Por CELINA CARQUEZ
Recuerdo a mi hermana sentada en una butaca leyendo un libro de comiquitas con cara de fascinación. B. tendría 11 años y yo 8. Quería arrancárselo de las manos y ver qué era lo que le hacía tanta gracia, la mantenía concentrada y pasando de una hoja a otra. Era un libro breve, así que tan pronto terminó lo echó en el revistero.
Se llamaba Cuba para principiantes y lo firmaba un tal Rius. Confieso que solo lo ojeé. Claro que ya sabía leer y muy bien. Pero ese no era un libro para niños… Apenas leía los diálogos cuando alguno de los personajes captaba mi atención. Pero algunos dibujos se quedaron conmigo como una cicatriz: el barbudo guerrillero con un habano en la boca, el malévolo e inmensamente alto Tío Sam, y el oprimido negrito cubano que luchaba contra la adversidad. Y palabras: comunistas, bloqueo, USA, libertad.
La palabra ‘comunismo’ se la oía decir a mis padres o hermanos mayores todo el tiempo. No tenía idea a qué se referían con ella, pero tenía la seguridad de que éramos parte de algo que no todo el mundo apoyaba, porque producía muecas de terror en ciertas personas cuando se tocaba el tema en algún evento social. Aún vivíamos en plena Guerra Fría, y para la otra mitad del planeta a la que no pertenecíamos, los comunistas se comían a los niños, por decir lo menos.
Había varios libros de cómics que leían mis hermanos y, para ser honesta, cualquiera que los viera por ahí también lo hojeaba. Los personajes se te metían en los ojos sin tú mirarlos mucho. Era como un imán. Ellos revoloteaban por los estantes de la biblioteca —o en los revisteros— de la casa y tenían unos títulos que hoy suenan a tutorial de YouTube: Cuba para principiantes, Marx para principiantes y Rius para principiantes. Dibujos graciosos, trazo ágil y la capacidad de plasmar una idea o concepto en una figura que atrapaban a cualquiera.
Esos libros eran, más bien, versiones digeridas y sencillas sobre la historia del marxismo y de Cuba casi desde el inicio de los tiempos, un libro para neófitos y novatos. Cuba para principiantes, por ejemplo, comienza con la llegada de Colón a la Isla y termina con Fidel Castro declarándose marxista-leninista y otorgando oportunidades y libertades a los oprimidos de siempre: los pobres.
Ése que dibujaba la revolución cubana, a los ‘los barbudos’ contra el Tío Sam y resumía en las historietas —con absoluta transparencia y claridad— conceptos como el de la plusvalía ideológica o el materialismo dialéctico era Eduardo de Río, connotado caricaturista mexicano que firmaba como Rius, historiador y activista de izquierda, que publicó su trabajo en los medios más importantes de México hasta que falleció en 2017.
Las caricaturas de Rius eran líneas definidas, trazos sencillos con formas atractivas. Las figuras eran grandes y llamativas; nada estilizado pero siempre se encontraba algo en el personaje que lo diferenciaba y era su marca personal. Los rostros de personajes históricos como José Martí, Fulgencio Batista, un colonizador español, el Che Guevara y Fidel Castro eran dibujados de manera que cualquiera los pudiese identificar y reconocer los rasgos más destacados de sus caras, o imaginarse que los villanos como los banqueros y burgueses son tal como los pinta: hombres gordos con trajes elegantes y maletines llenos de dinero. Y a un inmenso Tío Sam con traje de levita. Siempre escribía USA por Estados Unidos en inmensas letras que dan a entender que se trataba de una poderosa potencia.
La tipografía que usaban esos libros eran letras grandes y rellenas, la O parecía una rosquilla y la A un pedazo de pizza. Y, en algunos pasajes del libro, la palabra Cuba parece estar amarrada con hilos gruesos que la aprisionan, con toda seguridad para transmitir la sensación de que está atrapada en una cárcel. También subrayaba palabras y las hacía gruesas y abultadas, por ejemplo: bloqueo, revolución, reforma agraria, socialismo. Parecían grafitis. Hizo un listado que se llevó tres páginas nombrando todo lo que desde la década de los 60 del siglo pasado está prohibido que ingrese Cuba por cualquier vía por decisión de Estados Unidos; USA o ‘los gringos’.
