la famosa balada “La desposada de Corinto” de Goethe, y Leonore, del asimismo poeta romántico, germano, Bürguer. Sade escribió inspirado por la fascinación vampírica, pero la obra narrativa fundacional de la variante temática vampiresca en el contexto de la literatura gótica es la novela corta El vampiro, que aparece en el número de abril de 1819 de la revista inglesa The Monthly Magazine, firmada por el médico y dudoso escritor, John William Polidori. Es en esta obra, donde se establecen las «claves» que regirán la narrativa del tema, escrita más tarde, y no —como se supone, a causa de su mayor difusión— en Drácula de Bram Stoker, 1897, bastante posterior, como puede verse.
La autoría de El vampiro, por Polidori, es asunto discutido, en cuanto no se ha precisado si dicha obra fue, en efecto, escrita por él, a partir de una idea no realizada literariamente por Byron, o un vulgar plagio de una obra de Byron inédita. El hecho es que el genio del autor de Christabel está de alguna manera involucrado en la misma, y que cualquiera de las dos hipótesis podría ser cierta.
Polidori fue médico personal del poeta, y su acompañante en la dilatada gira que realizaría por Europa en 1816. Estuvo presente en las escandalosas tertulias que se hacían en la «Villa Deodati», a orillas del lago Lemans, arrendada por Byron, durante su estadía en Suiza, en las que retozaba con sus íntimos Shelley, su esposa Mary y la hermanastra de ella, Clara. Según decir de los cronistas chismosos de la época en esas reuniones se entremezclaron actividades literarias, báquico-gastronómicas y eróticas; animados por las buenas viandas y el mejor vino los exultantes amigos se proponían temas para escribir y se leían sus cosas; la apasionada lectura de sus poemas que hacía Byron ocasionaba suspiros, estremecimientos, sofocos y humedecimientos en las damas, así como desmayos y trances histéricos en el sensitivo Shelley, que debía ser asistido por el médico; en pleno frenesí de tantas convulsionadas emotividades el Sublime Cojo pasaba por las armas a todos sus compañeros; insistentemente a Clara, que estaba loca por él (tiempo después, de vuelta a Londres, culminaría su anhelo de convertirse en la amante estable del vigoroso poeta); con menos frecuencia, pese a sus llorosos ruegos y clamores, Byron sodomizaba a Polidon, por quien sentía marcado desprecio.
Cierta vez tuvieron la idea de escribir, cada uno por su cuenta, un relato fantasmagórico o de terror; así nace el célebre Frankenstein de Mary Shelley; su marido no le prestó atención al asunto; Byron bosquejó un cuento, desinteresándose en desarrollarlo; Polidori, por su parte, lo intentó, pero le salió un texto muy malo. Mary cuenta en la introducción a la segunda edición, Londres, 1818, de su obra citada: «El pobre Polidori tenía alguna idea terrible… no supo qué hacer con ella…». Luego, en su eufemístico estilo, da a entender que los poetas se arrecharon con el infortunado galeno a causa de «la llaneza de su prosa».
El texto esbozado por Byron, rescatado por Polidori, vendría a ser El vampiro, o en el mejor de los casos la base literaria de esta obra.
*Historia natural de los vampiros. Anthony Masters. Editorial Bruguera. España, 1974.
*Publicado en el suplemento Lectores, encartado en el Diario de Caracas, el 19 de marzo de 1989.
Tres: reglas y figuras para libertinos
Los espectadores que satisfacen vicariamente sus anhelos de libertinaje sibarítico y se deleitan hasta el borde mismo de la enervación con la sensualidad plástica y las excelencias interpretativas del filme de Frears que en estos días conmueve a Caracas potenciarían sus placeres si tomaran la previsión de hacer preceder la experiencia cinematográfica por la lectura del ensayo que nos ocupa en esta nota.
Roger Vailland (premio Goncourt 1957 con La loi) ha escrito una vera guía para la lectura transtextual de la novela de Ambroise-Francois Choderlos de Laclos, obra maestra —la más fascinante novela epistolar jamás escrita— que luego de haber hecho escándalo en sus días (1782) y de estar injustamente olvidada durante mucho tiempo, vino a ser redimida por los surrealistas como «la mejor novela del siglo XVIII” (Vailland).
Del mismo modo en que Laclos, con frialdad cartesiana, desmonta la moral de la nobleza francesa de su época y analiza sus técnicas de seducción, Vailland desarticula Las relaciones peligrosas para demostrar que en ella se expone una teoría del libertinaje en forma de novela realista-psicológica, cuyas primordiales virtudes son, además de la elegancia de la escritura de Laclos, la de plasmar un nítido cuadro de una clase social en un momento histórico y la diversidad psicológica, en cuanto cada una de las cartas, pese a las coincidencias debidas al tema único que las ocupa, está escrita desde la perspectiva de una personalidad diferente.
Teoría del libertino se desarrolla siguiendo el esquema propio del informe científico: el autor expone premisas y plantea hipótesis; aporta demostraciones tomadas de las páginas de Laclos; accede a corolarios; todo cual si fuera un geómetra explicando teoremas; pero la riqueza de su propia escritura descarta el factor aburrimiento que suele hacer de esta clase de literatura un consumo exclusivo de especialistas en una materia.
De acuerdo con Vailland, podría pensarse que La relaciones es una obra compuesta siguiendo la pura armonía arquitectónica del cuadrado, en cuanto son cuatro las «figuras» del libertinaje detectadas por él en la novela, y asimismo, son cuatro las reglas que rigen esa práctica social. Las figuras, expuestas en su orden lógico, son, a saber: 1° la elección «que siempre debe ser meritoria»; 2° la seducción, «que, como a la pieza en la caza, debe dejar todas las posibilidades a la mujer perseguida»; 3° la caída, «que debe ser ejecutada limpiamente y sin florituras»; 4° la ruptura, «cuya principal virtud es que sea escandalosa». Y las reglas: 1° el libertinaje es exactamente lo contrario del amor-pasión; 2° el libertino no es un don Juan que «se excita indistintamente ante cualquier objeto del sexo opuesto» y toma la criada a falta de la señora; 3° el libertinaje es una práctica erótica, no sexual; el coito en sí es apenas un remate, una confirmación del éxito; lo importante es el juego; 4° el libertinaje exige a sus practicantes una larga formación y un constante entrenamiento.
Aspectos complementarios de mucho interés en el trabajo de Vailland son la noticia biográfica sobre Choderlos de Laclos, la cronología comparada y una breve aunque sustanciosa recopilación de opiniones referidas a la obra de este insólito personaje que, amén de permitirse escribir una soberbia novela, inventó la «bomba hueca», o sea: el obús, «uno de los más importantes descubrimientos de la artillería moderna» según los conocedores de estas cosas, así como estrategias de combate que revolucionaron la ciencia de la guerra.
Laclos, teoría del libertino es uno de esos casos en los que el título de una obra en su traducción a otro idioma es mejor que el original; en efecto, Laclos par lui-meme es mucho menos sugestivo, y en su modestia no revela el lúcido esfuerzo intelectual realizado por Vailland.
*Laclos. Teoría del libertino. Roger Vailland. Editorial Anagrama. España, 1969.
*Publicado en el suplemento Lectores, encartado en el Diario de Caracas, el 20 de agosto de 1989.