
Entre el 23 y el 28 de septiembre de 2024 se realizó en Los Llanos de Aridane, La Palma, Canarias, el VI Festival Hispanoamericano de Escritores. Al mismo asistieron alrededor de 25 autores venezolanos. En la programación destacó el homenaje realizado a José Balza. A continuación se ofrecen testimonios de Lena Yau, María Beatriz Medina, Michelle Roche Rodríguez, Silda Codorliani, Slavko Zupcic y Yolanda Pantin
Lena Yau
Subo a La Palma
A mis canutos.
Los tercos malpaíses del origen, leo en La piedra habitada de Ricardo Hernández Bravo.
Y también: allí donde la infancia se alongaba.
Volver a La Palma es volver a mi lengua temprana, a los brazos huidizos de mi padre, a sus silencios, a sus aguas.
Veinte años sin ir y pisar el peñasco corazón como si siempre hubiera estado.
Tantos círculos como curvas para llegar a El Roque.
¿Cómo cuento / agradezco a La Palma sin desnudarme, apartándome de mí, desde afuera?
¿Cómo se explica que las venas se incendien de pertenencia?
Doble cuna, doble canto: mis países en un mismo punto.
Y la letra escrita y hablada de los mapas y los decires.
Almuerzo de arroz con tunos indios y queso de chamizo e intercambio cuidos magma: sorriba, jable, balango, terral.
Ver a mamá que viajó desde la que fue la octava para gozar del Festival.
Ver a la hermana de papá, mi tía, reinmigrada, resembrada, revuelta.
Comer frente al mar lapas y papas arrugadas, mirar el barranco, las plataneras, la huella del volcán más joven.
Abrazar, compartir mesa para un barraquito, volvernos a ver después de tanto tiempo, de tanta dispersión, de tanto reguero de páginas aquí y allá.
Escuchar a los poetas y temblar porque sus voces abren pasadizos que son como las galerías de agua que recuerdo.
Yolanda tan inmensa y mía en la vida que fue, en el jardín de Paya, en el corredor, en los juegos, en los árboles en las sombras con un poema hilado de muchos.
Igor el bello, subiéndonos a un ochomil con su lapicito y un arrullo.
Elsa con habla larga, vigorosa, elástica, sabia.
Cada Ernesto y sus centellas, sus bosques, sus vientos en callejones, sus Héctor Lavoe.
Carmen y su cocodrilo con abanico.
Vasco guiñándole el ojo a Marilyn y abrazando.
Adalber y su elegancia, sus cartas de navegación, su picadura dulceácida.
Blanca con versos cuando camina, cuando voltea, cuando mueve su mechón rosa.
Volver a Silda, a Antonio, A Nela, a Ana Teresa, a Yoli, el abrazo por fin con Slavko, descubrir la buenagentura de Alberto Barrera Tyszka, las risas con Carlos, Rodrigo y Michele, el compadre y el secreto en su mano, recordar las clases con Francisco Javier y Juan Carlos, admirar en silencio a José Balza y tantos nombres más.
Nicolás y Montaña tan grandes, tan dadores, tan puros, tan ellos.
Volver a mi raíz bifurcada y dársela a mi hijo.
(escucharlo hablar palmero)
Brindar en los ojos de mi canutera casi al completo, mirar a Joaquín y recordar su llanto por dejar Venezuela.
Yo me metía en el monte a llorar, chama. Todavía lloro, chama.
(y todavía no sabes decir chama, Joaquín, pero no importa porque el amor no entiende de acentos)
Jugar como antes con los rabitos de las lagartijas.
María Beatriz Medina
Cruce de miradas
El recorrido palmero desde Santa cruz de la Palma a los Llanos de Aridane en la Isla Bonita anunciaba un encuentro especial para la VI edición del Festival Hispanoamericano, organizado por la Orden Galdosiana de la Palma y dedicado, en esta oportunidad, a Venezuela. Ese tránsito fue, de alguna manera, la posibilidad de revisitar acentos y paisajes que conectaban con memorias personales.
Los Llanos se convirtió en el espacio idóneo para intercambiar miradas y ciertas perspectivas sobre la literatura venezolana y su impronta hoy, dentro y fuera del país. Hacerlo junto a autores insulares y escritores venezolanos con los que mantenemos continúa cercanía, muchos asentados en otras tierras, fue realmente enriquecedor.
