Por JOSÉ RAMÓN MEDINA
Amigo mío:
Estése usted tranquilo
a la orilla de ese río
profundo,
donde acampa, matinal,
distante de tanta furia
amarga que nos llena
la mañana,
estése usted tranquilo.
Use la misma receta
de sus días pluviales:
el paraguas negro,
su bastón de cedro,
que nadie sino usted
sólo veía y el suéter
rojo aquel,
que le regaló un amigo.
Deme la mano
y pase usted adelante,
como si estuviera aun
a punto de abrir la puerta
azul de su oficina.
***
Toma mi mano compañera
y álzala justo
donde el brillo cesa.
Un viento oscuro
bate tus cabellos,
mientras tu leve carne
madura el tránsito señero.
Sobre tu adiós
efímero y solemne
una votiva lámpara
se enciende,
canta un pájaro triste
en el parral desierto
y una lágrima viva
te acompaña
hasta el último peldaño
donde apacigua
su grito conformado
la palabra vertical
del adiós definitivo.
***
Aquí aceptamos una rosa,
un lirio, una campana:
entre Usted y siéntese
como siempre.
Aquí están los últimos papeles
de la tarde
que Usted guardaba,
celoso de otros ojos,
en la gaveta gris
de su escritorio.
Pase y siéntese Usted,
está en su casa
no ha comenzado aún la tarea cotidiana,
pero usted tiene permiso,
todo el tiempo,
para derramar el vino
o la palabra ausente
en el discurso negro
de otros días.
*Copiado del libro inédito Trece Trejos, en homenaje a Oswaldo Trejo, compilado por Violeta Rojo.