Por DIEGO BAUTISTA URBANEJA
Raúl Leoni es uno de los políticos venezolanos más notables del siglo XX. En las líneas que siguen nos corresponde desmenuzar esa sucinta formulación. Puede ser una buena manera de introducir a la lectura de los trabajos referidos a su vida y a su obra de gobierno recogidos en estos dos volúmenes. Para hacerlo, nos ha parecido adecuado seleccionar un conjunto de episodios, de hitos, que nos permitan exponer a la vez y entrelazadamente las cualidades personales que hacen de Leoni un venezolano de altos quilates, y el rol central que cumple en el desarrollo de la democracia venezolana y en la conformación del principal partido que ha tenido el país, Acción Democrática.
Leoni es una de las figuras estelares de “la generación del 28”. Compuesta por un numeroso grupo de notables venezolanos que iban jugar grandes papeles en el futuro desarrollo del país, desde diversas posiciones ideológicas y diferentes roles en la vida pública. En realidad, era Leoni un poco mayor que la mayoría de los miembros de la generación, pues nació en 1905, cuando es el año de 1908 el que concentra la mayor cantidad de natalicios. Pero pertenece de pleno derecho a aquella legendaria camada. Estuvo entre sus actores y estuvo entre sus presos. No un protagonista cualquiera: era presidente de la Federación de Estudiantes de Venezuela para el momento cuando ocurren en el año 28 las protestas estudiantiles que van a dar nacimiento y nombre a esa generación. Va preso en la primera hora, es liberado y después debe salir clandestinamente del país para evitar otra prisión, acaso peor. Ya fuera de Venezuela comparte las ideas de los jóvenes que componen la agrupación izquierdista ARDI, y es uno de los firmantes del Plan de Barranquilla publicado por esa organización en 1931. Es uno de los más conspicuos “hermanitos”, como se llamaban entre ellos, que intercambian la correspondencia en la que los ardistas plasman sus discusiones ideológicas y políticas. Leoni es uno de los más avanzados del grupo, junto con Rómulo Betancourt, Ricardo Montilla y Valmore Rodríguez.
Todo lo que entonces se dicen “los hermanitos”, todas las palabras que usan, rezuman un inconfundible aroma marxista. En efecto, aquellos jóvenes de 23, 24, 25 años —Valmore tiene 30— son entonces adeptos a ese pensamiento. A partir de cierto momento, alrededor de la mitad de esa década de 1930, este grupo comienza a experimentar una evolución que los va alejando de los aspectos dogmáticos de la doctrina marxista, así como de los vínculos de subordinación internacional a la Unión Soviética, a la que aquella había convertido en el nuevo Vaticano o la nueva La Meca. Y se van diciendo estos incipientes líderes: lo que Venezuela necesita, lo que Venezuela puede asimilar, no es un partido proletario y revolucionario al modo marxista, sino un partido nacionalista y reformista, que contemple una alianza social de amplio abanico. Ya en el Plan de Barranquilla por cierto que se esboza la evolución ideológica mencionada, con la distinción allí presente entre un reformista “programa mínimo” que se propone como de aplicación inmediata cuando cese la dictadura de Juan Vicente Gómez, y un revolucionario “programa máximo” que queda implícito, y cuya elaboración es remitida para cuando “la marcha misma del proceso social nos señale el momento”.
En el caso de Leoni, la evolución indicada culmina en esta formulación, certeramente destacada por Tomás Straka: “Y desde la muerte de Juan Vicente Gómez en 1935 comenzamos a organizar ese partido y fue Juan Bimba el objetivo de nuestras luchas. No era Juan Bimba, entonces, sujeto y ciudadano”. Straka glosa: “Volver a Juan Bimba ciudadano… es acaso la mejor síntesis de todas las que se han hecho de la naturaleza del proyecto democrático venezolano”. Para ser precisos, la frase citada la expresó Leoni mucho después, en 1963, pero resume el paso iniciado décadas atrás desde una idea revolucionaria de raíz marxista a lo que se llamará en el lenguaje de AD una revolución democrática.
