Por GOLCAR ROJAS
Un día, decidí que quería vender una obra de un pintor bastante reconocido en Venezuela, especialmente conocido en Maracaibo. Ya tenía decidido irme del no-país y estaba en la disyuntiva de si venderla en Venezuela o traerla e intentar venderla aquí.
Como el mercado del arte es un punto que no manejo, le pregunté a una amiga que trabaja con el tema y me dijo:
«Véndela aquí, porque fuera no tiene mucho valor. Esa obra aquí puede valer unos 2.500 dólares o un poco más y fuera tendrías que venderla en unos 500, si acaso. Ese pintor es conocido acá, pero fuera no».
El comentario me chirrió un poco. Pensé en cuántos de nosotros seríamos el tuerto en el reino de los ciegos. Pero lo dejé pasar. No vendí el cuadro. Lo dejé junto con otras tantas piezas. Congeladas hasta ver qué pasa, si se venden allá o pido que me las traigan.
Muchos meses después, pienso en el tema. Pienso en lo que es y lo que fue Venezuela. Supongo que pasa igual en todos los países, hay un mercado local en donde se cotizan muy bien pintores, escultores, escritores, cantantes, compositores, artistas visuales… Un mercado en el que los creadores son conocidos y han desarrollado una carrera que le da valor a su obra, pero ese valor se diluye cuando hablamos de mercados más grandes. Cuando hablamos del mundo como mercado.
Muchos de esos artistas emigraron, salieron de Venezuela dejando atrás una obra y un reconocimiento. Dejando tras de sí un valor de mercado trabajado durante años.
Tal vez, lo boyante del país, lo bien que nos iba dentro, nos volvió cómodos. Nos conformamos con el lugar que alcanzamos, con el prestigio local, con el renombre dentro del terruño donde nos sentíamos admirados y mimados y, hasta cierto punto, con poder.
Uso el mayestático por darle cierto estilo de congregación al tema, aunque no pertenezco al grupo. Yo era nadie allá y sigo siendo nadie aquí. Pero a muchos ahora les ha tocado enfrentarse a no ser nadie fuera, cuando allá tenían un sitio ganado con esfuerzo y creatividad.
El cambio, para muchos, ha sido un shock difícil de asimilar. Gente que por muchos años fue famosa, daba autógrafos, tenía influencias y se han visto obligados a realizar trabajos de teleoperadores en «call center», de domésticos, jardineros, conserjes…
Otros se están tratando de abrir un espacio en su área. Los veo como el perro de Goya que asoma la cabeza, lucha por mantenerse a flote dentro de esa masa inmensa y amorfa que lo engulle, que lo succiona y lo aplasta.
Somos ese perro goyesco, oprimido entre un cielo mostaza y un mar ocre oscuro, una criatura que parece hundirse en arenas movedizas y batalla por mantener la cabeza a flote. Lucha por evitar que la masa lo engulla por completo o el cielo lo aplaste.
Otros, con más recursos, han logrado establecer pequeños nichos donde reproducen lo que fueron. Pequeños guetos donde siguen siendo «alguien», siguen teniendo cierto poder especialmente con otros miembros de la diáspora en similares condiciones, que buscan sentir que pertenecen, que son, que llegaron a ser. Para algunos que éramos nadie allá, resulta hasta tentador llegar y ser alguien aquí, en esa Little Venezuela, donde somos o pretendemos ser, lo que fuimos o quisimos ser, aunque sea por unas horas; aunque al meternos en el metro o subir al autobús, volvamos a ser los inmigrantes anónimos que volvemos a la limpieza de los portales, o a lavar platos en el restaurante, o a cuidar ancianos.
Hay algunos más, que en el afán por volver a ser «alguien», comienzan a hacer lo que hacían allá, aprenden cómo se manejan las cosas en donde están, aprenden de chanchullos y marañas locales, se meten o tratan de meterse en el entramado de corrupción y burocracia. Buscan las mismas vías que buscaron y encontraron allá. Trapichean influencias.
El otro tema en el que pienso al recordar la frustrada venta del cuadro, es el de la calidad de la obra. Esas obras y autores que tenían un renombre y un valor importante en Venezuela –pintura, escritura, periodismo, teatro, cine y TV…– ¿pueden pararse fuera, junto a la obra de otros y sostenerse? ¿Cuántos de los premios y reconocimientos que se están dando a obras de venezolanos obedecen a su calidad y trascendencia y cuántos a la manipulacion política y a la conveniencia del mercado que ve en la diáspora un filón? La diáspora para algunos es un negocio muy lucrativo.
Solo el tiempo nos dará respuestas y pondrá las cosas en su justo lugar. Mientras, seguimos viviendo. Seguimos construyéndonos una vida. Buscando un terreno donde afincar nuestras raíces y sentir que el suelo es firme, aunque siempre tendremos el temor de que todo cambia en un segundo.
Tratamos de mantener la cabeza afuera y aprendemos a convivir con el paisano. Obviamos algunos hechos, omitimos que el nuevo amigo es testaferro de su pariente corrupto, saludamos con excesivo afecto a personas a las que ignorábamos o nos eran indiferentes en Venezuela. El exilio nos sensibiliza hacia el otro que está en igualdad de condiciones, también nos puede hacer taimados y oportunistas. El régimen ha hecho aflorar en los venezolanos lo mejor y lo peor de cada quien, sea que se haya ido o que se haya quedado.
Los que salimos y los que se quedan estamos aprendiendo a manejar la humildad, a domesticar los egos. Todos dejamos de ser «alguien» . También los que se quedaron pasan por el proceso de anulación. De invisibilización. Todos, allá y afuera, somos un poco ese can de Goya.
La vida nos dio la vuelta. Nos volteó del revés. Ya no somos lo que fuimos. Ya no volveremos a serlo. Y llevamos marcas que nos lo recordarán por siempre.
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