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Tres enfoques sobre Hambre en el trópico, de Edilio Peña

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Por RUBÉN MONASTERIOS

Los primeros calificativos que me vienen a la mente a partir de leer esta obra son «¡Asombrosa, espeluznante!». Está emparentada con el teatro de lo absurdo, sí, pero en una dimensión postapocalíptica; en tal sentido me evoca la dramática de Beckett, de la que una vez escribí que, siendo teatro de lo absurdo, se ubica en un plano de reflexión pos guerra nuclear, vale decir, apocalíptico. Es la pieza de teatro que refleja la tragedia venezolana y, en cuanto tal, una feroz crítica a la dictadura roja y a lo que llaman «revolución» generadora de angustia, represión, abuso, hambre y desolación; en particular, en su efecto de reducir al ser humano a la categoría de animales que se pelean por la carroña. Edilio Peña ha hecho una metáfora descarnada de lo que se ve a diario en nuestro país. La veo llena de imágenes fantásticas, de una poesía perversa, tanto en las acotaciones como en los parlamentos y comportamientos escénicos de los personajes. Es una creación de un dramaturgo avanzado, original, distanciado de las convenciones.

Me tomé la libertad de compartir el texto con la poeta hispano-venezolana Ágatha de la Fuente, cuyo interés por la obra se despertó al leer fragmentos en una revista virtual. No podría decir que su respuesta fue inmediata; muy en sentido contrario, se demoró; y la razón fue que cada vez que Ágatha intentaba la lectura sentía ─según me lo confesó─ una suerte de ahogo a ser estimulados sus sentimientos de repugnancia, desesperación, ansiedad y otros tantos adversos a la paz espiritual. Finalmente hizo acopio de valor y lo leyó; a continuación, interpolo su comentario; un artículo denso que aparte de dar una idea exacta de la desgarradora tragedia grotesca de Peña es un insólito ejemplo de crítica de teatro poética, emocional e impresionista. Dudo que en lo concerniente a alteración de la sensibilidad algo más que se escriba sobre Hambre en el trópico pueda superarlo.

«Como un trago ácido que estremece el cuerpo y arde por dentro, así es esta obra.

Difícil de sostenerle la lectura, será por encontrar en cada palabra una herida sangrante. Un texto que se desearía imaginario para dejar el dolor enterrado en la última letra. Nada más lacerante que encontrar la metáfora de la muerte en una tierra de suelo fértil».

«Una obra nacida de una instancia excedida, donde agotadas las denuncias y protestas, se exhibe sin censura la desgracia creada por la miseria humana de aquellos que a cara descubierta muestran desprecio por todo lo que significa vida».

«Hambre en el trópico es una agonía sin desenlace plagada de corrupción, demagogia, ineptitud, ignorancia y sufrimiento; tanto de todo, que termina evidenciando que existen cosas peores que la muerte. Es un viaje directo al dolor, turbulento y desgarrado en respuesta a una descomposición social manipulada con extrema inmoralidad. Cruel y devastadora, se convierte en un testimonio histórico sobre una historia no finalizada; está lista para ser llevada al escenario del futuro e impedir que el olvido sea otra forma de injusticia. En la actualidad, una narración exacta del rastro de la nada que deja por donde pasa una tiranía».

«Su lectura revuelve, irrita, incita a clamar amnesia; los personajes no dan tregua, sus cuerpos insisten en resistir sin olvido ni locura; ahí la auténtica tragedia, la irrupción de una palabra antes poco necesaria, resiliencia».

«Con el sufrimiento añejado está concebida esta obra; desde la caverna subterránea del dolor más intenso, el que ya no quiere hacer ruido sino dejarlo con sangre escrito. Respetable que no tiemblen de ira las palabras por exhibir el dolor que carcome y no mata. Testimonio posterior al periodo de resistencia que nada tiene de resignación».

«Es la realidad que jamás se soñó; el estruendo que ha dejado aturdida a la memoria, incapaz de descifrar si está atrapada en pesadillas,  o vive en un laberinto de realidades que exige renuncie lo que atesoró, por acoplarse a lo que ve, y ahora es».

«Indefensión aprendida al ver diluida la esperanza como una acuarela bajo el llanto de cada malogrado intento de lucha. Desaparecen los colores y el trópico poco a poco de tanto gris ya no brilla, más, si le vacían las tripas. Exhibe la descomunal desgracia de hallar un presente roto, un pasado mancillado y el futuro robado».

«Hambre en el trópico es una obra de teatro cuyo reconocimiento más que recibirlo con prolongado aplauso, lo recibe cuando arranca el llanto. Crueldad, atrocidad y vergüenza de reconocer a dónde es capaz de llegar el género humano».

«Y están esos personajes extremos, reflejando el único ascenso permitido: el de la miseria; los que explican de cómo acumular pérdidas se pierde la identidad. Angustia al reflexionar que pese a los esfuerzos por retener lo que ya no existe igual, una grieta creada por la ignorancia y con extrema maldad, es tan profunda, que devora todo cuanto constituye la herencia a generaciones futuras».

