Por N.R.
Elogio a Quentin Bell
También me pregunté, antes de afrontar esta voluminosa lectura, cuán confiable podría ser la biografía escrita por un sobrino de la biografiada, en la que su madre y su padre, así como el conjunto del entramado familiar y de relaciones, tienen una cualidad protagónica, recurrente y fundamental, en cada trecho del recorrido. Me lo pregunté, además, porque el libro precedente que Bell publicó en 1968, El Grupo de Bloomsbury, guarda más una tonalidad ensayística, de precisiones conceptuales y escaso uso de la anécdota. De ese libro no cabría decir que es una biografía del grupo, más bien una aproximación histórica y cultural.
Cuando Virginia Woolf. Una biografía apareció en 1972, la respuesta fue de incredulidad y revuelo: revuelo porque ofrecía un retrato de la autora, pródigo de matices y relatos, ajenos a las imágenes fijas, a los clichés que existían de la autora inglesa. Incredulidad porque Bell, historiador del arte, había sorteado la prueba de exponer con rigor y criterio profesional los asuntos más peliagudos de la vida de Virginia, de su madre y su padre, y del resto de la familia. Bell se había subido al podio de la gran tradición biográfica de Occidente —la inglesa— con un libro excepcional, con lo que se constituía en el representante de la cuarta generación de los Stephen, que incursionaba con atributos propios en los territorios de la biografía.
Sir James Stephen (1789-1859), su bisabuelo, abogado y escritor, había sido el autor de un libro de fama en su tiempo, Lecturas biográficas de los primeros jueces de Inglaterra, en el que narra las vidas de 12 jueces; su abuelo, Leslie Stephen (padre de Vanessa y de Virginia, su madre y su tía respectivamente) fue, entre sus diversas facetas, editor del Oxford Dictionary National Biography; y su tía Virginia escribió una biografía de Roger Fry, decenas de artículos y ensayos biográficos sobre escritores, artistas y personas de proyección pública, más dos novelas de índole biográfico —ficticias—. Uno de sus ensayos literarios más famosos se titula “El arte de la biografía”. Bell creció en una atmósfera donde el género biográfico era conversación, centenares de volúmenes, referencia cultural que cruzaba de una habitación a otra, y también vínculo vivo y renovable con una rica tradición cultural inglesa.
Han transcurrido más de cincuenta años desde que Bell fijara las bases de la urbe biográfica dedicada a Virginia Woolf. Desde entonces se han añadido, como componentes de una ciudadela, edificios de varia forma y utilidad. Los hay que son meros resúmenes de las biografías señeras. También los que, además de resumir, pervierten, desconocen ciertos hechos y fabrican una Woolf distorsionada. Las hay que establecen caminos paralelos y se enfocan en cuestiones como la historia psíquica de Woolf, o examinan su vida a través de sus libros, o las que se concentran en temas específicos (como la relación con su hermana Vanessa). Sin embargo, ninguna rivaliza con la de Bell, por la profusión de sus fuentes, su sosegada y limpia aproximación a la inasible complejidad de Woolf, por el tino con que evita la especulación infundada, por la voluntad con que supera la tentación de ocultar los ‘secretos de familia’.
Lyndall Gordon: Woolf recuerda
Y también me pregunté si después de la biografía de Bell, que al posarse sobre el territorio Woolf lo ocupa casi en su totalidad, esta Virginia Woolf. Vida de una escritora podría establecer un campo biográfico propio y diferenciado. Y resultó que Gordon, con un enfoque centrado en lo literario, lo simbólico y lo psicológico, avanza hacia la vida de Woolf, a través del prisma de sus novelas.
Lyndall Gordon —Suráfrica, 1941, biógrafa de Eliot, Charlotte Brontë y Emily Dickinson— asume de lleno lo que tanto se ha repetido: que las ficciones de Woolf se construyeron a partir de los hitos de su vida. Se aproxima con lupas de distinto grosor, como si las verdades sustantivas se hallasen depositadas, a veces de forma evidente, otras bajo veladas modalidades, en el trecho que va de Fin de viaje (1915) hasta Entre actos (1941), y en cuyo recorrido produjo obras fundamentales para esta búsqueda como El cuarto de Jakob (1922), La señora Dalloway (1925), Al faro (1927), Orlando (1928), Las olas (1931) y Los años (1937).
La tesis central de Gordon es que la vida y la obra de Woolf se fundamentan en los recuerdos: “Cuando las voces de los muertos la incitaron a hacer cosas imposibles, la condujeron a la locura, aunque controladas, esas voces se convirtieron en material de su ficción. Con cada fallecimiento aumentaba su conciencia del pretérito”. Transformó a sus seres queridos en personajes. En esos personajes y sus historias subyacen sus claves biográficas.
