Por NELSON RIVERA
—Quiero preguntar por las “metáforas conceptuales de uso argumentativo” en la política venezolana. ¿Hay un uso extendido de ellas o es excepcional? Se repite que el discurso político venezolano de nuestro tiempo es pobre. ¿Se debe a la falta de metáforas?
—Quisiera comenzar por mencionar que el estudio de la metáfora conceptual se extiende a partir del libro Metaphors We Live By de George Lakoff y Mark Johnson, publicado en 1980. También es necesario precisar que las metáforas conceptuales son formas de expresión propias del lenguaje cotidiano. No se trata de recursos literarios sino de mecanismos cognitivos que brindan la posibilidad de procesar información abstracta a partir de conceptos concretos o familiares. Por esa razón, forman parte del discurso de las distintas disciplinas y se hallan en espacios no académicos, entre ellos el de la política.
Como son comprendidas fácilmente por los destinatarios que, en general, ni siquiera se fijan en su condición de metáforas, con ellas se obtiene lo que Dan Sperber y Deirdre Wilson califican como relevancia de un acto comunicativo: el máximo efecto cognitivo con un mínimo esfuerzo de procesamiento, lo que potencia su efecto multiplicador.
Dicho esto, paso a responder las dos preguntas. En efecto, las metáforas conceptuales con fines argumentativos forman parte del conjunto de estrategias retóricas del discurso político en Venezuela, pero también en el de cualquier otro lugar. ¿Qué discurso político, al menos en Occidente, no emplea la metáfora de la nave, la del edificio o la del camino? ¿Son pocas las veces en las que se acude a metáforas médicas, sanitarias o biológicas para enfatizar o magnificar la gravedad de un problema? Por ejemplo, Betancourt, para argumentar la necesidad de acabar con el peculado, usó una metáfora sanitaria, lo llamó «la lepra de la administración pública» e instó a «ponerle el termocauterio de la sanción a esa lacra purulenta».
Las metáforas conceptuales se revisten de connotaciones positivas o negativas para presentar los argumentos de una forma que resulten comprensibles. Como lo explica Santibáñez (2009) (1), son estrategias discursivas a las que recurre el enunciador porque su efectividad es mayor que los razonamientos lógicos convencionales, aun cuando su validez como mecanismo para sustentar argumentos reales sea discutible. En cuanto a la «pobreza del discurso político de nuestro tiempo», creo que, más que a estrategias y estructuras discursivas, se refiere a la ausencia de ¿solidez intelectual?, preparación para el oficio, ausencia de ideas, de propuestas, de respuestas.
—¿Qué caracteriza el discurso populista? ¿Cuáles son sus componentes más destacados? ¿El culto a los héroes es uno de ellos?
—Investigando sobre retórica de la tradición, llegué al tema del populismo y las características del discurso populista: se alimenta de la cultura popular, su imaginería y simbolismos, e invoca constantemente al pasado heroico. A estos rasgos se pueden sumar tres tipos: la relectura de los hechos históricos y religiosos, el mesianismo y el culto a los héroes.
Sagrario Torres Ballesteros (1987), en su ensayo El populismo, un concepto escurridizo, luego de explicar la dificultad para definir el término, porque abarca «variedad de movimientos, doctrinas y regímenes políticos que aparecen en no menos variados contextos históricos y geográficos», afirma que su retórica es de contenido emocional, centrada en la idea de pueblo como depositario de las virtudes y vinculada a un líder que promete cumplir los deseos populares. Por estos lados, Britto García, en La máscara del poder, manifiesta que el mensaje populista ―aunque superficialmente― se nutre de la tradición ―descontextualizada― para lograr conexión emocional y afectiva con las masas. La descripción que aportan Torres y Britto García sintetizan los rasgos mencionados.
Respecto a la tercera pregunta, sí: el culto a los héroes es parte importante de la retórica de la tradición. Incluso, en esos relatos heroicos muchas veces el «héroe real» queda desplazado por el líder. Por ejemplo, en su última alocución antes de partir a Cuba, en diciembre de 2012, Chávez Frías asegura que él concluyó la emancipación que Bolívar no pudo lograr. Otro atributo de la retórica de la tradición consiste en la resemantización del pasado, versionándolo y transformando la tradición en ideología: allí entran los héroes porque forman parte de ese pasado.
