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Tanteos sobre la conversación

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Por NELSON RIVERA

A Elisa Lerner, 

maestra de la conversación

Toda conversación aspira a la reciprocidad. Conversan los afines, los que comparten una intuición, un horizonte, alguna coincidencia.

Conversan los que han sido tocados por el mutuo e inexplicable llamado de la empatía.

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En la conversación subyace una voluntad contraria al uso de la fuerza. Se conversa para ceder el paso. Para apaciguar el ego. Sobre todo, se conversa para ejercitar la refinada herramienta del silencio. El silencio del que escucha. Del que guarda una esperanza.

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En efecto, un modelo de sociabilidad, como afirman los historiadores: reconocimiento de las formas, aceptación de la cortesía, apego a los códigos que arbitran la comunicación. Conversar, en el mundo moderno, es el requisito con el que se ingresa a la esfera del movimiento humano.

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Toda conversación remite a otros tiempos. Incluso las recién iniciadas. En ellas late el pasado. La biografía de los que conversan.

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En la conversación hay una apetencia, que no se limita al deseo de huir de la soledad. Es más que eso, necesidad de lo humano en común. Apetito de empatía. Sentirse entre propios.

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La conversación es insaciable. Quiere más.

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Mejor la naturalidad que la elocuencia escenificada. En la naturalidad subyace lo inesperado. Magia e imprevisto. La naturalidad es el campo del ingenio.

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Sustantiva: la conversación que nos hace cambiar de opinión. Que agrega complejidad a los hechos. Que nos aleja de la sensación de que todo es obvio.

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Nos trae a tierra. O nos libera del peso de las cosas. O nos provee de horas de olvido. O pinta los hechos de matices. Lugar de las pequeñas y las grandes cosas.

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Reino de lo adaptable y lo diverso: en la conversación caben todos los géneros: relatos, máximas, retratos, anécdotas, diálogos, refranes, canciones, versos apurados.

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No el silencio del que se ausenta, o del que se repliega, o del que se ensimisma para hablar consigo mismo, sino el silencio del que sabe que su turno llegará. Del que actúa con prudencia ante el peso de las palabras.

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Un silencio que habla. Un silencio que mira a los ojos.

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La conversación no solo es ámbito de las palabras, también del cuerpo, la gestualidad, las manos, el rostro, los hombros. La posibilidad de hacerse presente.

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A veces, excepcionales y profundos relieves. Frases que cambian la vida. Que alteran el orden de las cosas.

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La curiosidad: ese combustible de alto octanaje que pone las conversaciones en movimiento.

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Improvisación, réplica, adhesión, guiño. Engranajes de los que conversan.

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Ironizar sin sacar del juego. Debatir pero sin romper el círculo. Sin menoscabar. Sin provocar una incomodidad irresoluble. Sin provocar una sensación de inferioridad. Hacer posible el brillo. El brillo de los otros.

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La conversación es una mayéutica. Las preguntas que nos hacen nos obligan a pensarnos. Descubrirnos a nosotros mismos. Por búsqueda propia. Por analogía.

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Lujo de reconocernos en las palabras de otro.

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La conversación es el campo necesario de los lugares comunes. Sin ellos no es posible la conversación. En la conversación, el lugar común extrema sus recursos. Salva o hunde la conversación.

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Fumaroli: “La filosofía de la conversación es pues inseparable de una filosofía de los lugares comunes”

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Viejas conversaciones. Pequeñas glorias de nuestra intimidad.

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Citada por Craveri: Madame de Sévigné en una carta a Bussy-Rabutin: “Sabéis bien, señor conde, que antes teníamos el don de entendernos antes de empezar a hablar. Cada uno de los dos respondía perfectamente a lo que el otro tenía ganas de decir; y si no hubiésemos querido concedernos el placer de pronunciar con cierta facilidad palabras, nuestro recíproco entendimiento hubiese hecho casi las veces de conversación”.

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Tino, la dosis exacta que la sensibilidad provee.

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Incluso en el caos, la conversación protege sus lógicas invisibles. Nexos silenciosos, casi volátiles, que unen a unos y a otros. Como la vida: no hay concatenación perfecta.

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Juego, debate, tensiones, pactos, seducción. La gama del mundo se posa en una conversación. Menudeo inevitable del vivir.

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La nostalgia de ciertas conversaciones se parece a la nostalgia del propio país. En los exiliados, las conversaciones que fueron interrumpidas, el mayor de los dolores.

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Autónoma y privada: dos principios de la conversación.

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En la conversación privada, la política se perfecciona. La pequeña esfera es el lugar de pensar las grandes dimensiones.

