
Entre el 23 y el 28 de septiembre de 2024 se realizó en Los Llanos de Aridane, La Palma, Canarias, el VI Festival Hispanoamericano de Escritores. Al mismo asistieron alrededor de 25 autores venezolanos. En la programación destacó el homenaje realizado a José Balza. A continuación se ofrecen testimonios de Antonio López Ortega, Blanca Strepponi, Francisco Javier Pérez, Igor Barreto, Juan Carlos Chirinos y Juan Carlos Méndez Guédez
Antonio López Ortega
Revivir en La Palma
La Venezuela democrática de fin de siglo solía importar programación cultural foránea más que exportar la propia. Esto es, era común ver una exposición de Bacon en el MACSI que apreciar una de Soto en el Pompidou. El argumento de peso era facilitarle al ciudadano de a pie la cultura universal, con acento puesto en la contemporánea. Hoy en día solemos criticar lo que pudo hacer el CONAC como institución regente, pero hay que recordar lo que significó erigir veintitrés Fundaciones de Estado para vertebrar las políticas de la nación. En el campo literario bastaría mencionar tres eventos finiseculares que permitieron la reunión de escritores venezolanos y la proyección de nuestra literatura: en 1991, un simposio sobre cultura y sociedad convocado por la Universidad de Brown gracias al esfuerzo de Julio Ortega; en 1995, la Feria del Libro de Guadalajara elegía a Venezuela como “Invitado de Honor”; y en 1996, gracias al profesor Karl Kohut, un encuentro de intelectuales y creadores venezolanos en la Universidad de Eichstät, presidido por los ya fallecidos Salvador Garmendia, Eugenio Montejo y Denzil Romero.
Bastó pasar al siglo XXI para ver la ruina y los despropósitos de las políticas públicas en cultura: la ideología raptaba cualquier noble empeño. En el campo literario, el adoctrinamiento de Monte Ávila Editores, la confiscación de la Biblioteca Ayacucho, el secuestro del Premio Rómulo Gallegos. Los escritores se quedaban sin papel, sin libros, sin editoriales, sin imprentas, sin talleres literarios. Dos décadas perdidas sin medios para… pero la creación literaria sí se ha sostenido, con generaciones de poetas y narradores que no desmayan, que recurren a la tradición para fortalecerse.
Cuentan los organizadores de este Sexto Festival Hispanoamericano de Escritores que, cuando mencionaron ante las autoridades canarias la palabra Venezuela como país invitado, la reacción fue unánime: no hay diputado, concejal o alcalde palmero que no recuerde a los parientes que, en los años 50, se refugiaron en Venezuela para salir de la pobreza y hacerse un futuro. Esta herencia es la que ha hecho posible que se reunieran en los Llanos de Aridane durante una semana veintidós escritores venezolanos provenientes de Venezuela, España, México, Argentina, Francia y Estados Unidos.
Este primer encuentro de siglo que ya devora su primera cuarta parte, entre mesas y foros, plantó un hondo reto a los propios participantes: ¿son distintos los que se fueron a los que se quedaron?, ¿ha crecido más la poesía y menos la narrativa?, ¿hemos perdido en cuanto a ventas nuestro mercado natural?, ¿qué significa publicar sin público lector?, ¿los referentes narrativos deben beber obligatoriamente de la crisis del país?, ¿los que ya han doblado su edad se sienten más próximos al país de llegada?, ¿los que están en el extranjero pueden medir el dolor de los que se quedaron?, ¿puede un escritor exitoso desentenderse de su par?, ¿el escritor de afuera terminará por olvidar lo que considera un lastre?
Entre volcanes y observatorios, La Palma nos ha ofrecido un espejo sinuoso que ya nos está retando. El dilema que tenemos es insondable: cómo seguir siendo los mismos cuando el paisaje, la tradición o la conciencia van derivando hacia otros derroteros. O los palafitos de la Pequeña Venecia se hunden en el barro o un viejo canto de lavanderas vuelve a exigir “dame razón de mi ser, mira que se me ha perdido”.
Blanca Strepponi
Tantos días de felicidad
Para mí, que nací y crecí en una megaciudad, a donde regresé después de mi vida venezolana siendo más que adulta y donde seguramente terminaré mis días, resignada ya a vivir lejos de la experiencia del paisaje natural de Venezuela… Pues, para mí, fue sin duda un regalo estar en una pequeña ciudad tan hermosa, de clima amable, rodeada de montañas verdes y todo bañado por esa luz… ¡Esa luz!! Claro que sí, algo familiar resonaba en mi interior. Dije comentando una foto: ya sé por qué los canarios se sienten tan cómodos en Venezuela, porque la luz los hermana.
Esa luz generosa emanaba también de las personas que nos recibieron. Recuerdo estas palabras: no podemos dar la bienvenida a quienes están en su casa. Me conmovió el profundo vínculo entre Canarias y Venezuela. Es tan auténtico el afecto que muchas veces el silencio suplía las palabras. Con cuánta delicadeza fueron evitadas expresiones condenatorias, por cuidar de los venezolanos que regresaban a su país.