Los poetas, narradores, ensayistas canarios y venezolanos convocados abrieron las compuertas de la reflexión en torno al quehacer de creadores de una literatura vertida por el mundo. Pero, en paralelo, se dio la posibilidad de unir voces literarias de esas dos geografías, hilvanadas por referencias a escritores emblemáticos de la tradición literaria venezolana como Teresa de la Parra, Ramos Sucre, Uslar, Adriano González o Rufino Blanco Fombona.
El recibimiento inicial por parte de —entre otros— José Esteban, José Miguel Jaubert y Anelio Rodriguez, junto al querido Armas Marcelo y la entrañable Elsa López, convirtió el homenaje a Jerónimo Saavedra en un primer espacio de acogida para los participantes en este encuentro con la palabra y el quehacer del libro y la lectura en esa tierra canaria tan cercana. La secuencia programática delineada por Nicolas Melini dio paso las intervenciones de Balza, Ana Teresa Torres e Igor Barreto después de un saludo de Rafael Cadenas en el que reivindicaba, una vez más, que el lenguaje no sólo le da su rasgo más indisoluble al hombre: también lo configura.
Los temas en torno las vertientes de la escritura, sus géneros, edición y difusión orbitaban ya desde ese momento. Las perspectivas sobre la preeminencia o no de un género sobre otro, la condición intelectual que define la poesía, la bifurcación de la narrativa, la dificultad de editar en Venezuela y el trabajo titánico de las editoriales que insisten y persisten dieron pie a reflexiones de los participantes y dejaron abiertas líneas de investigación, que vale la pena tener en cuenta.
Al propiciar el encuentro literario de escritores canarios y sus voces con los venezolanos que nos quedamos en el país y los de la diáspora de varias generaciones de escritores —hoy muchos de ellos reconocidos con premios importantes— hicieron posible un cruce de mirada desde las dos orillas para abordar y reflexionar en torno a un quehacer literario que mantiene el impulso de la energía creadora en expansión de una tradición literaria que —hoy por hoy— no se define sólo desde los límites de un país.
Michelle Roche Rodríguez
Una vida, las vidas: Ristra de poemas
Escasos ocho minutos usó Yolanda Pantin para sintetizar su obra el último día del Festival Hispanoamericano de Escritores en La Palma, durante el recital coral que tejía las voces de poetas venezolanos y españoles en homenaje a Elsa López. Pantin leyó seis poemas publicados entre 1993 y 2021 sin título ni pausa entre ellos, en un vaivén que iba de lo privado a lo público. Surgieron así las marcas indelebles de su literatura: la voz donde lo colectivo se vuelve íntimo y lo íntimo, colectivo; la palabra empeñada en señalar las imposibilidades del lenguaje y la absoluta ausencia de retórica. Surgieron como testimonio de una profesión de fe por la poesía y como testimonio de una colectividad que persevera.
En cuanto dijo «Miro el retrato donde no me reconozco», el verso inicial de «Darregotipo de una desconocida» —título que no pronunció del poema en Los bajos sentimientos— comenzó a extenderse entre los convocados a la Plaza España de Los Llanos de Aridane la sensación de asistir a una liturgia. Una liturgia sin misa ni dios, para la que no era necesario entrar a la adyacente Iglesia de Nuestra Señora de los Remedios. El comienzo de la segunda estrofa de «El hueso pélvico» —«Voy al centro del país peyorativo»— vino enseguida. Luego apareció, sin anuncio, el hermano que es testigo del disparo al ciervo —«Yo alcé el arma que llevaba/ y apunté entre los cuernos»— y que presencia también la confesión de la persona presa de la violencia arbitraria: «He matado sin deseo». Como toda liturgia, aquella tuvo también su «Epifanía». Ocurrió cuando la poeta levantó la mirada y alcanzó a ver, en pleno mediodía canario, a la palidez abandonar los muros e intuyó, «junto a la oscuridad que se avenía», lo más terrible: «sucedió en la única persona que éramos,/ la negación de todo,/ salvo del instante». Fue entonces, minutos antes de que hiciera silencio, y terminara el recital, después de una campanada furtiva que ni interrumpir el momento pudo, cuando comprendí qué mandato tan terrible el de una mujer cuando se sabe escogida para hablar por un pueblo.
Casi desnuda, la palabra de Pantin, eludió la vulgar grandilocuencia del petrorianismo imperante en Venezuela. Porque, si es verdad que perdimos un país dentro de nosotros, también es cierto que hay una poeta con el mandato de hablar por nuestros muertos, «los que nacieron a destiempo, sin ánimo/ para acusar los golpes».