El trayecto a lo largo del cual transcurre esa evolución es conocido, y Leoni camina por todas sus baldosas: Federación de Estudiantes, Agrupación Revolucionaria de Izquierda ARDI, Organización Venezolana ORVE, Bloque de Abril, Partido Democrático Nacional PDN, con sus correspondientes prisiones y exilios. Preso en 1928, exiliado en 1928, exiliado en 1937. Luego, ya en los años cuarenta, Acción Democrática. Participa Leoni así, en papel cimero, en la creación de una organización política —en este caso Acción Democrática y su antecesor el PDN— que en la historia del continente será una de las principales expresiones del reformismo social latinoamericano, con sus diversas variantes nacionales.
Se convierte en uno de los dirigentes más importantes de ese partido, que desde 1941, el año de su fundación, ha venido desarrollando en todo el país una labor proselitista que en esos años no tiene paralelo. En 1945 es uno de los cuatro dirigentes de Acción Democrática que se compromete con los jóvenes militares de la Unión Patriótica Militar al dar el golpe de Estado del 18 de octubre de 1945 contra el gobierno de Isaías Medina Angarita. Además de él, conocen del audaz paso Rómulo Betancourt, Luis Beltrán Prieto y Gonzalo Barrios.
Forma parte de la Junta Revolucionaria de Gobierno que se crea una vez derrocado Medina. En esos años Acción Democrática es un partido ampliamente mayoritario, gracias a la labor proselitista mencionada, realizada a partir de consignas de fuerte significado social y popular. Para colmo Acción Democrática es ahora el partido de gobierno. Las elecciones de 1946 para elegir la Asamblea Nacional Constituyente y de 1947 para elegir presidente de la República le dan a esa organización mayorías de cerca del 80%, frente al Partido Comunista y a los recién creados Copei y URD. Pues bien, Leoni, abogado laboralista, es ministro del Trabajo, al mismo tiempo que miembro de la Junta. No es un dato cualquiera el ser ministro del Trabajo en aquellas fechas. Unas de las grandes banderas del ideario de Acción Democrática era la organización de un poderoso y beligerante movimiento sindical. Era al mismo tiempo una de las banderas que había que agitar con más cuidado, pues podía sufrir interpretaciones nada convenientes. Todo el mundo sabía que Leoni había sido comunista, al igual que varios de los altos jerarcas de aquel gobierno dominado en lo civil por los hombres de Acción Democrática, empezando por el presidente de la Junta, Rómulo Betancourt. Así que el movimiento sindical debía ser promovido y fortalecido, pero al mismo tiempo debía ser mantenido dentro de límites que no perturbaran mayormente la marcha de la economía y de las empresas. Leoni realiza tan difícil objetivo. Rómulo Betancourt, presidente de esa Junta Revolucionaria de Gobierno, resaltará al mismo tiempo cómo crece el número de sindicatos desde los 252 existentes para 1945 hasta los 1.014 existentes en 1948, y la paz laboral de la que disfruta el país en aquellos años, aunque esta no fuera toda la que ese gobierno hubiese querido. En realidad, esa paz laboral tiene lugar porque, a pesar de que el gobierno proclama que el movimiento sindical que promueve no obedece a partidos que lo dominen, lo cierto es que el partido Acción Democrática ejerce sobre ese sindicalismo un eficaz control. De aquellos años viene por cierto un dato de importancia para la futura vida política del futuro presidente Leoni: su estrecha vinculación con el movimiento sindical de ese partido y con su poderoso “Buró Sindical”.
Pero la labor de Leoni al frente del despacho del Trabajo tiene un aspecto menos favorable, al decir de los adversarios de aquel gobierno de Acción Democrática. Denuncian estos que en el proceso de formación de sindicatos hay un claro sesgo en favor de la formación de sindicatos afines al partido de gobierno, cuya legalización se realiza con celeridad, mientras que respecto de los sindicatos promovidos por comunistas, por socialcristianos o por uerredistas, todo se traba, se obstaculiza y es objeto de engorrosos trámites burocráticas y objeciones legales. ¿Realidad, percepción de quien está en minoría y se siente objeto de todos los abusos, verdaderos o imaginarios, o pretextos para quién sabe qué? No es cosa de dilucidarlo aquí. Lo cierto es que lo así denunciado forma parte de un fenómeno más grave y más general: la percepción por parte de sectores con peso específico de que el partido Acción Democrática está copando todos los frentes y está aprovechando su posición ampliamente mayoritaria en los sectores populares para acumular un poder inconmovible, hasta el punto de hacer de AD un partido al que será imposible desplazar del gobierno por medios democráticos. Si las cosas siguen así, ni Copei ni URD podrían ganarle nunca. Y si eso llegara a cuajar, ¿quién sabe lo que haría el omnipotente partido?
