Dormidos
Bajo las oscuras aguas tibias del sueño
tus manos me separan.
Estoy de todos modos soñándote.
Tu boca es una fruta caliente, mojada, extraña,
fruta nocturna que saboreo con la boca abierta
y los ojos cerrados.
Tú, tú. Tu aliento estalla en ardientes palabras
que explotan en mi mente. Y entonces preguntas,
me obligas a darte una respuesta.
Y así es como dormimos. Tú insistiendo,
demandando; yo durmiendo ferozmente,
durmiendo hasta que duele
que esto es real, sí, así lo siento.
Al escucharme te abrazas a mí, con fuerza,
con el desespero frenético de los que van a ahogarse.
Una semana en sueños
No esta noche, estoy soñando
en el corazón de la dulce oscuridad
de la cama que es un barco en el ático
en la casa a la orilla del parque
donde el viento entre los viejos árboles
cruje como un arca.
No mañana, estoy soñando
hasta que el atardecer amanezca –tarde, tordo,
timbre, tiento, tanto, tumbo, triste –
con mi mano dentro de un libro que no leo,
ave que nunca ha volado… y a lo lejos
el chillido de pájaro de un teléfono.
No la tarde siguiente, estoy soñando
con los lunares de la luna,
una S soñadora en la página de la cama
dentro del tomo de un cuarto en penumbras,
la lluvia sonando en el techo, rimando,
como las palabras de un poema.
Ni la noche después, estoy soñando
hasta que las estrellas se vuelvan azules
de imprimir las noticias de su luz antigua
con la tinta del espacio,
metros y más metros de negras noches de seda
para cubrir mi cuerpo que sueña.
No la tarde siguiente, estoy soñando
en la axila de la media noche
como un amante que se abraza a otro amante
sin miedo a nada, como un niño
calmado por la madre, suave y tibia,
escuchando el hechizo de doce campanadas.
No esa noche tampoco, estoy soñando
hasta que la marea suba y se retire
suspirando sobre la arena arrugada,
la canción solitaria de la ballena
escrita sobre olas y olas de agua
toda la húmeda noche entera.
Ni la última tarde, estoy soñando
ante el reloj tartamudo,
bajo las cobijas, detrás de ojos cerrados,
todos los colores disolviéndose en negro,
el último rayo de luz apurado por llegar
al encuentro con la sonora oscuridad.
Memorándum de la Virgen
Tal vez no los abscesos, el asma, el acné,
hijo, tal vez no las pústulas,
tal vez tampoco el cáncer
o la diarrea
o el tinito en el oído interno,
tal vez no los hongos,
tal vez repensar la jirafa,
tal vez tampoco el herpes, hijo,
o (texto ilegible)
o las aguamalas,
o (intraducible)
tal vez tampoco la lepra o los piojos,
la menopausia o los ratones, los mocos, hijo,
la neuralgia, las liendres,
o el olor corporal,
las hemorroides,
las arenas movedizas, los barriales,
tal vez no las ratas, hijo, la rabia, las serpientes,
la mierda,
y tal vez no sean tan necesarias las tarántulas,
el unicornio está bien,
pero tal vez no tanto las verrugas,
ni las avispas,
o (texto ilegible)
o (intraducible)
tal vez tampoco…
Alto y fuerte
Los padres con niños mutilados no fueron admitidos en el hospital vacío y les dijeron que contrataran a alguien que los llevara a Quetta, una ciudad fronteriza en Pakistán, a seis horas en carro por lo menos.
(Afganistán, 28 de Octubre, 2001)
Las noticias siempre le arrancan gritos
pero una vez su voz salió de su garganta
como un tumbarrancho, con un terrible ruido sulfuroso
que la hizo saltar, un relámpago en la oscuridad.
Ahora gritaba alto y fuerte.
Antes era fácil manejarla,
era una más del montón, entre los que gritan
de orgullo por el gol ganador, entre los que rechiflan
contra el diputado corrupto, entre los que aplauden
por el beso de los príncipes en el balcón. Pero ya no.
Ahora puede rugir.
Practicó sola en la casa, se dio cuenta
de que ya no necesitaba el teléfono para llamar, que podía
cantar como una orquesta en el baño, bostezar como un trueno
viendo la tele. Miró las noticias. Eran puras historias
sobre musulmanes, cristianos y judíos.
Entonces su grito fue un enorme pájaro
que voló en la oscuridad; cada ala un inmenso alarido,
horrible de escuchar, en el pico el silbido de una lanza arrojada.
Se quedó toda la noche despierta, entre el viento y la noche, aullando,
pronunciando relámpagos.
Era puro sonido que le nacía de adentro,
estruendoso como una avalancha. Mordió las radios,
se las tragó enteras, hizo gárgaras con las noticias,
hasta que las palabras se volvieron ruido
–corrió dentro de la iglesia y roció a la congregación
con balas que nadie había pedido– basura sin sentido
en la cueva de su boca.
Su voz resonó en la ciudad entera,
gritando apuestas, despertando a las campanas en las torres.
Gritó por los campos, haciendo crecer los ríos, sintiendo
los bosques. Llegó al mar, chirriando y mugiendo,
vomitando agua y sal.
Le aulló a la luna hasta que se salió
de su órbita. Le berreó a la oscuridad en la que
los aviones de guerra zumbaban con descaro. Gritó
hasta que cada ruido del mundo cantó en la saliva
en la punta de su lengua: el chillido de una bomba,
la explosión de un revólver,
los rezos de los curas, la alfombra
en la mezquita, la informal rasgadura de la carta,
el llanto de la madre, el golpe en la caída, la tos
del presidente, los gritos de los niños escondidos
debajo de los bancos, alto, más alto, cada vez
más fuerte, las noticias.
Cuarto
Una silla para sentarse,
un atardecer mugriento del lado equivocado de la vía,
y mirar cómo se encienden las luces de los que viven en los otros cuartos.
Todavía no hay cortinas. Sólo un bombillo frío
que espera una polilla. Duro silencio.
Los techos de las casas se extienden desde aquí hasta quién sabe cuántos meses.
Cuarto. Una cama usada
que recuerda una muerte de otro tiempo. Cuarto.
Después las nubes del color del pulmón de un fumador. Y después qué.
Tras una fría ventana negra, una cara
se quita los lentes y mira hacia afuera otra vez.
Es de noche; la luna sin gracia y un gato orinando en la pared. 90 libras por semana.
Tiempo mezquino
Los relojes retrocedieron una hora
quitándole a mi vida toda luz
mientras caminaba por la peor de las calles
llorando por un amor perdido.
Y, por supuesto, una lluvia tiesa
cayó sobre las calles desoladas
en las que sentí mi corazón rumiar
uno a uno todos los errores.
Si el cielo oscurecido pudiera devolverme
más de una hora de este día
hay palabras que nunca hubiera dicho
ni te hubiera escuchado decir.
Pero, como se sabe, moriremos
cuando estemos más allá de la luz.
Estos son los días más cortos
con sus noches infinitas.
El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!
Apoya a El Nacional