Papel Literario

Tiempos feroces y nuestro sol de tamarindo y papelón

por Avatar Papel Literario

Por KAREN LENTINI GÓMEZ

¿Acaso puede interesar otro libro más sobre la agonía de Venezuela?

Decía Milan Kundera: «El primer paso para liquidar a un pueblo es borrar su memoria. Destruir sus libros, su cultura, su historia. Pronto la nación olvidará lo que es y lo que fue. El mundo a su alrededor lo olvidará aún más de prisa».

Hace poco alguien me preguntó si recordaba un solo  nombre de Tantas víctimas de Venezuela, después de este libro tendré presente más de uno.

Leonardo Padrón, en Tiempos feroces, vuelve a sacudirnos con su prosa lapidaria y sublime, pintando la tragedia y avivando la conciencia.

Tiempos feroces es un inventario invalorable que narra e imagina a Venezuela, el país vivido con asombro, recordado desde la nostalgia, y reclamado con infatigable esperanza. Este compendio de crónicas es un quejido unísono e inmenso, difícil de desgranar, en un tono que lo hace perceptible, cercano e inolvidable.

Un libro que sacude el dolor y lo denuncia con la absoluta comprensión de sus lectores, dando voz y nombre a los pesares cotidianos de los venezolanos, a las víctimas de la dictadura, y un espacio en la memoria de un pueblo vejado y humillado.

Testimonio para no olvidar “venezolanos ejemplares”;  lo que fuimos, y sobre todo lo angustioso de lo que hemos llegado a ser. El recordatorio a los despistados y a los que les conviene no mirar mientras el país se consume entre violencia, amenaza e impunidad. El reflejo de un país al que le han robado el verbo vivir, en el que la miseria extermina a los ciudadanos y “el miedo los vuelve afónicos”.

Este libro es preservar, invocar y expandir la resonancia histórica de una nación y un gentilicio maltratado, que revela la vital importancia de las voces que dentro y fuera continúan escribiendo; pero sobre todo los gritos de esos seres que permanecen subyugados, que ya no tienen voz propia y a los que seguimos recordando. Aquellos dioses de la supervivencia que siguen batallando, y a los que «la revolución mató», con fusil y sin fusil, con desidia, inquina y abandono, condenados por verdugos amparados en un gobierno de desproporcionada maldad.

De indispensable lectura para aquellos que presumen de defender los derechos humanos y desconocen la barbarie que ha vivido Venezuela.

Para los que es inverosímil vivir en un país con una inflación del 5.000% —en 2021 según el Fondo Monetario Internacional—.

Para los que desconocen cómo se puede vivir sin pensión o con una pensión de dos euros.

Para los que no entienden como pueden morir 4.000 neonatos en un año por fallas eléctricas en los hospitales.

Para los que condenan la injusticia y las torturas sufridas por pensar distinto o por el simple placer de ejecutarlas e infundir miedo, Tiempos feroces es un camino de depuración para los que tenemos  «un rencor inoculado que no sabemos domesticar, porque el mal tiene sus genios y siguen despachando desde una oficina llamada Venezuela», con la ingenuidad o complicidad de los que pactan y dialogan con criminales.

Intentar desglosar estas crónicas es un intento pueril ante un país que se derrite ante este alquimista de las palabras.

Leonardo Padrón forma parte del panorama actual del boom de los cronistas latinoamericanos. El escritor resalta por la frescura de su lenguaje poético, por la rigurosidad del buen periodista, por ser un persistente y sensible observador que intenta desentrañar la realidad que le abruma, y que filtra su optimismo pero no lo derrumba.

En los momentos en que más se ensañan con la libertad de expresión, es fundamental  la turbadora originalidad de la palabra para contar historias reales que conmuevan al lector, sean de accesible comprensión, y trasciendan en el tiempo

Así Leonardo Padrón, sin poder ocultar su condición de poeta, deja huella interpretando los Tiempos feroces, para no olvidarlos y con  una constante arenga hacia la esperanza, como Salvoconducto para acabar con “la agonía de una sociedad”, y que La casa grande pronto se despierte  con la luz y el calor de su “sol de tamarindo y papelón”.