Inquietudes como esa, y otras que cuajan en instituciones como la Iglesia y las Fuerzas Armadas, llevan finalmente al golpe de Estado de noviembre de 1948, que derroca a Rómulo Gallegos, saca a AD del gobierno e instaura un gobierno militar. Leoni pasa unos meses preso y sale luego al exilio. La Habana, Nueva York, Costa Rica. En esta última lo encontrará el derrocamiento de Marcos Pérez Jiménez, el 23 de enero de 1958. Entre tanto, algo indeleble ha ocurrido: se ha casado en agosto de 1949 con su prima Carmen América Fernández, “Menca”, una de las más queridas y destacadas “primeras damas”, como se llamaba a las esposas de los presidentes, que ha tenido el país. De resto, junto con otros altos dirigentes del partido, lidia desde el exilio con la tarea de mantener a Acción Democrática en la línea de un trabajo político y de supervivencia organizativa que, primero, asegure que el partido va a estar vivo cuando termine la dictadura y, segundo, que logre mantener alejados de aventuras suicidas a quienes en el territorio nacional tienen que mantener en pie la organización y enfrentar la persecución política. Los principales dirigentes en el exilio están cerca y en comunicación, en función de esos objetivos: Betancourt en La Habana, Costa Rica, Nueva York, Puerto Rico, Prieto en La Habana, Costa Rica, Honduras; Barrios en México.
La caída de Pérez Jiménez trae de vuelta al país a todos los grandes líderes políticos, Leoni entre ellos. Es uno de los firmantes del Pacto de Puntofijo por Acción Democrática, junto con Betancourt y Barrios. Eran tres firmantes por cada uno de los tres partidos, AD, Copei y URD. Será presidente de Acción Democrática y presidente del Senado durante el gobierno de Rómulo Betancourt. Luego, presidente de la República, para el segundo periodo presidencial que vive esa democracia aún rodeada de acechos, el periodo 1964-1969. Será pues desde aquel 1958 uno de los baluartes individuales y políticos de la consolidación de la democracia que habrá de culminarse a lo largo de esa década turbulenta y decisiva que es la de 1960-1970. Un detalle que vale la pena resaltar, referido a ese año 1958: se discutía si, una vez derrocado Pérez Jiménez, debía volverse a poner en vigencia la Constitución de 1947, producto de una Asamblea Constituyente elegida democráticamente, o debía mantenerse la vigencia de la Constitución de 1953, aprobada por un Congreso resultado del golpe de Estado dado por Pérez Jiménez en diciembre de 1952. La diferencia de legitimidad entre ambas leyes no podía ser mayor, y tampoco la diferencia entre los contenidos de ambas. La de 1947 era de un fuerte contenido social mientras que la de 1953 era una Constitución que reducía al mínimo las tareas sociales del Estado. Leoni se pronuncia por mantener vigente la de 1953, hasta que se elabore una nueva, que será la de 1961. No era una decisión cualquiera. Por muy legítima y avanzada que fuera la Constitución de 1947, volver a ella de un sólo golpe recién caído Pérez Jiménez era levantar innecesariamente los fantasmas y temores no muy lejanos que sectores de peso sentían ante un posible regreso de aquellos conflictivos años de 1945 al 1948. Se hubiera puesto así en riesgo la continuación del experimento democrático que apenas comenzaba. Esa razón política de fondo es la que priva en Leoni y en otros altos dirigentes de AD para pronunciarse de esa manera, pasando incluso por encima de sus convicciones personales al respecto.