«Es asistir sin elección al sacrificio inevitable de la conciencia en pos de la supervivencia, es ver la danza fúnebre del comportamiento civilizado; ciertamente el hambre puede más que la vergüenza, que cualquier acto más allá del escombro que se va volviendo sin querer, aquellos a quienes le raptaron la opción para elegir, decidir y ser».

«En cada imagen, en cada diálogo, subyace la crítica feroz, necesaria y merecida; la exposición del repudio; ninguna sociedad merece ser disminuida en su progreso para ser esclavizada; en Venezuela la zancada de la opresión ha sido más osada, además de haber sembrado miseria, dolor, odio y robado el desarrollo; sus aberrantes creadores han aprendido a bailar con sorna sobre la muerte que le pertenece. La perversidad ejercida por esta tiranía es infinitamente injustificable; Hambre en el trópico es un golpe de sentencia, respaldado por cada ciudadano que ha celebrado en solitario su particular juicio; los corruptos opresores ya han sido condenados con algo más severo que la ley, con la negación del perdón de todo un pueblo. Hambre en el trópico es una muestra de cómo se crea una obra desde el amor cuando está dolido, pero no vencido. Coraje el de su autor, valentía en su obra. Un artista con el peculiar honor, el de haber convertido en una pieza ejemplar del teatro de la crueldad, una tragedia real, viva y activa».

«Obra que hace confesar que se ha sufrido en el cuerpo el dolor que se ha leído, que se ha sentido el rugido del estómago vacío, el desvanecimiento; también la vergüenza que da no encontrarle solución a tal desventura».

«¡Es terrible! Cuando llorar, ya no alivia».

Intercambié opiniones sobre Hambre en el trópico con el académico y estudioso del teatro Leonardo Azpárren, y esta fue su apreciación: «[Es] una obra testimonio de la historia, como muy pocas veces hemos visto en nuestro teatro. Es la representación que un venezolano hace de la destrucción».

«El teatro venezolano en este siglo ha sido, en general, indiferente a la terrible crisis que padecemos. Quizá porque está acorralado y sobrevive de milagro. Pero se siente que no ha tenido, ni tiene, una respuesta, una reacción. La obra de EP es única, y no solo por su temática». Hambre… le recuerda el drama de Julio Planchard, República de Caín (1913 o 1918), «testimonio crudo e hiriente del castro-gomecismo».

El punto de énfasis de Azpárren plantea otro ángulo de enfoque todavía más perturbador, con el cual, y aunque rechinando los dientes de la arrechera, no solo coincido, sino que además amplío hasta abarcar todo el ámbito artístico e intelectual.  Es el dedo afincado en una llaga sumamente dolorosa y repugnante que llevamos todos los venezolanos para quienes ese quehacer cultural intelectual y artístico es una acción esencial en el acto de crear conciencia crítica mediante la rebeldía y denuncia de la maldad, de la deshumanización y la corrupción.

En efecto, en la última década no se ha visto en Venezuela nada parecido a la mofa al poder en forma de sátira multitudinaria de El Zapatazo (1989), cuyos antecedentes en momentos históricos muy difíciles, aunque menos desgraciados que el actual, fueron La Delpinada (1885, durante la autocracia de Guzmán Blanco) y La Sacrada (1901, bajo la tiranía de Cipriano Castro); no ha circulado un poema como «¿Duerme, Ud. Señor Presidente?» de Caupolicán Ovalles (1962, en el mandato democrático de Rómulo Betancourt, endurecido por la acción guerrillera de impulso cubano). Tampoco ha ocurrido algo semejante a la exposición Homenaje a la Necrofilia (1965) de Carlos Contramaestre, entre otras producciones contestatarias del Techo de la Ballena, ni la persistente sátira al poder que fue la Cátedra del Humor de la UCV. No se ha visto una instalación como El pozo (2000, en plena visita de un príncipe árabe, o cosa parecida, a Venezuela), una metáfora siniestra de Rolando Peña aludiendo a los incendios de los pozos petroleros de Kuwait, en protesta contra las dictaduras belicistas del Medio Oriente. Volviendo al teatro: en el lapso que nos ocupa no se han exhibido obras como las que, en su momento, activarán la represión Rengifo y Román Chalbaud.

Quizá la más escalofriante interpretación del fenómeno sea que la política de anulación de la sensibilidad del pueblo mediante la propaganda y la represión,  llevada a cabo por la narcodictadura  colegiada de la que Maduro es el títere-vocero, ha sido tan eficaz que ha alcanzado a ese sector volviéndolo tan apático,  sumiso y pasivo como el  resto de la sociedad, con sus muy respetables excepciones; en otras palabras,  conduciéndolo a la indefensión aprendida a la que hace referencia de la Fuente.

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