Por TULIO ALBERTO ÁLVAREZ – RAMOS
Me hice amigo de José Virtuoso en la universidad, no sin antes tener uno que otro escarceo por posiciones distantes, en especial en materia electoral. Normalmente estos temas separan en lugar de integrar, pero la cercanía que da la vida en una comunidad como la Universidad Católica Andrés Bello, los objetivos comunes, constituyen un bálsamo que alivia los efectos de diferencias pasadas. Fue así como pude conocer al académico comprometido con su apostolado educativo, pero también al ser humano marcado por el carisma ignaciano en la búsqueda de los caminos que llevan a una sociedad verdaderamente justa.
La dirección de una universidad, en especial en un contexto político, económico y social como el que sufre la Venezuela actual, puede desviarse hacia ejercicios personalistas que desdicen los fines propios de la transmisión del conocimiento; inclusive, existe la tendencia en el medio académico a ejercer la vocación formativa como un reto personal en competencia con sus pares, pero en una universidad regentada por la Compañía de Jesús las máximas autoridades tienen la obligación de transmitir un quehacer colectivo en el que se concibe el “ser junto con los otros”.
Fue así como el paso previo de Virtuoso fue constituir un equipo académico de primer orden que lo acompañó en el cumplimiento de las metas de un vigoroso proyecto de adaptación que se denominó UCAB 2020, ahora en secuencia perfecta con el Plan Estratégico UCAB 20-23; ese mismo equipo lo sostuvo en el momento difícil de su enfermedad y cumplió el reto de una eficiente transición ante su dolorosa partida. Ser un buen rector implica liderazgo comprometido, no individualismo o autoritarismo; y él cumplió ese reto académico.
Para nosotros, la universidad no es solamente un espacio que refleja en forma prepotente la “inteligencia de la sociedad”, tampoco basta constituirnos en una especie de albaceas del viejo conocimiento que se transmite de generación en generación, como lo ha sido la universidad desde su origen medieval. Bajo la gestión de Luis Ugalde y José Virtuoso, la UCAB se constituyó en un espacio para desarrollar proyectos que, en aplicación del conocimiento universal, han creado nuevos saberes susceptibles de fraguar el futuro del país reivindicando la dimensión transformadora de la labor universitaria, en el maridaje de los procesos, tecnología y cultura. Esto a pesar de que muchas veces nos enredamos de más en esos procesos, olvidando lo esencial. Pero la producción de información y conocimiento siempre derivó, bajo la tutela de ellos, en impacto profundo en la sociedad.
Solo para ejemplificar, ¿cómo negar las secuelas de la Encuesta Nacional de Condiciones de vida Encovi, como referencia informativa y estadística que se catapulta por la opacidad gubernamental y la tergiversación de las cifras que pretenden ocultar la terrible realidad que vive el venezolano? La UCAB ha suplido la función de estructuras ineficaces e impedidas para orientar programas sociales que permitan superar la depauperación del pueblo, planificar y definir las políticas que restablezcan la esperanza de futuro para el país. En el mismo sentido, los estudios en materia de los problemas psicosociales de una nación impactada por la cultura de la muerte y el materialismo, los sondeos sobre el comportamiento y expectativas ciudadanas y los trabajos sobre la exclusión de segmentos de la población y las comunidades en situación de pobreza crítica.
El liderazgo social del rector Virtuoso se manifestó en la convocatoria, en nuestro campus, de los líderes sociales y comunitarios para luchar por el rescate de la democracia, la institucionalidad y el derecho a la participación, uno de sus proyectos inacabados de organización ciudadana que no puede quedar en el olvido. Este es un aporte singular en un país desmantelado que se aleja del comportamiento fraterno y comprometido que reflejan obras como el Parque Social Manuel Aguirre, S.J, como mecanismo de proyección comunitaria de la UCAB. Todos estos servicios y redes sociales reflejan una voluntad de discernimiento sobre una realidad ruda, la más de las veces hostil, en la cual se debe actuar en ejecución del compromiso “en todo amar y servir”. Un ejercicio que él ejecutó en forma radical.
La vinculación universidad-sociedad que he descrito someramente me lleva a identificar otro de los aportes sustantivos de Virtuoso. Él consolidó el proceso de transformación de la UCAB como institución que tiene tres parámetros que la identifican: el primero es el de la transmisión del conocimiento y saberes bajo los criterios de una definida e irrenunciable pedagogía ignaciana basada en una contextualización en nuestra realidad, la experiencia educativa, la reflexión sobre los obstáculos y dificultades, la evaluación y la ponderación de las soluciones, y la convicción sobre la necesidad de una acción transformadora de esa realidad; el segundo, romper el esquema dual de universidad pública y privada; y el tercero, profundizar el compromiso social de la universidad. En lo particular, no defino a la UCAB como universidad privada, no lo es ni por los intereses ni por sus fines esenciales, aunque su gestión sea de carácter privado.
Desde la Compañía de Jesús, la Fundación Andrés Bello y el Consejo Fundacional que rige a la UCAB se apoyó el liderazgo de rectores magníficos como lo fueron Ugalde y Virtuoso siguiendo un proceso de apropiación gradual de la totalidad de lo real, como proceso pedagógico, bajo la primacía de los valores cristianos. Los aportes realizados por el caudal humano de profesores, empleados, obreros, estudiantes y egresados también fueron sustantivos. Ambos rectores tuvieron la virtud de saber ser los guías de ese inmenso equipo humano, sin conflictos ni crisis relacionales.
Virtuoso confirmó que la realidad es el fundamento de nuestra ética como universitarios, destacando que el discernimiento sobre los graves problemas que nos aquejan, la materialidad de la existencia y el peso de las relaciones humanas determinan el obrar colectivo de quienes integramos la institución. Su ejemplo nos ayudó a “desprivatizar” nuestra experiencia ética, a superar esa tenebrosa tendencia de separar nuestra moralidad de la esfera de lo social. Así compartimos la visión agustina de calificar al mundo por “quienes por el amor habitan en él. ¿Quiénes son estos? Los que aman al mundo. Su corazón fija allí su morada”. Lo cual se corresponde exactamente con la trascendencia cristiana y la inspiración ignaciana que forja la vida moral como un darse, un servir, en ejercicio de responsabilidad y manifestación de voluntad. El ser con otros como testimonio.
En estos tiempos ingratos en los que la generalidad no cumple la exigencia de una vida adecuada a las creencias autoproclamadas, el ejemplo de aquellos que ajustan su conducta a los valores asumidos, en un acto de conciencia, revela un sentido de trascendencia y constituye una demostración del poder de la voluntad humana. Sin importar la condición aparente, o las posiciones en las jerarquías sociales, las personas que como Virtuoso muestran fidelidad y responden al carisma fundacional de Ignacio de Loyola son imprescindibles para la pervivencia de instituciones como la UCAB, una obra concebida para “la mayor gloria de Dios y el bien universal”. Por eso él siempre estará con nosotros.