La designación de Leoni como candidato presidencial de Acción Democrática para las elecciones de 1963 es un hecho tras el cual están y se revelan importantes rasgos de la vida política del país. Ciertamente que Leoni era, digamos, el sucesor “natural” de Betancourt, en una como implícita línea sucesoral que se dibujaba en la configuración de ese partido: Betancourt, Leoni, Prieto, Barrios. Luego vendría otra generación. Pero a pesar de ello, hay elementos para pensar que no era Leoni el favorito de Betancourt para sucederle en la presidencia. Por ejemplo, no era probable que con Leoni continuara la alianza política con el partido Copei, alianza a la cual Betancourt había llegado a dar altísimo valor político, decisiva como había sido para el mantenimiento de su gobierno cuando arreciaron los vendavales que hubo de enfrentar el primer gobierno democrático, que a Rómulo le tocó presidir. Pero no es Betancourt hombre que va a imponer su voluntad a lo que es el deseo mayoritario de la Acción Democrática. En realidad no hubiera podido hacerlo. No sólo están de por medio más de treinta años de hermandad política con Raúl: es que Leoni es un gran dirigente del partido y tiene el apoyo de la mayoría de éste y en particular del decisivo sector sindical. Así que claro que es a él a quien le corresponde ocupar la silla de Miraflores, si la mayoría del electorado nacional aún sigue votando blanco.
En efecto Leoni es elegido presidente para el periodo 1964-1969 y en efecto va a cambiar de aliados políticos. En vez de Copei, vendrán a acompañarlo al gobierno URD y, por algún tiempo, el FND, partido creado para las elecciones de 1963 en torno a la figura de Arturo Uslar Pietri. A tal alianza se la llamará gobierno de “Ancha Base”. Se trata de una alianza más pragmática que la que hubo durante el gobierno de Betancourt entre Acción Democrática y Copei. En el caso particular del partido de Uslar, era una relación llena de tensiones de origen ideológico e histórico, lo cual la hacía muy difícil de mantener, y que en efecto se rompe al poco tiempo, en marzo de 1966. Pero lo que es importante subrayar es que esta alianza política de la Ancha Base, y luego la que persiste entre AD y URD, significan un paso más, un largo paso más de cinco años, en el logro del objetivo político central de aquella década: la consolidación de la democracia representativa de partidos a la venezolana que había nacido a partir del Pacto de Puntofijo. Se reafirman los modos consensuales de hacer política encerrados en ese pacto, característicos del puntofijismo, de acuerdo con los cuales las políticas que se adoptan son en general producto de consultas, consensos y atención a los más diversos intereses sociales y económicos, todo ello con cargo a la renta petrolera. Sobre esas bases la economía interna crece a una muy buena tasa anual del 6%, se profundiza la política de sustitución de importaciones, las empresas básicas de Guayana expanden su producción, los indicadores sociales en lo educativo, lo sanitario y lo laboral continúan mejorando, el país sigue avanzando en su siempre mayor participación de la renta petrolera, en relación con la participación de las compañías concesionarias extranjeras. Inicia Leoni la construcción de nada menos que la represa del Guri, bautizada luego con su nombre. Todo ello transcurre en el marco del Plan de la Nación, uno de los más cabalmente llevados a cabo en la historia de la planificación venezolana. El horizonte en lo económico y en lo social luce pues promisorio. Es cierto que algunas voces agoreras, como la de Arturo Uslar Pietri o la de Juan Pablo Pérez Alfonzo, antiguo compañero de luchas de Leoni, anuncian desde distintas perspectivas callejones sin salida, pero la mayoría de los conocedores no ve indicios serios de que al país le esté esperando algo de ese tipo. En lo político, hay un juego institucional gobierno-oposición activo. Las libertades políticas básicas se practican sin que se puedan señalar violaciones significativas de su vigencia, al menos respecto a los actores y partidos que se mueven dentro de las reglas democráticas establecidas.