Así pasamos una semana, al aire libre, en una plaza llena de árboles sorprendentes, asistiendo a las mesas y lecturas, hablando de literatura, de libros, de cosas muy serias y de otras banales, por el placer de compartir el simplemente estar allí, conversando con los viejos y con los nuevos amigos, todos entrañables.
También tuve la suerte de leer en un liceo ante un grupo de atentos adolescentes, alumnos de un sabio profesor de lengua quien los guiaba hábilmente por las aventuras y ansiedades de la literatura.
Y algo para pensar desde el corazón: una gran amiga, cuya inteligencia siempre he admirado, me señaló la posibilidad de un distanciamiento entre los venezolanos de adentro y de afuera. Porque quienes estamos lejos, cuando hablamos de la situación tan difícil de quienes viven en Venezuela, quizá estemos hiriendo su sensibilidad. ¿Por qué? Pues porque allí millones y millones se esfuerzan por salir adelante con dignidad, educan a sus hijos lo mejor que pueden, trabajan y se cuidan unos a otros, hacen su vida. ¿Cómo hacer todo eso, cómo guardar sus fuerzas, si no evitan sentir que están hundidos en la oscuridad?
Por último, una experiencia única: la visita al Observatorio Astrofísico del Roque de los Muchachos donde fuimos guiados por los científicos del Instituto de Astrofísica de Canarias. Allí estábamos, en Canarias, noroeste de África, lo más cerca que estaré en mi vida del Sahara, a 2400 metros de altura, en tierra de telescopios, un escenario completamente Sci‐Fi. Por encima de las nubes, inmersos en un cielo impecable cuya pureza es protegida por ley, se extienden numerosos telescopios plateados, con espejos incrustados, delicados como arañas. ¡Estábamos nada menos que en uno de los tres lugares del mundo desde donde mejor se observa el universo!
¿Cómo no estar agradecida? Fueron muchas, muchas, las personas e instituciones involucradas, pero en el límite de este espacio, sólo podré mencionar a J.J. Armas Marcelo, Elsa López, Nicolás Melini y Montaña Pulido. Gracias de nuevo.
Francisco Javier Pérez
Nuestra literatura
Más allá de los egos y las egolatrías, males endémicos de nuestra literatura, el “VI Festival hispanoamericano de escritores”, celebrado hace un par de semanas en la ciudad de Los Llanos de Aridane, en la isla de La Palma, dedicado en esta edición a Venezuela, propició el milagro de la fraternidad y el prodigio de la solidaridad.
La polifónica reunión hizo convivir con no poco virtuosismo a voces ya consagradas de nuestra literatura, con otras de medio trayecto o de prometedora gestación. De los histriones literarios, esos que con tanta agudeza refería el gran Poe, no hablaré.
Los anfitriones, esos magníficos escritores “españoles y canarios” que por ventura no “contaron con la muerte”, como reza en el triste decreto de nuestro padre patrio, dueños supremos del arbolado jardín (nunca terminaremos de comprender que la fiesta verdadera ocurría debajo de los centenarios Laureles de Indias, corona umbrosa de nuestras esperanzas), condujeron nuestros oficios con los mejores de ellos.
Ningún acuerdo previo orientó los viajes al corazón de nuestras actuales tinieblas; estas que acompañan inexorablemente a todos los venezolanos del presente. El recuerdo de las cumbres más altas pudo aminorar la marcha a los abismos. Amor y dolor como constantes de la semana venezolana de La Palma que hizo ver que es posible respirar aire puro en estas islas Canarias que llevamos en el corazón de nuestras luces permanentes.
Nos faltan palabras para agradecer a nuestros hermanos insulares por permitirnos estos días de feliz convivencia en donde cada uno a su manera revivió ese país literario que fuimos y en donde cada uno según su personal hermenéutica soñó con la curación del país enfermo que somos. Signos del ayer que crearán los símbolos del mañana.
Parafraseando a Luis Cardoza y Aragón, diré que no amamos nuestra literatura por grande y poderosa y no dejamos de amarla por débil y pequeña o por sus nieves y noches blancas o por ser todo un diluvio solar. Amamos nuestra literatura porque es la nuestra. Amar nuestra literatura y comprender el dolor venezolano que ella refleja han sido los saldos mayúsculos de este precioso festival.
Igor Barreto
Fui testigo del VI Festival Hispanoamericano de Escritores. Ir de viaje a un Festival como este, en la isla de La Palma, fue sobre todo un encuentro con lo originario. De pronto me convertí en testigo de unas puertas, de unas callejas, y unas ventanas paracrónicas, que me parecieron el espejismo verdadero de ciudades venezolanas como Calabozo, en el Edo. Guárico, o la ciudad del Coro colonial. Resultaba imposible escapar a la utopía de un país perdido y reencontrado. En ese espacio ocurrió una conversación entre venezolanos migrantes. Es que ya no somos sino eso. No podría regatearle nada a la madurez del diálogo de nuestros últimos narradores. Sentí en ellos una destacada conciencia estética. La misma intensidad existía en los poetas invitados. Los palmeros quieren más a Venezuela que muchos de nosotros.