Silda Cordoliani
Días canarios
Todo venezolano ha oído hablar de las Islas Canarias, aunque tal vez los canarios (o isleños) no sean los españoles más representativos entre nosotros, no como los gallegos, por ejemplo. Sospecho que la razón es muy sencilla: su dejo, más caribeño que peninsular, se acopló al nuestro tan rápidamente que muy pronto comenzamos a percibirlos como otros compatriotas más.
Sabemos que las Islas Canarias son parte del territorio español, pero olvidamos con frecuencia su posición geográfica: un grupo de islas del Atlántico que se encuentran en el noroeste del continente africano. Tal como me sucedió hace más de 30 años cuando visité Tenerife, lo que más llamó mi atención de La Palma fue su paisaje vegetal, completamente exótico a mis ojos. ¡Y cómo no!: me hallaba en África, en una isla volcánica y frente a las arenas del Sahara.
Una muchacha rubia de ojos azules conduce durante uno de nuestros traslados, se llama Guayarmina, así como una princesa guanche nacida en Gran Canaria en el siglo XV. Escucho su nombre y recuerdo a La Guaira, Guarenas y Guacara, a la guayaba y la guanábana, a las guácaras y guacamayas, y tantas, tantísimas otras palabras de constante uso en el Caribe que comienzan con “gua”.
A miles de kilómetros de distancia del estado Aragua, y también de las Canarias, la mamá de Marian me cuenta que allá, en Palo Negro, había una gran comunidad de isleños que terminaron imponiendo algunas de sus comidas y tradiciones. Que casi todas las muchachas del pueblo llegaron a tener un noviecito nacido en la Gomera, en Tenerife o en La Palma, incluso ella, agrega no sin cierto rubor. Luego encuentro esto: “… la primera y más importante empresa de producción agrícola del país, Agroisleña, fue fundada en 1958 por el gomero Enrique Fraga Alfonso en Palo Negro, estado Aragua”.
No solo se trataba de los muchos años sin vernos ni reírnos juntos, sino de la primera vez que desayunábamos y almorzábamos en cofradía, de la primera que obligatoriamente teníamos que vernos todos los días y a cada ratico, siempre sonrientes, además. Si celebrar la literatura venezolana fue una fiesta, esta fue una fiesta doble, porque también, sin darnos cuenta, estábamos celebrando que el afecto y la solidaridad se hubiera mantenido inalterable, a pesar del tiempo, la distancia y, por qué no, del dolor.
Así que es necesario dar las gracias por el enorme regalo que significó este reencuentro en un pedacito de África español. Las gracias a Nicolás Melini, a J. J. Armas Marcelo, y a todos los otros muchos anfitriones canarios que se esforzaron por darnos una semana de felicidad.
Slavko Zupcic
Memorias de Okvals Cicpuz, alias Desiderio El Valenciano
1 Pasan frente a mí los escritores que han venido de La Palma. Hablan de la erupción de un volcán y de la forma en que la lava ha modificado la geografía de su isla. Han vivido hace muy poco una situación terrible, pero han logrado sortearla con algo más que decencia: los palmeros son personas perseverantes, emprendedoras y estos que leerán sus textos hoy en el teatro Municipal de Valencia creen fundamentalmente en la literatura.
2 Quien va a un encuentro de escritores ha también de elegir un libro. No es una tarea fácil. Un libro, solo un libro, para que quede su lomo y su lectura como demostración de aquello que se ha hecho durante cinco días. No tiene por qué ser un libro de autor presente, ni siquiera de autor vivo, pero habiendo traído los libreros casi todos los libros de los escritores que han acudido al encuentro, lo más probable es que se trate de uno de ellos.
3 Les reciben Igor Barreto, José Balza y Juan Carlos Méndez Guédez. No sé si no veo bien o simplemente estoy muy cansado, pero creo que Igor lleva consigo varias jaulas de gallos que en la medida en que se acerca resultan libros.
4 Quien elige ha de pasar por encima de los afectos, también de los odios. Quien le abraza puede ser autor del libro elegido pero también quien le ha negado el saludo. Este libro no tiene por qué ser el mejor, tiene que ser simplemente el libro de esta semana, quizá de este mes.