Respecto a los que no lo hacen, valga decir, las fuerzas que desde principios de la década y con el respaldo del gobierno cubano han adoptado la línea insurreccional contra el gobierno de Betancourt, ocurren cosas que ofrecen varias facetas. Por un lado, desde un punto de vista militar la guerrilla ha sido derrotada. Ya para finales del gobierno de Betancourt eso es un hecho. Los partidos que han asumido la ruta de la insurrección, el Movimiento de Izquierda Revolucionaria MIR y el Partido Comunista de Venezuela PCV, variarán en la velocidad con la que reconocerán esa derrota y sacarán la consecuencia: el abandono de la lucha armada. Pero en los primeros años del gobierno de Leoni aún hay combate en las zonas rurales y todavía hay células urbanas en actividad. Cuba sigue interviniendo militar, logística y financieramente. Incluso es posible que los combates sean más violentos en la medida en que la sensación de la derrota se acerca. Todo esto da lugar a uno de los puntos oscuros de este gobierno que, como vimos, por lo demás es considerado un periodo muy positivo para el país. Se trata de que se denuncian excesos, torturas, ejecuciones extrajudiciales, campamentos de prisioneros de condiciones muy duras. Un caso en particular da lugar a un debate que copa la escena nacional: la muerte del dirigente comunista Alberto Lovera, pieza clave en las finanzas de la guerrilla cuyo cuerpo es encontrado sin vida en una playa del oriente del país. La oposición lanza duros ataques contra el gobierno por los excesos represivos de los que lo acusa. Los conocedores de las circunstancias de entonces comentan con frecuencia que en situaciones como esas es crucial que los más altos funcionarios responsables de la acción represiva del Estado, en este caso sobre todo el ministro de Relaciones Interiores, mantenga lo más corta posible la rienda de los cuerpos de seguridad, mediante una muy diligente y constante vigilancia de sus actuaciones, incluyendo una tempranera presencia física en el despacho a cargo. Ese comentario coloquial cuadra con una constatación frecuente en la vida de las organizaciones, cual es la de que según se desciende en la escala jerárquica, tienden a aumentar los márgenes de discrecionalidad y arbitrariedad de los ejecutores directos de las cosas, en este caso la acción represiva. Ello, a menos que haya una supervisión muy activa por parte de los escalones superiores. Se ha dicho entonces que tal control y vigilancia no tuvo en esos años la firmeza y la presencia requeridas por las duras circunstancias que todavía se vivían en la lucha contra la subversión armada. Por otra parte, la formación antisubversiva que recibían los cuerpos militares en las escuelas donde se impartía esa enseñanza no era precisamente la más adecuada para propiciar, a la hora de la captura, un tratamiento considerado a los irregulares armados que habían de enfrentar.
Por la otra cara de la moneda, en los años finales del gobierno de Leoni se adelanta mucho el proceso de incorporación y reintegración a la vida legal de los partidos que han adoptado la línea de la subversión, a medida que esas organizaciones van reconociendo la necesidad de dar ese paso. Esta labor no podrá culminarse durante el gobierno de Leoni, pero durante los dos años finales de ese periodo presidencial se va preparando el terreno de manera efectiva, para que en el siguiente gobierno, el de Rafael Caldera, la pacificación se convierta en un hecho definitivo. Y es así como, por ejemplo, se permite la participación en las elecciones de 1968 del partido Unión Para Avanzar, UPA, que era un partido mampara del Partido Comunista de Venezuela, para la fecha todavía ilegalizado por la actividad subversiva en que había incurrido, UPA participa en esas elecciones apoyando a una candidatura que aparecía con buenas posibilidades de triunfo, la del doctor Luis Beltrán Prieto Figueroa.
En los años finales de su periodo constitucional, todavía le esperan al presidente Leoni dos importantes pruebas políticas: la tercera división del partido Acción Democrática y la derrota electoral sufrida en las elecciones de 1968 por el candidato de ese partido, Gonzalo Barrios, frente a Rafael Caldera, el candidato de Copei, principal partido de oposición. Su conducta en ambas delicadas coyunturas aumenta la significación que para el desarrollo político del país tuvo la actuación de Raúl Leoni.
