Por ALFREDO CHACÓN
Mi amistad con Sonia la celebré en tres etapas. La primera, en Caracas de 1953 a 1956, que fue cuando ella y Alfredo Silva Estrada, su compañero de vida, y Roberto Guevara, fraterno amigo y condiscípulo, una vez licenciados en Filosofía por la Universidad Central, se trasladaron a realizar estudios de postgrado en París. La segunda tuvo lugar en esta ciudad y duró de 1958 a 1960, los años que pasé allí por el mismo motivo y los cuatro compartimos con Antonia Palacios y su hija María Antonia Frías, estudiante de piano. Y la última, de nuevo y definitivamente caraqueña, desde comienzos de la sexta década hasta el día de su muerte en 2017.
Pues bien, fue dentro de la etapa 53-56 cuando sus amigos más cercanos la oímos mencionar, muy pocas veces, siempre por encimita y como por no dejar, su cuaderno de pensar. Un cuaderno cuya razón de ser era para nosotros obvia y del cual durante años no supimos más.
Hasta que, casi 10 años después de encontrarnos de nuevo en Venezuela, comprendimos que era precisamente el contenido de aquel cuaderno el que Sonia convirtió en su libro A través de la danza, publicado por Monte Ávila en 1971 (y luego en 1981). Para entonces, entre la ida de 1956 y la vuelta de 1960 y tantos, era igualmente obvio que para Sonia todo se había jugado a favor de la experiencia enlazada con el dichoso cuaderno: su formación como danzarina en Caracas orientada por Grishka Holguin, su perfeccionamiento y profesionalización como tal en Francia, y el comienzo de su consolidación venezolana y extravenezolana como Sonia Sanoja, la espléndida danzarina y coreógrafa de sí misma.
En su edición de 1981, A través de la danza aparece formando parte de un volumen triple, prologado por el poeta y ensayista Juan Liscano, junto a Tiempo secreto de Sonia Sanoja, ensayo del antropólogo Miguel Acosta Saignes, y una amplia selección de las espléndidas fotos tomadas por Miguel Gracia a la danza de Sonia.
A través de la danza consiste en una serie fluida de anotaciones acerca de las cuales Sonia advierte que “son simples notas tomadas en la vida. Algunas toman cuerpo en las palabras. Todas van a la danza”. En todo caso su lectura, sobre todo si es suficientemente continua, encuentra en ellas una estimulante diversidad entre las que enfocan la experiencia del cuerpo en el mundo con el lenguaje de por medio; las consagradas a significar la danza como experiencia del mundo y celebración corporal de la existencia; y las que patentizan la conciliación de mundo y danza por obra y gracia de la vocación creadora.
Realmente, en la primera ya convergen mundo y danza, revestida la danza con el carácter de mundo; pero durante su mayor parte el mundo-danza o la danza-mundo aparecen cual fervientes incitadores del pensamiento que a ellos se destinan. Así, durante las páginas iniciales el enfoque abarca proposiciones como estas:
“A veces siento que en el fondo no hay espacio. Tocamos, realmente, y al mismo tiempo lo concreto está ahuecado de infinito.
Horror de tener sentidos y palpar el tiempo”. – “El espacio es una luz pesada. Tiene más peso que el cuerpo. El cuerpo es un peso opaco que empuja a la luz y se proyecta en ella liviano y claro”.
Más adelante los pensamientos de esta escritura se concentran en la danza:
“Danzar no es bailar. Bailar es dejarse arrastrar por un ritmo. Danzar es descubrir y hacer visible el movimiento dentro de el ritmo”. – “Danzo. Experimento una proyección de mis límites desde un centro. Danzo. El movimiento ordena los miembros dispersos y se hace el equilibrio. Una mano me sobrepasa y abre una zona imantada…”.
Y sus páginas finales son para el pensamiento más directamente atraído por la danza en cuanto realización creadora:
“El impulso creador arranca desde muy profundo, y sólo se libera, sólo se manifiesta plenamente cuando nos despojamos del peso de los movimientos inútiles y nos quedamos con los movimientos necesarios”. – “Aspiro a una danza que sea como el movimiento del pensamiento: el cuerpo moviéndose con la coherencia, con el ritmo, con la necesidad interna del pensamiento: una danza en la cual cada movimiento del cuerpo se ha vuelto pensante”. -“Para que la danza sea, es necesario algo más que un cuerpo ágil. Y ese algo más que no es el gesto teatral o patético sino la decantación de una naturaleza interior y elemental que se hace ante el público tiene que ir descubriéndose cada día con el paciente trabajo de hacerse un cuerpo danzante y un ser que habite ese cuerpo”.
A fin de cuentas, los lectores de semejante acontecimiento nos sentimos llamados a alentar nuestra propia conclusión acerca de la última pregunta que Sonia se plantea: ¿Cómo se transforma el cuerpo en cuerpo danzante? Y terminamos convencidos de que el cuerpo, una vez potenciado y confirmado en lo que danza, consiste en algo más que sí mismo. Es que mediante el trance de los movimientos que en la danza él inventa y que lo inventan, el cuerpo se ha convertido en la más plena resonancia de sí mismo.