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Sobre el costado historiográfico de las Memorias de un venezolano de la decadencia

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Por OMAR OSORIO AMORETTI

Palabras introductorias

Durante mucho tiempo, se asumió que el legado intelectual de José Rafael Pocaterra solo se extendía hasta los ámbitos de la literatura, el periodismo y la contienda política. Esto permitió que las Memorias de un venezolano de la decadencia se convirtiera a los ojos de generaciones de estudiosos en la síntesis de estas facetas, además de la obra cumbre que lo habría de catapultar como escritor. Aunque plausible, esta mirada del texto dejó una ambivalencia tan grande a nivel crítico que, para decirlo en breve, cualquier categoría le calzaba: ensayo novelado, novela de dictador, crónica descarnada, etcétera.

La culpa de esto no fue de los lectores, sino de los rasgos variopintos presentes en sus páginas, tantos, que cuesta decantarse por una definición, sabiendo todo lo que quedaría por fuera. Y es que, a diferencia de otros escritos suyos, las Memorias de un venezolano de la decadencia no es un producto homogéneo, diseñado con un objetivo definitivo desde el principio. Pasó por fases, que van desde la eminentemente testimonial y política hasta llegar a aquella versión definitiva de 1936 y en la cual nos encontramos con el inusitado José Rafael Pocaterra historiador.

En este artículo mencionaré muy de paso algunos aspectos que caracterizan su práctica en esta área.

El camino de las Memorias de un venezolano de la decadencia. Génesis de un proyecto proteico

Cronológicamente hablando, para llegar a la versión que tenemos hoy de sus memorias, Pocaterra debió transitar tres momentos distintos e importantes en su vida. El primero fue el periodo de tres años de prisión en La Rotunda en el año 1919 durante la dictadura liberal regionalista, liderada por Juan Vicente Gómez. Ahí, vivió y presenció el horror de las torturas de los esbirros, lo que lo motivó a registrar con minuciosidad todo lo que ocurría dentro de la cárcel. Posteriormente, esos papeles se hicieron públicos en el extranjero bajo el título de La vergüenza de América, y constituyen la verdadera faceta testimonial de su legado intelectual. Aquí importa la denuncia internacional a través de una narrativa impactante, y no queda duda de que con ello contribuyó a la erección del imaginario del horror que hoy habita en los venezolanos al oír sobre este periodo.

Pero este proyecto probará ser poco eficaz en contra de la dictadura y es lo que llevará, una vez se haya exiliado de Venezuela, a emprender otro, el cual dio nacimiento a lo que conoceremos finalmente como Memorias de un venezolano de la decadencia, en 1927. Sin embargo, aún estamos lejos de la versión definitiva. Para entonces, la tiranía goza de buena salud, y lo único que puede hacer de momento es recabar la evidencia que soporte los hechos que dieron origen a lo que el autor llamó la “barbarocracia andina”. Esta sustentación, que será publicada también en inglés y francés para el conocimiento de las potencias mundiales del momento, se empleará como justificación de la fallida empresa magnicida del Falke, en 1929. Una vez consumado su fracaso, solo la muerte natural de Gómez en 1935 cerrará el ciclo histórico que le permitirá amalgamar (aunque no de la manera más homogénea) todo lo elaborado durante más de una década bajo un prisma más historiográfico.

Componentes medulares de la historiografía pocaterrana

A pesar de su oposición en contra de los intelectuales del gomecismo (muchos de los cuales conforman hoy en día el panteón de los grandes historiadores del país), las memorias de Pocaterra comulgan en muchos sentidos con las formas que estos tuvieron de interpretar los fenómenos sociales. Sin embargo, mantuvo una metodología y una exégesis sui generis que nos permite hablar de una “historiografía pocaterrana”. Me interesa, por tanto, resaltar brevemente tres elementos sustantivos de esta manera de escribir la historia que percibiremos al recorrer sus páginas.

Reivindicación de la narración frente al documentalismo imperante

El primero de ellos radica en que en las Memorias de un venezolano de la decadencia la historia es ante todo hechos (“secos y desnudos”, como llegó a escribir el autor), con lo cual su forma expresiva natural será la narración. Si bien esta herramienta es antigua y nada novedosa, para su época el paradigma positivista había desprestigiado su empleo en el área en pro de un documentalismo puro y duro. Pocaterra, entonces, lo emplea como una forma de reivindicar aquellas fuentes informativas sistemáticamente silenciadas, minimizadas o excluidas por la dictadura. Es así como incorpora la figura del “documento parlante”, que le permite incluir las voces de las víctimas, así como los testimonios de hechos políticos no registrados gracias a un aparato represivo eficiente y muy celoso de lo que se publicaba. Con esto, por una parte, se apunta tanto a una sensación de objetividad en la información, así como a una aspiración contrahegemónica en la historia, pues crea las bases documentales para cuestionar una posición oficial difundida internacionalmente sobre el periodo donde todo pareciera ser luminoso.

Exégesis positivista de los eventos sociales

El segundo aspecto es la mirada positivista que atraviesa su interpretación de la tiranía. Y es que desde el mismo título se percibe una concepción biológica y racial de lo ocurrido en Venezuela, especialmente imbuido del pensamiento de Cesare Lombroso. Porque no hay “decadencia” (que para el autor es una fuerza telúrica encarnada de manera orgánica en los habitantes cuya organización social compleja desemboca en la barbarie), sin una etapa previa de esplendor ni esta pudo venir de la mano de una nación desprovista de atavismos. Aquellos treinta y cinco años marcados por el miedo los verá como el producto de fuerzas irracionales enemigas de la civilización (un concepto nada metafórico en el sector letrado de entonces), de las cuales los andinos representaron su hipóstasis. No en balde describirá a Cipriano Castro como un hombre de “mandíbula prognática”, o a Gómez como “el más alto representante de todos los vicios de deformación” presentes en una nación que prefirió, en su ausencia de valores morales (uno de los rasgos de la “degeneración social”), cohabitar con el régimen a pesar de los males traídos.

Función ejemplar de la historiografía

Finalmente, las memorias exponen acontecimientos que, a pesar de ser dolorosos, son necesarios que salgan a la luz para que la nación los supere y sobre todo no vuelva a caer en ellos. Al narrar con todas las señales los crímenes cometidos por los cómplices de la dictadura y rescatar para la posteridad los nombres de quienes los perpetraron, Pocaterra se opone a la visión “asexuada” de la historia (denunciada posteriormente por Rómulo Betancourt) y se aleja de la posición de intelectuales icónicos en el área como Rafael María Baralt, para quien esta debía mirarse con sosiego y no manchar a las familias ni alterar el reposo público. Así, su pluma funge como un bisturí que atraviesa una infección social y a través del dolor busca la sanación del colectivo.

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