En las páginas los dibujos ocupaban grandes espacios y luego hay versiones resumidas de eventos históricos y monólogos de los personajes, bien sea los guerrilleros, el Tío Sam para representar a los Estados Unidos o los burgueses que se oponían a la revolución. El libro va contando hechos a su modo y ponía entre paréntesis críticas a ‘los yanquis’ y usaba el sarcasmo y la ironía al terminar de narrar ciertos eventos. Tenía su propia versión de la crisis de los misiles, la enmienda Platt y la frustrada invasión liderada por el exilio cubano en Miami, mejor conocida como Bahía de Cochinos.
Cuando introduce al líder de la independencia, el escritor José Martí, y sus ideas libertarias, cuenta cómo fue desterrado de la isla y trabajó desde el exilio por la libertad de Cuba; a la derecha de la página una mujer estilizada le dice a otra: “Por cada fusil que consigas te da un beso y cuatro poemas”. Es inevitable no esbozar una sonrisa.
Sin embargo, hay unas conversaciones que no dan risa, ni antes ni ahora. Cuando ya los ‘barbudos’, como llama a los guerrilleros cubanos, toman el poder, justifica los fusilamientos de manera abierta, y asegura que fueron “unos pocos” en comparación con “los 20.000 asesinatos que se cometieron durante la dictadura de Batista”.
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Eduardo del Río nació en 1934 en Michoacán, México. Fue un historietista, caricaturista y escritor que publicó su vasta obra con el seudónimo de Rius. Escribió más de 100 libros y era un simpatizante y activista de izquierda que se ganó el respeto en su país. Uno de sus libros más conocidos es Cuba para principiantes, publicado en 1966 en pleno apogeo de la revolución cubana, cuando en toda América Latina aparecían réplicas guerrilleras con la ayuda de los cubanos.
Su libro sobre Cuba circuló profusamente por la región y contribuyó a darle nociones a miles de jóvenes sobre lo que, a su juicio, estaba pasando tras el derrocamiento de la dictadura de Batista y con la toma de los guerrilleros y Fidel Castro del poder. El libro fue tan exitoso que tenía una versión en inglés: Cuba for Beginners.
A este historiador autodidacta, quien aseguró que sólo completó el quinto grado, le tomó 28 años deslindarse de Fidel y cuestionarlo de manera abierta por la represión, corrupción y la burocracia, en un libro llamado Es una lástima, Cuba en 1994.
Rius conoció a figuras que lo marcaron como Diego Rivera y el Che Guevara. Pero sus libros no son una apología al comunismo y al marxismo producto de la época, sino su visión de procesos históricos tamizados por su ideología.
Se dedicó con especial ahínco a convertirse en la piedra en el zapato de establecimiento mexicano en sus seis décadas de trabajo, en particular contra el Partido Revolucionario Institucional (PRI). En sus años mozos fue seminarista; pero con la publicación del Manual del perfecto ateo, fue excomulgado de la Iglesia católica, apostólica y romana para siempre.
Publicó en medios tanto de izquierda como de derecha como Proceso, El Universal, La Jornada y en revistas humorísticas como El Chauistle, El Chamuco. Sus más famosas historietas son Los supermachos y Los agachados. Tanto es así que en una de las películas del reputado cineasta mexicano Alfonso Arau aparece la historieta Los supermachos. Ganó dos veces el Premio de Periodismo Mexicano (1987 y 2010) y recibió un galardón de la Unicef, así como otros reconocimientos.
En una nota publicada tras su muerte en El País de España, el corresponsal finaliza la esquela así: “Carlos Fuentes, quien dijo que en el país había tres Secretarías de educación: la oficial, Televisa y Rius, para describirlo. Genio incomprendido, mordaz, vegetariano, crítico acérrimo del sistema político mexicano, con un trazo rápido, desenfadado y preciso, Rius dejó una huella inabarcable en la vida política y cultural de su país”.