Ahora bien, apelar a la tradición, a la historia y sus héroes no es una propiedad exclusiva del discurso populista. María Elena González Deluca, en Historia, usos, mitos, demonios y magia revolucionaria, ha escrito que existe en Venezuela una fuerte y arraigada tradición que se apoya en las acciones heroicas y en sus héroes. El profesor Germán Carrera Damas también tiene muchas páginas que dan cuenta de ese hecho.
—Ha publicado artículos académicos referidos a la “argumentación emocional” en algunos discursos de Chávez. ¿Qué es un argumento emocional?
—Michael Gilbert, investigador canadiense, explica que son emocionales los argumentos que recurren a sentimientos, actitudes, filias, fobias, sarcasmos e ironías para motivar la aceptación del mensaje. Otro investigador, Christian Plantin, opina que los argumentos emocionales son los que utiliza el enunciador con la intención de «transformar por medios lingüísticos el sistema de creencias y representaciones de su interlocutor». Los argumentos emocionales, entonces, son los que ponen el acento en el cómo, en las estrategias discursivas utilizadas para comunicarse; funcionan como dispositivos para simplificar procesos complejos, naturalizándolos y/o moralizándolos; construyen versiones de los hechos des/recontextualizándolos; también se les emplea para ordenarlos subjetivamente, estableciendo entre ellos una arbitraria relación causa-efecto al tiempo que se usan para mover/conmover a la audiencia y buscar solidaridad y empatía.
—En su artículo académico La lengua, lugar del debate y las subjetividades, recuerda aquella frase de Lucas Pérez (noviembre de 1989), que dice: “El pasaje no aumentará: solo tendrá otro precio”. ¿Podría comentarla?
—Yo tengo una carpeta con todo aquello que me podría servir en algún momento para mis clases o para algún trabajo: frases, datos, nombres de autores y más. Cuando leí ese titular sobre el aumento del precio de los pasajes que el sindicato respectivo reclamaba, decidí guardarlo porque me pareció un sinsentido. En 2003, mientras escribía una ponencia acerca de las relaciones entre el lenguaje y la realidad, le llegó su momento. La frase de Lucas Pérez, para entonces presidente de la Federación de Transporte, era el titular de una noticia, tipología textual en la que se impone el sentido literal del enunciado. Para analizarla me apoyé en El decir y lo dicho, libro en el que Ducrot propone diferenciar entre presupuesto y sobrentendido. El presupuesto (componente lingüístico) es el enunciado literal y el sobrentendido (componente retórico) comprende las circunstancias de enunciación y los conocimientos.
El sindicalista declaraba que el pasaje no iba a aumentar, que solo tendría otro precio. ¿Cómo entender esa declaración? ¿Iba a disminuir el precio del pasaje urbano? No aumentar, pero tener otro precio, ¿significa bajar de precio? ¿Qué conocimiento o experiencia tenían ―y tienen aún― los caraqueños en esa materia? Cuando se sitúa un enunciado, cuando se analizan las condiciones en las que se produjo, la lengua deviene en espacio para el debate y la confrontación de subjetividades.
—Se repite que el espacio público venezolano está sobrecargado de discursos del odio, ¿tiene fundamento esa percepción?
—Sin dudas. Aunque no toda violencia discursiva es discurso de odio.
La discursiva es un tipo de violencia simbólica que está presente cuando se imponen o silencian opiniones, cuando no se reconoce, se descalifica o se pretende invisibilizar al otro (Luis Alberto D’ Aubeterre, 2009).
En cambio, hay discurso de odio si se utilizan expresiones con el propósito de menoscabar la dignidad de personas o grupos sociales por su sola pertenencia a estos. El discurso de odio busca suscitar enemistad u hostilidad contra el otro por motivos de religión, raza o etnia, género u orientación sexual, fanatismos y motivos político ideológicos. (Ricardo Cueva Fernández, 2012). Tampoco es lo mismo el insulto que el discurso de odio; solo cuando los insultos atentan contra la dignidad humana y el derecho a ser tratados como iguales se les considera discurso de odio, porque “a las personas no se les protege de ofensas, se les protege su dignidad”. (José Manuel Díaz Soto, 2015).
De manera que, a mi juicio, en el espacio público venezolano encontramos tanto violencia discursiva como discurso de odio.
—¿Qué podemos entender como discurso de odio? ¿Es una categoría que se usa de modo indiscriminado?
—En la respuesta anterior, acerca de la presencia o no de discurso de odio en el espacio público, planteaba que el discurso de odio es el que atenta contra la dignidad humana y el derecho a ser tratados como iguales. Podría complementar esa idea explicando que es una forma de ejercer la violencia simbólica que consiste en humillar intencionalmente, en denigrar la condición social o humana del otro para destruirlo. En cuanto al empleo del término, pienso que sí se usa indiscriminadamente, porque hay quienes lo utilizan para calificar cualquier tipo de violencia discursiva.
