Por IGOR BARRETO
Cuando leo la palabra «ritual» y alguien (en este caso Herman Sifontes) me habla de nuestro pasado democrático, no puedo sino recordar con curiosidad las condiciones necesarias para la existencia de un rito, y si esta mención a la vida democrática encaja con la utilización de este término. Pienso en cada una de las situaciones de un pasado reciente que al ser evocadas en estas páginas adquieren un comportamiento simbólico. Además, se trata de situaciones disfrutadas (reiteradas) por muchas familias venezolanas con más o menos condiciones económicas, tanto así, que estas condiciones de bienestar conformaban una realidad muy orgánica. O sea, Rituales, de un socialdemócrata, se ubica de forma acertada en esa valoración del ritual en su dimensión y peso más cotidiano. Una acepción similar la utiliza Mason Currey en su libro: Rituales cotidianos, donde la denominación se relaciona con las personas consideradas como criaturas de costumbres. Yo creo que el valor mayor de este diminuto libro de Herman consiste en su carácter «llano», este calificativo lo utilizo para remarcar la contundencia política y personal que encontramos en el huso de un lenguaje diáfano, sumado al hecho de hablarnos de unas condiciones de vida que nos mantenían como sociedad a flote y disfrutando de un mundo oxigenado por sus condiciones especiales de supervivencia. Este término «llano» aquí se convierte en la aguja que hila la relación entre un lenguaje claro (estilo claro, pensamiento claro; recordando la fórmula propuesta por Azorín) y las fotografías repartidas a la manera de un Álbum de familia, con ese carácter tan inmediato y directo, a la hora de aludir a las espontáneas y sencillas significaciones de los rituales de esa época. Estos materiales en su sentido literario y fotográfico construyen un artefacto donde la evocación inocente se transforma en denuncia contundente, que contrasta con el incordio social en que vivimos. Ahora, para cerrar, no quisiera pasar por alto, o por bajo, un párrafo que nos da la oportunidad de reconocernos en un tono grotescamente quevediano, me refiero a ese fragmento, para mi inolvidable que dice: Nunca he confiado en gente sin barriga. La barriga es nítido testimonio de haber vivido con sosiego y templanza y, por lo general, es signo de personas tolerantes que saben dialogar. La barriga ayuda a llevar las cosas con aplomo y equilibrio (…) Nada más castellano y sensatamente disparatado, y entrañablemente venezolano.