Por OMAR OSORIO-AMORETTI

Tras más de diez años de investigación, Luis Miguel Isava ha publicado De las prolongaciones de lo humano. Artefactos culturales y protocolos de la experiencia, título que aborda en dos grandes secciones (la primera de corte teórico y la segunda con un carácter más analítico, práctico) el siguiente problema epistemológico: ¿por qué percibimos las cosas de una determinada manera y no de otra? ¿Se trata de un acto de reconocimiento inmediato del fenómeno por parte del sujeto o, por el contrario, estamos ante un descubrimiento obtenido por mediación de otros factores no siempre reconocibles? Como puede verse, aunque la naturaleza del planteamiento es filosófica, el alcance de tales reflexiones irá a escenarios más concretos de las expresiones verbales, auditivas y visuales de la cultura. En esta breve reseña me interesa enfocar mi explicación en aquellas páginas destinadas por el autor a desarrollar los argumentos teóricos que le permiten responder tales interrogantes, pues asumo que de su conocimiento se derivarán ideas de interés y utilidad práctica para los lectores en sus respectivas áreas de conocimiento.

La postura de Isava plantea que aquello que se concibe de una determinada manera en la sociedad es el resultado de una serie de componentes histórico-culturales que han construido un marco desde el cual entenderlo, vale decir, que no comprendemos las cosas porque tienen una, diǵamoslo así, ‘‘esencia’’ capaz de aprehenderse de manera natural sino que más bien es el resultado de una ‘‘determinación cultural de lo perceptible’’ que hace posible tal comprensión (19). En aras de comprender cómo opera este proceso, en el primer capítulo titulado ‘‘Qué son y qué hacen los artefactos culturales. Exploración terminológica’’ recurre a definir un producto que vemos superficialmente y sobre el cual se ponen en movimiento los valores que lo legitiman o no colectivamente: me refiero al término ‘‘artefacto cultural’’ que, por una parte, se asume como la construcción hecha por el hombre por medio de la técnica (33) y, por otra parte, como aquello que está imbricado en una vasta red de relaciones simbólicas que se conectan y dan sentido a las actividades humanas, por lo que puede manifestarse en cosas tan cotidianas como un cuadro artístico pero también en otras más sofisticadas como la moda, los mitos, las formas de habitar el mundo y hasta nociones abstractas como ‘‘nación’’.

Lo interesante de esta perspectiva es que la materialidad del artefacto no tiene una finalidad cerrada sino que está condicionada por la cultura que la modifica y configura, pues se halla a caballo entre el concepto de ‘‘cosa’’ —que es algo natural y desprovisto de un sentido— y el de ‘‘utensilio’’ —que agota su existencia en una finalidad práctica—. La cultura, entonces, le brindaría ese ‘‘espesor significante’’ (es decir, ese excedente semántico que trasciende la materialidad del objeto pero al mismo tiempo lo abarca) capaz de transformarlo frente a los ojos de la comunidad, con lo cual el proceso por el que se percibe de determinada forma no es desde la ‘‘materia hacia el ponerse en obra [o sea, hasta convertirse epistemológicamente en lo que es para la sociedad que lo recibe] sino, al contrario, del ponerse en obra hacia la materia’’, es decir, que estamos ante una virtualidad que ‘‘atraviesa y transfigura con su operación la materialidad misma del artefacto’’ (37). Una vez puestos en escena, los artefactos culturales ponen en funcionamiento las redes de sentido que conforman dicha cultura, lo que termina por ser un acontecimiento relevante a nivel crítico, pues no solo manifiestan las consecuencias de ese tejido sino que al mismo tiempo lo revelan, lo que permite percibir su entramado y con ello conocer tanto cómo funciona como cómo transformar los componentes que lo sistematizan. Pero para que esto se complete de manera satisfactoria es necesario entender la manera en la cual las personas se aproximan a estos productos, lo que lo llevará a desarrollar otros conceptos complementarios.