Ya había experimentado Acción Democrática dos divisiones, ambas durante el periodo presidencial de Rómulo Betancourt. La primera, ocurrida en 1960, tiene como actor a un ala minoritaria, con fuerte presencia en el sector estudiantil, que está imbuida de ideas marxistas y que encuentra en la revolución cubana una fuente de inspiración. De allí nacerá el Movimiento de Izquierda Revolucionaria, que como hemos dicho será uno de los partidos que, junto con el PCV, escogerá la vía de la insurrección armada en la década de los sesenta. La segunda división, ocurrida en 1962, la protagoniza un ala del partido conocida con el nombre de ARS, compuesta por un conjunto de dirigentes que muestra desacuerdo con la política a su juicio demasiado conciliatoria del gobierno de Betancourt, tanto hacia el empresariado como hacia la Iglesia, así como con la estrecha alianza con el partido Copei. Son dos escisiones importantes pero minoritarias y en ambos casos la conducta de Leoni es inequívoca, la que corresponde a uno de los baluartes de la postura central del partido y del respaldo a la línea del gobierno de Betancourt. La tercera división involucra en cambio a un amplio sector del partido y encierra para Leoni mayores tensiones en su intimidad personal.
Para seleccionar su candidato para las elecciones presidenciales de 1968, el partido Acción Democrática decide realizar unas elecciones primarias internas. Compiten por esa nominación el tercero y el cuarto de los nombres mencionados en esa imaginaria línea sucesoral que antes mencionamos Luis Beltrán Prieto Figueroa y Gonzalo Barrios. Para interpretar adecuadamente esa pugna hay que ir más allá de las individualidades involucradas. Si se hubiese tratado sólo de ellas, probablemente no habría tenido esa coyuntura los severos efectos que tuvo para el partido. Es posible conjeturar que en ese caso se hubiera llegado a acuerdos internos sin mayores conflictos o secesiones. El problema se agravaba porque en la interpretación de líderes fundamentales de AD, y en especial en la de Rómulo Betancourt y sus principales partidarios, detrás de la candidatura de Prieto estaba un ala del partido cuyo predominio amenazaba con desplazar al liderazgo histórico de Acción Democrática y, algo mucho más grave, con modificar la línea consensualista que antes caracterizamos, adoptada por ese partido desde el Pacto de Puntofijo, y hacerlo en un sentido de mayor sectarismo y conflictividad frente al resto de los sectores del país. No estaba en juego si “le tocaba” a Prieto o a Barrios, sino la identidad futura del partido mismo. Esa es la interpretación de la situación interna de la organización que comparte la mayoría de los líderes fundamentales de Acción Democrática.
Prieto lucía como un candidato de mayor arrastre en las bases del partido que Barrios, pero la acción de los sectores afines a Betancourt y la misma influencia gubernamental fortalecieron la candidatura de Barrios, hasta hacerla competitiva frente a la de Prieto. La campaña interna fue muy agria y culminó en una serie de decisiones por parte de los organismos nacionales y regionales que hicieron de la realización de las primarias en las diversas seccionales un evento plagado de acusaciones, aplazamientos, anulaciones, encontronazos. La diatriba se enredó y no se pudo establecer una verdad definitiva sobre cuáles habían sido o cuáles hubieran sido los resultados de esas primarias, aunque la impresión general era que Prieto había sido o hubiera sido el ganador. En esas circunstancias, proclamar la candidatura de Barrios posiblemente significaba la división del partido. La llamada “vieja guardia”, compuesta por los líderes de mayor prosapia, a la que hasta hacía muy poco había pertenecido por cierto el mismo Prieto, decidió que más valía pagar los costos de una severa división que dejar que el partido pasara a manos de un sector interno cuya orientación llenaba de interrogantes cuál podría ser el rumbo futuro de Acción Democrática, con los riesgos que ello significaba para la consolidación de una democracia que aún no las tenía todas consigo. Leoni puso finalmente el peso de su autoridad como presidente y como uno de los grandes dirigentes del partido en favor de la selección de Barrios como candidato. Se trataba en su caso de una decisión que a su juicio había que tomar por razones de alta política, que tenían que estar por encima de profundos afectos personales y de toda una vida de intenso compañerismo con Prieto Figueroa: de hecho Prieto y sus actuales respaldos habían sido decisivos en la proclamación de la candidatura de Leoni para las elecciones de 1963. De ese modo se produjo la grave división que prácticamente partió en dos a Acción Democrática y lo llevó en esas condiciones a las elecciones de diciembre de 1968. Prieto Figueroa y sus seguidores fundaron a finales del año 1967 el partido Movimiento Electoral del Pueblo MEP, que iba a tener una importante figuración en esos comicios. Como sabemos, Acción Democrática pronto recuperaría su fortaleza como organización política, mientras que el MEP a los pocos años se convertiría en un partido de magnitudes reducidas.
