Tahiana Adrián Colmenares
Ramón Piñango es una persona única. Lo supe desde que lo vi la primera vez en el IESA, contoneándose con esa figura inconfundible que merodeaba por los pasillos, mirando furtivamente mientras su mente incansable se figuraba cosas.
Luego tuve la fortuna de compartir con él un par de materias en mi maestría y sus clases fueron icónicas. Pero más allá de su eminencia imbatible como maestro, compartió con nosotros algunos de sus valores innegociables, como la puntualidad. Una vez, en una clase matutina, no empezó con “Buenos días”, sino con “Ustedes tienen un problema”. Ya saben, alguien llegó después de las 7:00 am, pero era uno que siempre llegaba tarde. Hasta que Piñango se molestó y con su cara imperturbable nos soltó esa perla. Yo, en absoluta comunión con mi maestro, al salir de la clase tuve un encuentro de palabras con el impuntual, tan altisonante que luego tuve que disculparme. Me había enojado tanto como el maestro, pero no mantuve su compostura. Eso sí, hoy que también soy docente, soy tan mañosa con la puntualidad como él. Y sí, siempre hay algunos que llegan tarde, siempre.
Para nuestra tesis, de mi amigo Robert y mía, Piñango aceptó ser nuestro tutor, gesto generoso que nos permitió compartir más con él. La primera vez que entré en su oficina quedé impactada por dos cosas: una fue la personalidad de su guarida. Era como él: impasible pero llena de conocimiento, impregnada de su personalidad, de sus libros, adornos, reconocimientos, tesis y más. Y lo otro fue la cama de campaña. Era exactamente la que teníamos en una casita en la playa. Y me encantó que la sapiencia de Piñango incluyese una dosis de practicidad: una siesta oportuna siempre hace mejor el día. Gracias por tanto, maestro.
Yurik León
Tuve el privilegio de conocer al profesor Ramón Piñango. La excelencia en el mundo académico. Su habilidad para traducir la teoría en práctica es simplemente excepcional. No se limita a recitar conceptos y definiciones, sino que los ilustra con ejemplos de nuestro día a día; un profesor que logra conectar con los estudiantes de una manera que trasciende las barreras tradicionales del aula.
El profesor Ramón es un ejemplo de la excelencia venezolana, logra una fascinante convergencia entre lo profesional y lo criollo en su estilo de enseñanza. Utiliza expresiones y coloquialismos propios de nuestra cultura para explicar conceptos complejos de una manera accesible y memorable. Explica con ejemplos que hasta te sacan una sonrisa. Es como si estuvieras en una tertulia con tu «pana» más sabio.
Cuando toca temas como la gerencia, te suelta un «cómo ser un jefe sin ser el arrecho que siempre está gritando», que te deja pensando por días. No importa cuán enredado sea el tema, él siempre tiene una broma que lo aclara todo.
En resumen, este profesor es como el compadre sabio que todos quieren tener. No solo te enseña, sino que te hace sentir como en casa, usando las expresiones más criollas para que el conocimiento se te quede pegado como el «chicle» en la suela del zapato.
Mercedes Briceño Pulido
Debo recordar que dentro del inmenso cariño y gratitud que le tenemos hoy, Ramón no me caía bien. Solía decirle a mi mamá: ¡pero es que no saluda! ¿Qué se cree? Ella lo defendía: “Él es muy tímido”. En mi memoria lo ubico primeramente en el Ministerio de la Mujer, en Miraflores, donde residían los Ministerios sin cartera, junto a Norma, su esposa, y otros amigos de la UCAB y del IESA: Giovanna Palumbo, Antonio Cova, Maritza Izaguirre, Asdrúbal Baptista.
Mi mamá y Ramón compartían ese frenético deseo de estar informados, de saber qué es lo que estaba pasando en el país, compartían lecturas, presumían sobre el último libro de psicología social, pasaban revista a la prensa internacional, competían por ver quién estaba más actualizado en el acontecer mundial, en el chisme de la político, con “p” mayúscula y minúscula, quién le había dado más rosca al teléfono llamando a sus conocidos para triunfar con el último dato. Era una atmósfera que, por momentos, rayaba en lo infantil.