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Las conversaciones prolongadas crean su propio sistema de signos. Su lengua. Sus hitos biográficos. Incluso, un mínimo cuerpo de leyes no escritas.

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La conversación tiene su Dios casero. Instancia mayor, suerte de espíritu rector que convoca y une. Ese espíritu es el que responde a la pregunta del porqué de cada conversación. Ese espíritu es el que activa el magnetismo.

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La conversación registra el curso indetenible de las cosas. La mundanidad avisa: nada sigue como ayer. Los acontecimientos se suceden sin pausas. Conversar es disponerse al trajinar del mundo.

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Conversar singulariza. Hace nítida a las personas. Las precauciones, los prejuicios, los escrúpulos se contraen tras cada conversación. La conversación despeja. Muestra lo que resulta menos evidente.

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A la conversación se llega con una biografía: puede ser apenas un boceto o más que eso. Cada quien ofrece noticias, piezas del anecdotario, recuentos, frases que, con fortuna, podrían perdurar en el tiempo. Una conversación es un encuentro de narradores. A la conversación se asiste para narrar.

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Incluso el silencio narra. A veces grita.

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Hacer justicia al ausente es el desafío moral de la conversación.

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Cada conversación crea su específica realidad. Conversar es adaptarse. Solo el necio se mantiene imperturbable. Solo el necio se ufana de ser siempre el mismo.

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Al finalizar una conversación, algo ha cambiado. Algo hemos dejado. Algo hemos recibido. Nuestra carga interior ha cambiado su distribución. La conversación transforma. Sin doblegar.

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Compenetra. Hace sólidas las ataduras. O nos conduce a la ruptura.

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Entre sus rituales: la claridad, la mesura, la observación discreta.

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Entre sus riquezas, esta: la de las conversaciones que se renuevan a lo largo de los años. Envejecer en el espacio de una vieja conversación: privilegio que nos conceden los dioses.

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Quizá la conversación más entrañable es aquella que finaliza sin ningún resultado. Que deja a la partes en la expectación de lo que vendrá. De lo próximo. Quizá la plenitud poética de la conversación aparece con lo inconcluso.

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Se pueden reproducir las palabras, pero no el espíritu que sobrevuela las buenas conversaciones. Hay una atmósfera que se desvanece al finalizar la conversación.

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Toda conversación guarda un secreto. Una regla inviolable. El amor propio del otro. Es lo intocable.

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Unas mesas más allá, unas risas han estallado en el círculo de una conversación. Esas risas no solo competen a sus protagonistas. También a nosotros: repiten que la vida sigue con sus bríos.

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Hay conversadores arquetípicos. Seres dotados para el intercambio.

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Con la Ilustración, la conversación adquirió los ribetes de nuestro tiempo: razonabilidad, intercambio de ideas, diálogo entre semejantes, cruce de información. Cierto ritmo. Esa extraña sucesión de vértigos y pausas.

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Las conversaciones completan. Nos complementan.

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No se abandonan. Las conversaciones hacen una pausa, hasta la próxima sesión.

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Decía Montaigne: Mejor condenarse que ensalzarse. Más creíble. “Si divulgo y denuncio mis imperfecciones, habrá quien aprenda a temerlas. Las cualidades que más estimo en mí adquieren más honor denunciándome que ensalzándome”.

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La frialdad encabeza la lista de los enemigos de la conversación. También la premeditación. La auto sublimación. El elogio desmedido. La impostura. El que no reconoce virtud en nadie.

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El humor cohesiona la conversación. Sin embargo, el humor es material de alto riesgo: a partir de cierto límite actúa como disolvente. Puede incluso hacer irrespirable el ambiente.

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La broma ha de cumplir un requisito: hacer reír al sujeto de la burla.

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Fumaroli recuerda que Rousseau odiaba la conversación. Decía: asunto de hombres que han perdido su naturaleza. Encubre la esterilidad y el sofisma. Muestra la doble naturaleza de lo humano. Mientras conversa es uno, cuando no conversa es otro.


Lecturas asociadas:

La cultura de la conversación. Benedetta Craveri. Traducción: César Palma. Ediciones Siruela. España, 2003.

La diplomacia del ingenio. De Montaigne a La Fontaine. Marc Fumaroli. Traducción: Caridad Martínez. Editorial El Acantilado. España, 2011.

Los ensayos (según la edición de 1595 de Marie de Gournay). Michel de Montaigne. Traducción: J. Bayod Brau. Editorial El Acantilado. España, 2007.

Cómo vivir o una vida con Montaigne. Sarah Bakewell. Traducción: Ana Herrera Ferrer. Editorial Ariel. España, 2011.

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