La larga noche; el sonido del agua dice lo que pienso.
Gochiku
El trabajo reciente de Toña Vegas reunido en Energy Matters parece guiado por y para propiciar un conocimiento que es inefable. La contemplación paciente y metódica de la naturaleza que la artista ha realizado como parte de su experiencia existencial la ha llevado a comprender la esencia recóndita que comparte todo lo que contiene ese soplo de vida cósmica que es la energía, y que ella transvasa, en las piezas que hoy vemos, a través del registro de sus huellas gráficas o de la “pictorialización” de sus ondas y efluvios.
Para la perspectiva crítica contemporánea, arraigada en los constructos derivados de la tradición filosófica occidental, queda de lado frecuentemente el hecho de que el arte comporta un modo diverso de conocimiento, en el que, a través de formas e imágenes, tanto el espectador como el artista acceden a una comprensión sutil de la realidad y a una especial conciencia del mundo.
Siguiendo esto, Energy Matters se presenta como una lección sensible que nos asoma al gran misterio de lo que somos: partes de una naturaleza que nos contiene, de un cosmos que nos habita y de una energía que se transforma y continúa hacia la infinitud espacio-temporal.
En las obras de las series Shizen y Scripture las “escrituras calladas” del mar, las superficies rocosas, las cortezas vegetales, los follajes o las nubes –“develadas” al someter a alto contraste fotografías de estos elementos– han sido transcritas en surcos perforados en papel pintado de negro o, como en Traces, en las siluetas “en positivo” de sus contornos. La serie Energy Matters comprende pinturas ejecutadas usando los dedos como medios que permiten a la artista materializar pictóricamente su propia energía. En el proceso, guiado por la sensorialidad y la intuición, esta aparece simultáneamente como estructura y vibración, en capas que se superponen y entretejen, creando un espacio complejo y profundo. Estas piezas constituyen también huellas, vestigios de una energía que se transforma en trazos y manchas, en un caudal continuamente sugerente en el que aparecen, a un tiempo, la piel de un animal, hojas movidas por la brisa, la pared de una antigua gruta, o una emoción que abrasa.
La naturaleza de la obra de arte –o quizás de algunas muy especiales, como las aquí exhibidas– se emparenta con las prácticas filosóficas orientales, que incorporan la subjetividad y las nociones no explícitas como partes del proceso de conocimiento. Como en el taoísmo, donde el maestro no enseña lo que sabe como algo que posee y que trasmite racional y objetivamente, la obra de Toña Vegas comunica un saber de modo poético, a través de “pinceladas de sentido” que desencadenan el entendimiento, pero asumiendo dentro de sí la relatividad de la experiencia cognitiva y, más allá, lo inabarcable de toda noción de realidad.