Ramón llegaba discretamente, con cachito y jugo bajo el brazo, a las tertulias de la casa, que casi siempre terminaban, cuando quedaban pocos, en un obsesivo “volvamos al tema del Dr. Caldera”. En el IESA, su singular personalidad, su gusto por la “incitación” pasivo-agresiva a la conversación y discusión polémica, que regentaba desde su centro de operaciones en la mesa de almuerzo del cafetín, pueden hacernos desatender otros aspectos menos evidentes: su consistente compromiso institucional. Ramón, en sus diferentes vidas en el IESA, supo contemporizar y formar equipo con diversas personalidades como Janet Kelly, Moisés Naím, José Malavé, María Helena Jaén, Rosamelia González, y a todos los niveles de la organización. En el tema editorial quisiera recordar que tan importante como fue la publicación de El caso Venezuela, también lo fueron los años silenciosos, entregados a la búsqueda de articulistas y temas para la revista Debates IESA.
Ramón, tu amistad con mi mamá fue una amistad entrañable, verdadera, auténtica, por la cual te estamos agradecidos. En hora buena llega este homenaje. Espero que tu “timidez” te permita compartirlo en familia, porque allí reside tu tesoro.
Carlos López
En cualquiera de las aulas de clase del IESA, es común verse inmerso en discusiones entre empresarios de resonante éxito y trayectoria, jóvenes profesionales sin experiencia en gerencia, y algún que otro personaje excéntrico para quienes los modelos o patrones han resultado de poca utilidad.
En este contexto, Ramón Piñango ha sabido demostrar que la curiosidad es central en la educación de alto nivel. Detesta la repetición, mientras se deleita con la sorpresa o el enfoque diferente, inusual e inesperado. Por consiguiente, no teme instigar debates sobre ideas aparentemente insensatas y siempre está ávido de lo distinto, lo novedoso y lo experimental. De esta manera, logra mantener el interés, la pertinencia y la tensión en las discusiones entre un alto ejecutivo de una corporación y un ambicioso joven veinteañero en las clases del MBA, o entre un idealista emprendedor social y un hábil político en la Maestría en Gerencia Pública.
Piñango insta a los alumnos a reconocer el contexto y la justa medida de muchos de nuestros problemas sociales, profesionales e incluso personales, logrando contagiar confianza de manera verdaderamente magistral. Por ende, los alumnos aprenden a considerar el espacio educativo como un lugar no solo para recibir conocimiento, sino también para crearlo, compartiendo en voz alta experiencias, ideas y reflexiones personales sobre sus aciertos y errores.
Ramón practica una andragogía que desafía creencias muy arraigadas en nuestra cultura y que constituyen el fundamento que rige la educación de alto nivel en el mundo. Es el profesor que se niega a ser un mero repetidor de conceptos de otros, pero tampoco aspira a ser visto como un oráculo o siquiera como un experimentado experto. Es un promotor de la producción conocimiento, tanto en la investigación, con cada publicación, como en el aula de clases, con cada pregunta, discusión y propuesta.
Una mente orientada por el mantra de «aprender e innovar» garantiza que cada interacción con el profesor mantenga una frescura auténticamente juvenil, algo poco común en los entornos académicos, en especial cuando se trata de figuras experimentadas y que representan una parte significativa de la historia de las instituciones.
Fuera del aula de clases, sus intervenciones, matizadas con una pizca de ironía y sarcasmo, sazonan cualquier discusión y amplían la experiencia de aprendizaje hasta un plano personal. De esta forma, se comprende cómo “aprender e innovar” pueden convertirse en el motor fundamental para el avance en cualquier iniciativa y cualquier sociedad, incluso en situaciones que incitan a la pasividad, fomentando así un crecimiento sostenible auténtico y obsequiándonos una eterna fuente de juventud, al menos en términos de conocimiento, vivencias e ideas.
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