La significación de ese proceso y del papel en él jugado por Leoni no puede ser visto en toda su dimensión sin relacionarlo con el segundo de los desafíos que iba a enfrentar ya al mero final de su mandato: las elecciones presidenciales de diciembre de 1968. Esas elecciones tuvieron varias particularidades. Por ejemplo, que cuatro candidatos —Caldera, Barrios, Burelli y Prieto— tuvieron cada uno una alta votación. También es de mencionar que surgió un voto importante en favor de Marcos Pérez Jiménez, el dictador derrocado diez años antes. Pero lo más importante de todo fue que ganó el principal candidato de oposición, Rafael Caldera, y que lo hizo por un muy estrecho margen sobre Gonzalo Barrios, el candidato de AD, el partido de gobierno. Las cifras fueron: Caldera, 1.082.941 votos; Barrios, 1.051.870 votos.
No existen pruebas de que en Acción Democrática y en el gobierno mismo se haya considerado la posibilidad de manipular unos pocos miles de votos, de manera que Barrios apareciera como triunfador con una pequeña ventaja sobre Caldera. En las discusiones sobre el tema lo habitual es admitir que tales presiones existieron. De hecho pasaron varios días, de gran tensión por cierto, antes de que el Consejo Supremo Electoral proclamara el triunfo de Caldera. Argumentos había para justificar la maniobra continuista. Veamos. Las cifras demostraban que el triunfo del candidato de Copei se había debido a la división de Acción Democrática. La suma de los votos de AD y del MEP resultaban holgadamente superiores a los obtenidos por Caldera. Aun admitiendo que la suma no podía hacerse tal cual, parecía seguro que el candidato de una AD unida hubiese triunfado. Además podía aducirse, de manera más discutible, que el voto perezjimenista se había inclinado más por Caldera que por Barrios y que por lo tanto el triunfo de Caldera se debía a la conducta de una parte no democrática del electorado. Luego estaría un argumento más doctrinario, por decirlo así, que al parecer alguno adelantó. Consistía en sostener que entregar el gobierno era dejar inacabada la realización del proyecto de transformación del país con el que Acción Democrática había vuelto al poder en 1959: entregando el poder precisamente en manos de su enemigo histórico, el partido socialcristiano, por mucho que este hubiera sido un pilar crucial en el sostenimiento del experimento democrático en curso. Que había que completar y consolidar lo avanzado desde el gobierno de Betancourt, para luego entregar el poder a quien fuera. Pero no todavía. También se habría aducido que en algunos estados Copei había cometido algunas irregularidades, aprovechando lo débil que en ellos había quedado el aparato de AD a raíz de la división sufrida, y que a ello se debía la milimétrica diferencia de votos en favor de Caldera.
De nuevo se trataba de una decisión de alta política. Raúl Leoni no tenía dudas de lo que había que hacer: reconocer el triunfo del candidato opositor. Ya habría tiempo para volver al poder, en mejores condiciones que en las que se lo hubiera asumido si acaso se optaba por establecer a como diera lugar el triunfo de Barrios. Pero sobre todo se trataba de la consolidación definitiva de la democracia representativa de partidos por la que se venía luchando denodadamente desde 1959. En la política práctica de la consolidación de las democracias que suceden a gobiernos dictatoriales, hay una suerte de axioma coloquial según el cual, luego de que se han producido tres elecciones pacíficas con sus respectivas transmisiones de poder, la democracia del caso puede darse por consolidada. Es de suponerse que ello es tanto más así cuando en la tercera de ellas el triunfador es un candidato de oposición, y más aún si su victoria ha sido por una nariz. Alcanzar tales logros era consagrar la estabilidad definitiva de la democracia venezolana. En tal visión de las cosas concurrían los tres dirigentes más importantes del partido de gobierno: Raúl Leoni, Rómulo Betancourt y Gonzalo Barrios, con todo el respaldo interno que tenían detrás. Barrios, con su proverbial facilidad para las frases agudas, resumió la situación con una de ellas: “Prefiero una derrota dudosa a una victoria sospechosa”. En cuanto al presidente Leoni se refiere, fue todo un broche de oro.
