13 de junio de 1974. Cien años del nacimiento de Rufino Blanco Fombona
Ciudadano presidente, ciudadanos senadores:
El próximo lunes 17 de junio se cumplen cien años del nacimiento de uno de los más grandes escritores venezolanos de todos los tiempos, me refiero a Rufino Blanco Fombona. En la edición del Papel Literario de El Nacional de hoy, dos críticos, José Ramón Medina y Pedro Díaz Seijas, apuntaban un hecho doloroso y cierto: Venezuela ha sido injusta con esta gran figura del pensamiento y de las letras. El largo destierro de Rufino Blanco Fombona hizo que su obra se silenciara en Venezuela, y como lo anota el crítico Díaz Seijas, “en los ensayos de crítica, en los textos de historia de la literatura venezolana que aparecieron no solo en tiempos de la dictadura gomecista sino en los años posteriores, se silenció la inmensa labor de este ensayista, novelista, poeta, cuentista, polemista y el más grande divulgador de los valores venezolanos y latinoamericanos en Europa”. Y así para el venezolano de estos tiempos quedó esa figura atrabiliaria, pendenciera, del hombre del garrote, del hombre que algunos, por quererlo elevar, lo calificaron de condottiero y otros, sin saber qué decían, lo comparaban con Benvenuto Cellini. Pero, de aquella gigantesca obra que en el destierro realizó Blanco Fombona, apenas hay noticias en Venezuela. No existe en la historia de América del Sur empresa editorial que haya tenido las dimensiones de la Biblioteca “Ayacucho” o de la Biblioteca “Andrés Bello”, empresa ambas fundadas, dirigidas y adelantadas hasta su feliz término por Blanco Fombona, en los mismos años en que era perseguido y andaba en busca del pan diario.
Esta extraordinaria labor, así como su propósito de dar a conocer la figura y el pensamiento de Simón Bolívar en Europa y en América Latina ha sido siempre silenciada, y bien vale la pena, en la oportunidad de este centenario, recomendar al Gobierno Nacional la reedición de la gigantesca Biblioteca “Ayacucho”, extraordinario testimonio de la Emancipación y de la Biblioteca “Andrés Bello” que junta la obra de José Martí, de Sarmiento, de González Prada, de Hostos, de Baralt y de todo los grandes del pensamiento latinoamericano. Como el próximo 17 de junio se conmemora el centenario del nacimiento de Rufino Blanco Fombona he querido presentar un proyecto de acuerdo que solicito sea leído por secretaría.
Muchas gracias.
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20 de mayo de 1976. Aniversario 21 de la muerte de Andrés Eloy Blanco
Señor presidente, señores senadores:
Las palabras del senador González Maneiro, representante del estado Sucre, traducen un sentimiento nacional. Como él lo dijera y como lo apuntaron más tarde los senadores Gómez y Sánchez Mijares, Andrés Eloy Blanco es una figura de la Venezuela eterna y una de las grandes voces de América.
Pero no vengo a hacer esta tarde el elogio de su inmensa poética, a la cual algún crítico quiso negar su vigencia, apellidándolo en forma peyorativa de obra juglaresca. Vengo a destacar el inmenso valor cívico de Andrés Eloy Blanco, y a decir como lo he repetido en veces anteriores, que en una hora de amnesia histórica y de amnesia moral como la que padece hoy el país es bueno recordar a los héroes cívicos, estos héroes civiles de la nacionalidad. Porque Andrés Eloy Blanco no se quedó en la poesía, no es solo creador de estrofa inmortales, el interprete lírico y sentimental de un pueblo, sino que junto a esa obra extraordinaria, la de su responsable presencia ciudadana en las horas más difíciles de la vida venezolana, lo mismo frente a Juan Vicente Gómez que frente a Marcos Pérez Jiménez; lo mismo cuando era joven que en sus tiempos de madurez.
Fue al destierro a luchar como antes en las cárceles de Gómez había demostrado con su desafío al tirano la extraordinaria sinceridad de su amor a la libertad.
Las nuevas generaciones venezolanas que gozan de un clima de libertades sin iguales en América Latina, un tiempo que pudiera llamarse de primavera política, donde no hay tempestades, ni terremotos, ni señal de malos tiempos, no sabemos cuánto costó a las generaciones inmediatamente anteriores, a las cuales pertenecen hombres que están aquí, y hombres que ya se estregaron a la muerte, propiciar el clima, preparar el territorio y estimular los sentimientos que pudieron hacer posible un estilo de la vida: la de la Venezuela democrática. Fueron largas jornadas en que se sacrificaron miles de hombres, jornadas signadas por el destierro, por los castillos, por La Rotunda, por los asesinatos, en donde él tenía que decirse a una empresa difícil: la de luchar por la dignidad del hombre venezolano. Y eso se está olvidando en Venezuela, se está perdiendo el recuerdo de la obra de quienes construyeron a la Venezuela democrática con una vida de austeridad, con una vida de sacrificios, porque cuando Andrés Eloy Blanco formaba parte de los equipos dirigentes del partido que luego ha llegado al poder, el clima que rodeaba a la lucha política era de peligrosidad, riesgo, de amenaza física de la vida, no era una carrera hacia las direcciones de los ministerios, no era una carrera hacia el gabinete, era un camino hacia la muerte, era el desafío frente a una violencia organizada que contaba con la complicidad de gran parte de los sectores de la República. La transformación de la mentalidad de esos sectores es otra de las grandes obras de estos luchadores que crean la realidad democrática del siglo XX venezolano.
