Por CHRISTIANE DIMITRIADES
“En cuanto a la observación de mí mismo, me obligo a ella aunque
sólo sea para llegar a un acuerdo con ese individuo con quien me
veré obligado a vivir hasta el fin…”
Marguerite Yourcenar
Al remitir este hermoso relato, Su vida, a dos buenas amigas, escribía que les estaba enviando la biografía de Victoria de Stefano, pero de pronto la incertidumbre me embargó, me detuve ante la duda, recapacité, las notas autobiográficas, corregí. Ese desdoblamiento ex profeso en el que la autora es al mismo tiempo sujeto y objeto, creadora y protagonista de la narración, esa voluntaria dislocación del yo al otro, y la sustitución de “mi vida” por “su vida” puede a primera vista desconcertar al lector, pero es ciertamente coherente con la novelista que toma distancia y desarrolla su relato a través de un personaje elaborado a partir de un 21 de Junio de 1940, fecha de su nacimiento frente al mar Adriático, en Rímini —ciudad en la que también nació Fellini, el autor del film Amarcord— y la eternizara hasta su temprana adolescencia.
Sacada de esas polvorientas cajas en las que almacenamos antiguas fotografías, papeles, notas y boletos de viajes consumados, surge Su vida con los matices y fragancias que evocan una existencia pasada, situada en el momento en que, finalizada la Segunda Guerra, la familia zarpa desde la bahía de Nápoles hacia el continente americano, con una breve estadía en Nueva York, antes de tomar el avión con escala en Miami, para llegar a Maiquetía.
La aventura comienza. Son esas andanzas presentes en algunas de sus novelas que ahora se materializan al subir a la nave: “un buque de guerra acondicionado para llevar pasajeros, un cascarón de 9.000 toneladas de cemento armado construido en los astilleros de Pensacola… se deslizaba sin nada que le opusiera resistencia mientras las sirenas sonaban como cantos de ballenas anunciando su recalada en mares más calmos y seguros”.
Durante la larga travesía el mar ocupa un lugar protagónico porque es mediante el fluir de sus aguas, del interminable movimiento de las olas, del reflejo de la luz solar, que ella toma conciencia de la auténtica distancia geográfica, pero también de la afectiva, entre la tierra dejada atrás y el nuevo mundo que pronto habrá de vislumbrar.
En Caracas aprenderá a leer y a escribir, y pasará del italiano al español, ese idioma adquirido como un cambio de identidad, sostiene en un reciente ensayo referido a la lengua extranjera en el que cita un aforismo de Ciorán: “Si el idioma es el límite que confiere una identidad en el orden del espíritu, abandonarlo significa darse otro límite (finis), por lo tanto, otra definición; en una palabra, cambiar de identidad”. (1)
Sin embargo, a propósito de la lengua materna, afirmará que la misma se mantendrá siempre a salvo, pues permanece por “debajo, bien adherida a nuestra piel, corriendo por nuestras venas” (2). En este caso, la duplicidad idiomática conformaría una especie de identidad bifronte en el espíritu del narrador.
Su vida está configurada a través de siete breves capítulos: Junio 1940, El fin de la guerra, Nápoles, Navegación, Nueva York, Para más tarde y Un nuevo mundo sustituye al otro, cuyo subtítulo, “aún no hay nada nuevo bajo el sol”, expresa el ánimo de la joven adolescente, todavía esperanzada ante el porvenir: “Tenía trece años … seguía confiando que debía ganarle tiempo al tiempo”, pero después “el tiempo le bajaría los humos a sus ingenuas y montaraces creencias”.
Muy singular y enigmático me ha parecido el inciso Para más tarde, el cual es una suerte de capítulo abierto, deliberadamente inacabado, propio de alguno de sus textos. Allí mismo, en una frase, anticipa el carácter de su concepción estética:
“El sentido de lo bello, un cierto tipo de gracia, más vocación de salirle al paso que ambición de encontrarla. La visión de lo que llamamos belleza, una compulsión siempre en marcha hacia asociaciones fulgurantes de familiaridad y extrañeza”.
En el futuro, a los dieciséis años, “en un momento de decepción” y desánimo escribirá: “La naturaleza tiene los colores, mas viene el hombre, que es su contraparte, se instala en el palco, y con sus pretensiones (artísticas) la opaca”.
Por último, a propósito de la intención no conclusiva de las obras de la autora al instalarnos ante una senda con múltiples ramificaciones no transitadas, resulta esclarecedor el comentario que hace su amigo, el escritor argentino Sergio Chejfec, quien, a manera de epílogo en Su vida, expresa lo siguiente: “Uno siempre tiende a establecer jerarquías, pero no es fácil encontrar en la literatura de Victoria un título decisivo en el desarrollo de su escritura, o que atraiga por sobre otros las coordenadas principales de su obra. Acaso esto sea así porque ella es más que nada una presencia que deja una obra en espera”.
Aunque toda propuesta artística es susceptible de infinitas lecturas, la poética de la “obra en espera”, propia de la escritura de Victoria de Stefano, intencionadamente dada a la apertura, se manifiesta notoriamente en este relato, a la vez que constituye uno de los rasgos fundamentales de su literatura.
(1y 2): De Stefano, Victoria. Dossier: La lengua extranjera, Latin American Literature Today. University of Oklahoma, Volume No. 15, August, 2020.
*Victoria de Stefano, El Taller Blanco Ediciones. Bogotá, Colombia, 2019.