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Rius aclara en el prefacio de Marxismo para principiantes que “otro motivo para intentar ocuparme de Carlos fue mi deseo de comprenderlo —ambición que estoy lejos de haber satisfecho—. Marx, damas y caballeros, fue verdaderamente un tipo ‘recio’, un genio teutónico que sobrepasó gran parte del saber científico de su época, produciendo una filosofía tras otra sin preocuparse de la cantidad de personas que lo entendían. ¿El resultado? Una larga serie de obras de alto nivel realmente pesadas y demasiado densas para el lector corriente. ¡No es fácil digerir a Marx!”.
Y es cierto. Eso fue lo que hizo este caricaturista. Cuando le pregunté a mi hermano mayor A. que me dijera sin pensarlo mucho qué recordaba de los libros de Rius, me contestó por WhatsApp: “No es mucho lo que te puedo decir: para mí, sus libros fueron la mejor y más divertida manera de entender a Marx: un descanso de los textos fríos y rígidos tradicionales del marxismo. Y también de las explicaciones no mucho mejores de tu papá”.
Pero aquí está la razón del éxito y la popularidad del mexicano. “Los leía con avidez, esos libritos estaban llenos de humor, pero aún así transmitían con claridad conceptos fundamentales del marxismo. Rius dejó de ser comunista, pero al igual que yo, siguió siendo de izquierda”.
Le hice la misma pregunta a mi hermana. Que me dijera sin pensarlo mucho:
—¿Qué te dejó la lectura Rius?
—Que la revolución cubana es bondadosa; el socialismo es bondad, dijo con sinceridad.
Ese era, digamos, el metamensaje del libro; el socialismo es bueno, es liberador. B. sabe que eso no es cierto, y que el pueblo cubano vive en una atroz dictadura. Pero a los 11 años se topó en un estante los libros de Rius, y los dibujitos la llamaron y ¡zas!, cayó rendida ante la maestría para hacer caricaturas, la comicidad y la manera amena de contar la historia. Así que de contrabando le sembraron la idea de que lo que había en Cuba era un socialismo bondadoso, a pesar de las muertes, a pesar de los campos de concentración para homosexuales (que, por cierto, nunca se nombran). Pero como B. viajó varias veces a Cuba pudo ver con sus propios ojos qué significa la palabra “libertad” en la isla y qué puedes hacer o no en su nombre.
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En la década de los 80 y 90 del siglo pasado existía la Asociación Venezolana-Cubana de la Amistad (Avca), y todos los años los hijos de los dirigentes del Partido Comunista viajaban a Cuba al Campamento Internacional de Niños Pioneros en Varadero, Cuba. Pasaban alrededor de mes y medio junto a niños y adolescentes de todas partes del mundo: Francia, España, Italia, México, Angola, Estados Unidos, Rusia, Colombia, Portugal, Austria (nombre el país que quiera y allí había una delegación de párvulos).
Todo este batallón de adolescentes iba a formarse como cuadros comunistas, intercambiar experiencias con los jóvenes de otros países y recibir formación por parte de instructores cubanos. Suena como un gran plan de adoctrinamiento masivo, pero al final —o por lo menos mis experiencias— eran más parecidos a un plan vacacional internacional con cierta carga de ideologización. Creo que lo que aprendías en Varadero también tenía que ver con tu compromiso ideológico y el de tus padres. Y el mío a mis 9 años, la primera vez que fui, era inexistente, nulo. Mi madre, quien quizá fantaseó con tener un hijo revolucionario, no quería que sus niñas llevaran una vida de estrecheces y exilios como la de ella, por muy llena de aventuras que fuese. Volví de Cuba y me llevó a la meca del imperialismo: Disneylandia.
En Cuba usábamos el típico traje de niños pioneros: franela blanca, pañoleta roja y shorts y boina azul. Y había una plaza en donde ondeaban todas las banderas de todos los países presentes. La primera vez que viajé éramos 12 adolescentes; fui con mi hermana y me metieron de contrabando, porque yo era muy chiquita. El jefe de la delegación era Ricardo Menéndez, el ahora vicepresidente sectorial para la Planificación y ministro de Planificación.
