Papel Literario

Transversos. Cinco poemas de Margaret Atwood

por El Nacional El Nacional

Selección y traducción de RAQUEL RIVAS ROJAS

Te encajas en mí

como un gancho en un ojo

un anzuelo

en el ojo abierto

***

Tres objetos en la mesa

Qué soles se alzaron y murieron

qué ojos tuvieron que cerrarse

qué manos y qué dedos

abandonaron sin querer su calor

antes de que aparecieras en mi mesa

lámpara negra de luz blanca

portátil y radiante

y tú, máquina de escribir

con tu hambriento cable y tu enchufe

bebiendo una siniestra transfusión

que llega desde el otro lado del muro

qué historias de exterminio

han dejado esas marcas en tus teclas

Qué muertes múltiples han echado a andar este reloj

las pequeñas ruedas que rechinan

los dientes bajo la piel del metal

Mis máquinas fantásticas

descansando ante mí tan familiares

tan duras y perfectas

me da miedo tocarlas

creo que van a gritar de dolor

que se van a sentir tibias, como una piel.

***

La canción de la sirena

Esta es la canción que todos

quieren aprender: la canción

irresistible:

la canción que obliga a los hombres

a saltar en escuadrones sobre la borda

aunque puedan ver las calaveras en la playa

la canción que nadie conoce

porque todo el que la ha escuchado

está muerto y los demás no la recuerdan.

¿Te contaré el secreto?

y, si lo hago, ¿me dejarás salir

de este disfraz de pájaro?

No me gusta estar aquí

ocupando esta isla

luciendo pintoresca y mítica

junto con esos otros pájaros maniáticos.

No me gusta cantar

en este trío, mortal y carísimo.

Te voy a contar el secreto,

a ti, solo a ti.

Acércate. Esta canción

es un grito para pedir ayuda. ¡Ayúdame!

Solo tú, solo tú puedes,

porque eres único

y porque a fin de cuentas

es una canción muy aburrida

pero funciona siempre.

***

Actitudes diferentes

1

Para entendernos

para entenderlo todo menos eso

y para evitarlo

Voy a suspender mi búsqueda

de gérmenes si tú prometes

no tocar el microfilm

que se esconde bajo mi piel.

2

Me acerco a este amor

como un biólogo

calzándome los guantes

de plástico y la bata blanca.

Tú te escapas

como una prisionera

política en fuga, y con razón.

3

Me extendiste tu mano

y yo tomé tus huellas digitales.

Me pediste amor

y yo te di descripciones.

Muérete, te dije

para poder escribirlo.

***

Ella piensa cómo evadirlo

Puedo cambiarme a mí

misma más fácil

de lo que puedo cambiarte

me puedo dejar crecer

una corteza y convertirme en planta

o retroceder en el tiempo

hasta la imagen de la mujer abandonada

entre los escombros de la cueva,

la barriga abultada de fertilidad,

la cara mínima, apenas un bulto,

reina de las termitas

o (mejor) acelerarme

esconderme en los nudillos

y en las venas amoratadas de las viejas,

volverme artrítica y digna

o ir un poco más allá:

colapsar en tu cama

con la mano en el pecho

y la sábana de la nostalgia

sobre mi tiesa sonrisa de despedida

lo que sería inconveniente

pero definitivo.