5 Qué bonita Blanca. La saludo rápidamente, sin poder abrazarla como hubiera querido, porque justo detrás de ella vienen Rodrigo Blanco, Juan Carlos Chirinos, Michelle Roche y Carmen Verde Arocha. Aquí pasa algo que no termino de entender: ¿cómo es posible que yo no vea a esta gente desde hace tanto tiempo? Resulta inquietante. Mucho más si estoy comiendo queso asado en un bar en que toda la vida solo han servido cervezas.
6 Ay, un libro. Para elegirlo quizá hay que comprar veinte. Y leerlos, al menos ojearlos todos. También están los libros que se reciben como regalos y los intercambios. Los lee en la noche y en el día, en la plaza y a veces a escondidas en el bar.
7 Al rato despierto, por una carcajada de Armas Marcelo, y entiendo que no estamos en Valencia ni en Barquisimeto. Estamos en La Palma y yo en breve he de acudir al homenaje de Ryukichi Terao, quien ha traducido Doña Bárbara al japonés. Se me ponen los pelos de punta de pensar que leerá para todos unas líneas de su traducción en la Plaza de España.
8 Se ha quedado con diez. Entre isleños y terráqueos. Cuatro de poesía, tres de cuentos y dos novelas. También uno difícil de encasillar, ¿degenerado? Lee y lee. No más tiene que ser uno, pero por qué. ¿Por qué no puede quedarse con los diez de la esta criba y decidir luego en cinco o siete años? “Porque no”, parece decirle Adalber Salas Hernández, sentado frente a él durante la comida.
9 Luego le mandaré a mi tía los plátanos secos que compré en el mercado. Se ponen a secar durante veintiún días, me ha dicho la mujer. Y, al despedirme, les daré un libro a Francisco y su esposa a cambio de tres marcapáginas. Nos dimos todo lo que nos quedaba, incluso la promesa de volver.
10 Finalmente elige uno antes de subir al avión de vuelta. Cada vez que su mirada topa con el lomo del libro escogido no puede evitar conmoverse: en él está compendiado todo el llanto contenido a lo largo de la semana.
Yolanda Pantin
Leer las señales
En algunas de las mesas de discusión que se dieron durante el desarrollo del Festival de Escritores Hispanoamericanos en La palma, pude reconocer las marcas o las heridas que nos han ido dejando a los venezolanos estas casi tres décadas. Para un grupo de escritores de mi país, el paraíso que conocieron es ahora el infierno. Cuando esa percepción se manifiesta, de inmediato pienso en mi madre, en mis hermanos, en mis hijos, en mi nieta, en mis amigos. Entonces, escucho una voz: “La separación estaba sobre la mesa, entre la taza de café y el vaso de limonada”. Con el primer verso del “Poema sin título” de Nazim Hikmet veo encenderse la luz que advierte una fuga o abrirse una fisura que, si no la atendemos, terminará separando a los que nos sentábamos juntos a la sombra de los Laureles de Indias en Los llanos de Aridane.
Las antenas de las que bromeaba con Adalber Salas, y que imaginaba como tentáculos cubiertos por una pelusa hipersensible, comienzan a moverse encima de nuestras cabezas. Antenas que buscan señales sobre la tierra como los grandes telescopios buscan señales en el cosmos. Encuentro la conexión perdida. Por su naturaleza, los pinos canarios son capaces de resistir a las peores catástrofes: incendios, ríos de lava… pero en las orillas del océano, subiendo por las laderas, veo cientos de terrazas sembradas de plátanos y a las nubes que empujan los alisios, descansar en la Caldera de Taburiente.
De dónde viene el agua con la que riegan todo esto, pregunto como lo haría cualquier persona pegada a la tierra. Lo verde nace de un esfuerzo descomunal, escribe Ricardo Hernández Bravo en un pequeño libro único que me obsequió al despedirnos*. El poeta palmero me acerca al malpaís que dejó la erupción del Tajogaite en 2021. Ante los parajes yermos de las coladas, escucho la lección que entiendo desde mi experiencia en Venezuela.
Al festival fuimos varios de los que hacemos vida en el país, y es obvio que nuestra percepción de la realidad es diferente a la percepción de los que tomaron la decisión de irse. Estas diferencias con todos sus matices deben ser exploradas y comprendidas a la hora de analizar las posibles rutas que puede tomar la producción literaria de los venezolanos.
*Vivir sobre el volcán. Ricardo Hernández Bravo y Coriolano González Montañez. La Gallofa Cartonera, Isla de la Palma, 2022.
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