—Usted publicó un artículo académico —con Rita Jáimez Esteves— sobre la tensión adversario-enemigo en el discurso de Chávez. ¿Podría explicar cómo es el enemigo construido por Chávez?
—Cuando leí el libro de Umberto Eco Construir al enemigo, encontré esta frase: «La definición del “enemigo” no es accidental, sino que es hecha por aquel que, por alguna razón, tiene interés en mostrar un “alter” como enemigo». Y como tengo tantos años investigando el discurso de Hugo Chávez Frías me pareció interesante analizar la forma en que él construía enemigos internos y externos.
Luego de revisar más de cuarenta discursos siguiendo una diacronía para ver las variaciones que se dieron a través del tiempo (1999 – 2012), nos dimos cuenta de lo siguiente: la construcción del enemigo se hacía a través del léxico y la adecuación intencional de este a la situación comunicativa. Hugo Chávez Frías modelaba los contextos y reconducía sus alocuciones para adaptarlas a sus intereses. De esta manera, mediante el control del contexto (Van Dijk, 2013) (2), diseñaba el escenario para nominar a sus adversarios y enemigos. Las estrategias también variaban: en un principio la descalificación y la banalización. A partir de 2002, luego del fallido golpe de Estado y la paralización de Pdvsa, aparecen los enemigos y se arraigan en su discurso la proscripción, el empleo de rótulos políticos y el discurso de odio. Uno de los resultados de la investigación es, justamente, que la construcción del enemigo va de la mano con el discurso de odio.
—¿Podría ofrecernos un ejemplo?
—El 27 de abril de 2007, Hugo Chávez asistió a la bienvenida de un grupo de nuevos estudiantes de la Misión Sucre en San Juan de los Morros, estado Guárico. Ese era el escenario. Además de los estudiantes había ministros, rectores de algunas universidades y estaba el gobernador del estado. Las palabras de bienvenida, acordes con el objetivo del acto, comienzan a tomar otro tono cuando recuerda que cinco años atrás había ocurrido una asonada en su contra. Afirma que entre los comprometidos con el golpe estaba la Iglesia venezolana y califica a los religiosos como «farsantes, vendidos, curas de la oligarquía»; seguidamente dice que hay venezolanos pidiéndole protección a George Bush, presidente de Estados Unidos, y a partir de allí nombra directamente a varios políticos, presidentes y expresidentes, a quienes incrimina, humilla e insulta con modos retóricos propios del discurso de odio: Vicente Fox, «cachorro del imperio»; José María Aznar, «fascista de la calaña de Hitler, que apoyó el golpe», «un tipo que da es asco»; «el Toledo, el expresidente de Perú, que da asco y lástima». Como se ve, la construcción del enemigo y su inserción en el discurso exige crear un contexto adecuado. Por eso, Chávez Frías modifica estratégicamente la situación comunicativa, impone tópicos y posiciona temas a través del léxico. De esta manera, adapta el discurso a su verdadero objetivo.
—Una pregunta sobre “La sinonimia como estrategia discursiva empleada por Hugo Chávez Frías”. ¿Podría explicar qué es sinonimia y cómo la usaba Chávez Frías?
—Para esa investigación fue necesario construir un concepto de sinonimia: estrategia discursiva en la que palabras, sintagmas o expresiones, que tienen el mismo contenido sémico y comparten el contexto social textual (3), forman paradigmas. Este enfoque destaca una función estratégica de la sinonimia: la de igualar categorías no equivalentes debido a que la connotación no es contextual sino emocional. Esta perspectiva de la sinonimia surgió de la revisión de autores como Ducrot y Todorov (1974), Lyons (1973, 1981), Ullmann (1978), Pottier (1975) y de una autora, Isabel Paraíso de Leal (1976), que en su Teoría del ritmo de la prosa presenta unas interesantes categorías para los textos orales.
Chávez Frías utiliza tres tipos de sinonimia que pueden combinarse: series con valoración positiva o negativa, sinonimia en gradación y sinonimia laudatoria.
Las series sinonímicas con valoración positiva o negativa se forman con palabras o unidades mayores con rasgos semánticos comunes y equivalencias contextuales con asociaciones emotivas. La valoración la da el emisor al marcar positiva o negativamente el vocabulario empleado. Por ejemplo: «Las grandes dificultades producidas por los golpistas, por los terroristas, por los saboteadores, que tanto daño le han hecho a la patria». Entre las tres designaciones, «golpistas, terroristas y saboteadores», existe identidad de referencia y equivalencia contextual.