Luego de entregada la presidencia a Caldera, en marzo de 1969, Leoni vuelve a la vida partidista. En realidad su gran preocupación es ahora la salud de Menca, amenazada por un cáncer que avanza. Pero es Leoni quien fallece primero, víctima en corto tiempo de una enfermedad que se le descubre súbitamente. Morirá en julio de 1972, a la edad de 67 años. Su inolvidable compañera lo seguirá poco tiempo después, pues fallecerá en enero del año 1973.
Estas pocas páginas que están por concluir no han estado dedicadas a delinear el perfil personal del presidente Leoni, sino a destacar su significación histórica y política. En realidad, por temperamento y por estilo no era Raúl Leoni hombre dado al realce de su figura individual. Se le conoció como personalidad sobria, discreta, austera. En sustancia, si a lo individual vamos, Leoni está al máximo nivel, junto con muy pocos otros, de la dirigencia política que ha tenido el país. Pero respecto a la significación mencionada, queremos ahora subrayar lo que representaron en tal sentido los años en los que le correspondió ocupar la Presidencia de la República. Se trata de un quinquenio históricamente crucial. Constituye el segundo eslabón de una cadena. Y así como no hay segundo sin primero, tampoco hay un primero si no hay un segundo. Si Raúl Leoni no salva de manera exitosa ese segundo quinquenio democrático, hasta ahí hubiera llegado la democracia venezolana. Lo ocurrido después de 1958 habría quedado para la historia como un segundo ensayo fallido de vida democrática, luego del clausurado por el golpe de 1948. En ocasiones se habla del gobierno de Leoni como el gobierno que consolidó lo adelantado por el gobierno de Betancourt. Sin ser de un todo desacertada, la afirmación es insuficiente. Porque Leoni no sólo “consolidó” —cosa que desde luego hizo—, sino que logró mucho más: añadió nuevas bases para seguir adelante, para ir más allá, aportando sus propios pilares, en los que pudieran apoyarse los quinquenios por venir de nuestra vida democrática.
Para finalizar, dos constataciones. Cuando fue el caso, Raúl Leoni cargó con serenidad con los costos que sus posiciones le acarrearon. Cuando le correspondió, sirvió a su país en la forma y a la altura que Venezuela tenía derecho a esperar de un hombre de tan notable.
*Raúl Leoni. Democracia en la tormenta. El hombre y su tiempo (1905-1972). Tomás Straka. Presentación: Carmen Sofía, Luisana, Raúl Andrés, Lorena y Álvaro Leoni Fernández. Prefacio: Virginia Betancourt Valverde. Edición al cuidado de Carmen Sofía Leoni. Abediciones/UCAB, Asociación Civil Raúl y Menca de Leoni, Fundación Rómulo Betancourt. Caracas, 2022.
**Raúl Leoni. Democracia en la tormenta. Volumen II. Modernizar en libertad: cinco años de administración democrática (1964-1969). Compilación y prólogo: Tomás Straka. Textos de Fernando Spiritto, Edgardo Mondoldi Gudat, Elsa Cardoso, Guillermo Guzmán Mirabal, Luis Lauriño Torrealba, Catalina Banko, Francisco Sáez, Anitza Freites, Andrés Cañizalez y Mary Martínez Torrealba. Edición al cuidado de Carmen Sofía Leoni. Abediciones/UCAB, Asociación Civil Raúl y Menca de Leoni, Fundación Rómulo Betancourt. Caracas, 2022.
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