Juan Carlos Chirinos
Suerte y prosperidad
El traductor Ryukichi Terao me dijo que su nombre significaba algo así como suerte y prosperidad (pero creo que esto me lo he inventado): en ese momento —estábamos bebiendo whisky japonés en la hermosa terraza del hotel, desde donde Los Llanos de Aridane se mostraba no solo generoso, sino pleno de estrellas, porque el cielo en La Palma es perfecto— me pareció el nombre adecuado para lo que habíamos estado viviendo en los días anteriores y lo que viviríamos en los que restaban del VI Festival Hispanoamericano de Escritores, este año dedicado a Venezuela y organizado por la Orden Galdosiana, esa gran idea de la alegría y el amor al saber: tenemos suerte por juntar a tantos amigos que hace tiempo no veíamos y disfrutamos de prosperidad por los buenos augurios que, en conjunto, todos estos escritores juntos significan: nacidos entre 1939 a 1982, por lo menos, representan casi medio siglo de excelente literatura: poetas, novelistas, cuentistas, ensayistas y biógrafos; muchos de ellos premiados, muchos de ellos con una obra muy sólida y todos ávidos lectores.
Venezuela cuenta, ahora mismo, con dos o tres generaciones de escritores de altísima calidad y allí quedan los videos en YouTube para constatarlo: toda una demostración de que nuestro país es algo más que la aciaga vida política y que el mundo sigue más allá, palpitante e indetenible. Solo puedo sentir gratitud por haber estado entre ellos, presenciando imágenes que no volverán a repetirse. Todo lo que vimos y oímos da para una gran crónica literaria a la altura de un Yliá Ehrenburg, y seguramente anda por ahí, en cuadernos, en computadoras, en cámaras que alguna vez el mundo conocerá.
Los escritores venezolanos solo podemos sentir agradecimiento por J. J. Armas Marcelo, Nicolás Melini, Pepe Esteban, Elsa López, Ernesto Pérez Zúñiga, Ryukichi Terao y todos aquellos que se han interesado por nuestra literatura, siempre dispuesta a cruzar fronteras, cosmopolita y local, celosa y generosa al mismo tiempo.
Larga vida al Festival Hispanoamericano de Escritores —y que todos lo veamos.
Juan Carlos Méndez Guédez
Todos fuimos isla
El abrazo fue en Canarias.
Tenía que serlo. Más allá de los datos, las cifras, el anecdotario, la relación de afecto entrañable que ha quedado entre los canarios y Venezuela es una historia viva que sigue caminando por las calles.
Una literatura dispersa, fragmentada y adolorida como la venezolana, hace mucho que no tiene oportunidades de reunirse, de dialogar, de cuestionarse. Por ese motivo, que una pequeña representación de lo que es una de las literaturas más prometedoras, ambiciosas y plurales de la actualidad haya coincidido en La Palma ha sido un verdadero lujo.
El festival Hispanoamericano, uno de los más importantes de España, me hizo sentir de nuevo que el español es la casa grande de la imaginación, pero que existe una casa pequeña, algo derruida, incomunicada, a la que perteneceré siempre; una imaginación propia en la que escucho al fondo las voces de Teresa de la Parra, Ramos Sucre, Julio Garmendia, Luz Machado, Guillermo Meneses. Frente a la obra de estos autores, la miseria, la mentira, el mal, la represión, la perversidad de la dictadura se muestran en toda su pequeñez, en toda su abyección como un accidente de la historia del que tarde o temprano saldremos renovados.
Ser venezolano ahora mismo es un dolor. Pero es un dolor que en la escritura se transforma en furia, en humorismo, en ironía, en palabra fogosa, en intención estética; y eso fue lo que vivimos esos días por los que siento una inmensa y renovada gratitud. La Palma nos recibió con generosidad, con avidez, con infinita ternura, y eso que todavía es una tierra que vive sus propias heridas por la destrucción que causó el estallido volcánico de 2021.
Las palabras del poeta palmero Ricardo Hernández Bravo, referidas a la reconstrucción que debe vivir la isla para superar su propia tragedia, creo que también son el espesor de las frases que Venezuela necesita en estos momentos: “Domesticar el volcán, plegarse a él. Utilizar sus mismos materiales para volver a aposentarse sobre ellos y reconstruir nuestros días hechos de brisa, sal y salitre. Y cuando la cicatriz de lava se enfríe, echar a andar sobre la carcajera del malpaís, y abrir nuevos trillos hacia nuestra lidia y nuestro relajo en los rumbos de siempre”.
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