Andrés Eloy Blanco no solo como poeta sino como parlamentario sino como tribuno de multitudes fue intérprete del pueblo que buscaba un camino en medio de la oscuridad. Era, realmente, un espectáculo histórico inolvidable el diálogo que el gran poeta sostenía, en aquellas reuniones multitudinarias de las plazas y de los circos de la Venezuela de los años 38, 39, 40, o 45, en donde se establecía una verdadera comunidad de pensamientos y de emociones entre la multitud y el poeta, que más que el poeta era la voz mayor del pueblo.
La República debe llevar los restos de este gran hombre al panteón, pero su tarea sigue estando en la calle, pues no es otra que la de despertar la conciencia cívica y la de recordar a los intelectuales, a los poetas y a los hombres de letras, los deberes que tienen para con la República.
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28 de mayo de 1985. Sobre la trayectoria de Tulio Febres Cordero como historiador, educador y tipógrafo
Señor presidente, señores senadores:
En mi condición de senador por el estado Táchira, no puedo guardar silencio ante la proposición que el senador Briceño Ferrigni y el senador Dávila han hecho esta tarde. Quiero agregar, como un homenaje a la verdad, dos anotaciones: Tulio Febres Cordero es uno de los grandes constructores de la verdadera historia de Venezuela y voy a explicar mi afirmación: el centralismo venezolano ha sido tan agobiante para la provincia que la historia que estuvimos estudiando a lo largo de muchos años, fue la historia de la provincia de Venezuela o de Caracas: es decir de aquel pequeño territorio que llegaba por un lado hasta Coro y Trujillo, por el otro confín, hasta el río Unare, y por el sur hasta las riberas del Orinoco, contorno geográfico e histórico que fue modificado en 1777 por la decisión del rey Carlos III cuando nos hizo venezolanos, en un mismo día de septiembre de 1777, a los andinos, a los zulianos, a los orientales, y a los guayaneses, y les dio las actuales dimensiones y poderío histórico y económico a Venezuela; pero Oviedo y Baños había escrito la historia de la provincia de la primitiva Venezuela o de Caracas, que era la pequeña Venezuela anterior a 1777 y los historiadores posteriores a Oviedo, en lugar de investigar y completar el cuadro, decidieron copiarse, siguieron a lo largo del tiempo repitiendo una historia de la Conquista y de la Colonia referente exclusivamente a la Provincia de Caracas, como si en ella estuviera comprendida la historia de la Provincia de Nueva Andalucía, es decir, todo la historia de las vastas regiones orientales, la historia de Guayana y la historia andina de la Provincia de Mérida y Barinas, y de esta manera se suprimía todo el pasado colonial en los textos de historia que se pretendían historia de la patria integral. Luego comenzó la obra de la recuperación de aquella memoria nacional, y al mismo tiempo que Tavera Acosta lo hacía con los pueblos de Oriente, Tulio Febres Cordero recuperaba la rica historia de las provincias andinas. Febres Cordero es el primer investigador, el primer historiador de toda esa proporción venezolana que hoy forman los estados Táchira, Mérida y Barinas.
Si queremos tener una noción real de nuestra historia, tenemos que empezar por conocer la historia colonial, la crónica fundamental, que no empieza en la independencia, pues ya para esa hora éramos una sociedad constituida. Ya lo dijo el Libertador: Con la guerra hemos ganado la Independencia, pero hemos perdido trescientos años de construcción de una sociedad. En estos trescientos años están las raíces de todo nuestro comportamiento.
La obra de investigación de Tulio Febres Cordero es admirable y más aún si se toma en cuenta lo que acaba de señalar el senador Germán Briceño Ferrigni, que nunca salió de Mérida y sin embargo logró un acopio tal de documentación sobre la etapa prehispánica o indígena, y sobre los tres siglos de la Colonia, que su nombre figura como historiador venezolano al lado de Baralt, de González Guinand, de Gil Fortoul. Junto a esas excelencias de su biografía, hay una virtud que quiero exaltar, el compromiso civil de Febres Cordero; sin querer ser un maestro, siempre predicó con su ejemplo.
Tuvo la oportunidad del poder político y la rechazó, pues en dos oportunidades, distantes la una de la otra, declinó ante el presidente Gómez la Cartera de Instrucción Pública, para continuar en su labor de investigador, de historiógrafo, aferrado a la de tipógrafo, humildad orgullosa de su vida admirable.
Su exaltación del nombre y las virtudes de un venezolano como Tulio Febres Cordero, para quien pedimos los honores del panteón, es una forma de exaltar los valores permanentes de la nacionalidad y de decir que Venezuela es una unidad en lo espiritual, una unidad que se proyecta con toda la fuerza del pasado, hacia los mejores destinos del futuro.
Gracias, señor presidente.
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Ramón J. Velásquez: sujeto y verbo del Senado. Discursos 1963-1994
Fondo Editorial de la Asamblea Nacional
Caracas, 2018
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