La sinonimia en gradación forma un paradigma de orden ascendente o descendente, con referentes que van de lo concreto a lo abstracto o viceversa, rasgo de la prosa retórica oral que destaca Paraíso de Leal (1976). Un ejemplo: «Al pueblo venezolano, a la patria, a la república». Por último, la sinonimia laudatoria, siempre referida a su grupo: «Somos el pueblo de las dificultades, somos un pueblo guerrero, aguerrido; somos un pueblo combativo y combatiente, somos un pueblo en revolución».
—Pero, al mismo tiempo (y me refiero aquí a otro artículo académico suyo), Chávez hacía uso de la antonimia. ¿Cómo conviven la sinonimia y la antonimia en el discurso de Chávez? ¿Ambos son recursos para incentivar la polarización?
—En efecto, tanto la sinonimia como la antonimia funcionan como estrategias ideológicas de polarización. Con la primera se forman paradigmas que enfatizan los rasgos positivos del propio grupo o los negativos del grupo contrario. La antonimia, por su parte, actúa como un mecanismo para marcar oposición y límites. A través de esta se comunica quién y qué está dentro o fuera de un grupo. En el discurso de Hugo Chávez Frías la sinonimia y la antonimia articulan la ideología en el nivel del significado discursivo. Ya lo planteaba Umberto Eco en su Tratado de semiótica general, hay una estrecha interacción entre la visión del mundo y el sistema de los significados que lo nombra e interpreta.
Dos ejemplos importantes, desde el punto de vista ideológico, son del año 1999: las parejas muerte/resurrección y pueblo/élite. En su alocución de investidura y en la de aprobación de la nueva Carta Magna el dualismo muerte/resurrección fue utilizado por Hugo Chávez para referirse al fin de un modelo de nación y el comienzo de otro. La dicotomía pueblo/élite, también muy productiva para el proyecto chavista, fundó una práctica discriminatoria que segmentaba a los ciudadanos en dos categorías: el pueblo, para nombrar a los seguidores del «proceso», versus la élite, término con el que homogeneizaba a los opositores.
En cuanto a cómo conviven la sinonimia y la antonimia, habría que explicar, por ejemplo, que las series sinonímicas de signo negativo y de signo positivo, enfrentadas, acentúan los contrastes: «Patriota, gerente patriota» frente a «gerentes traidores, traidores a la patria, saboteadores», y no muestran una oposición término a término sino entre palabras, sintagmas u oraciones y un paradigma de signo antinómico. Por último, prácticas discursivas como la reiteración de antónimos del tipo patriota/antipatriota, pueblo/oligarquía, revolución/contrarrevolución generaron un efecto cohesionador entre los seguidores de Chávez Frías al tiempo que acentuaron la división en la sociedad venezolana.
—Escribe en De la redención al sacrificio: retórica de Hugo Chávez a propósito de su enfermedad, sobre el modo en que Chávez se autopresentaba: como sujeto providencial o mesías.
—La verdad es que todas las alocuciones de Chávez terminan siendo una misma: el mismo patrón retórico, los mismos referentes, los mismos objetivos. El «ritmo dicotómico» de su discurso, expresión utilizada por Barrera Tyszka, es otro de los rasgos recurrentes. Uno de esos dualismos, la oposición vida/muerte, constituye el punto de partida para su autopresentación como sujeto providencial el 02 de febrero de 1999, día de su toma de posesión: «Hoy en Venezuela estamos presenciando, estamos sintiendo, estamos viviendo una verdadera resurrección. Sí, en Venezuela se respiran vientos de resurrección, estamos saliendo de la tumba, y yo llamo a que unamos lo mejor de nuestras voluntades porque es el momento de salir de la tumba, llamo, sin excepción, a todos. Vamos juntos a salir de esta fosa». Idea que repite cuando, finalizado el acto formal de asunción a la Presidencia, se dirige al Paseo Los Próceres para hablar ante el pueblo que, en sus palabras, había «resucitado de entre los muertos».