Esto se lleva a cabo en el capítulo 2 titulado ‘‘De las prolongaciones de lo humano. Teoría de los protocolos de la experiencia’’ en donde, tras un repaso sobre las ideas tradicionalmente elaboradas sobre los conceptos de ‘‘experiencia’’ brinda una propuesta mucho más dinámica, pues ya no se trata de un registro pasivo de los acontecimientos donde, como explicaba Immanuel Kant, existían condiciones a priori que eran previas a la experiencia (60), sino más bien de ‘‘un proceso que se cumple cuando un individuo activa las prácticas perceptivas e interpretativas de un colectivo para captar y entender un mundo’’ (68). La experiencia, entonces, no se vive sino que se hace, y ‘‘hacer experiencia’’ con los objetos no implica captarlos sin ambigüedades, como naturalizados de antemano, sino de, mediante una serie de prácticas de interpretación y percepción colectivamente construidas, rearticular los componentes que nos permitan comprenderlos a cabalidad. En consecuencia, la naturaleza de la experiencia misma nunca es inmediata: todo estará mediado por mecanismos de control y clasificación a los cuales acudimos consciente o inconscientemente.

Esto lleva a Isava a elaborar el último concepto importante que explicaré en esta reseña: el de ‘‘protocolo’’ (que será el eslabón que comunica la idea de ‘‘experiencia’’ con la de ‘‘artefacto cultural’’) y que es definida como ‘‘el conjunto de condiciones de posibilidad que permiten delimitar, identificar y autenticar un estado de cosas como una experiencia particular, repetible, inteligible, transmisible’’ (74). Esto genera en el plano social una especie de pacto de visibilidad que construye poco a poco y de manera imperceptible lo que él llama el ‘‘archivo de lo sabido’’, un término que no deja de tener cierta conexión con el de ‘‘horizonte de expectativas’’ de Hans Robert Jauss (otro de los pensadores que han bebido de la fuente gadameriana) y que alude al depósito de información o referentes de orden auditivo, sensorial, visual o lingüístico que acompañan al acto mismo de experienciar los artefactos culturales.

Como puede colegirse hasta ahora, muchos de estos conceptos de alguna u otra manera tienen conexión o son deudores de la tradición hermenéutica contemporánea (Isava menciona a Hans Georg Gadamer, pero ciertamente también hay resonancias con los postulados de Hans Robert Jauss o Roman Ingarden); sin embargo, me parece que la relevancia de este andamiaje teórico sucintamente explicado hasta ahora radica en que, a diferencia de los exponentes anteriores, trasciende las posturas hasta cierto punto pasivas del acto receptivo (que además estaban recluidas a la literatura) al expandirla hacia nuevos escenarios del vivir humano y asumir que la interacción entre los receptores y los productos culturales es mucho más activa y dinámica, tanto, que tales condicionamientos pueden cambiar gracias a su posicionamiento histórico. Esto se percibe cuando el autor señala que tales protocolos tienen tres estadios, a saber: el naturalizado (en el cual dichos códigos no se entienden como tales sino como maneras naturales de percepción), el crítico (en el que estos son cuestionados tras la existencia de una serie de artefactos cuya atipicidad los vuelve inefectivos, y por ende ilegibles) y el productivo (en el que se han elaborado de manera creativa nuevos protocolos que permiten su comprensión, no pocas veces relegando los antiguos a una condición periférica) lo que permite entender la cultura no solo como algo que responde a ciertos valores y modalidades operativas de la sociedad sino también como una reacción que permite modificarlos o en su defecto ensanchar el espectro de procesos culturales (22). A la demostración de esto le dedicará gran parte del libro en la segunda parte del libro, cuando analice las alternativizaciones de los protocolos lingüísticos al estudiar poemas de José María Rilke y César Vallejo, los visuales con las obras de Paul Cézanne y Marcel Duchamp, los auditivos con las nuevas teorías musicales que surgieron en los siglos XIX y XX y finalmente los audiovisuales con la irrupción del cine en el XX.

En definitiva, De las prolongaciones de lo humano de Luis Miguel Isava constituye una lectura necesaria en el campo de los estudios culturales, en especial aquellos debates académicos relacionados con la estética de la recepción, la hermenéutica contemporánea y la historia de la literatura, pues enfatiza los procesos sociales de construcción categoriales con los cuales se construye el sistema cultural contemporáneo.


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