En esa época, él rondaba los ¿17? Luego fue un destacado dirigente estudiantil universitario y presidente de la Federación de Centros Universitarios de la Universidad Central de Venezuela. Cuando Menéndez estudiaba geografía y hacía política universitaria, era común que citara siempre a Jean Paul Sartre; también a Albert Camus. Pero eran más frecuentes sus citas a Sartre, lo que hoy en día para mí tiene total sentido porque Camus dijo en su momento: “Hay causas por las que vale la pena morir, pero ninguna por la que vale la pena matar”. Además de que Sartre renunció al Premio Nobel de Literatura para apoyar a la guerrilla venezolana.
Recuerdo haber oído en la UCV pronunciar a Menéndez que él nunca jamás aceptaría un cargo en ningún gobierno porque consideraba antiético que alguien te pagara por hacer el bien en tu país. No; eso era imposible e impensable para él. No sé qué le pasó en el camino… pero desde 2003 anda revoloteando por los caminos de la revolución del siglo XXI.
Otra figura revolucionaria que pasó por esos campamentos es el psiquiatra, expresidente del Consejo Nacional Electoral, exalcalde de Caracas, exvicepresidente de la República y actual presidente de la Asamblea Nacional elegida en 2020, Jorge Rodríguez.
No parece coincidencia que ahora ambos formen parte del chavismo y defiendan a capa y espada a Cuba. De hecho, Menéndez y Rodríguez son amigos desde su época estudiantil. Y esa amistad se mantuvo en el tiempo. Cuando Rodríguez asumió las riendas del Poder Electoral quien se encargó de organizar las masivas jornadas de ampliación del Registro Electoral de votantes fue Menéndez, licenciado en geografía y sin cargo en el gobierno en ese momento. Las modificaciones del padrón de votantes que hicieron que en menos de un año creciera exponencialmente se deben a él.
Cuando era reportera y cubría la fuente del CNE y Rodríguez era uno más de los cinco rectores, me le acerqué en un galpón del organismo y le dije que mi papá le mandaba saludos; tampoco le había preguntado a mi papá el porqué del saludo. Yo era una novata y estaba tratando de abrirme camino. Me preguntó mi apellido y repreguntó varias veces si en verdad yo era la hija de Freddy Carquez. Le dije que sí, pero que era la menor de todos sus hijos.
Ahí se transformó su rostro y me contó algo que me resultó extraordinario. Como dirigente estudiantil viajó a Cuba y mi papá también fue en ese viaje (no recuerdo en calidad de qué) y estuvieron con Fidel Castro.
Según me contó Rodríguez, mi papá le presentó a Fidel; algo que me pareció normal, porque mi viejo es un antiguo guerrillero que para ese entonces aún militaba en el Partido Comunista de Venezuela y conoció a Fidel en los 60 cuando la guerrilla venezolana intentaba acabar con los gobiernos de Rómulo Betancourt y Raúl Leoni
En esa época de líder estudiantil Rodríguez también escribía, y divisó al fondo de un salón en La Habana al célebre escritor y Premio Nobel de Literatura Gabriel García Márquez rascándose los pies, tratando de pasar inadvertido y con cara de pocos amigos.
— ¿Te le acercaste?, pregunté curiosa.
— No, no. No quería hablar con nadie y se veía obstinado.
Mi papá nunca me había contado ese episodio fantástico y cuando le pregunté por ese hecho no le dio mayor trascendencia, mientras que yo no dejaba de imaginarme a García Márquez rascándose los sabañones.
Sé que en otro momento volvimos a conversar sobre Cuba, y no recuerdo quién le preguntó a quién si había leído los libros de Rius, porque era una suerte de marca revolucionaria.
Haber leído o no a Rius era un requisito para ser un verdadero activista de izquierda cuando eras joven. No todo el mundo podía entender el capital de Karl Marx, así que para eso estaba Marxismo para principiantes. Y para tener a mano todos los hechos que dieron pie a la revolución cubana estaba Cuba para principiantes. Esa formación ideológica la podías adquirir con caricaturas graciosas, con conceptos fáciles de aprender, pese a la omisión de algunos hechos: torturas, fusilamientos y campos de concentración. Pero, al final, la realidad siempre se impone y esa visión idílica y fantasiosa de Rius se desvaneció con el tiempo.