En ese escenario, con mayor vehemencia, se planta ante su auditorio como un redentor cuando reitera su compromiso incondicional como «líder de la nación» y «conductor del pueblo» para «salvar a Venezuela» y «reconstruir la patria»; asevera que «en Venezuela habrá patria», al tiempo que se erige en «portaestandarte de la unidad de los pueblos de la América Latina y el Caribe». Cual mesías, declara que su vida se halla comprometida con ese esfuerzo: «Mi vida, en lo adelante, dedicada estará como presidente de Venezuela (…), dedicada de lleno, todos los días y todas las noches, en la tarea hermosa que ustedes me han asignado», «Yo a ustedes les pertenezco (…) mi vida entera se las regalo», «Lo que menos me importa es mi destino personal, absolutamente me importa». Está claro que, desde su llegada a la Presidencia, Chávez promete la redención del pueblo a través del amor y el sacrificio, como lo hicieron Cristo y Bolívar. Y ese «sincretismo Jesús-Bolívar», como lo denomina Ana Teresa Torres en La herencia de la tribu, se apoya en el cristianismo para explicar la historia de Venezuela en general, pero en particular para presentar su proyecto como «un movimiento humanista que viene desde los tiempos de Cristo hasta nuestros días».
Pero el mesías sufre un revés. El 30 de junio de 2011, luego de informar a la nación acerca de su enfermedad, la «salida de la fosa», la «resurrección de la Patria de Simón Bolívar» en la que insistía doce años antes, se trastoca. El relato emancipador, iterativo en el discurso de Hugo Chávez Frías, desde su primera investidura como presidente, comienza a versionarse. El otrora redentor construye un discurso en el que redención y caída se convierten en formas de sacrificio que se implican mutuamente, pero ya no dependen de sus deseos personales sino de los designios divinos. Así, la enfermedad deja de ser un final y se transforma en un modo de sacrificarse para redimir a su pueblo: el mesías deviene en mártir. A partir de entonces Hugo Chávez Frías exhibe como un hecho sus promesas del 02 de febrero de 1999: «Restituir las banderas de Bolívar» y «resucitar al pueblo, que estaba dormido». El 04 de julio de 2011 asegura que doscientos años después de la firma del acta en Venezuela se había concretado la independencia de la Patria. El 08 de diciembre de 2012, año y medio después de hacer pública su enfermedad, luego de su participación en la campaña electoral de 2012 y de haber sido reelecto, tuvo su última alocución en cadena nacional. En esta aseguró que «su sacrificio no había sido en vano, como el de Bolívar», porque él dejaba una patria y un pueblo: «Tenemos Patria hoy, tenemos Patria», «Tenemos Patria, tenemos una Patria, ¡cuánto costó recuperarla! Revivirla», «Hoy tenemos Pueblo, que nadie se equivoque. Hoy tenemos la Patria más viva que nunca». De esta manera, el mesías devenía en mártir.
—Quiero preguntarle por el estado de los estudios dedicados a los discursos públicos y políticos en Venezuela. ¿Se está produciendo conocimiento en esa especialidad académica?
—Sí existe en el país investigación en el área de los estudios del discurso. Tal vez menos que hace algunos años, por las actuales condiciones de nuestras universidades. Una de las formas que tengo para darme cuenta de ello es que siempre llegan artículos para arbitrar, proyectos de investigación, trabajos de grado y tesis doctorales para evaluar. En los repositorios institucionales hay recientes trabajos de grado que provienen de los posgrados de la UCV y de la UPEL, de las Escuelas de Letras y de Comunicación Social de la UCAB y de la Escuela de Idiomas Modernos de la Universidad Metropolitana. También hay docentes universitarios e investigadores, dentro y fuera de Venezuela, que se dedican a los estudios del discurso y, en particular, a investigar sobre el discurso político venezolano. Adicionalmente, algunas revistas venezolanas tratan de mantenerse activas y en ellas se publican investigaciones sobre estudios del discurso. Conozco el caso de Letras, editada por el Instituto Venezolano de Investigaciones Lingüísticas y Literarias Andrés Bello (Instituto Pedagógico de Caracas) y Lengua y Habla (ULA); también en las páginas de Discurso & Sociedad y la Revista Latinoamericana de Estudios del Discurso (Raled) es frecuente encontrar investigaciones sobre el discurso político venezolano.
Notas
1 Metáforas y argumentación: Lugar y función de las metáforas conceptuales en la actividad argumentativa. Signos 42 (70).
2 Teun A. van Dijk. 2013. Discurso y contexto: un enfoque sociocognitivo. Barcelona: Gedisa.
3 Se denomina de este modo al que se va delineando en el proceso de su producción-recepción y se liga a las formas de representación discursiva de la realidad seleccionadas por el hablante (Vasilachis, 1997).
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