Capítulo a capítulo, Gordon teje un retrato de Virginia, que se aleja de los clichés que rodean el imaginario de Woolf: no era un espíritu sedentario, sino una enérgica ciclista, caminante y excursionista; más que una personalidad artística dispuesta a romper con el pasado, su aspiración era la de un renovador: quería que el fondo cultural victoriano aflojara sus cortas correas; más que feminista, sufragista, cooperativista o socialista, sus causas intelectuales más persistentes se concentraron en tres grandes focos: el reconocimiento del valor que tenía el lector común; la gran tradición de la novela (se propuso equipar las contribuciones de los novelistas de ambos sexos); y su desprecio hacia la crítica literaria racionalista y académica. Gordon coincide con Bell: era ajena a las exigencias de la política (de hecho, varios de sus ensayos o conferencias de carácter ‘político’ no se produjeron como iniciativa suya, sino como respuestas a peticiones a las que no se negaba, porque a menudo provenían de Leonard o de amigos).
Virginia Woolf. Vida de una escritora privilegia las ideas y no el anecdotario. El análisis de algunas de las obras —como ocurre con Las olas, a las que dedica más de cincuenta páginas— se prolonga ampliamente. Cuando se introduce en lo intrincado de la narración, la prosa de Gordon se espesa, se llena de una carga simbólica y metafórica, que desafía la resistencia del lector, solo que del otro lado de cada espesura aguardan más ideas, piezas para pensar en una Virginia Woolf desprendida del ropaje de los estereotipos.
El ensamblaje de Viviane Forrester
Novelista de largo oficio, Viviane Forrester (Francia, 1925-2013), ganó el Premio Goncourt en 2009 con la reedición de Virginia Woolf: El vicio absurdo, cuya primera edición circuló en 1973. Libro breve, organizado en siete capítulos focalizados en acotados racimos temáticos: Hogarth Press, la editorial creada por Leonard y Virginia Woolf; el mundo inmediato de relaciones; su vínculo y contribuciones al feminismo; el complejo ámbito donde locura y creatividad se interceptan (“Pero esta relación de la locura con el lenguaje, del lenguaje con la creatividad no deben hacernos ceder a la tentación romántica que nos haga olvidar el carácter físico, brutal, intelectual de las crisis experimentadas por Virginia”. Hay que agregar: de la entrevista que hizo a Leonard Woolf copia las palabras en las que describe cómo ocurrían los ataques de locura de Virginia. Un fragmento: “Su espíritu galopaba, hablaba con volubilidad y —en lo más agudo de la crisis— con incoherencia. Tenía alucinaciones y oía voces. En el curso de su segunda crisis, por ejemplo, me dijo que oía pájaros en el jardín que hablaban griego. Se mostraba violenta con las enfermeras”.
Forrester apunta: al poner el foco en la desventaja económica de las mujeres —que las hace dependiente de los hombres— (y que despliega con brillo en su famoso ensayo “Una habitación propia”, pero también con menos prestancia en “Tres guineas” y en varias conferencias como ·Carreras para mujeres” y otras), Woolf pulsa el nervio principal: “Virginia lucha por la liberación de la mujer, por su derecho a la autonomía (…)”.
Una anotación sobre el método narrativo de Forrester: sus comentarios (a veces en tonalidad cargada de lirismo) se intercalan con fragmentos de las palabras que recogió de entrevistas que hizo a Quentin Bell, James Joyce, Victoria Ocampo, James y Alix Strachey y a Leonard Woolf.
Prescindibles
Para cerrar: abundan las biografías de Virginia Woolf que pueden leerse como meros resúmenes, sin fundamento alguno en investigación propia. Hay algo distorsionador en ellas: se basan en la biografía de Quentin Bell, la empaquetan con prensa mecánica —a la fuerza— con lo cual desaparecen los matices, las interrogantes, los claroscuros que son signo de su vida. Breves volúmenes de lugares comunes y afirmaciones tajantes. El de John Lehmann, Virginia Woolf (Salvat Editores, 1995); el de Nigel Nicolson, Virginia Woolf (Grupo Editorial Random House Mondadori, 2002); y el de Alba González Sáez, texto que ha circulado con títulos ligeramente distintos: Virginia Woolf. La escritora que revolucionó la novela y el feminismo de su tiempo (RBA Editores México, 2019) y Virginia Woolf. La revolución de la literatura (National Geographic, RBA Revistas, España, 2022) son, en mi lectura, eso: prescindibles.
*Virginia Woolf. Una biografía. Quentin Bell. Traducción: Marta Pessarrodona. Prólogo edición de 2021: Andreu Jaume. Introducción a la edición de 1996: Quentin Bell. Editorial Lumen, Penguin Random House Mondadori Grupo Editorial, España, 2022.
*Virginia Woolf. Vida de una escritora. Lyndall Gordon. Traducción: Jaime Zulaika. Gatopardo Ediciones. España, 2017.
*Virginia Woolf: El vicio absurdo. Viviane Forrester. Introducción: Marta Pessarrodona. Traducción: Víctor Pozanco y Emilio Teixidor. Emecé Ediciones. España, 1978.