Por JOSÉ URRIOLA
Lo que no tocas, dijo alguna vez,
puede ser más importante
que lo que sí tocas.
Como la poesía,
ese silencio que habla entre las
palabras del poema.
“La / mansión de / Nika Koenigswater”
Fedosy Santaella
Antes de ser demonizado en la acepción que hoy le otorgamos el término daimon/daemon (δαίμων) se refería a un ser divino, una entidad superior a medio camino entre los mortales y los dioses. Un espíritu interno, un genio, una ausencia que se hace presente para hablarnos desde las profundidades de la propia mente. Un daemon —aseguraba Sócrates— nos habita, nos susurra, nos aconseja y advierte, es una suerte de oráculo personal. Sócrates aseguraba que el suyo lo acompañaba desde la infancia y que se sentía afortunado de haber contado la vida entera con su divino consejo; su daemon particular no pretendía controlarlo, no le ordenaba lo que tenía que hacer o decir (al final la decisión es de uno, el de su daemon) pero sí le advertía por medio de susurros o de un lenguaje construido con una materia que transcendía a la palabra: cuidado, por ese camino te puede ir mal; mejor te callas, no digas eso que estás a punto de decir; piénsatelo mejor antes de hacer eso. La palabra duende, por su parte, se origina en el término duen de casa (es decir: el dueño de casa). No serefería realmente a esa criatura pequeña, burlona y potencialmente malvada que habita en los jardines y los rincones del hogar; sino más bien a una presencia que se halla en el espacio interior y que desde ahí nos posee para permitirnos acceder a un trance que nos hace trascender, ir más allá de la piel y el talento humanos para elevarnos a una instancia superior. Por eso el que canta con grandísima pasión, el que interpreta con tal entrega o destreza que parece despegarse de este mundo o estar poseído por un espíritu noble, se dice que tiene mucho duende. En ese momento el artista deja de ser persona y se eleva hasta ese espacio que hace tanta falta cultivar porque el mundo no basta. Ese dueño de la casa, el duende de la casa que es lamente (o la casa también que somos) se parece enormemente al concepto de daemon que los griegos antiguos llegaron a asegurar que todos portábamos en nuestro interior y que a veces somos capaces (nos atrevemos, nos damos permiso) de escuchar. Este libro de Fedosy Santaella, como bien lo anuncia su título, está poblado de daemons. En sus páginas habitan los que acompañaron a los músicos que inspiran y protagonizan estos poemas, están también los daemons que se quedaron flotando (qué belleza y qué fortuna para nosotros) en su música, son también esos daemons musicales poniéndose en contacto con el daemon personal del poeta, y es finalmente el daemon del poeta —portador de todo ese cúmulo de mensajes, sonoridades, silencios y susurros— invitando a tender puentes con los del lector. Apelando a que se pongan en movimiento los propios daemons.
Se asemeja esta obra de Fedosy Santaella a una máquina musical cargada de presencias. Es un artefacto que se mueve, se desplaza, acaba de surcar y lo vimos de refilón, deja su estela, la sombra de su fantasma, nos cautiva y nos eriza la piel. Está vivo, pero es una vida distinta a la que conocemos, nos asoma en otra instancia de la existencia. Funciona como un dispositivo fantástico que al leerlo y ponerlo en marcha nos impulsa a escuchar la música que silenciosamente suena por debajo de sus versos, funciona también como un extraño documental donde incursionamos y no podemos evitar querer saber más de la vida y obra de Johnny Cash, Nika Koenigswater, John Coltrane, Debbie Harry, Robert Johnson, Bessi Smith, Sun Ra (el afronauta), Chet Baker o Miles Davies, entre otros. Daemon es un poemario poderosamente cinematográfico. Fedosy Santaella nos pone la banda sonora y nos regala un conjunto de imágenes prodigiosas. Depende de nosotros ahora hacer el montaje, terminar la película, apropiarnos de todos esos fragmentos de daemons que se ven, suenan, se sienten, nos toca asumir la fascinante tarea de engranarlos, activar el mecanismo, poner en marcha el dispositivo. Vamos a apagar por un momento la ruidosa vorágine de la cotidianidad, tomémonos la licencia de darnos un baño de inmersión en este mar de músicas, imágenes, tormentos, aciertos, angustias, sombras, luces, magia. Y escuchemos la voz de nuestro propio y personal Daemon que despertará antes estos poemas y sus respectivos daemons, seguramente tendrá algo importante que decirnos sobre la música, la poesía, la vida.